EL GALLO Y EL GENERAL
EL dining-room, hotel Continental, en Tánger.
Desde la ventana del comedor se ven el mar y el cielo, azul, puro, sin una nube. En la bahía hay cuatro o cinco vapores. La playa está radiante de luz. En el muelle, bajo el sol de invierno que brilla espléndido, hormiguean los cargadores, medio desnudos, con las piernas al aire. Pasan negros bronceados, llevando cajas y barriles en angarillas sostenidas en los hombros; pasan marineros; corretean chicos, con faz rojo, y al lado de los moros graves y solemnes, de jaique blanco, gran turbante y ademanes de zarzuela, discurren los judíos de mirada suspicaz, y por en medio de todos ellos pasean las mises, de sombrerito de paja, protegidas por la sombrilla roja y blanca, y acompañadas por los correctos gentlemen.
ABRAHAM WOLF. —¿Y qué tal ha dormido usted, señor Paradox?
PARADOX. —No muy bien. La preocupación del viaje me ha desvelado, y cuando ya iba a conciliar el sueño me ha hecho saltar de la cama una algarabía infernal de dulzainas y tambores.
WOLF. —Y ¿qué podría ser eso? Vamos a preguntarle a mi criado; él lo sabrá, ¡Hachi! ¡Hachi Omar!
HACHI. —¿Qué hay señor?
WOLF. —¿Tú sabes si esta noche pasada dieron alguna serenata por aquí cerca?
HACHI. (Con malicia.) —Sí, tú también lo sabes.
WOLF. —Bueno. Supón, como siempre, que lo sé todo, pero haz el favor de decírmelo como si no lo supiera. Este señor acaba de venir a Tánger y no está enterado de las cosas del pueblo.
HACHI. —Tú ya sabes, tan bien como yo, que aquí cerca vive el sheriff de Wasan, y que a él le dan la música.
WOLF. —¡Ah! Pues eso es lo que le ha despertado a usted, señor Paradox. Está bien, Hachi Omar; puedes marcharte. (A Paradox y a Diz.) ¿Qué proyectos tienen ustedes para hoy, señores? ¿Les parece que hagamos una excursión al cabo Espartel?
PARADOX. —A mí, muy bien.
DIZ. —A mí, también.
WOLF. —¡Hachi Omar!
HACHI. —¡Señor!
WOLF. —Encárgate de buscar y traer en seguida cuatro caballos.
HACHI. —Muy bien, señor.
WOLF. —Oye, ¿tú sabrás el camino del cabo Espartel?
HACHI. —Vosotros también lo sabéis.
WOLF. —Bueno; pero ¿tú lo sabes?
HACHI. —Lo mismo que vosotros.
WOLF. —Es terco como una mula este discípulo de Mahoma y suspicaz como nadie. Siempre cree que se están riendo de él. (A Paradox y a Diz.) ¿Quieren ustedes que echemos una partida de billar mientras viene Hachi Omar con los caballos?
PARADOX. —Sí; vamos allá.
Entran en la sala de billar, en donde el general venezolano Pérez y su hija Dora juegan con un médico español y con un inglés desconocido que se parece a Chamberlain.
EL GENERAL PÉREZ. —¿Venían ustedes a jugar, señores?
WOLF. —No; nada más que a pasar un rato. Vamos a ir de excursión al cabo Espartel.
DORA. —¿Hoy mismo?
WOLF. —Sí; estamos esperando los caballos.
DORA. (Dejando el taco.) —Pues me uno a la expedición.
EL MÉDICO. (Haciendo lo mismo.) —Y yo.
EL INGLÉS. —Y yo también.
EL GENERAL PÉREZ. —No estará eso muy lejos, ¿eh?
EL MÉDICO. —No; un par de horas a caballo solamente.
EL GENERAL PÉREZ. —Es mucho; hay para fatigarse… y eso que yo estoy acostumbrado… (A Paradox.) Ya ve usted, mi amigo, en más de cien combates que he tomado parte…
MÉDICO. —¿A quién le falta caballo?
DORA. —A mi padre y a mí, por de pronto.
EL MÉDICO. —Dentro de diez minutos los tendrán ustedes.
Poco después, a la puerta del hotel, van montando los expedicionarios. De pronto se acerca a Wolf un tipo extraño. Es un hombre enjuto, envuelto en un gabán negro; tiene una pierna y un brazo de palo. Además le falta un ojo, lo que oculta con el sombrero torcido.
HARDIBRÁS. (Descubriéndose.) —Señor Wolf, no se olvide usted de mi encargo.
WOLF. —No tenga usted cuidado.
El hombre hace una reverencia, se encasqueta el sombrero, se retira cojeando y se queda apoyado en la pared.
PARADOX. —¿Quién es este hombre tan fatídico?
WOLF. —Es un aventurero que quiere que se le lleve al Cananí. Ha estado en varias guerras y en cada una ha perdido algún miembro.
