VIII

UN ESPAÑOL EN ESCENA

Mi querida Vera:

Me alegro mucho que Leskoff y tú os entendáis por lo menos en un punto concreto, en hablar bien de mí.

Me preguntas si Leskoff llegó a decirme algo, si estuvo enamorado de mí. Ah, ¿ya aparecen los celos? Pues no te quiero decir nada. Fastídiate y rabia, ya que tu corazón es tan exclusivista que, pensando en la posibilidad de querer a Leskoff, te preocupa si habrá tenido o no antes inclinación por otra.

Te decía en mi última carta que un pintor húngaro estaba haciendo el retrato de Olga y el mío. Este Dulachska, que viene a mi hotel casi todos los días, es un muchacho raro, de una timidez y de una indecisión sorprendente.

Si tuviera que pensar en su vida se moriría de hambre en un rincón.

María Karolyi, que le conoce de Budapest, le riñe y le aconseja; pero el pintor sonríe con una sonrisa de beatitud, dando a entender que todo es demasiado bueno para él.

María me dice que desde que viene a hacerme el retrato que se va transformando; quiere darme a entender que se ha enamorado de mí; pero yo no estoy para ensayos de sentimentalismo internacional. Para prueba basta y sobra con la primera.

La que va perdiendo terreno por momentos es María. Está enamorada de verdad de ese violinista de perfil napoleónico. Yo creo que el tal es un vividor y un farsante. Lo que se va averiguando de él no le recomienda gran cosa; mi muchacha, que ya chapurrea el italiano, se ha enterado, sin duda por los criados, que el violinista vivió con una actriz y que ahora come en unas tabernas miserables y vive en un barrio muy pobre.

Esto puede ser únicamente falta de medios; pero yo me figuro que no es sólo eso, sino que el tal virtuoso, además de pobre, es un granuja.

Un elemento nuevo que ha aparecido en el pequeño círculo de extranjeros del hotel es un español, pintor, según dice, aunque más bien parece un sportman. Este español se llama Velasco, Juan de Velasco, y es el polo opuesto del pintor húngaro en carácter, en ideas y en todo.

Es un hombre tan expeditivo, que constantemente está haciendo proyectos y realizándolos; para él no hay dudas ni vacilaciones.

—Debe ser curioso Napóles —decía yo el otro día.

—¿Quiere usted que vayamos esta tarde? Yo la acompaño.

Velasco me parece un hombre que debe tener mucha energía, cuando no se aburre con un proyectar tan continuo.

El pintor español me quiere convencer de que debo ir a España a ver corridas de toros y procesiones de disciplinantes. Según él, cuando una persona se acostumbra a un espectáculo de sangre y de violencia, tiene la verdadera preparación para la vida. Es una teoría demasiado bárbara. Hasta otro día. Te abraza:

Sacha.