EROTISMO Y SENSIBLERÍA
HUBIERA dado cualquier cosa en mi juventud por emanciparme de la preocupación erótica, que no sólo me impedía hacer algo serio, sino también vivir tranquilamente.
En general, en los pueblos civilizados el hombre joven tiene que huir del placer. El erotismo presenta aparentemente una cara atractiva y risueña, aunque por debajo haya también mucho fango y mucha tristeza. En pueblos como los nuestros, el erotismo juvenil es algo terrible que se ve en una perspectiva de gasas de yodoformo y soluciones de permanganato.
Unido a mi tendencia erótica, y quizá como una descomposición de ella, iba teniendo un absurdo sentimentalismo. Era un ridículo sentimiento de perro sin amo. El despedirme de la criada de la fonda, el dejar un pueblo antipático y aburrido, me impresionaba.
Había siempre en esto algo semivoluntario, porque si no me fijaba mucho en las cosas mi sentimentalismo no aparecía. Así que para mí el problema se resolvía en hacerlo todo rápidamente. Una despedida brusca, una decisión inmediata y no pensada eran muchas veces la salvación en una situación difícil y embarazosa.
En ocasiones me sentía bien, sereno, ante una dificultad seria.
En general, era más perruno que gatuno; pero a veces obraba con una audacia felina.