Paralelo 77
Vater se encontraba en la oficina del director del banco, frente al amplio ventanal, sentado en su silla de ruedas. Era difícil determinar si sonreía, porque tenía un lado del rostro irreconocible a causa de las quemaduras producidas por la explosión en la torre norte.
Bajo las ampollas purulentas de la ceja había algo que parecía granito, mientras que el ojo sano era negro como el carbón y tenía una expresión vivaz. Miró el escritorio, sobre el que había una serie de documentos, entre ellos un par de pasaportes expedidos a nombre del señor y la señora Goldstein, que informaban que acababan de cruzar el paralelo 77 de camino al Polo Norte.
La fotografía de la mujer era inusualmente borrosa, pero el rostro del hombre había sido identificado sin lugar a dudas por los expertos informáticos. El perfil de la nariz y los ojos cansados, la débil línea de la mandíbula. Era Don Titelman.
Vater no había dormido mucho las últimas semanas. Había destinado todas sus fuerzas a buscar la cruz perdida de la Fundación. Dada la gravedad de sus quemaduras, los médicos le habían recomendado que se lo tomara con mucha calma. Pero él se había negado a dejarse dominar por algo tan frágil como su cuerpo.
Había rehuido colaborar con las autoridades policiales europeas. Darles el nombre de Don Titelman sólo habría acarreado problemas. Si por casualidad conseguían atraparlo sería difícil recuperar el control, tanto sobre el destino del propio Titelman como sobre la estrella y la cruz de Strindberg.
En su lugar, Vater había confiado en sus canales de información habituales, las fuerzas armadas a las que la Fundación había dado su apoyo a lo largo de los años. De este modo, también habían podido utilizar buena parte de los recursos que no estaban a disposición de la policía ordinaria.
Lo que finalmente había dado resultado era la vigilancia continua por radar que les suministraban los servicios de inteligencia alemanes. Habían controlado todas las embarcaciones que cruzaban el paralelo 77 y seguían rumbo norte.
Las listas de pasajeros habían sido examinadas con meticulosidad y en caso de duda se había requerido una copia de los pasaportes. Así, el rompehielos ruso, que según la información obtenida parecía llamarse Jamal, había caído finalmente en la red.