UNA MADAMA FEMINISTA
TIEMPO después conocí en casa de un profesor, en Ginebra, a una señora suiza, feminista, que había viajado mucho y vivido cerca de veinte años en Rusia. Era una mujer ingeniosa, alta, con los ojos pequeños y la nariz de loro, muy emperifollada y coqueta, a pesar de su edad.
Esta señora habló mucho de Rusia, y en el curso de la conversación citó varias veces al general Savarof.
—Yo he conocido a una rusa que se llamaba Sacha Savarof —le dije—. No sé si sería pariente de ese general.
—¡Sacha! ¡Ya lo creo! Era su hija. ¿La conocería usted en Sevilla?
—No; en Biarritz, donde fui testigo de su boda.
—¡Qué extraño! Hay que decir como los yankis: «El mundo es pequeño». ¿Es usted amigo del señor Velasco?
—Conocido, nada más.
—Lo celebro. El señor Velasco es una persona muy especial. ¿Y al señor Arcelu, lo conoce usted?
—No.
—Es un pariente de Velasco.
—Pues no le conozco. ¿Y Sacha? ¿Dónde está?
—Ahora, en Moscú. Muy mal, la pobre.
—¿Y la niña? ¿La pequeña Olga?
—Con su tío, en San Petersburgo.
La señora aquella conocía la vida de Sacha en todos sus detalles; quería convencerme de lo protervo de la conducta de los hombres en general y de los españoles en particular.
Probablemente, sólo con este objeto me invitó a ir a su casa y me contó la vida de Sacha, y me dejó para que leyera un paquete de cartas y unos apuntes que había escrito la rusa mientras estaba en España.