IX

DESPUÉS DE LA BATALLA

ESTÁ anocheciendo. Bu-Tata entera arde por los cuatro costados. Los cañones franceses han lanzado una lluvia de granadas de melinita que han incendiado casas, chozas, almacenes, todo. A media tarde, dos batallones de dahomeyanos y uno de tropas disciplinarias se han acercado al pueblo, han colocado las ametralladoras a su entrada y han acabado con lo que quedaba.

Como si hubiera habido un terremoto, Bu-Tata se ha desmoronado; los tejados se han hundido, las paredes se han ido cayendo, cerrando las callejas con sus escombros. En la escuela, que por una casualidad no se ha venido abajo, está reunido el Estado Mayor francés, y sobre el tejado de este edificio ondea la bandera tricolor.

RABOULOT. —A la orden, mi coronel.

EL CORONEL BARBAND. —¿Qué hay?

RABOULOT. —Unos europeos que iban huyendo por el río han sido hechos prisioneros.

BARBAND. —¿Dónde están?

RABOULOT. —Aquí vienen.

BARBAND. —Que pasen. (Entran todos los de Fortunate-House a presencia del coronel.) ¿Quiénes son ustedes?

PARADOX. —Nosotros somos los que hemos civilizado este pueblo, al cual ustedes, bárbaramente, y sin motivo, acaban de incendiar y de pasar a cuchillo; nosotros somos…

BARBAND. —Nada de comentarios. Al que los haga le mandaré fusilar inmediatamente. Los nombres, nada más.

GANEREAU. —Aquiles Ganereau, rentista, y mi hija Beatriz con su marido.

BARBAND. —¿Y usted?

SIPSOM. —Sipsom Senior, de Manchester.

BARBAND. —¿Y usted?

THONELGEBEN. —Eichthal Thonelgeben, de Colonia.

BARBAND. (Frunciendo el ceño.) —¿Prusiano?

THONELGEBEN. —Sí, señor; gracias a Dios. Esta señora es mi mujer.

BARBAND. —¿Y ustedes?

DIZ. —Estos señores son italianos, y nosotros españoles, y este marroquí.

BARBAND. (A la Môme Fromage.) —¿Y usted?

LA MÔME FROMAGE. —Mi coronel, yo soy parisiense.

BARBAND. —¿De veras?

LA MÔME FROMAGE. —Ex bailarina del Moulin Rouge.

BARBAND. —Sacredieu! ¡Qué encuentro! ¿Estos señores son amigos de usted?

LA MÔME FROMAGE. —Sí.

BARBAND. —Entonces seré clemente. Quedarán ustedes prisioneros hasta que expliquen su presencia en Bu-Tata. Pueden ustedes retirarse.

Quedan solos el coronel y la exbailarina, y charlan animadamente. Cuando más entretenidos están en su conversación se abre la puerta y entra Bagú seguido de dos soldados.

BAGÚ. —¡Musiu, musiu!

BARBAND. —¿Quién es esta especie de mono?

MICHEL. —Parece que es el obispo del pueblo.

BARBAND. —¿Qué quiere?

MICHEL. —No se le entiende nada.

BARBAND. —Bueno; que lo fusilen.

MICHEL. (Llevándose al mago.) —Vamos, mon vieux, tienes mala suerte. ¿Quién te manda a ti hacer reclamaciones teniendo la cara negra?

Le llevan a un rincón y lo fusilan. Bu-Tata sigue ardiendo. En las callejas del pueblo, cerca de las tapias de las huertas, se ven niños degollados, mujeres despatarradas, hombres abiertos en canal. Un olor de humo y de sangre llena la ciudad. Los oficiales reunidos beben y charlan animadamente; los soldados saquean las casas.

Se oyen luego los sonidos de las cornetas. Los soldados se retiran al campamento, y en las calles solitarias, entre los escombros de las casas derruidas y los restos carbonizados del incendio, se escuchan los gritos y los lamentos de los heridos y de los moribundos.