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El asesinato de la mina

Había sido una reunión matinal bastante silenciosa alrededor de la larga mesa de la redacción del Dalakuriren, durante la cual se repasaron las noticias del día, los posibles seguimientos y, aún más importante, quién se encargaría de los mismos. Nadie había dicho nada sobre la metedura de pata respecto al sexo del cadáver encontrado en la mina, pero sí se comentó en voz baja junto a la máquina de café, y también se habló del becario de Estocolmo y las posibilidades de que siguiera ocupándose del caso.

Sin embargo, daba igual quién fuera a hacerse cargo, pues los diarios vespertinos habían enviado sus equipos al lugar y pronto el Dalakuriren quedaría rezagado.

Resultó que el buceador, Erik Hall, vivía en una cabaña a las afueras de Falun. Desde la carretera, el becario vislumbró el porche acristalado, pero para acercarse había que franquear una verja que le llegaba a la altura del pecho.

Delante de la puerta había un tipo con cazadora de cuero y cara de hurón. Parecía estar escribiendo deprisa en un pedazo de cartón, que luego colgó en la verja: «Propiedad privada. ¡No molestar!» A continuación regresó presuroso al porche, donde una puerta se abrió para dejarlo entrar y se cerró a sus estrechas espaldas.

Para cuando los demás hubieron encontrado la cabaña de Hall, ya era demasiado tarde. El buceador no contestaba al teléfono ni permitía la entrada a ningún reportero.

Permanecieron unas horas al acecho al otro lado de la verja, hasta que por fin Cara de Hurón salió por la puerta del porche seguido de un fotógrafo. Se desató una lluvia de flashes, pero nadie obtuvo una foto más o menos decente.

El tipo cruzó la verja y corrió hasta su coche saludando alegremente a la competencia. Justo al pasar por delante del becario, murmuró: «Edición especial».

Los ejemplares de la primera edición llegaron alrededor de las cuatro. La entrevista exclusiva con Erik Hall y el informe del crimen ocupaban la primera página, así como las páginas seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce, quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho y las centrales.

La primera página estaba casi negra de tinta: en ella aparecía una foto oscura y muy pixelada de las frases que una mano trémula había escrito, en islandés antiguo, en las profundidades de la mina. Por si acaso, se reproducía la transcripción de dichas frases así como su traducción:

UM RAGNARÖKKR

Sal veit ek standa sólu fjarri Náströndu á,

nðrdr horfa dyrr

Falla eitrdropar inn of ljóra

Sá er undinn salr orma hryggjum

Skulu par vaða þunga strauma

menn meinsvara ok morðvargar

SOBRE RAGNARÖK

Conozco una sala alejada del sol

en la orilla de los muertos

cuyas puertas se abren hacia el norte.

Gotas de veneno caen del techo

y las paredes están cubiertas de pieles de serpiente trenzadas.

Allí habitan los hombres malignos y los asesinos

condenados a cruzar aguas turbulentas.

Encabezamiento de la página seis:

BIENVENIDOS AL INFIERNO

Página siete:

NIFELHEIM - EL REINO DE HELA

Página ocho:

¿SACRIFICADO SEGÚN UN RITO PAGANO?

Página nueve:

NÁSTRÖNDU - LA ORILLA DE LOS MUERTOS

Y así sucesivamente, por no hablar del preámbulo del artículo introductorio:

FALUN.

Su vida tocó a su fin en la orilla de los muertos.

El salvaje orificio entre los ojos debió de producirse con una fuerza y precisión brutales. Le habían cercenado tres dedos de la mano derecha.

En la pared norte de la cripta el asesino dibujó la puerta de entrada a Nifelheim, el reino de la diosa nórdica de la muerte, Hela. El Infierno. El inframundo.

El enigma al que ahora se enfrenta la policía es: ¿nos hallamos ante un sacrificio humano?

Lean la entrevista exclusiva con el buceador Erik Hall, de 38 años, que revela toda la verdad sobre el que ya se conoce como «ASESINATO DE LA MINA».

Llegados a este punto, sólo cabía seguir el desarrollo de los acontecimientos. El otro diario vespertino fue lo bastante rápido como para conseguir tener listo, a la mañana siguiente, un suplemento de treinta y seis páginas.

ASESINATO RITUAL EN LA MINA

Una religión sanguinaria - Los sacrificios y ritos de Ásatrú

Lo más interesante del contenido lo constituía un mapa con la ubicación de las comunidades neopaganas del país y sus posibles vinculaciones con grupos de extrema derecha y neonazis.

Esa misma mañana, el programa de entrevistas de TV4 decidió seguir la pista pagana, mientras que el programa matinal de la televisión estatal invitó a dos mujeres del movimiento new age, quienes explicaron que en la actualidad los ritos de Ásatrú se limitaban a hacer ofrendas de frutas, flores y pan, y que, además, el nombre correcto era Forn Sed, «antigua creencia». Después fue el turno de un profesor de criminología, quien advirtió que no había que sacar conclusiones precipitadas y recordó que la mayor parte de los asesinatos suele cometerlos alguien cercano a la víctima. Acto seguido se pasó a la previsión del tiempo.

A esas alturas, los ánimos en el Dalakuriren se habían enfriado bastante. De haberse adelantado, por una vez, a la competencia, de pronto se veían remando a contracorriente. ¿Asesinato ritual? ¿Acaso había en Falun y, ya puestos, en los cercanos Grycksbo y Bengtsheden, algún adepto al culto de Ásatrú?

El becario de Estocolmo y los demás reporteros habían llamado a todos los contactos que tenían en la policía de Falun para conocer más detalles sobre la marcha de la investigación. Sin embargo, en la comisaría de Kristinegata estaban furiosos por la desgraciada publicación de ese verso demencial y de las palabras «Niflheimr» y «Náströndu».

A la mañana siguiente, la televisión estatal abandonó su actitud escéptica y se sumó a los demás. De alguna manera se las habían ingeniado para encontrar a Erik Hall en su cabaña y lo habían llevado a Estocolmo para entrevistarlo.

Al lado de Hall, en el sofá rojo del programa matinal estaba sentado un profesor universitario de aspecto lúgubre que se llamaba Don Titelman, o algo así. El becario se vio obligado a hacer retroceder la imagen en su ordenador para leer el nombre una vez más. Pues sí, era Don Titelman, profesor de Historia de la Universidad de Lund.

Erik Hall volvió a relatar la historia de su extraño descenso a la mina y lo que allí encontró, y luego el becario pasó rápidamente la larga disertación de Titelman sobre la fascinación de los neonazis por los antiguos mitos nórdicos, una extraña Sociedad Thule y un tal Karl Maria Wiligut.

Tediosa y aburrida tele estatal, pensó, y bajó la escalera para incorporarse a la reunión matinal del Dalakuriren.