MI rival está ya curado del garrotazo que le pegué. Por nuestra riña se ha dividido la gente joven del pueblo en dos bandos: nebotistas y ossoristas; los forasteros y los militares están conmigo y me defienden a capa y a espada.
Como estoy dispuesto a tener energía, he ido a casa de mi tío a pedirle la mano de Dolores. Inmediatamente, al verme, ha empezado a recriminarme por mi disputa con Pascual; yo le he enviado a paseo de mala manera. Me ha dicho que Nebot está enfurecido y que me desafiará en cuanto se encuentre bueno.
—Que lo haga; le meteré media vara de hierro en el cuerpo —le he dicho.
Mi tío se ha escandalizado; ha creído que soy un espadachín, y ha hablado de los holgazanes que aprenden la esgrima para insultar y escarnecer impunemente a las personas honradas. Yo le he dicho que era tan honrado como Pascual Nebot y como él, y menos orgulloso y menos déspota que él, que llamándose republicano y liberal, y otra porción de motes bonitos, tiranizaba a su familia y trataba de violentar la voluntad de Dolores.
—Muy republicanos y muy liberales en la calle todos ustedes —concluí diciendo—; pero en casa tan déspotas como los demás, tan intransigentes como los demás, con la misma sangre de fraile que los demás.
Y, ¡habrá estupidez humana! El hombre a quien quizá no hubiera conmovido con un río de lágrimas, se ha picado al oírme; ha llamado a su mujer y a su hija, y les ha expuesto mis pretensiones. Delante de mí le ha dicho a Dolores los riesgos que corría casándose conmigo.
—Fernando —con retintín nervioso— no es de nuestra clase: es un aristócrata; está acostumbrado a una vida de lujos, de vicios, de comodidades. Para él, convéncete, eres una muchacha tosca, sin maneras elegantes, sin mundo… ¡Piensa lo que haces, Dolores!
—No, papá; ya lo he pensado —ha dicho ella…