coolCap14

EL empleado del Hotel Phoenix me comunicó:

─Ha llegado por avión desde California la señora Cool. Ha tenido mal viaje y dice que no quiere que la moleste nadie.

Le mostré el telegrama que me había enviado.

─Soy la persona a quien quería ver ─dijo─. Así lo demuestra su telegrama.

Titubeó el empleado y luego dijo al telefonista:

─Avise usted.

─Puede usted subir, señor Lam. Habitación trescientos diecinueve.

Tomé el ascensor hasta el tercer piso, llamé a la puerta de la habitación trescientos diecinueve y Berta Cool dijo:

─Adelante. No haga ruido.

Abrí la puerta y la vi tendida en la cama. Le rodeaba la cabeza una toalla húmeda. Al parecer sufría aún los efectos del mareo y estaba desencajada y pálida.

─¿Ha viajado usted alguna vez en avión, Donald? ─me preguntó.

Contesté afirmativamente.

─¿Y no se mareó?

─No.

─Pues yo sí ─contestó─. Caramba, creí que nunca llegaría este maldito avión. ¿Y qué demonio ha hecho usted, mi querido Donald?

─Varias cosas ─contesté.

─¡Ya lo creo! Ha dado usted una publicidad enorme a la agencia. Siéntese al pie de la cama. Y ahora dígame, Donald, ¿está enamorado de esa muchacha?

─Sí.

─¿Y ha hecho usted todo eso por su amor?

─Y también porque no pude resistir la tentación de burlarme un poco de las autoridades. El comité de abogados que me inhabilitó para el ejercicio de mi carrera creyó que yo había dicho una tontería y que no era posible cometer un crimen sin que la ley pudiese castigarlo luego y he querido demostrarles que yo tenía razón y ellos no.

─¿Y conoce usted otras tretas por el estilo? ─preguntó.

─Muchas.

─Mire, Donald, deme un cigarrillo. ─En cuanto lo hubo encendido, añadió─: Usted y yo podríamos hacer muchas cosas, porque es un hombre listo, mi querido Donald. Pero observo que es demasiado impulsivo. Es usted una joya. Pero ¿cómo demonio supo lo que ocurrió?

─En cuanto reflexioné un poco, lo comprendí. Alguien oyó un tiro y avisó a la policía. Ésta llegó poco después de la salida de Alma Hunter. Me figuré que la persona que avisó a la policía había oído el segundo tiro, pero no el primero. El cargador contenía siete balas, pero sólo había seis cuando encontraron el arma. La bala de Alma debió de herir a alguien. En cuanto a Morgan, recibió un tiro cuando quería salir de la estancia y murió en el acto. Por consiguiente, debió de haber caído en tal posición que habría sido imposible abrir la puerta sin retirar el cadáver. Alma Hunter no hizo nada de eso. Abrió la puerta y echó a correr. Cunweather tenía interés en encontrar a Morgan Birks, y poseía una cuadrilla, porque el negocio de las tragaperras no era para una sola persona. Era necesaria una verdadera organización. Morgan Birks se ocultaba de sus propios compañeros. Sandra tenía mucho dinero depositado en algunas cajas de alquiler. Marido y mujer trataban de evitar que se enterase nadie de eso. Ella, por su parte, quería quitárselo a Morgan. Alma dormía en la cama de Sandra y alguien que llevaba las uñas muy largas intentó estrangularla. Observé que Bleatie tenía los dedos largos y afilados, y llevaba las uñas cortadas como una mujer. Si Sandra hubiese muerto, ya no habría necesidad de divorciarse. Morgan había logrado engañar a Cunweather gracias al disfraz de Bleatie, pero Cunweather no se dejó engañar mucho tiempo. Cuando me hizo dar una paliza habría pagado cualquier cosa por encontrar a Morgan Birks, y, en cambio, cuando fue usted a verlo, no quiso soltar un solo centavo. Eso indica que estaba ya enterado de lo sucedido y también de que yo había entregado los documentos en el hotel. Por lo tanto habría arreglado ya sus cuentas con Morgan Birks. ¿Quién, entre los individuos de Cunweather, resultó herido?

