II

LA CONSTITUCIÓN DE UGANGA

EN el gran salón de Fortunate-House se han reunido todos los europeos, más Ugú, que ha sido admitido a las deliberaciones. Paradox actúa de presidente.

GANEREAU. —Pido la palabra para una cuestión previa.

PARADOX. —Tiene la palabra Ganereau.

GANEREAU. —Señores: Yo no comprendo por qué vamos a seguir al pie de la letra lo dicho por los sublevados. Al pedir estos un rey, lo que quieren indicar es que necesitan un gobierno; y creo que mejor que un gobierno personal es una república.

GOIZUETA. —A mí me parece todo lo contrario.

HARDIBRÁS. —A mí también.

SIPSOM. —Además, el deseo de ellos es explícito: quieren un rey.

GANEREAU. —¡Un rey! ¿Para qué sirve un rey?

PARADOX. —Hombre, sirve poco más o menos para las mismas cosas que un presidente de la República: para cazar conejos, para matar pichones y hasta en algunos casos, según se dice, han servido para gobernar.

GANEREAU. —A mí, mi dignidad no me, permite obedecer a un rey.

PARADOX. —¡Si no se obedece en ningún país al rey! Se obedece a una serie de leyes. En eso nada tiene que ver la dignidad. En todos los pueblos de Europa tenemos por jefe de Estado una especie de militar vestido de uniforme, con toda una quincallería de cruces y de placas en el pecho, y ustedes tienen una especie de notario de frac y de sombrero de copa con una cinta en el ojal.

GANEREAU. —No estoy conforme.

PARADOX. —Pues es igual.

SIPSOM. —Pero todo esto ¿qué tiene que ver para nuestro caso?

GANEREAU. —Yo lo que quiero decir es que no sospechan los naturales de Uganga que el país se pueda gobernar de otra manera.

SIPSOM. —¿Y les vamos a convencer de lo contrario en unas cuantas horas? (Por lo bajo.) Ya está pensando este hombre que se encuentra en Montrouge.

PARADOX. —A mí me parece que no debemos intentar con los mandingos un gobierno a la europea.

THONELGEBEN. —A mí me parece lo mismo.

GANEREAU. —Si les damos un rey absoluto, corren el peligro de que el nuevo rey sea un tirano abominable como el antiguo.

PARADOX. —Entonces ¿qué hacemos? ¿Intentamos una Constitución o simplemente señalamos a uno cualquiera para que sea rey?

GANEREAU. —Yo creo que la Constitución tiene grandes ventajas, y que debíamos hacer dos o tres proyectos y discutirlos.

PARADOX. —¿Se acepta la idea de Ganereau?

TODOS. —Aceptada. Ensayaremos eso, a ver si da algún resultado.

Ganereau se marcha a un extremo de la mesa y Diz a otro, y se ponen los dos a escribir rápidamente. Al cabo de media hora se levantan los dos con los papeles en la mano.

PARADOX. —¿Han terminado ustedes ya?

GANEREAU y DIZ. —Sí.

PARADOX. —Bueno; pues vamos a ver esos proyectos.

GANEREAU. —He suprimido todo comentario para que el escrito sea más breve. Los artículos principales de la Constitución son estos:

Primero. Todos los habitantes de Uganga serán libres.

PARADOX. (Por lo bajo a la Môme Fromage.) —Libres de comer, si tienen qué; de rascarse, de espulgarse, de pasear; pero no libres de fastidiar a los demás.

GANEREAU. —Segundo. Todos los habitantes de Uganga serán iguales.

PARADOX. (A la Môme Fromage.) —Seguirán siendo desiguales en estatura, en nariz y en todos los demás atributos que da la Naturaleza. Creo, por lo tanto, que no se debe permitir cortar la nariz al que la tenga larga para hacerle igual al chato.

GANEREAU. —Tercero. Todos los habitantes de Uganga se considerarán como hermanos.

PARADOX. —Lo cual no impedirá que al hermano que muerda se le ponga su correspondiente bozal.

GANEREAU. —Cuarto. El Gobierno se regirá por un sistema representativo con el voto proporcional.

THONELGEBEN. —¡Alto ahí! Creo que no debemos aceptar el sistema parlamentario tal como se practica en Europa.

DIZ. —A mí me parece lo mismo.

PARADOX. —Yo soy también contrario al sistema representativo. No creo en la sublimidad de ese procedimiento que hace que la mayoría tenga siempre la razón.

GANEREAU. —Y entonces ¿cómo se va a regir el país?

PARADOX. —Yo encuentro lo más apropiado para Uganga un Gobierno paternal.

THONELGEBEN. —A mí el procedimiento mejor me parece una dictadura socialista, que puede irse renovando a medida que el dictador se canse o deje de cumplir bien con su deber. Creo que primeramente debemos declarar que la tierra de Bu-Tata será de todos; que habrá un depósito común de las herramientas de trabajo y que a cada uno se le dará según sus necesidades.

PARADOX. —Creo, amigo, que usted quiere colocar a los mandingos en un nivel más alto del que en realidad están.

THONELGEBEN. —No; ¿por qué? El comunismo es lo natural. Además, es económico. Las sociedades europeas son más artificiales porque se han separado de la realidad.

PARADOX. —Me parece que eso sería muy largo de discutir y que, además, la solución en pro o en contra no nos resolvería ningún problema.

THONELGEBEN. —¿No piensan ustedes que aquí lo principal es hacer que el pueblo viva feliz?

