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Mittelpunkt der Welt

El asunto se resolvió un día nublado de noviembre de 1933.

Las SS se harían cargo del viejo castillo del siglo XVII en Wewelsburg, una pequeña ciudad de Westfalia, para convertirlo en el cuartel general de la Schutzstaffel, el Escuadrón de Defensa. Según los planes, la torre norte del castillo conformaría en el futuro el núcleo central de un mundo dominado por el nazismo. El proyecto se llamaría Mittelpunkt der Welt, el Centro del Mundo.

Podría llegar a creerse que una decisión de semejante trascendencia debería haber sido tomada por el mismísimo jefe de las SS, Heinrich Himmler, pero en realidad el proyecto fue impulsado por otra persona, al parecer aún más demente.

En su calidad de jefe de las SS y la Gestapo, Heinrich Himmler era el verdadero príncipe en la sombra del Tercer Reich. Era responsable del control ideológico y racial, y sus hombres se ocupaban de que todos los hornos de los campos de concentración estuvieran siempre encendidos.

Además de este poder formal, Himmler disponía de un temido fichero que contenía cientos de miles de legajos personales. Allí se guardaban los secretos más oscuros capaces de precipitar a cualquier nazi en la más profunda desgracia. Con estas armas de presión dirigidas a sus competidores, sólo tenía que responder ante Adolf Hitler.

Y hacia el final de la guerra es bastante dudoso que Himmler realmente considerara la relación de poder entre ellos de esta manera.

Himmler fue un niño flaco y débil, con un sentido del equilibrio tan deficiente que nunca logró aprender a montar en bicicleta. Además, sufría de problemas en la tráquea, debido a los cuales tenía una voz chillona que a menudo se le quebraba produciendo un sonido estridente. Su salud delicada lo llevó a convertirse en una tenaz rata de biblioteca apasionada por los mitos y sagas germánicos, hasta el punto de que, ya adulto, consideraba que cuanto se relataba en ellos era verídico, hasta la última sílaba. En todas y cada una de estas leyendas le parecía ver rastros de una civilización aria ancestral. Daba por supuesto que tenían su origen en la antigua Atlántida, la cual, a pesar de su avanzadísima tecnología, se había hundido en el Atlántico Norte.

Tras la victoria electoral del nacionalsocialismo en 1933, el jefe de las SS empezó a buscar un lugar digno donde defender sus teorías. Pretendía crear un centro de estudios de las SS cuyos temas principales serían la mitología germánica, la arqueología y la astronomía.

Por aquellos días, en el despacho de Himmler en Berlín se presentó un anciano aparentemente salido de la nada. Dijo llamarse Karl Maria Wiligut, y muy pronto desempeñaría un papel decisivo.

Como era de esperar, Himmler intentó investigar su pasado, pero lo único que consiguió averiguar fue que Wiligut disfrutaba de una situación económica desahogada y tenía unos contactos fabulosos con la industria armamentística, tanto alemana como internacional. Pero lo que realmente impresionó a Himmler fue que Wiligut afirmaba que su ascendencia aria se remontaba a más de doscientos veinte mil años atrás. Un oficial de las SS normal y corriente sólo debía acreditar sus orígenes arios hasta 1750, menos de doscientos años, una bagatela en comparación.

Karl Maria Wiligut aseguraba descender en línea directa del dios nórdico Thor. A fin de demostrar tal afirmación se provocaba un estado parecido al trance en el que entraba en contacto con su «memoria ancestral», lo que le permitía saberlo todo sobre la verdadera historia del pueblo ario. Al principio, Himmler se mostró escéptico, pero tras unas horas el escepticismo se convirtió en abierto entusiasmo.

Según Wiligut, la historia del mundo se remontaba a hacía doscientos veintiocho mil años. En aquellos tiempos, la población se dividía en enanos, gigantes y dragones, y todavía lucían tres soles sobre la tierra. Naturalmente, también estaban los divinos arios, bajo el mando de la familia de Wiligut.

A través de los milenios, narró Wiligut en estado de trance, los arios crearon todo aquello que de mayor valor existe en el mundo. El cristianismo, por ejemplo, era de origen germánico, pero había sido desvirtuado por los usurpadores judíos. De hecho, Jesús era el dios ario Balder, que en algún momento, en el alba de los tiempos, se había trasladado a Oriente Próximo.