─Fred ─contestó Berta Cool─. El tiro de Alma le dio en el brazo izquierdo. Pero ¡Dios mío, Donald! Lo sabe usted todo.

─No. ─contesté─. Pero cuando me tomó a su servicio ya le dije que durante mi infancia nunca fui un muchacho vigoroso, y como no podía luchar, tuve que reflexionar y así adquirí imaginación y facilidad para adivinar las cosas.

─Pero podía usted haber solucionado este asunto sin necesidad de comprometerse en el ─dijo Berta─. Hay que ver los peligros que ha corrido, aunque también esos han sido una propaganda para la agencia.

─¿Qué otra cosa podía haber hecho? ─pregunté─. Todo el mundo sabía que me había entregado el arma y ésta sirvió para cometer un crimen. Si hubiese querido informar a la policía de lo ocurrido, se habrían reído de mí. Si hubiese ido allá a contarles mi teoría, no me habrían hecho ningún caso, porque ya Alma Hunter había declarado por su parte.

─¿Y cómo sospechó usted de Cunweather?

─No fue difícil. Él tenía ya noticias de que iban a ocurrir cosas en el Hotel Perkins. Allí estaba uno de sus hombres, el cual se enteró de todo lo que yo hacía. No me costó reconocer al jefe de los «botones» como perteneciente a la cuadrilla de Cunweather. Quisieron tomarme el pelo, me entregaron un arma que andaba buscando la policía y luego Cunweather me hizo dar una paliza por Fred. Yo les prometí que me vengaría, ¡y por Dios que me he vengado! Pero aunque los hubiese acusado de todo lo imaginable, nadie me habría hecho caso. Para conseguirlo fue indispensable que me culpase yo mismo.

─Realmente, lo consiguió usted, Donald ─contestó Berta, sonriendo─. Si hubiese estado en California, habría quedado satisfecho. La policía empezó a trabajar con Cunweather. Creo que le dieron una paliza tremenda con una manga de caucho. Lo dejaron hecho una lástima. Y ahora es muy posible que lo acusen de haber tenido participación en el asesinato de Kansas City. Ha sido magnífico, Donald. Tráigame usted una botella de whisky.

─Necesito dinero para eso.

─¿Qué ha hecho con el que le dio Sandra Birks?

─Está bien escondido.

─¿Y cuánto era? ¿Diez mil dólares?

─No me acuerdo exactamente.

─Recuerde usted, Donald, que trabajaba a mis órdenes.

─Sí. Y también recuerdo que le debo noventa y cinco centavos de taxi.

─Es cierto ─contestó ella─. Se los descontaré del primer salario.

─Oiga, ¿y quién era el doctor Holoman? ¿Era realmente el amante de Sandra?

─Sí. Y tenían cogido a Morgan Birks. En su calidad de hermano de Sandra, Morgan había de resignarse a ver cómo su mujer y él flirteaban en sus propias narices. De haber hecho valer sus derechos de marido, Cunweather lo hubiese descubierto, obligándole a soltar el dinero.

─Me parece que Sandra es una oportunista ─observé.

─Es cierto. ¿Cuándo me va usted a buscar el whisky, Donald?

─¿Dónde está el dinero?

Ella tomó el bolso.

─¿Ha hecho usted el viaje sola? ─pregunté, mientras ella sacaba unos billetes.

─No. Cuando viaja Berta Cool, siempre se hace pagar los gastos por alguien. He traído conmigo a mi cliente. Está en la habitación inmediata, y aún no se ha enterado de la llegada de usted. Durante todo el viaje no me habló de otra cosa sino de usted. Yo estaba enferma muriéndome y ella seguía hablando de usted;

─¿Sandra? ─pregunté.

─No. Sandra intentará conquistarlo cuando lo vea, pero lo olvidará así que se haya marchado de su lado.

Me dirigí a la puerta y la abrí. Alma Hunter estaba sentada en un sillón, al lado de la ventana. Al verme se puso en pie y me miró con los ojos luminosos.

─Aquí está el dinero para el whisky, Donald. ─dijo la señora Cool─. No sea tonto. Bien sabe Dios que no tiene un solo centavo para casarse y que, además, me debe noventa y cinco centavos de taxi.

Penetré en la habitación de Alma y con un pie cerré la puerta.