VIII

MALA NOCHE

AYER mi marido se empeñó en que fuéramos a un café cantante que se llama de Novedades.

Es un café dedicado exclusivamente al cante y baile flamenco, cuyo público principal es la gente del bronce de Sevilla y sobre todo los extranjeros.

En el fondo, el espectáculo está fuera de las costumbres actuales de la ciudad, pero se conserva como una cosa de carácter. El local es un patio con una galería en el primer piso con varios palcos.

Abajo hay mesas donde se sienta la gente a tomar café y a contemplar a los artistas.

Desde uno de los palcos vimos unas parejas de mujeres solas que bailaron bailes españoles; luego oímos a un tocador de guitarra y a una cantadora, y después a una comparsa grotesca que aquí llaman murga, de lo más canallesco y desvergonzado.

Yo no entendía bien lo que cantaban; pero por los gestos y ademanes, me pareció algo muy cínico y grosero.

Al volver al hotel me encontré con mi hija en brazos de la niñera, llorando. Tenía algo de fiebre. La acosté y me quedé a su lado.

Me temo que se haya enfriado en este cuarto sin calefacción, en donde entra el viento por puertas y ventanas que no cierran bien; también podía ser, y sería peor, que los mosquitos le hayan inoculado alguna intermitente.

Por la mañana he advertido al encargado del hotel, que si no hay habitación en el piso alto y con ventana a la calle, me marcho a otra parte.

El encargado ha desalojado una, y en ella estoy.

Al llegar la noche, Olga tiene miedo de que me vaya. Le tranquilizo y consigo que se duerma, agarrándola la mano.

Juan ha salido y tarda. Envío a Graciosa a acostarse, y me quedo sola. Una serie de pensamientos tristes me angustian y sobrecogen.

Temo en mi vida haberme equivocado otra vez.

No he tenido fuerza para luchar con el que se me imponía. He sido vencida por él, por Juan, y ahora comienza a mirarme como la presa fácil que no se estima.

El mundo es ansí. Esta sentencia del escudo de Navaridas se me viene a la imaginación a cada paso.

A media noche me sacan de mi desvarío los pasos de alguien que se acerca por el corredor. Pienso si será Juan, pero no es él; es algún huésped, y algún huésped retardado y malhumorado, porque se le oye gruñir, taconear y tirar las botas al suelo con furia…

Olga se despierta y comienza a llorar. Tengo el corazón oprimido, mi marido no viene…