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La antena

La red de contactos de Vater llevaba muchos años tejiéndose. No obstante, esta vez, después de haber tirado de todos los hilos, ninguno pareció funcionar.

Además de la negligencia de la policía de aquel pequeño Estado marginal del norte, lo que más le irritaba era la indolencia y la falta de colaboración de los servicios secretos alemanes. Siempre había sospechado que detrás de todas aquellas siglas —BfV, LfV, BND o, ¿por qué no?, SS o Gestapo— se ocultaba una enorme incompetencia.

La única organización verdaderamente profesional que había conocido, después de la policía del Imperio alemán, era la Stasi, la policía secreta de Alemania Oriental. Lamentablemente, la habían desmantelado, y aún recordaba lo mucho que le había costado borrar de sus archivos las huellas de la Fundación.

Que el servicio de inteligencia federal, el Bundesnachrichtendienst, no hubiese captado aquella breve conversación telefónica constituía un verdadero misterio. Tras un complicado proceso legislativo los alemanes poseían la misma capacidad de interceptación que los franceses, pero parecían absolutamente incapaces de aprovecharla.

En un mundo globalizado, no tenía la menor importancia dónde estuviese ubicada la antena, le habían dicho, pero aun así se había visto obligado a negociar toda la mañana con los burócratas de la Direction Genérale de la Sécurité Extérieure para conseguir que le transfirieran la información desde París. Como de costumbre, el trato había sido arrogante y altanero, a pesar de toda la ayuda que había recibido la industria armamentística francesa a lo largo de los años.

Por fin la tenía delante, con las coordenadas marcadas con rotulador negro en una imagen de satélite. Tejas color óxido, una catedral gris en forma de cruz cerca de una plaza llamada Grote Markt. La antena que había captado la señal del móvil estaba indicada con una serie de letras sin significado aparente:

VOORUITGANGSTRAAT

El posterior paradero del teléfono de aquella mujer habría que investigarlo in situ. Sin embargo, a esas alturas la Fundación al menos podría actuar por su cuenta, sin la compañía de ningún torpe funcionario estatal.