CONFIDENCIAS
DE noche, en el comedor de la Cornucopia.
GANEREAU. —¿Saben ustedes que tenemos concierto a voces solas?
DON PELAYO. —¿Quién va a cantar?
GANEREAU. —Primero, el señor Mingote.
PARADOX. —¿El recaudador general de las contribuciones directas e indirectas?
DON PELAYO. —El mismo debe ser. Entonces yo brillaré por mi ausencia en ese concierto.
GANEREAU. —¿Y por qué?
DON PELAYO. —Porque ese señor Mingote canta como una vaca.
Sale Ganereau y quedan de sobremesa don Pelayo y Paradox.
PARADOX. —Y oiga usted, ¿por qué no ha venido Wolf con nosotros?
DON PELAYO. —Hay un pique entre él y Chabouly, y tendrán que conferenciar los dos en Tánger.
PARADOX. —¿Y quién es ese Chabouly?
DON PELAYO. —¿No sabe usted quién es Chabouly?
PARADOX. —No.
DON PELAYO. —Sí, hombre; ese francés, fabricante de chocolate, el inventor de la crema napolitana.
PARADOX. —Y ¿qué tiene que ver la crema napolitana con el Cananí?
DON PELAYO. —Tiene que ver, porque ese chocolatero ha comprado unos terrenos en el África y se ha nombrado emperador de la Nigricia Oriental.
PARADOX. —¡Demonio! Entonces es un personaje.
DON PELAYO. —¡Ya lo creo! Y ahora están pendientes las negociaciones diplomáticas entre el Cananí y la Nigricia Oriental.
PARADOX. —Y si no hay arreglo, ¿qué pasará? ¿Se declarará la guerra?
DON PELAYO. —¡Sería de lamentar!
PARADOX. —¿Tienen ustedes confianza en el ministro de la Guerra? ¿Tiene dotes de organizador o es un bolo, como los ministros españoles?
DON PELAYO. —¿Quién, Ferragut?
PARADOX. —Pero Ferragut ¿no es el jefe del Estado Mayor?
DON PELAYO. —Sí; es el jefe del Estado Mayor y ministro interino de la Guerra; pero organizador creo que no es. Hombre de recursos, sí; eso, sí. Estando en Londres, se le ocurrió vender el Retiro de Madrid para cuando viniese don Carlos a ocupar el trono de España.
PARADOX. —Y ¿lo vendió?
DON PELAYO. —En tres o cuatro mil reales.
PARADOX. —Y ¿cómo encontró comprador?
DON PELAYO. —Hay compradores para todo. Recuerde usted cómo yo vendí aquellas ratoneras.
PARADOX. —Es verdad.
DON PELAYO. —Otra vez Ferragut tomó parte en una falsificación de billetes que se hizo en Londres.
PARADOX. —¿De manera que es un ave de rapiña? ¿Un individuo del género Vultur, quizá un Sarcoramphus?
DON PELAYO. —¡Vaya usted a saber!
PARADOX. —Siga usted, don Pelayo, siga usted indicando los caracteres de esa ave rapaz.
DON PELAYO. —Pues cuando se hizo la falsificación se pensó cambiar al mismo tiempo los billetes falsos en París, Amsterdam, Bruselas y otras ciudades, y en París el corresponsal era el coronel Ferragut. El hombre, como es un impaciente, cuando recibió su medio millón de francos, en billetes, lo primero que hizo fue meterlos en una maleta e irse a una casa de banca a cambiarlos.
PARADOX. —¿Todos de una vez?
DON PELAYO. —Sí. Entró en la casa de banca y dijo: «Tengo una gran cantidad de billetes y quisiera cambiarlos en oro.» «¿A cuánto asciende esa cantidad?», le preguntó el dependiente. «A medio millón de francos», contestó él. El dependiente quedó alelado. «Haga usted el favor de volver dentro de una hora.» Ferragut volvió. Enseñó sus billetes, y dos caballeros que había en la casa de banca le invitaron amablemente a que les acompañase a la cárcel.
PARADOX. —¡Oh, entonces no pertenece al género Vultur, no! Es un Strix vulgar. Si llegamos a tener guerra con la Nigricia Oriental, me temo que este hombre no nos va a llevar a la victoria.
DON PELAYO. —Yo también me lo temo, don Silvestre.
PARADOX. —Oiga usted: y el gordo, amigo de usted, el recaudador general de contribuciones directas e indirectas, ¿qué clase de hombre es?
DON PELAYO. —¿El divino Mingote?
PARADOX. —Sí.
DON PELAYO. —Es uno de los pocos hombres sublimes que nos quedan en España.
PARADOX. —Me hace el efecto de uno de esos cetáceos carnívoros o sopladores que reciben esta último nombre por la existencia de un aparato hidráulico en la parte superior de la cabeza.
DON PELAYO. —No, no lo crea usted. Es un hombre de agallas. ¡Un hombre que, con su físico y con su edad, ha vivido durante años y años del amor!
PARADOX. —Vamos, una especie de molusco de esos que con un par de branquias y un sistema de brazos o tentáculos largos y flexibles y provisto en su superficie de ventosas ya están despachados. Y ¿cómo ha entrado ese señor de Mingote en la burocracia de la República del Cananí?
DON PELAYO. —Este Mingote, últimamente, tenía en Cáceres un periódico de cuestiones de ganado.
PARADOX. —¡Ah! ¡Muy importante! ¡Las cuestiones de ganado!… Ya lo creo. Hace poco me decía un senador que en esas cuestiones está la regeneración de España.
