EL PRIMER MINISTRO
EN la ciudad de Bu-Tata, capital del reino de Uganga, que es un conjunto de aduares formado por cabañas y cuevas pobrísimas, a orillas de un ancho río que se despeña en grandes cascadas. En un corral, cercado por una valla, están todos los náufragos.
LOS NEGROS. (Alrededor, a coro.) —¡Ron!… ¡Ron!
GOIZUETA. —¡Granujas! ¡Ya os daría yo ron con buena estaca!…
BEATRIZ. —¿Nos matarán, papá?
GANEREAU. —No, hija mía; no.
PARADOX. —¿Qué clase de negros son estos?
GOIZUETA. —Una clase bastante fea.
THONELGEBEN. —Son mandingos; una raza poco inteligente y muy cruel. Venden sus mujeres y sus chicos por cualquier cosa.
PARADOX. —¿Qué ángulo facial cree usted que tendrán?
THONELGEBEN. —No sé. Es un punto que no me preocupa, señor Paradox.
Se produce en la masa de negros un movimiento de curiosidad y se ve aparecer sobre las cabezas, en un palanquín dorado, un negrazo con sombrero de tres picos, levita azul con charreteras y sin zapatos.
El personaje desciende arrogantemente del palanquín y entra en el vallado, en donde están los náufragos prisioneros, seguido de su comitiva.
EL MINISTRO FUNANGUÉ. —¡Ron! ¡Ron!
GOIZUETA. —No hay ron.
Funangué frunce el ceño; Paradox, para apaciguarle, le ofrece su reloj.
FUNANGUÉ. —Yo no querer tu animal; morirse en mis manos.
PARADOX. —No morirse, no. Todos los días darle vida así.
Funangué sonríe, dándole cuerda al reloj.
FUNANGUÉ. —¿Sois ingleses?
PARADOX. —Sí.
FUNANGUÉ. —¿Tenéis huesos?
PARADOX. —Sí. Muchos. Sólo en la cabeza tenemos el frontal, los dos parietales, los dos temporales, el occipital…
FUNANGUÉ. —Y ¿sois blancos por todo el cuerpo?
PARADOX. —Por todas partes. Eso depende de que los corpúsculos de Malpighio…
FUNANGUÉ. (Indicando el reloj.) —¿Tu animal es para mí?
PARADOX. —Sí.
FUNANGUÉ. —Gracias, muchas gracias. (Agarrando a uno de su escolla de la oreja y dirigiéndose a Paradox.) Toma este otro animal para ti. Sabe un poco de inglés.
El caballero Piperazzini saca un terrón de azúcar del bolsillo y se lo ofrece al primer ministro. El hombre lo prueba, luego lo come y se relame después.
FUNANGUÉ. —¿No tenéis ron, de veras?
SIPSOM. —No; aquí, no. Pero lo sabemos hacer.
FUNANGUÉ. —¿En cuánto tiempo lo podéis hacer?
SIPSOM. —En siete u ocho días.
FUNANGUÉ. —Yo pensaba mataros, pero esperaré a que hagáis el ron.
SIPSOM. —Te advierto que necesitamos instrumentos que se han quedado en el sitio donde estábamos.
FUNANGUÉ. —Se irá a buscarlos y os los traerán.
SIPSOM. —Nadie los conoce más que nosotros.
FUNANGUÉ. —Entonces pediré permiso al rey para que os deje marchar. Bagú, el Gran Mago, ha dicho que es necesario mataros para apaciguar a la Luna, pero esperaremos.
SIPSOM. —Harás bien. La Luna esperará también sin impacientarse. Te daremos ron; te daremos oro; te daremos telas bonitas; todo será para ti.
FUNANGUÉ. —¿Todo para mí?
SIPSOM. —Todo.
FUNANGUÉ. —Hasta mañana.
El primer ministro sale del vallado, sube al palanquín poniendo el pie en la espalda de un negro y se aleja.
GOIZUETA. (Contemplando al negro regalado por el ministro) —Y este chato se ha quedado aquí. ¿Qué hacemos con él?
PARADOX. (Al negro) —¿Y tú no te vas?
UGÚ. —Yo, no; yo soy vuestro.
PARADOX. —¿Cómo te llamas?
UGÚ. —Ugú, que en nuestro idioma quiere decir el bello.
PARADOX. —¡Hombre, es interesante! Ugú…, que quiere decir el bello…; voy a apuntarlo.
SIPSOM. —¿Y tú crees que nos matarán?
UGÚ. —Sí.
SIPSOM. —Y ¿no habrá medio de salvarnos?
UGÚ. —Prometedle algo a Bagú el Mago.
SIPSOM. —Y ¿quién es ese hombre?
UGÚ. —Es el mago más sabio de toda Uganga.
SIPSOM. —Y ¿qué hace?
UGÚ. —Conoce las treinta y tres maneras de aplacar al Fetiche. Tiene además una calabaza llena de cosas excelentes para contentar a la Luna y unas bolas de estiércol muy eficaces para acertar el porvenir.
PARADOX. —Y ¿acierta?
UGÚ. —Pocas veces.
PARADOX. —Vamos…, casi nunca.
UGÚ. —Es verdad.
PARADOX. —Pero ¿se sigue creyendo en él?
UGÚ. —Es natural; es mago.
SIPSOM. —Y ¿qué vicios tiene ese hombre? ¿Es borracho?
UGÚ. —No.
SIPSOM. —¿Es avaro?
UGÚ. —Algo.
PARADOX. —Sí; es vicio de magos y de hierofantes.
SIPSOM. —¿Es fanático?
UGÚ. —Mucho.
SIPSOM. —¿Es cruel?
UGÚ. —Más.
SIPSOM. —¿Es ambicioso?
UGÚ. —Más aún.
SIPSOM. —¿Le gustan las mujeres?
UGÚ. —Quiere casarse con la princesa Mahu, la hija del rey.
SIPSOM. —Y ¿ella le quiere?
UGÚ. —No. Ella quiere a Hi-ji, que es un esclavo de su padre.
PARADOX. —¿Quién será este otro pingüinillo que viene por ahí?