LO QUE NO TERMINA
AL volver a París, el conserje del hotel me habló de una señora que había estado dos o tres días después de irme yo preguntando por mí; que, al decirla que me había marchado, quedó pálida y demudada; que preguntó si yo había recibido una carta suya antes de partir; que la dijeron que no, que la carta había llegado al hotel después de mi marcha.
La señora pidió la carta, y el conserje, después de vacilar, se la dio. La señora la rompió en pedazos, y el conserje vio que los fue echando por la calle.
Era, indudablemente, Ana. Pregunté en su casa por ella. Se había marchado hacía una semana. ¿Qué habría escrito aquella mujer? ¿Vendría a darme alguna explicación? ¿Querría decirme algo? ¿Habría ideado algún proyecto en el cual tuviera yo participación? Una serie de conjeturas, más absurdas las unas que las otras, hice acerca de aquella visita.
Yo no sé si hay parálisis del espíritu; si las hay, yo tenía una.
Me encontraba bien, relativamente; comía, dormía, pero estaba un poco en Babia; no tenía fijeza para leer y no me enteraba bien de la lectura. Pasaba muchas horas absorto, tendido en la cama, mirando el techo.
A veces, la idea de la posible felicidad perdida me encolerizada; después me decía:
—Pero, ¿cómo iba a ser esto posible? Ella, casada; yo, sin medios, sin energía… Sí, es verdad —murmuraba después—, y, sin embargo… ¿Qué podía haber ideado para retenerla?
Me decidí a volverme a Madrid cuanto antes; la modorra y la pereza momentánea de levantarme de la cama me lo impedían. También se me ocurrió ir a visitar a las señoritas de Pressigny; pero me parecía que fuera del saloncito de Ana ya no querrían nada conmigo. El atractivo, el perfume de las cosas se había evaporado de un momento a otro para mí.
Me reprochan a veces, cuando cuento algo que me ha ocurrido, el que no termina.
—Cierto —contesto—; pero así es como sucedió.
Para que una empresa en la vida tenga su principio, su desarrollo y su fin, tienen que malograrse miles, quizá millones, que les falta principio, desarrollo o fin.
Pero la literatura es eso: darle un fin a lo que no tiene, ponerle un principio a lo que se nos ha presentado sin principio.
Cierto, es así. ¡Pero yo soy tan poco literato!