DON PELAYO. —Pues ya ve usted; a pesar de esto, el periódico no se vendía, y Mingote se marchó a Lisboa. Estaba allí muriéndose de hambre, perseguido por los acreedores, deseando escapar, y para marcharse se le ocurrió escribir un anónimo a la policía portuguesa denunciándose a sí mismo.
PARADOX. —¿Y qué adelantaba con eso?
DON PELAYO. —Que lo expulsaran del país. Decía así en su carta confidencial: «El peligroso revolucionario español don Bonifacio Mingote ha venido a Lisboa con el propósito de matar al rey con una flecha envenenada.» Ya sabe usted lo que es la gente de Portugal.
PARADOX. —¡Ya lo creo! Tribus ibéricas con alguna mezcla aria.
DON PELAYO. —Pues la policía de Portugal expulsó a Mingote y lo llevaron a Londres y allí conoció a Wolf.
PARADOX. —Y diga usted: ese italiano alto, flaco, con los bigotes llenos de cosmético, que parecen agujas, ¿quién es?
DON PELAYO. —Ese es el caballero Piperazzini. Un caballero de industria; dice que va de turista, pero la verdad es que va al Cananí a poner una casa de juego.
PARADOX. —¡Ah! Conocemos el género: Lacerta africana, camaleón vulgar, familia de los saurios. Se distinguen por tener la lengua larga y extensible, la cola prensil y los dedos divididos en dos paquetes mutuamente oponibles. ¡Ya, ya! Los conocemos. ¿Y esa señora flaca que habla con él?
DON PELAYO. —Esa es miss Pich, una gran escritora.
PARADOX. —Y ¿en dónde escribe?
DON PELAYO. —Creo que tiene un periódico de mujeres solas, porque es una feminista rabiosa. Dice a todo el que quiere escucharla que los hombres son seres inferiores.
PARADOX. —Antropofobia natural, muy humana. Muy bien. ¿Y la otra gorda, pintada?
DON PELAYO. —Es una exbailarina del Moulin Rouge, que está recomendada al capitán.
PARADOX. —¿Va también al Cananí esa palomita?
DON PELAYO. —No; creo que va a Las Palmas. Quizá ahora esté cantando sobre cubierta. Salgamos a dar un paseo.
PARADOX. —Bueno, vamos.
Suben a cubierta y se encaminan hacia la toldilla de popa. Hay luna llena y el mar está tranquilo.
DON PELAYO. —¡Qué admirable temperatura! ¿Eh?
PARADOX. —Deliciosa.
DIZ. —Vaya una noche de invierno, señores. Estamos a veintidós grados centígrados. En París, según noticias de Ganereau, se ha helado el Sena.
PARADOX. —Y ¿qué tal el concierto?
DIZ. —Ahora mismo va a empezar.
PARADOX. —Entonces no deben ustedes perder una nota; yo me voy a dormir.
En medio del grupo de pasajeros, Mingote se levanta de su silla, extiende la mano hacia el mar, como si quisiera dominarlo, y canta, desafinando horriblemente.
MINGOTE (cantando):
Dichoso aquel que tiene
la casa a flote,
la casa a flote…
TODOS. —Pero ¡qué mal!… ¡Qué barbaridad!
MINGOTE (siguiendo):
y oliendo a brea…
y oliendo a brea…
TODOS. —¡Qué horror! ¡Qué música más desagradable!
Mingote, que acaba de hacer una porción ríe calderones; tan pronto con voz de bajo prendo como en falsete, elogiando el olor de la brea, termina su canción y se acerca al grupo de los espectadores.
MINGOTE. (Modestamente.) —Sí, yo siempre he tenido mucha afición a la música.
SIPSOM. —Pues no se conoce.
MINGOTE. —¿Lo dice usted por la voz?
SIPSOM. —No, lo digo por todo.
MINGOTE. —Es que lo mejor que tengo es la voz, y se me ha tomado con el aire del mar. Ya usted ve: Gayarre, el mismo Gayarre, me solía decir: «Si tú algún día sales a las tablas, yo me retiro.»
SIPSOM. —Pues sí que se ha debido operar en usted una transformación…
MINGOTE. —Completa. Ya ve usted: ahora canto casi mal.
SIPSOM. —No; mal del todo.
HARDIBRÁS. (Que de pie, apoyado el cuerpo en la borda y la mano en el bastón, parece un mochuelo.) —Mal del todo, digno de que le fusilen sobre la marcha.
MINGOTE. —¡Qué señor más gracioso! Me recuerda un inglés que conocí en Lisboa…
TODOS. —Ahora, un momento de silencio, que va a cantar esta señora.
LA MÔME FROMAGE (con voz de rata):
Un jour un brave capitaine
se trouvant pris par des brigands…
GANEREAU. —Pero ¡esta mujer no tiene voz!
SIPSOM. —La ancianidad. ¿Cuántos años cree usted que tiene?
GANEREAU. —¿Cincuenta?
SIPSOM. —Más; es del tiempo de las sillas de posta.
LA MÔME FROMAGE (concluyendo su canción):
J’connais pas mal des femm’s oui-da
qu’auraient agi comm’ça.
TODOS. —¡Bravo! ¡Muy bien!
GANEREAU. —Ahora vamos a tener un rato de acordeón. El joven Thady Bray, grumete de la Cornucopia, tocará algunas canciones escocesas.
Thady Bray comienza a tocar el acordeón.