Sobre la base de estas y otras historias todavía más inverosímiles, Himmler nombró a Wiligut general de división de las SS y le concedió un cargo directivo en el departamento de prehistoria de la Ahnenerbe en Munich, así como una villa para su disfrute en Berlín, con servicio doméstico incluido.

La misión principal de Wiligut consistiría en transcribir todos sus recuerdos ancestrales. Sin embargo, aquel anciano prefería mediar en contratos relativos a la defensa y no paraba de enviarle a Himmler nuevos proyectos de construcción. Wiligut estaba sobre todo interesado en crear una gran fortaleza de las SS en Westfalia, algo, afirmaba, imprescindible para afrontar el inminente conflicto con los seres inferiores del este. Sostenía que sus ancestros habían señalado el castillo de Wewelsburg como lugar ideal, pues la región estaba atravesada por líneas de fuerza arias que contenían una enorme energía psíquica.

En noviembre de 1933, Himmler acompañó a Wiligut en un viaje a través de los húmedos y fríos bosques de Westfalia. El anciano le mostró Wewelsburg, que se alzaba en una colina de piedra caliza sobre la ciudad del mismo nombre. Los muros del castillo conformaban un triángulo. Tres torres se elevaban hacia el germano cielo otoñal, y Wiligut consideraba que aquel lugar, y ningún otro, debería albergar el cuartel general de la Schutzstaffel.

Al principio, Heinrich Himmler se mostró reacio: Westfalia estaba lejos de Berlín y los centros del poder político. No obstante, Wiligut lo convenció con el argumento de que en una de sus visiones había visto que allí aplastaban a las hordas de infrahumanos eslavos. Incluso había llevado consigo un pergamino manuscrito en el que se decía que la batalla tendría lugar en los años cuarenta. Finalmente, Himmler decidió fiarse de él y arrendó el castillo por el módico precio de un marco al año.

Cuando las SS se hicieron cargo de él, Wewelsburg se hallaba prácticamente en ruinas. La torre norte estaba peligrosamente inclinada y sólo se mantenía en pie gracias a unos oxidados puntales de hierro.

Karl Maria Wiligut se ofreció generosamente a ocuparse de las cuestiones prácticas relacionadas con la restauración del lugar. Pronto empezaron a llegar camiones al patio triangular del castillo. Los contenedores cilíndricos que transportaban en la caja se encontraban llenos de una mezcla que, según Wiligut, era la más resistente que hasta la fecha había conocido el mundo. Con ella mandó recubrir en su totalidad el interior de la torre norte.

En la parte superior de la torre, Wiligut construyó una sala redonda con suelo de mármol gris claro. Decoraron el nuevo techo con molduras de estuco blanco y levantaron doce pedestales. A lo largo de las paredes se abrieron ocho ventanas enmarcadas por sendas arcadas.

En el centro del pavimento Wiligut dispuso un mosaico en forma de rueda solar de un verde tan oscuro que parecía negro. Tenía doce rayos que confluían en una placa de oro que ocupaba el centro.

Cuando Himmler inspeccionó las obras, Wiligut le explicó que aquel sol negro, die schwarze Sonne, en realidad estaba formado por tres esvásticas superpuestas. Nadie sabía de dónde había sacado aquel símbolo.

Justo debajo de aquella sala construyó una cripta de techo abovedado. El terreno fue sucesivamente excavado y rellenado con la extraña mezcla que habían llevado en camiones. En el centro de la cripta instaló una especie de fuente sin agua que aún sigue allí, cinco metros por debajo de la superficie del suelo. A lo largo de las paredes se colocaron doce pedestales desde los que podía observarse la tubería de gas que surgía en el centro de la fuente. De aquella tubería, prometió Wiligut, ardería una llama eternamente.

Tras una advertencia de Himmler, Wiligut se resignó a hacer forjar una cruz gamada que instaló en el punto más alto de la bóveda. No obstante, en el centro de la cruz mandó practicar cuatro orificios rectangulares que modificaron la acústica de la cripta. Bastaba pronunciar una palabra para que pareciera que ésta buscaba al instante el techo y era absorbida por la torre norte.

En cuanto al resto de Wewelsburg, Wiligut lo dejó tal como estaba. De todos modos, nunca se supo qué uso pensaba darle a la torre norte. De pronto, unos años antes de que estallase la guerra, Himmler lo despidió aduciendo «salud mental deficiente». Inmediatamente después, Karl Maria Wiligut desapareció sin dejar rastro en la neblina y el humo de la historia.

