HE comenzado a hacer el retrato de Dolores, y ha transcurrido el día de la marcha y me he quedado. —Me encuentro tan bien aquí…
El retrato lo estoy haciendo en el terrado al ponerse el sol. Dolores se cansa en seguida de estar quieta. El primer día vino con la cara más empolvada que nunca.
Yo le dije que tan blanca me parecía un payaso, y después estuve hablando mal de las mujeres que se pintan o se llenan la cara de polvos de arroz. Ella quiso demostrar que una cosa es distinta de otra; yo afirmé rotundamente que era igual.
Desde el segundo día de sesión viene sin polvos de arroz, pero se preocupa mucho por lo negra que está.
El retrato no me sale por más que trabajo, y podría ser una cosa bonita. La figura esbelta de Dolores, vestida de negro, se destaca admirablemente sobre la tapia verde, picoteada de puntos blancos, llena de manchas oscuras de las goteras.
He recurrido a un expediente, dentro del arte, vergonzoso; le he pedido a mi amigo el fotógrafo la máquina y he hecho dos retratos: uno de Dolores y otro de su madre, y un grupo de toda la familia. Después los he iluminado con una mezcla de barniz y de pintura al óleo. Un verdadero crimen de leso arte. Han parecido mis retratos verdaderas maravillas.
Lo que he hecho con gusto ha sido un apunte que me ha resultado bastante bien: el suelo, de ladrillos rojos; las gradas, verdes; las manchas rojas de los geranios en flor sobre la tapia, y encima de esta el cielo azul con estrías doradas, y la espadaña medio caída y ruinosa. Hay en este apunte algo de tranquilidad, de descanso.
No me podía figurar el reposo, la dulzura de estos crepúsculos. Se oye el murmullo de la gente del pueblo que a esa hora empieza a vivir; las golondrinas chillan dando vueltas alrededor de la torre, y las campanas de la iglesia suenan encima de nosotros.
Después de la sesión, cuando Dolores deja de pasear y se dedica a la costura, discutimos acerca de muchas cosas, de arte, inclusive.
No comprende que se puedan pintar figuras feas, de cosas tristes; no le gusta nada torturado, ni oscuro.
Ella, si supiera pintar, dice que pintaría mujeres hermosas y rubias; a Dolores la rubicundez le parece una superioridad inmensa; pintaría también escenas de caza con ciervos y caballos, bosques, jardines, lagos con su correspondiente barca; cosas claras y sonrientes.
No se la convence de que puede haber belleza, sentimiento, en otras cosas. Es una muchacha que tiene una fijeza de ideas que a mí me asombra, y, sobre todo, un sentimiento de justicia y de equidad extraño en una mujer, que yo ataco con paradojas.
El madrileñismo mío, más fingido que otra cosa, porque yo nunca tuve entusiasmo por Madrid, le indigna.
—Después de todo —le digo yo—, crea usted que es lógico que la gente del pueblo, la gente ordinaria, trabaje para nosotros los elegidos, porqué así se forma una casta superior directora, que puede dedicarse al arte, a la literatura.
—Vamos, que vivan los zánganos y que trabajen las abejas.
—Usted no debe decir eso.
—¿Por qué? ¿Cree usted que soy zángana? Pues soy abeja.