CONSEJO DE AMIGA
¿Cómo, mi querida Vera? ¿Estabas dejando que te hablara de cosas insignificantes que no nos interesan ni a ti ni a mí, y me tenías callada esa noticia para mí más importante que todas las estatuas y cuadros del mundo? ¡Leskoff te pretende desde hace algún tiempo, y tu no sabes qué decidir!
¡Ah, traidora, traidora! Tendré que decirte que eres pérfida como la onda.
Mi pequeña Vera, yo tengo por mi matrimonio poco afortunado, alguna más experiencia que tú, y creo que te puedo aconsejar.
Yo no te diré que te cases con Leskoff por lo que pudiera convenirte, no; te diré que tengas en cuenta que Leskoff es un hombre de gran espíritu, y que hombres así no se encuentran a cada paso.
La corteza quizá parezca ruda, pero el fondo es soberbio. Ahora desde lejos, lo comprendo bien. ¡Si lo hubiese comprendido antes! Quizá mi suerte y la tuya hubieran sido diferentes.
Me preguntas si debes decir a Leskoff que estuviste enamorada de otro hombre. ¿Para que? ¿Para hacerle desdichado? ¿Para darle una felicidad amargada, envenenada desde el principio? Me parece absurdo.
Ten en cuenta, mi querida Vera, que por muy profundos y muy intensos que hayan sido tus sentimientos por otro, esos sentimientos te parecerán superficiales el día que veas en tu marido al padre de tus hijos.
Hay en todas las pasiones, seguramente en la pequeña como en la grande, una cantidad de obstinación, de testarudez, de amor propio, que les impide muchas veces desarraigarse.
Tú, mi querida Vera, con tu aspecto de muchacha ingenua y traviesa, eres en el fondo una mujer de carácter; por eso tu primera inclinación ha sido tan fuerte y tan enérgica.
¿Cómo será la segunda? Es posible que esta idea te indigne; pero hay que acostumbrarse a ella. Yo, como tú, no contestaría inmediatamente a Leskoff; esperaría, no para pensar hasta qué punto pueda convenirte el casarte con él, sino para hacer un ensayo, para ver hasta dónde llega tu pasión no alimentándola con la terquedad ni con el amor propio.
Debes tener en cuenta, mi querida amiga, que el hombre enérgico e inteligente no sólo no es un producto vulgar, sino que es algo raro y extraordinario; debes tener también en cuenta que una figura arrogante y una sonrisa simpática duran en la imaginación meses, años; pero que un recuerdo así no basta para llenar la vida.
Si tuviéramos la seguridad de que nuestro corazón había de latir siempre ilusionado y ardiente por los recuerdos, quizá fuera lo más idealistas y lo más práctico al mismo tiempo vivir con las ilusiones y sin las realidades; pero ¿quién te asegura que una nueva pasión no ha de brotar entre las cenizas de la antigua? ¿Quién te dice que no vas a depositar tu nueva pasión en una persona baja, egoísta, vulgar, que no sólo te haga sufrir, sino que te avergüence y te envilezca?
Creo que si vacilas lo mejor que debes hacer es pedir un plazo para la contestación; piensa en lo que te digo, y si crees que te puedo servir, dímelo. Iré a Ginebra en seguida.
Te desea una gran lucidez, tu amiga
Sacha.