TODO ES IGUAL
EN mi afán por huir, he cruzado toda España, he llegado a París, donde he descansado en el hotel unos días y he tomado el expreso para Berlín. Me parecía que bastaba con acercarme a Rusia para que mis tristezas desaparecieran. Nunca una deja de engañarse. Al cruzar por estas llanuras alemanas, míseras, próximas al mar, envueltas en una niebla melancólica, me ha asaltado la sospecha de que podía estar engañada por un nuevo espejismo.
Desde la frontera alemana a Varsovia hacía mucho frío; cerca de Minsk ha comenzado a nevar y así hemos llegado a Moscú; dentro del vagón, con una temperatura de veinte grados; fuera, cayendo la nieve en enormes copos.
Mi estancia en Moscú ha sido para mí un terrible desencanto.
¿Cómo ha podido cambiar en tan poco tiempo el ambiente de esta ciudad? Ya aquí nadie se preocupa dé lo que nosotros nos preocupábamos; ya nadie habla entre la gente joven de vivir para los demás, de sacrificarse por el pueblo.
Los estudiantes se ríen del antiguo idealismo.
He ido a ver un profesor, entusiasta de nuestra época.
—Aquello se paró —me ha dicho—. Nosotros soñábamos con la revolución, dispuestos a sacrificar nuestras vidas; con una revolución espiritual y moral que transformara y perfeccionara la sociedad. Estos jóvenes no sueñan con nada. Quieren vivir, aprovechar la vida, y todo el mundo se lanza a los placeres con una brutalidad horrorosa. Hay sociedades para fomentar la borrachera y la voluptuosidad. Ya los estudiantes no leen a Dostoievski, ni a Tolstoi, ni a los escritores socialistas; en las Universidades las obras eróticas son las únicas que privan.
—Pero ¿es posible?
—Es la pura verdad. Los rusos estamos entre dos corrientes, la que va a Oriente y la que va a Occidente. El ruso de hoy parece que se ha decidido a ser oriental.
Le he preguntado a este profesor por algunos amigos y conocidos. Unos fueron llevados a la Siberia, Otros se suicidaron, la mayoría han desaparecido; algunos, muy pocos, los astutos y los intrigantes, han progresado y se han acercado al poder. Los débiles, los idealistas, han perecido. ¡El mundo es ansí! Con mucha frecuencia me acuerdo de aquel escudo del pueblo y de su concisa leyenda.
La vida es esto; crueldad, ingratitud, inconsciencia, desdén de la fuerza por la debilidad, y así son los hombres y las mujeres, y así somos todos.
Si; todo es violencia, todo es crueldad en la vida. ¿Y qué hacer? No se puede abstenerse de vivir, no se puede parar, hay que seguir marchando hasta el final.