PARADOX. —Sí; en eso estamos todos. En lo que disentimos es en la manera de darle esa felicidad.

GOIZUETA. —¿Y la religión? Yo supongo que se atentará hacer a estos negros cristianos.

PARADOX. —Y ¿por qué? Cada uno tendrá la religión que quiera. Ya ve usted, entre nosotros mismos no hay completa unanimidad; yo soy panteísta.

DIZ. —Yo, haekeliano.

THONELGEBEN. —Yo también.

GANEREAU. —Yo soy deísta, como Voltaire.

PARADOX. —¿Y usted, Sipsom?

SIPSOM. —Yo, anglicano. Aunque, la verdad, no practico gran cosa.

PARADOX. —¿Y usted, Thady Bray?

THADY BRAY. —Yo, presbiteriano.

DORA. —Pues yo soy católica.

BEATRIZ. —Y yo.

GOIZUETA. —Y yo. Y tenemos la seguridad de creer en la religión verdadera.

HACHI OMAR. —La verdad única es que no hay más que Alá, y Mahoma, su enviado.

GOIZUETA. —Cállate, perro moro. Mahoma es un granuja.

Hachi Omar saca un rosario y se pone a rezar por lo bajo.

PARADOX. —Y usted, Piperazzini, ¿qué religión tiene?

PIPERAZZINI. —Corpo di Baco! Yo creo, la verdad, que soy pagano.

PARADOX. —¿Y usted, Ugú?

U. —Yo todavía creo en las bolas de estiércol.

PARADOX. —¿Y usted, Beppo?

BEPPO. —Yo, señor, no soy más que cocinero.

PARADOX. —¿Y usted, Hardibrás?

HARDIBRÁS. —Yo no tengo más religión que la disciplina militar y el honor.

PARADOX. —Pues, señor, hay una unanimidad verdaderamente encantadora entre nosotros. Desde Beppo, que no cree más que en los manuales culinarios, hasta los que se elevan a las alturas del Corán y de la Biblia, ¡qué abismo!

Sigue la discusión de una manera tempestuosa. Dora exige que no se permita a un hombre el que tenga varias mujeres, y Beatriz le apoya en su petición; Ganereau quiere la declaración de los derechos del hombre y una Cámara de Diputados, y Diz y Thonelgeben se empeñan en que lo primero que debe hacerse es la repartición de las tierras.

Mientras discuten, va pasando la tarde sin que lleguen a un acuerdo. Sipsom, que sale con frecuencia, comprueba la agitación que existe entre los negros. Entra en el cuarto en donde están deliberando y se acerca a Thonelgeben.

SIPSOM. —Estamos perdiendo el tiempo de una manera lastimosa. Los negros se impacientan.

THONELGEBEN. —¿Y qué le vamos a hacer?

SIPSON. —Tengo un proyecto.

THONELGEBEN. —¿Cuál es?

SIPSOM. —Hacer rey a Paradox. ¿Qué le parece a usted?

THONELGEBEN. —Me parece muy bien.

SIPSOM. —¿Usted encuentra algún obstáculo? ¿Cree usted que su elección molestará a alguno?

THONELGEBEN. —Me parece que no. A no ser que le moleste a él.

SIPSOM. —Entonces, manos a la obra. Ayúdeme usted. Dígale usted a Paradox que le tenemos que enseñar una cosa desde la muralla.

THONELGEBEN. —Bueno.

Thonelgeben le habla a Paradox con gran misterio y salen los dos.

PARADOX. —¿Qué querrá este hombre? ¿Qué proyectos traerá?

Suben Paradox y Thonelgeben a la muralla. Sipsom, extendiendo sus brazos y mostrando a las turbas a Paradox.

SIPSOM. —¡Pueblo de Bu-Tata, aquí tienes a tu rey!

Todos los negros se acercan a la muralla y comienzan a dar gritos de entusiasmo.

PARADOX. (Indignado, queriendo bajar de la muralla.) —Pero ¿qué han hecho ustedes? ¡Me han engañado! ¡Yo no quiero ser rey!

SIPSOM. (Sin dejarle bajar.) —El voto popular lo ha decidido. El pueblo quiere que Paradox sea su rey; ¡Viva el rey Paradox!

Dentro y fuera de Fortunate-House:

¡Viva!

PARADOX. —Antes que la voluntad del pueblo está, en esta cuestión, la voluntad mía, y yo no quiero ser rey; que lo sea don Avelino.

TODOS. —¡Viva el rey Paradox!

HACHI. —¡Viva Muley Paradox!

TODOS. —¡Viva!

SIPSOM. —¡Viva la dinastía de los Paradoxidas!

TODOS. —¡Viva!

THONELGEBEN. —¡Viva Silvestre I!

TODOS. —¡Viva!

PARADOX. —¡Señores, señores! ¡Creo que están ustedes abusando de mi benevolencia real! Concluyamos pronto, porque si no, ahora mismo abdico y acaban en seguida los Paradoxidas.

Paradox baja de la muralla.

UN SUBLEVADO. (Acercándosele.) —¡Señor! Las vírgenes de Bu-Tata piden permiso para saludarte, ¡gran rey!, en este momento solemne.

PARADOX. —Que pasen esas buenas señoras.

Entra una cáfila de negras horribles y van haciendo grotescas ceremonias delante del rey. Después viene una comisión de guerreros y de sacerdotes, que invitan al rey Paradox a ir a Bu-Tata a coronarse allí.