XIII

UNA RUINA JOVIAL

A pesar del tono jovial que emplea con frecuencia Arcelu, hay una gran tristeza en todo lo que dice. Se ve que vive en un profundo desconcierto. Él se cree un hombre poco agradable y no es verdad.

Hay aquí en el hotel una jovencita muy graciosa que le mira mucho. Se lo he indicado y él ha dicho:

—Sí, a veces, hay mujeres que tienen tendencia a acercarse a tipos como yo; pero no es porque sientan gran simpatía por la manera de ser de esos hombres, sino más bien porque quieren traerlos al orden, a la regularidad. Esta fuerza centrífuga que tenemos los tipos antisociales a la mujer le molesta. Ellas son como chicos que quieren cazar vencejos y tenerlos metidos en una jaula.

—¿Y usted se siente vencejo?

—Sí, soy un vagabundo sin raíces en ninguna parte. Mi tendencia ha sido siempre huir y destruir. Esta tendencia destructora en un hombre sin fuerza como yo, es una cosa cómica. Yo soy como esos animales mal construidos que parece que alguno los ha hecho por entretenimiento.

—No sea usted tan severo consigo mismo, Arcelu —le digo yo—. Está usted fantaseando.

—No, no; de chico leí una novela de Mayne Reid, en donde un grumete maltratado va a la sentina del barco y hace un agujero para que se hunda. Cuando estaba en el colegio, aunque no me maltrataban, yo no pensaba más que en echarlo abajo, hacer algo como aquel grumete. Luego, cuando salí de allí, mi afán consistió en huir. Primero me marché de casa.

—¿Estaba usted mal con la familia?

—No, pero se me metió en la cabeza que mi padre era un tirano insoportable. Iba por el camino pensando en mi madre y en mis hermanas llorando. Mi dignidad lo exigía. Después, en mi vida no he hecho más que huir de todo, de ser andaluz, de ser vasco, de ser español, de ser rico, de ser bueno, de ser malo. Si no fuera tan definitiva la fuga…

—Hubiera usted huido de la vida.

—Probablemente.

—Arcelu, es usted un pobre hombre.

—Sí, es verdad; un pobre hombre completo.

—¿No quiere usted desear nada?

—No, no.

—¿Ni protestar de nada?

—No, ¿para qué?

—¿Ni competir con nadie?

—Con nadie.

—Pero eso le hace a usted daño.

—No, ahora no. Antes sí me escocía, pero me he ido acostumbrando.

Y Arcelu mira sonriendo con su cara de viejo decrépita y lamentable. Tiene este hombre una risa que llora. En cada arruga de su cara parece que hay un dolor que se ha hecho una mueca amable. Es una ruina humana de la que sale una palabra jovial.