SUZÓN
LA vida de Irún es una vida bastante alegre y fácil; se gana y se gasta con facilidad; hay mucho forastero, mucho comisionista y no se siente tan fuertemente la presión de la iglesia como en los demás pueblos vascos. Por eso la gente no es tan hipócrita, ni tan solapada, ni tan tortuosa.
La casa de mi tío Luis, una casa pequeña y moderna, daba por dos de sus lados a un jardín. Era una casa alegre, en la que a todas horas se oían voces de chico, notas de piano y canciones.
Mi tío Luis era hombre muy amable, músico de afición; su mujer, muy hacendosa, muy simpática, y los chicos, exceptuando los dos mayores, turbulentos y alborotadores. En la casa, el padre, la madre, los chicos y hasta las criadas tenían muchos amigos; así que era un entrar y salir continuo de gente.
A mí me recibió la familia con afecto y con un poco de burla por parte de la mujer de mi tío, a quien, sin duda, habían escrito el motivo de mi extrañamiento de Arnazábal.
A los dos o tres días estaba allí como en mi casa.
El tío Luis era un hombre inteligente, activo, lleno de iniciativas. Desempeñaba un empleo de importancia en la Compañía de ferrocarriles.
Trabajaba mucho y tenía tiempo para todo. Su mujer era digna compañera suya.
Mi tío me preguntó acerca de lo que pensaba hacer, y me habló de una manera tan clara de cómo se presentaba el porvenir, de los trabajos que se pagarían más en España, que me pareció que me abría una ventana en la inteligencia.
Mis primos, el de más edad, Luisito, era algo menor que yo, y concluía por entonces el bachillerato.
Carmenchu, mi prima, la chica mayor del tío Luis, tenía unas amigas de su edad muy coquetonas, que hablaban de novios, subían al tocador a adornarse y a ponerse polvos de arroz, y cantaban y tocaban el piano. Yo las acompañé alguna vez por el paseo de Colón, aunque casi todas tenían novio.
Estas chicas vivían a sus anchas, se quitaban unas a otras los galanteadores y reñían y hacían las paces.
De ellas, la que me hacía olvidar muchas veces a la Anthoni era una francesita que se llamaba Suzón. Esta Suzón tenía un aire de mascota, una cara un poco ancha, una voz un poco ronca y unos trajes llamativos.
Era coqueta hasta la exageración; pero de una coquetería un poco infantil.
—Estas chicas se timan hasta con los palos del telégrafo —decía un señor amigo de la casa, refiriéndose a Suzón y a la hija de mi tío.
Suzón me hizo una serie de preguntas acerca de mis gustos e inclinaciones y me habló de que estaba enterada de mis amores con la Anthoni.
—¿Era bonita? ¿Era graciosa? ¿Era rubia, o morena? —me preguntó.
Yo reconocí que, comparada con ella, era poca cosa. Suzón, suponiendo quizá que esta declaración mía era un avance amoroso, me dijo que tenía novio, pero no sabía si le quería o no; entonces no sentía más que muchas ganas de divertirse.
—Soy muy loca —me dijo riendo y con su voz ronca— y hago caso a todos los chicos de aquí, aunque ninguno me gusta del todo.
—¿Ni el novio tampoco?
—El novio menos que los otros.