V

EL HIJO DE DOÑA ASUNCIÓN

A pesar de mis propósitos de abstenerme de discusiones y de riñas, no podía evitar el discutir a veces, y hasta el reñir. Con motivo del atentado de la calle Mayor, contra el Rey, tuve una discusión violenta con el hijo de mi amiga doña Asunción, y me vi obligado a dejar de ir a su casa durante algún tiempo.

Estaba hablando con aquella señora del atentado. Yo decía que el Gobierno debía vigilar, en los medios anarquistas, a la gente joven, capaz de pensar en locuras y en querer transformar el mundo de una manera absurda y quimérica.

Doña Asunción, como era una mujer tranquila y sensata, estaba conforme conmigo. A ella le parecía bien el socialismo; era partidaria de una evolución lenta y constante y, sobre todo, de la paz.

Yo le decía que era muy difícil el reinado de la paz, y que, probablemente, la guerra y la lucha social existirían siempre.

Charlábamos así, amigablemente, cuando entró el hijo de doña Asunción, y, al oírnos, se puso a decir tonterías acerca de la represión violenta de una manera categórica.

Yo, pacientemente, le repliqué, y conté el caso de Alvear y de cómo le había disuadido de su proyecto. Este relato le puso frenético al hijo de doña Asunción, que me dijo que yo era de la misma clase que los dinamiteros.

—Hombre, eso no —le dije yo—. Ya ve usted que le cuento el caso de un hombre a quien disuadí de un proyecto dinamitero.

—Lo que debía usted haber hecho es haberle denunciado a la policía —replicó él.

—Eso va en opiniones; usted lo hubiera hecho; yo, no. Yo me contenté con evitar el atentado.

—Pero, ¿por quién y para quién hizo usted eso? —me preguntó violentamente—. ¿Por su amigo o por la sociedad?

—Hombre: yo, principalmente, por mi amigo. La sociedad no me inspira tanta solicitud.

El hijo de doña Asunción se levantó muy pálido, y me dijo que no volviera a poner los pies en su casa.

Yo le dije que bien, que estaba en su derecho, y que si a él se le ocurría venir a mi casa le cerraría la puerta en consideración a que era el hijo de una amiga, porque si no lo fuera lo echaría de ella a puntapiés.

Después de este cambio de galanterías me fui a casa nervioso e incomodado.

Unos meses después, doña Asunción me escribió una carta amable y me apresuré a visitarla.