PASCUAL Nebot no ceja en su empeño; le ha escrito a Dolores; en la carta debe hablar de mí desdeñosamente; en el Casino oí que decían unos amigos de Nebot, al pasar junto a ellos:
—Y si no fuera pariente de la chica, me parece que se ganaba unos palos.
Además de esto, mi tío favorece a Pascual; es correligionario, de influencia en la ciudad…; pero yo no estoy dispuesto a dejarme arrebatar la dicha. He hablado a Dolores y estoy tranquilo. Cuando la he expresado mi temor de que pudieran torcer su voluntad, ha dicho sonriendo:
—No tengas cuidado.
He sabido que, efectivamente, en la carta que Pascual escribió a Dolores hablaba de mí en tono de lástima.
He buscado a Nebot esta tarde en el Casino. Estaba en el billar jugando a carambolas.
Le he advertido que no quiero armar un escándalo; pero que no estoy dispuesto a permitir que nadie se entremeta en mis asuntos. Me ha mirado de arriba a abajo, y al decirle que le enviaría dos amigos, ha vuelto la espalda para jugar una carambola tranquilamente. Los de su cuerda han reído la gracia.
«¿Usted quiere, sin duda, que nos peguemos como dos gañanes?»
Él ha contestado en valenciano no sé qué; pero algo que debía ser muy despreciativo; yo, en el colmo de la exasperación, me he arrojado sobre él y le he hecho tambalear; él se ha defendido con el taco, dándome un golpe en la cara. Entonces, enfurecido, loco, he cogido yo otro taco por la punta, lo he levantado en el aire y ¡paf!, le he dado en mitad de la cabeza.
El hombre ha vacilado, ha cerrado los ojos y ha caído redondo al suelo. Un trozo de taco me ha quedado en la mano. La cosa ha sido rápida, como de sueño.
Unos militares han impedido que me golpearan los amigos de Pascual; me he alojado en la posada, y he escrito a mi tío lo que ha pasado.
Estoy impaciente por las noticias que me traen.
Unos dicen que la herida de Pascual es muy grave, que ha tardado no sé cuánto tiempo en recobrar el sentido; otros aseguran que el médico ha dicho que curará en ocho o nueve días.
Veremos.