EN TIERRA
ESTÁ amaneciendo. Dora, Beatriz y Môme Fromage calientan agua en una gran tetera; los demás hablan alrededor del fuego.
SIPSOM. —Creo que es conveniente hacer el resumen de nuestra situación. Estamos en África. ¿En qué latitud?… No lo sabemos; pero lo más probable es que el punto en donde nos encontramos esté en la costa de Guinea. No quedan víveres más que para unos días.
BEPPO. —Hay dos sacos de arroz.
SIPSOM. —Todo eso lo consumiremos pronto, y entonces lo más probable es que el hambre nos obligue a internarnos en el continente. Tendremos que sufrir grandes contrariedades: y como la desgracia desune, es posible que cada uno quiera tirar por su lado, lo cual sería un grave inconveniente para la salvación de todos. Propongo, pues, que se nombre un jefe.
TODOS. —Aceptado.
PARADOX. —Goizueta ha sido nuestro capitán en el mar, ¿por qué no ha de serlo también en tierra?
SIPSOM. —Yo propongo al señor Paradox.
THONELGEBEN. —Me parece el mejor.
TODOS. —Aceptado, aceptado.
PARADOX. —No, yo no.
GOIZUETA. —No tiene usted más remedio que aceptar.
PARADOX. —Entonces, acepto.
DIZ. (Por lo bajo.) —¡Farsante! ¡No quiere más que darse tono!
PARADOX. —Puesto que me asignan ustedes un papel tan importante, trataré de salvar, como mejor pueda, los intereses comunes.
SIPSOM. —Usted dispone lo que tengamos que hacer ya desde hoy.
PARADOX. —Lo primero que vamos a hacer es construir una balsa sólida y sacar todo lo que podamos de la Cornucopia.
DIZ. —Y ¿no sería mejor?…
PARADOX. —No, no sería mejor, don Avelino. Creo que la Cornucopia se va a desbaratar muy pronto; ¿no le parece a usted, Goizueta?
GOIZUETA. —Es muy probable que antes de una semana no le quede ni un madero.
PARADOX. —Vamos, señores.
BEATRIZ. (Sirviendo el té.) —Tienen ustedes suerte. Hay tazas para todos; no se pueden ustedes quejar.
Van tomando el té.
PARADOX. —¿Estamos?
SIPSOM. —Sí.
PARADOX. (A las mujeres.) —Ustedes, mientras nosotros hacemos la balsa, se dedican a secar los fusiles y las armas por si les ha atacado la humedad.
DORA. —Muy bien, señor Paradox.
PARADOX. —Hardibrás y Beppo les harán compañía.
HARDIBRÁS. —A la orden, mi capitán.
PARADOX. —Puede usted dedicarse a pescar, señor Hardibrás, mientras Beppo hace la comida. Es un entretenimiento muy filosófico.
BEPPO. —¡Hacer la comida! ¿Con qué, señores, si no hay más que arroz y queso?…
PARADOX. —Y ¿le parece a usted poco un alimento tan completo que tiene una gran cantidad de nitrógeno?
SIPSOM. —Una advertencia a las señoras. Como el desembarcadero no está cerca y, en el caso de que gritaran ustedes, no les oiríamos, la bandera de la Cornucopia está aquí; si nos necesitan, la tremolan en el aire… Habrá quien tenga cuidado de mirar a cada momento.
DORA. —Está muy bien, señor Sipsom. ¡Muchas gracias!
Marchan todos, y bajo la dirección de Goizueta se ponen a trabajar en la balsa hasta darle la suficiente consistencia. Le ponen un palo con un petifoque, y unas veces a impulsos del viento y otras a remolque de la lancha, llegan a la Cornucopia.
Arrancan del barco todas las tablas que pueden, forman otra balsa con maderas y barriles y las dos cargadas vuelven a la isla a fondear en el desembarcadero.
Al mediodía van a la tienda de campaña. Hardibrás ha encontrado un criadero de ostras. Beppo ha hecho una sopa de arroz. Comen, y durante la tarde van descargando las dos balsas.
Al día siguiente, por la mañana, al levantarse, miran al mar. Del casco de la Cornucopia no queda más que la armazón batida por las olas que se cruzan y llevan flotando entre sus espumas trozos de cordajes y de maderas.
SIPSOM. —Ahora debemos empezar la construcción de la casa. Creo que no nos podremos quejar. Vamos a estar mejor de lo que queremos.
DORA. —¿De veras?
PARADOX. —Hay hasta cristales. Eso me parece un lujo inútil. Hay agua, comida… Beppo ha encontrado unas bananas que, machacadas, se comen como pan. ¿Qué más se puede desear?
BEATRIZ. —La verdad es que, dentro de la desgracia, tenemos suerte.
SIPSOM. —Yo prefiero estar aquí que no en Europa. Es mucho más divertido.
DIZ. —Yo también.
PARADOX. —Yo casi lo preferiría si no pesara sobre mi este cargo que me han conferido ustedes.
DIZ. —¡Farsante!
Mientras hablan, dos negros espían y escuchan la conversación. Pasa el día. Los náufragos entran en la tienda de campaña, y en este momento dos grandes canoas que bajan, por el río doblan la punta de la isla, entran en el canal y van acercándose con precaución, sin meter ruido alguno, al embarcadero.
Atracan las dos canoas, y de ellas van saliendo negros y más negros armados de lanzas, hachas y azagayas. Uno de los salvajes corta las cuerdas que sostienen la tienda de campaña, que cae sobre los que duermen, envolviéndolos en los pliegues de la tela.
TODOS. —Pero ¿qué hay? ¿Qué pasa?
LOS NEGROS. —¡Masimké! ¡Masmké!
Los van prendiendo uno a uno, atándoles las manos y llevándolos a sus canoas. Yock y Dan, el perro danés de Sipsom, les siguen.