XIX

MORALIZAMOS DEMASIADO

LA luz, al entrar en mi cuarto, me despierta; hace un día espléndido; el sol brilla en el río y lanza reflejos que ciegan.

Antes de almorzar se presenta Arcelu, con un amigo suyo, médico. Juan dice que va a ir a Cádiz.

—¿Qué hicieron ustedes ayer? —pregunto yo.

—Estuvimos en la taberna del Resbalón —contesta Juan.

—¿Algún sitio raro?

—Sí; figúrese usted —dice Arcelu—: una especie de camarote pintado de amarillo, una mesa redonda, grande, en medio, y alrededor sillones de paja con el asiento inclinado, y de cuando en cuando unos gatos, que entraban por debajo de un tabique y se llevaban lo que podían.

—¿Y qué cenaron ustedes?

—Unos platos de pescado frito y un caldillo de perro.

—¿Pero cómo? ¿De perro?

—Un guiso que aquí llamamos así.

Nos sentamos a la mesa, y Juan convidó a comer al médico y a Arcelu; ninguno de los dos aceptó, y entonces Juan mandó traer una botella de Jerez.

—Usted beberá —le dijo Juan al médico.

—Sí —contestó el otro.

—Más le valía no beber. Aquí tiene usted esté hombre —me indicó Arcelu—, que es un hombre de talento, que hubiera podido ser un buen médico, brillar y distinguirse; pues aquí le tiene usted hecho un alcohólico indecente.

—¡Ya empiezas a moralizar! —exclamó Juan con sorna—. Deja la moral para otra ocasión.

—Yo le agradezco lo que me dice Pepe Ignacio —agregó el médico—, porque me quiere y yo también le quiero a él.

—No se ponga usted sentimental —replicó Juan—, que vamos a creer que ya está usted borracho.

—No; pues no lo estoy todavía. Pero quería decir que me alcoholizo, porque soy un hombre inútil. He tenido varias apendicitis, una pleuresía supurada, y padezco una lesión cardíaca. Soy un organismo en ruinas.

—No haga usted caso —dijo Juan—; no hay pleuresías, ni enfermedades cardíacas, ni nada.

—¡Es lástima este hombre! —repuso Arcelu— porque aquí donde le ve usted este borracho es una excelente persona, pero ya no tiene fuerza para vivir.

—Lo que no tiene fuerza es para beber —replicó Juan.

—Pues si la gente buena no tiene ganas de vivir —dije yo— y sólo los canallas saben imponerse, nos vamos a lucir.

—¡Pse!, ¿qué se le va a hacer? —exclamó el médico.

—El mundo es ansí; ¿no era este el lema que vio usted en Navaridas? —preguntó Arcelu.

—Sí, ese era.

—Protesto —dijo Juan—. Tenéis una tendencia moralizadora verdaderamente despreciable. Ayer me amargasteis la noche en la taberna del Resbalón, hoy queréis amargarme el almuerzo. El que se sienta pastor protestante que avise.

En esto ha entrado un matinero tostado por el sol y ha dicho dirigiéndose a Juan:

Zeñorito, dentro de sinco minuto va a zalí el vapó.

—Bueno, ahora voy.

Y Juan se ha levantado para marcharse.