Según los neonazis, el recuerdo más perdurable de su obra, además de la torre norte de Wewelsburg, fueron los anillos con la calavera que diseñó para los oficiales de las SS de alto rango. Himmler había insistido mucho en que los grabados sólo reprodujeran runas nórdicas antiguas. Sin embargo, Wiligut consiguió introducir una estrella cuya forma recordaba a un jeroglífico egipcio. Fue imposible preguntarle al anciano acerca del significado de la estrella, sencillamente porque ya nadie sabía dónde estaba. Y una jubilación precipitada auspiciada por las SS no presagiaba, desde luego, nada bueno.

A pesar de las extravagantes ideas de Wiligut para la torre norte de Wewelsburg, Himmler se sintió muy satisfecho cuando por fin tomó posesión del castillo, pues pudo disponer de las salas vacías del edificio principal a su placer.

En la sala superior en la torre norte de Wiligut, Himmler instaló una mesa redonda de roble. La llamó la Obergruppenführersaal, o Sala de los Generales, y mandó fabricar una mesa redonda y doce sillas con cojines de piel de cerdo. En ellas se sentarían los doce oficiales de mayor rango de las SS en una variante nazi de los caballeros del rey Arturo y la mesa redonda. De este modo se ahorrarían tener que ver el sol negro que parecía absorber toda la luz.

La cripta permaneció vacía y sin utilizar, ya que nadie entendía para qué podía servir. Himmler la evitó por completo, y si alguien le preguntaba el motivo, siempre contestaba que era demasiado fría para su delicada tráquea.

El castillo se convirtió de inmediato en la sede de las dos organizaciones preferidas del jefe de las SS: la Ahnenerbe, Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana, y la RuSHA, Departamento de Raza y Asentamiento de la Schutzstaffel.

El objetivo de la Ahnenerbe era desenterrar todas las pruebas posibles del grandioso pasado germano.

El primer viaje de los historiadores fue a Backa, en la provincia sueca de Bohus, donde creían haber descubierto un alfabeto ario en ciertas pinturas rupestres. A este hallazgo siguió otro aún más sensacional, ya que algunos de aquellos signos presentaban una supuesta semejanza con la esvástica.

Poco después, en las islas Canarias encontraron presuntos restos de la legendaria Atlántida, la cuna de la civilización aria. Viajaron asimismo al Tíbet y el Himalaya en busca del rastro de la migración aria, desde la Atlántida hasta la antigua India.

Consideraron que Islandia era tan interesante y estaba tan bien conservada que justificaba una expedición, por costosa que fuese. Sin embargo, los islandeses nunca dejaron entrar a los científicos alemanes, pues no consideraban sus investigaciones lo bastante serias.

Heinrich Himmler participaba de modo activo en los trabajos de la Ahnenerbe, sobre todo cuando se trataba del arte de la guerra del pueblo ario. Estaba particularmente interesado en el Mjölner, el martillo del trono de Thor, y en su estilo burocrático emitió la siguiente orden:

Investiguen lo que a continuación se detalla: encuentren todas las fuentes del ámbito cultural germanoario en que se haga referencia al rayo, el relámpago, el martillo de Thor o el martillo volador, así como todas las esculturas que representen al dios con una pequeña hacha que haya dado origen al rayo. Reúnan todas las pruebas en la forma de pinturas, esculturas, testimonios escritos y orales.

Estoy convencido de que todas estas creencias no se basan únicamente en fenómenos naturales como los rayos y los truenos, sino en una altamente desarrollada arma de guerra, la cual constituirá la prueba de que nuestros antepasados poseían unos conocimientos sobre la electricidad de los que nunca se había tenido constancia.

Cuando el rumbo de la guerra empezó a torcerse, Himmler se vio obligado a reducir las actividades de la Ahnenerbe. El Führer sostenía que había que dedicar los recursos de la nación a lo que de verdad importaba. Himmler se consoló con el hecho de que eso al menos incluía a la RuSHA.

En cualquier caso, a esas alturas los investigadores de la raza se hallaban en un atolladero. La invasión de la Unión Soviética había dado al traste con sus teorías.

En el registro de razas tan bien organizado y estructurado no había sitio para las miríadas de nuevos nombres. ¿Quién había oído hablar de los chuvasios, los mordovianos y los tunguses? ¿Quién sabía cuáles de estos pueblos eran hebreos? ¿Y si resultaba que todos eran arios? Los funcionarios alemanes no tenían respuestas.

