Camino de perfección es el segundo libro de la trilogía, «La vida fantástica», publicado en 1902, precedido de Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox (1901) y al que seguiría, más tarde, Paradox, rey (1906), aunque las historias son independientes. El título parodia la literatura mística de Santa Teresa de Jesús, y el subtítulo, «Pasión mística», confirma la parodia. Quizá establece un diálogo crítico con la interpretación de las tres vías místicas: purgativa, iluminativa y unitiva. Fernando Ossorio, el protagonista de Camino de perfección es presentado en los primeros capítulos como un hombre enfermizo y neurótico. Ha abandonado a su familia y se ha refugiado en la religión tradicional por influencia de su educación recibida en los escolapios de Yécora (sin duda la Yecla azoriniana de La voluntad). Abandona sus estudios de medicina y se entrega a la pintura. Fernando Ossorio es rentista, una importante herencia le obliga a vivir con unas tías suyas. La pasión mística domina su voluntad, aunque convive con el erotismo que le inspiran las relaciones con su tía Laura. Estas dos tendencias enfrentadas: pasión mística y erotismo, le incitan a buscar algo, que dé sentido a su vida lejos de la hipocresía burguesa y sale de Madrid. En El Paular se encuentra con el alemán Max Schultze y hablan de filosofía, de Nietzche. Después Fernando Ossorio de dirige a Toledo (la ciudad mística); realiza una peregrinación a un enigmático ambiente de soledad y silencio. Renace el misticismo y las fantasías eróticas de sus aventuras soñadas con una monja y con Adela, hija de la pensión donde se hospeda; pero huye de Toledo para no consumar su furor sexual.
«Después de haberle fallado la religión, el arte (la pintura) y los sentidos (una combinación típicamente modernista) —dice D. Show—[3]; el narrador explora tres vías diferentes para reconciliarse con la vida. La primera mantenida en reserva hasta el final es el amor. La segunda es la adquisición de un ideal ético consciente y llega después de que Fernando Ossorio ha resistido la tentación de seducir a Adela. La tercera es el ejercicio y vitalismo nietzcheano, que le había propuesto Max Schultze, es la aceptación de la vida por sí misma ignorando todo contenido trascendental».
Viaja, después, a Yécora, recorre el pueblo, donde se respira un ambiente hostil a todo lo que sea expansión, elevación del espíritu y simpatía humana. Abandona Yécora y se instala en Marisparza, donde mejora y sana su misticismo religioso y se trasforma en un hombre más fuerte. Allí las gentes son cordiales.
Aparece, más tarde, en un pueblo costero de Castellón y vive con unos familiares. Se siente curado de su misticismo religioso y regenera su existencia con la primavera levantina. Se enamora de su prima Dolores, derrota a garrotazos a su rival, Pascual Nebot (antiguo novio de Dolores) y se casa. Ha logrado el equilibrio. Vemos dos años más tarde al matrimonio de Fernando y Dolores y al heredero con buena salud mental, que él no pudo tener: «Y pensaba que había de tener cuidado con él, apartándole de ideas perturbadoras, tétricas, de arte y de religión». Pero el narrador, irónico y escéptico, apunta un nuevo conflicto: «Mientras Fernando pensaba, la madre de Dolores cosía en la faja que habían de poner al niño una hoja doblada del Evangelio»[4].