V

LA PEDANTERÍA EN LOS DESVANES REVOLUCIONARIOS

EN poco tiempo, Vera Petrovna fue amiga íntima de Sacha.

Sacha podía considerarse como rica al lado de Vera; la pensión de quinientos francos mensuales que la pasaba su padre era una verdadera fortuna entre aquellos estudiantes. Vera vivía en Carouge, un barrio industrial de Ginebra, a orillas del Arve, y pagaba noventa francos al mes por la casa y la comida. Le quedaba una cantidad insignificante para los demás gastos. Los libros se los daba, o sino se los compraba, el doctor Leskoff, el amigo de su padre, que tenía un hijo que acababa de cursar la carrera de medicina con gran aprovechamiento y era privat-docens en la Facultad.

A Vera no le gustaban sus compatriotas, los encontraba insoportables, siempre discutiendo cuestiones de ética y de sociología; a ella, en cambio, la encantaba hablar de amores, de trajes, de joyas.

Sacha se reía de las ingenuidad de su amiguita.

Algunos sábados tenían tertulia en la pensión de Vera. Realmente eran tristes estas reuniones en donde unos cuantos estudiantes, hombres y mujeres, se enervaban hablando constantemente de la sociedad futura y del porvenir de Rusia, no interrumpiéndose más que para tomar té.

Vera se aburría; algunas veces había propuesto cantar, bailar, pero los estudiantes consideraban estas diversiones aburridísimas, desprovistas de interés, y volvían con entusiasmo a discutir sus sueños políticos y sus utopías irrealizables.

Generalmente, aquellos estudiantes y estudiantas llevaban una vida muy monótona. A fuerza de leer y no vivir habían perdido la noción de la realidad, sus ideas provenían de los libros, sin base, sin comprobación en la vida.

Este irrealismo era la característica general de todos ellos.

Los distintos estudios de los unos y de los otros hacían que aquellas disertaciones fueran un verdadero pandemonium, de una incoherencia perturbadora; tras de una exposición de las últimas teorías acerca de las neuronas y del tejido nervioso, se hablaba del radium y después de un punto de derecho político o de germanística. Las cosas más heterogéneas se mezclaban en sus elucubraciones, produciendo la mezcolanza más disparatada e indigesta.

Estos estudiantes pobres de las pensiones de Carouge se reunían para vivir dos o tres en un cuarto; una mujer guisaba para ellos un plato de carne, de legumbres o de kascha al mediodía y ya no tomaban nada más que por la noche pan y té.

Si alguno tenía una habitación más grande, los demás se metían en ella y pasaban el día constantemente reunidos. Se leían libros y revistas en voz alta, y terminada la lectura se dedicaban a hacer comentarios.

Muchas de las pensiones de rusos del barrio de Carouge eran pequeños falansterios, en donde hacían la vida en común hombres y mujeres.

A pesar de esto, había entre ellos pocos conflictos amorosos. Sus preocupaciones y sus hábitos no se prestaban a que cayesen en las redes del pequeño Cupido. La pobreza, la mala alimentación, el fanatismo político e ideológico era tan intenso, que les consumía todos los momentos y todas las fuerzas del espíritu. Vivían esperando un santo advenimiento, y para ellos el sueño era la verdadera realidad.

Aquel ambiente de idealismo, de optimismo apasionado, borraba las asperezas del carácter y no les dejaba ser mal intencionados o envidiosos.

El defecto general era la pedantería y la tendencia doctrinaria.

Sobre todo, las muchachas admiraban a los hombres cuanto más dogmáticos, más intransigentes y más pedantes se manifestasen.

Entre los hombres que conoció Sacha había algunos oscuros, torpes; otros, como Nicolás Leskoff, el hijo del amigo del padre de Vera, se distinguía por su inteligencia clara y fuerte.

Leskoff, hijo, era un joven anguloso, de cara ancha, juanetuda y dura, la mirada llena de inteligencia y viveza y el pelo rubio.

Entre los contertulios de Vera se le tenía por reaccionario, pero los que le conocían bien aseguraban que era positivista empírico, enemigo de toda metafísica.

Uno de los muchachos que tenía más admiradores entre rusos y rusas era un joven suizo, de familia judía, llamado Ernesto Klein. Estudiante aprovechado de filosofía, discípulo predilecto del profesor Ornsom, cuando hablaba tenía pendiente de sus labios al auditorio.

Los amigos de Vera llevaron a Sacha a visitar al profesor Ornsom. Este profesor era de esos tipos de judío alemán y ruso, hábiles intrigantes que van haciendo su carrera y escalando posiciones.

La característica del profesor Ornsom era la sociología lírica, el optimismo humanitario y apasionado. Este divo de la sociología era escuchado como un oráculo por aquellos rusos perturbados, enfermos de exaltación sentimental.

Era doloroso y triste ver al profesor cuco y farsante barajando sus estadísticas y sus datos, cantando el esfuerzo revolucionario entre aquellos estudiantes llenos de fe, de los cuales algunos habían expuesto su tranquilidad y su vida.

Sacha y Vera hablaron a Leskoff de su visita a casa de Ornsom. Leskoff manifestó poca simpatía por el profesor. Afirmaba que era un intrigante, un arribista que no vacilaba en emplear cualquier medio indelicado para ir avanzando en su carrera. Leskoff era antisemita, un antisemita con un punto de vista antropológico. Consideraba que la actividad judía tenía por fin destruir toda concepción elevada y noble y sustituirla por el internacionalismo comercial y el capitalismo.

Sacha no quería aceptar las ideas de Leskoff y discutía con él. Le molestaba el antisemitismo del joven médico; también le molestaba que se riera de las ilusiones de los exaltados, que soñaban con transformar rápidamente y como por arte de magia un imperio tan vasto y tan heterogéneo como Rusia.