Además, la cuestión se complicó al no poder hacer una distinción científica entre los judíos del propio país y los arios. Un desgraciado estudio había revelado que, por ejemplo, uno de cada diez judíos en Alemania tenía características tan arias como los ojos azules y el pelo rubio.

Se vieron obligados a aceptar que sólo un número limitado de personas se ajustaba a la descripción del modelo de auténtico judío:

escasa estatura

paso apocado

pecho plano

espalda encorvada

músculos débiles

orejas carnosas

nariz aguileña

piel amarillenta

tendencia innata a:

esquizofrenia, depresión y morfinismo

Dado que eran tan pocos los individuos que se ajustaban a estos criterios, se inició una búsqueda desesperada de particularidades más fácilmente mensurables.

Los funcionarios alemanes examinaron cráneos, músculos de la pantorrilla, ritmo cardíaco, huellas dactilares y grupo sanguíneo, pero no encontraron ninguna diferencia. Desesperados, pasaron a estudiar el olor corporal y el cerumen de los judíos; pero, por muchas vueltas que le diesen, el resultado siempre era pobre.

Fue entonces cuando se les ocurrió crear un muestrario de referencia formado exclusivamente por esqueletos judíos.

Las víctimas fueron seleccionadas en el campo de concentración de Natzweiler-Struthof, y las ejecuciones se realizaron con sumo esmero. Había que procurar no dañar ninguna parte del esqueleto, puesto que se corría el riesgo de desvirtuar el valor científico de la colección. Los cadáveres se trasladaron en camiones hasta un laboratorio de reciente construcción donde los metieron en tanques llenos de alcohol.

Llegados a este punto, surgió un problema de difícil solución: ¿cómo retirar la carne de los huesos sin que éstos sufrieran daños?

Lo primero que intentaron fue eliminar los músculos con productos químicos, pero el proceso resultaba extremadamente largo y, además, hacía que el esqueleto desprendiera un hedor tremebundo.

El siguiente método fue colocar los cadáveres judíos en unos contenedores cerrados. Allí, unas colonias de insectos se encargarían de descarnarlos tranquilamente. Sin embargo, también en este caso cambiaron de idea, puesto que la presencia de insectos en un laboratorio nuevo no era higiénica ni causaba buena impresión.

Al final, los funcionarios concluyeron que seguramente lo mejor sería algún tipo de proceso de licuefacción. Si sometían los cadáveres a un baño de cloruro de calcio, los músculos se disolverían lentamente. Tras un tiempo adicional de almacenamiento en bencina depuradora, los últimos restos de grasa y cartílago se derretirían.

Cuando los aliados tomaron el laboratorio, no tardaron en encontrar dieciséis cuerpos de mujeres y hombres jóvenes flotando desnudos en unos tanques enormes. Ningún funcionario alemán parecía tener idea de cómo habían acabado allí. En quince cadáveres, la piel del brazo izquierdo ya se había disuelto, pero, en el decimosexto, un borroso tatuaje azul revelaba claramente su procedencia.

Todavía en la fase final de la guerra, Himmler seguía albergando unos grandiosos planes para Wewelsburg. Había llegado a encariñarse tanto con la torre norte de Wiligut que la consideraba el núcleo de un futuro complejo gigantesco de las SS.

El proyecto recibió el nombre de Mittelpunkt der Welt, el Centro del Mundo. Los planos ya existían, y se calculaba que las obras se prolongarían unos veinte años. Según las previsiones, estaría listo a mediados de los años sesenta, y contaría con aeropuerto y embalse propios.

A fin de suministrar el agua suficiente al embalse se inundarían grandes extensiones del valle que rodeaba la ciudad de Wewelsburg. La población sería trasladada a la fuerza, pero cuando llegaron las tropas norteamericanas tuvieron que abandonar todos los planes.

En marzo de 1945, las fuerzas especiales de las SS volaron el castillo. No querían dejarlo en manos de los aliados, que se encontraban a apenas unos kilómetros del lugar. Sin embargo, por mucho que lo intentaron no lograron quebrantar la torre norte. Tal como había anunciado Karl Maria Wiligut, era muy resistente y ni siquiera la dinamita podía con ella.

Inmediatamente después de la guerra, la élite política de Wewelsburg declaró el castillo monumento de guerra. Fue restaurado meticulosamente para convertirlo en un museo dedicado sobre todo a los años anteriores a 1933.

De la gestión del castillo se hizo cargo una fundación local. Todavía hoy se reúne una vez al mes en el gran edificio del banco, desde cuyo amplio ventanal se puede ver la torre norte de Wiligut.