PARADOX. —Y ¿qué va usted a hacer con él?
WOLF. —No sé. Es tuerto, cojo, manco, tiene dos cicatrices en la cara, una en la frente y dieciséis heridas en el cuerpo, y todavía dice que no hay nada como la guerra.
PARADOX. —Será un humorista.
WOLF. —No. Es un hombre que tiene vocación para el heroísmo.
PARADOX. —Para el heroísmo… y para la ortopedia.
WOLF. —¡Qué quiere usted, señor Paradox! Yo creo que todas las locuras son respetables.
PARADOX. —Y yo también. ¿Y cómo se llama este hombre fragmentario?
WOLF. —Hardibrás.
PARADOX. —Es un buen nombre de perro de aguas.
WOLF. —Pues ya ve usted, es un héroe. Señores, vamos andando.
Comienzan a bajar todos en fila por una estrecha callejuela en cuesta. Abriendo la marcha va Hachi Omar, montado en una burra parda, haciéndose paso entre la gente y gritando: «Balac! ¡Balac!», que en árabe quiere decir: ¡Cuidado! ¡Cuidado!
A la salida del pueblo, Dora, El Inglés y el Médico ponen sus caballos al trote.
DORA. —¡Este caballo no tiene sangre!… Le doy con el látigo y no quiere correr.
EL MÉDICO. —Yo le prestaría a usted mi jaca, pero no lo hago porque es muy traviesa y podría tirarle a usted.
DORA. —Por eso no lo deje; a mí no me tira.
EL MÉDICO. —Me ha tirado a mí, que soy un jinete regular.
DORA. —Eso no importa.
EL MÉDICO. —Creo que se jacta usted demasiado, Dora.
DORA. —No es jactancia, es seguridad. Vamos A cambiar de silla.
Dora salta de su caballo, y en un momento quita la montura. El Médico sustituye su silla por la de Dora.
EL MÉDICO. (Ayudando a montar a la muchacha.) —Bueno; pero tenga usted cuidado. No haga usted ninguna imprudencia.
DORA. —¡Qué imprudencia he de hacer! (Se acomoda en la silla y se arregla la falda.) ¡Bah!, no es tan fiero este animal como usted dice.
EL MÉDICO. —No se descuide usted, por si acaso. (En esto, se cruza un borriquillo en el camino. La jaca se encabrita y se pone sobre las patas traseras.) ¡Tenga usted cuidado!
DORA. (Riendo.) —No haga usted caso.
El animal sigue dando brincos. La americana afloja las riendas, y cuando el caballo baja la cabeza le da con toda su alma un fustazo. Bola el caballo y comienza a galopar frenéticamente. El sombrero de la americana cae sobre su espalda, y caballo y jinete desaparecen al trasponer una colina. Poco después se presenta Dora; el caballo viene sudando, ya vencido.
EL MÉDICO. —Si que es usted una amazona de primera. Yo soy un buen jinete, pero creo que me hubiese caído.
A la hora y media de salir de Tánger, Dora, el Inglés y el Médico llegan a los faros del cabo Espartel. Al poco rato aparece Hachi Omar, en su burro, que viene trotando a pesar de la carga. El moro saca las provisiones de las alforjas y prepara la mesa en un prado.
Llegan después Wolf y Diz de la Iglesia y, por último, Paradox y el General. Un moro, con un jaique haraposo, ata los caballos a unas argollas que hay en un murallón.
HACHI. (A Wolf.) —Si esperáis un rato, yo traer cuscus bueno.
WOLF. —Esperaremos.
EL INGLÉS. —Mientras tanto podíamos tomar un poco de whisky.
EL GENERAL. —Excelente idea.
El Inglés llena los vasos del Médico, del General y el suyo.
EL INGLÉS. —Y ¿ustedes, señores?
WOLF. —¡Oh!, yo no; no bebo alcohol. Soy de la Sociedad de Templanza.
EL INGLÉS. —Yo también; pero en Inglaterra, no en África. (A Paradox.) Y ¿usted, señor?
PARADOX. —Gracias, muchas gracias; me lo prohíbe mi religión.
EL INGLÉS. (A Diz.) —Y ¿usted?
DIZ. —A mí me lo prohíbe el hígado.
EL INGLÉS. (Aparte.) —Mejor; así habrá más.
EL MÉDICO. —Oiga usted, general. ¿Quiere usted que le demos un poco de whisky a ese gallo? Ya verá usted cómo se emborracha.
EL GENERAL. —Hombre, sí; tiene gracia eso.
El Médico y el General persiguen al gallo, y después de muchas tentativas llegan a acorralarlo y a cogerlo. El Médico lo pone entre sus piernas, le abre el pico y le echa medio vaso de whisky dentro, a pesar de sus protestas. El animal, al quedar libre, intenta huir y va dando traspiés y tambaleándose, entre las carcajadas de todos.
