EL DESEMBARCO
ES de noche. El cielo está oscuro; el mar, borrascoso. Diz de la Iglesia pasea por el puente haciendo guardia. La Cornucopia está anclada a unas cuantas millas de la costa. El viento ha refrescado.
DIZ. —¿Tendremos otra tempestad? Sería un ensañamiento de la suerte; llueve y relampaguea. El tiempo toma mal cariz. (Van sucediéndose ráfagas de viento, cada vez más impetuosas. Se oye a lo lejos el sonar de los truenos.) Sería cosa de avisar al capitán; aunque quizá no tenga esto importancia alguna. Pero la lobreguez de la noche espanta. (De tiempo en tiempo se siente el golpe que da la amarra del ancla al distenderse. De pronto, el golpe cesa.) ¡Qué bamboleos! ¡Qué barbaridad! Cualquiera diría que el barco se mueve. Es una ilusión; sí, es una ilusión, sin duda, pero creo que sería conveniente avisar al capitán. (Entrando en la cámara de popa.) ¡Goizueta! ¡Goizueta!
GOIZUETA. —¿Qué pasa?
DIZ. —Que el tiempo presenta muy mal aspecto.
GOIZUETA. —¡Bah! Estas borrascas del trópico son como los dineros del sacristán, que cantando se vienen y cantando se van.
DIZ. —Sin embargo, creo que convendría que subiera usted por si hay que hacer algo.
Salen Goizueta y Diz sobre cubierta. El viento silba con violencia.
GOIZUETA. —Mala señal. Las olas no vienen del lado del viento. Pero ¿qué pasa? ¡Navegamos! La amarra del ancla se ha debido romper. (Corre y retira la amarra, con el ancla rota. Las uñas, parte de la caña y el cepo han quedado en el fondo.) No, lo que se ha roto es el ancla. Despierte usted a todos. Estamos cerca de tierra; vamos a encallar.
Goizueta sabe al puente, mientras Diz de la Iglesia entra en la cámara a llamar a todo el mundo. El pánico es terrible. Despertadas bruscamente, nadie se da cuenta de lo que pasa. Le piden explicaciones a Diz. En esto se siente un golpe ligero del timón en la arena; luego, una conmoción, tan brusca, tan fuerte, que hace crujir el barco. La goleta queda varada en un bajo de piedras. Una ola la empuja por un lado; la embarcación se mantiene un momento en equilibrio inestable; pero un nuevo golpe de mar, atacándole por el flanco, la hace tumbarse y queda tendida sobre el arrecife. El suceso pone a todos en la mayor consternación. Ya no se preguntan qué ocurre, lo han comprendido al instante. Salen sobre cubierta. El buque se va llenando de agua.
GOIZUETA. —Tranquilidad, señores. El peligro no es grande. Vamos a desembarcar. La costa está cerca. Creo que tenemos tiempo para hacer las cosas despacio y bien. A ver, cuatro hombres, que bajen el bote y lleven a las mujeres a la costa. Que se quede uno con ellas y que vuelva el bote aquí. ¡Pronto!
A la luz de antorchas embreadas echan el bote al agua, bajan las tres mujeres y con ellas Thady Bray, Ganereau, Sipsom y Thonelgeben.
El bote se larga y desaparece en la oscuridad.
Los que quedan en la Cornucopia toman palos y tablas; los atan fuertemente y van clavando maderas y puertas, que arrancan de los camarotes. Echan la balsa al agua, la amarran y Paradox se encarga de cuidar de que no golpee contra la embarcación. Luego atan a la balsa barriles vacíos. Se saca a cubierta la pólvora, armas y provisiones, que se echarían a perder si se mojaran, y esperan todos en el castillo de popa, silenciosos, que vuelva el bote. De cuando en cuando alguna ola furiosa choca con los escollos y contra el barco y salta una nube de espuma por encima de él.
PARADOX. —Y estos golpes furiosos del mar, que revientan sobre el buque, ¿no podrán llegar a desbaratarlo?
GOIZUETA. —No; creo que no.
Llega la luz del día, tan ansiada. Se dibuja entre la niebla la línea de la costa. Enfrente, a una legua de distancia, aparece una línea de arrecifes y una isla pequeña en la desembocadura de un río. Bandadas de gaviotas pasan chillando. Se ve acercarse el bote, que viene de vuelta.
SIPSOM. (Desde el bote.) —Las mujeres y Ganereau han quedado allí. La isla parece deshabitada; tiene agua y una ensenada al abrigo de los temporales.
GOIZUETA. —Vamos a terminar la balsa. Llevemos lo más necesario, y si mañana el mar está tranquilo, volveremos de nuevo.
Trabajan todos en la construcción de la balsa y van sacando de los camarotes lo que cada cual conceptúa como más útil.
GOIZUETA. —¿Está todo? No hay que cargar demasiado.
PARADOX. —Debe de haber una tienda de campaña. Hay que llevarla.
GOIZUETA. —Está bien; dentro de un momento comenzará a subir la marea, y hay que largarse. Si falta algo, dejémoslo para mañana.
Siguen trabajando hasta que Goizueta da la orden de partida. Entran en el bote y van remolcando la balsa, que avanza muy despacio. Rebasan la primera línea de arrecifes, y siguiendo las indicaciones de Thady Bray entran por un canal de bastante fondo. Al acercarse a la isla, la marea les lleva a un sitio alejado de donde han desembarcado por la mañana. Hacen redoblados esfuerzos para no dejarse arrastrar por al corriente, y pueden atracar en una playa de arena sembrada de grandes rocas. Sujetan la balsa con amarras y van desembarcando armas, víveres, municiones y otra porción de objetos. Paradox coloca la tienda de campaña. Ganereau y las mujeres han encendido una gran hoguera y han traído agua. Cenan galletas, queso y té. Se secan la ropa al fuego y al anochecer se tienden todos a dormir, menos un centinela, que se releva para vigilar y cuidar de la lumbre.