LA SEPARACIÓN
CUANDO se resolvió por completo la cuestión de la herencia de Savarof, Sacha pensó en trasladarse a Moscú; quizá allí, en una gran ciudad, su marido encontraría distracciones y la existencia del matrimonio se haría más soportable.
El ensayo fue completamente desgraciado; no había solución para la vida de ambos.
Al cabo de dos años de vivir en Rusia, la hostilidad entre marido y mujer llegó a convertirse en odio profundo.
Sacha sentía por Klein un gran desprecio. Le parecía imposible que hubiese llegado a tener cariño por aquel hombre tan vulgar, tan ridículo, tan egoísta, tan mezquino en todo.
En uno de los altercados matrimoniales, Klein llegó a querer golpear a Sacha. Ella, ciega por el instinto de venganza, compró un revólver y en la primera ocasión disparó dos tiros a su marido.
Afortunadamente no le dio. Al ver lo que había hecho, trastornada por el odio, quedó espantada de sí misma.
Klein se horrorizó ante la perspectiva de recibir un balazo.
La violencia y la sangre le aterrorizaban.
Para no verse de nuevo en la posibilidad de ser agujereado por una bala, habló a Sacha y le dijo que aquella vida era imposible.
Él comprendía que ninguno de los dos tenía la culpa; había incompatibilidad de caracteres, de opiniones, de todo.
Lo más sensato era separarse, entablar una demanda de divorcio.
Sacha aceptó la idea, a condición de que ella se quedaría con la niña.
Klein no sentía un gran cariño por su hija y no tuvo inconveniente en que fuera a vivir con su madre.
El expediente de divorcio comenzó a entablarse en Ginebra, para donde partió inmediatamente Klein.
Sacha hubiese ido también con gusto a visitar a su amiga Vera; pero no quería habitar un pueblo donde pudiera encontrarse a cada paso con su marido. Tampoco le agradaba la perspectiva de tener que contar a Leskoff sus infortunios matrimoniales.
Mientras se cursaba el expediente de divorcio, Sacha estuvo encerrada en su finca próxima a Moscú. Al resolverse el proceso, a los siete u ocho meses, vaciló; no sabía qué hacer ni a dónde ir; en Moscú no le quedaban amigos y sí recuerdos desagradables de sus desavenencias conyugales; la vida que hacía su hermano mayor en San Petersburgo, de gran mundo, no le seducía.
Después de abandonar muchos proyectos, decidió instalarse en el Mediodía de Europa, en Florencia. El invierno había sido largo y pesado, y estaba deseando ir a un país de sol. Después pensaba buscar a Vera, reunirse con ella y proponerla vivir las dos juntas.
Sacha, desde Florencia, escribió varias cartas a Vera contándole su vida.