EL GALLO. —¿Qué horrible veneno me han dado estos extranjeros?… ¡Qué extrañas ideas cruzan por mi mente!… Siento locos impulsos, deseos estrambóticos… ¡Que Dios castigue a estos desconocidos que así turban el reposo espiritual de un buen padre de familia!
Paradox se aleja seguido de Yock, indignados ambos al ver la tropelía que han cometido con el gallo; Paradox se acerca al pretil del faro a contemplar al mar. Allá enfrente se divisa la costa de España. Vejer, Tarifa. A la derecha, la entrada del estrecho de Gibraltar.
PARADOX. —Sólo la Naturaleza es recta; sólo la Naturaleza es justa y honrada. ¡Oh! ¡Tierras misteriosas! ¡Tierras lejanas y desconocidas! Estoy anhelando pisar vuestro suelo. Allí donde se viva naturalmente; allí donde no haya generales americanos; allí donde no se emborrache a los gallos quiero yo vivir.
VOCES. —¡Paradox, Paradox!, que ya está el cuscus.
PARADOX. —¡Voy!
Hachi Omar ha puesto la mesa y en medio ha colocado una enorme cazuela colmada de una especie de arroz blanco amarillento.
EL MÉDICO. —Hagan ustedes el favor de servirse todos, porque yo, y pido permiso para ello, voy a comer el cuscus con la mano, a estilo moro.
DORA. —Delante de mí no lo hará usted.
EL MÉDICO. (Desolado.) —Pero ¡si es como sabe mejor el cuscus!
EL GENERAL. —Sí, coma usted así; yo haré lo mismo.
DORA. —Pues yo me vuelvo de espaldas.
Van acabando de comer.
PARADOX. —Debíamos acercarnos a esas peñas que se ven a lo lejos.
HACHI. —Ser tarde, señor. Hacerse en seguida de noche. No ver bien el camino por no haber luna. Ahora mismo salir.
PARADOX. —¿Tan pronto?
EL GENERAL. —Sí; si no, podríamos perdernos.
Van soltando los caballos y montan todos. Wolf da una propina al moro viejo y haraposo que ha tenido cuidado con las cabalgaduras y se ponen en camino.
EL MÉDICO. —Mi general, guarde usted el equilibrio. Me parece que está usted un poco zanana.
EL GENERAL. —¿Cómo dice? ¿Zanana?… ¡Ay qué macanudo!
EL INGLÉS. —Está intoxicado; bebido completamente.
En el camino se hace de noche. El cielo se va llenando de estrellas. Corre un vientecillo fresco. Todos van cabalgando silenciosos, menos el General, que, rezagado de la comitiva, no para de hablar.
EL GENERAL. (Tartamudeando, a Paradox.) —He estado en más de cien batallas, mi amigo, ¿sabe? Y no como las de Europa, sino algo más serias, más científicas. Créame, mi amigo, en todo está América por encima de Europa; hay que americanizar el mundo.
PARADOX. —Yo creo que hay que africanizarlo.
EL MÉDICO. (Al Inglés, que se ha quedado retrasado unos pasos.) —¿Quiere usted que le demos un susto al general?
EL INGLÉS. —¡Oh, mucho, mucho! Está muy pesado, muy fastidioso.
EL MÉDICO. —Va usted a ver. Voy a pasar por delante de él con mí caballo al trote.
El Médico se adelanta como si no pudiera refrenar su cabalgadura. Los caballos de Paradox y del General se espantan y se ponen a dar botes, y el General cae al suelo. El Inglés y Paradox se acercan a auxiliarlo.
PARADOX. (Gritando.) —¡General, general!
El General no contesta.
EL INGLÉS. —¡Si le diéramos un poco de whisky!
PARADOX. —No, hombre, no. ¡General, general!
EL GENERAL. —¿Dónde estoy?
PARADOX. —Camino de Tánger, de vuelta del cabo Espartel, a los treinta y siete grados de latitud Norte.
EL GENERAL. —¡Si pudiera vomitar!
PARADOX. —¿Tiene usted algo?
EL GENERAL. —No, no… Es el cuscus.
PARADOX. —Pero ¿no hay nada roto?
EL GENERAL. —Nada.
PARADOX. —Bueno; suba usted, y adelante.
Le ayudan a montar; luego van bajando todos al paso una cuesta pedregosa. Sirio parpadea en las alturas. Un pastor se acerca cantando.
EL PASTOR. —Tra, la, la, la…
HACHI. —Alegre marchas.
EL PASTOR. —¿Por qué no? No he hecho daño a nadie.
HACHI. —Así puedas decir eso siempre.
EL PASTOR. —¡Ojalá!
HACHI. —¿Eres de Tánger?
EL PASTOR. —Soy de Tánger-Valia.
HACHI. —Todavía tienes camino largo para llegar a tu casa.
EL PASTOR. —El camino nunca es largo para el que tiene el corazón tranquilo.
HACHI. —Es verdad. Adiós, pastor.
EL PASTOR. —Adiós. (Se aleja cantando.)