EPÍLOGO

El capítulo precedente, la Conclusión, data de enero de 1969. Todos los restantes capítulos de la segunda parte han sido actualizados hasta diciembre del presente año.

Se ha dejado intacto porque en diciembre todavía no se vislumbraba el final de la guerra y, por tanto, los puntos que establece, siguen válidos en parte. A últimos de diciembre, el cuarto «ataque final» de los nigerianos apenas ha abierto brecha. Lord Carrington, conservador, en la oposición, portavoz en asuntos de la Defensa, ha pasado una semana en Biafra y es el primer conservador que ha sido enviado para tratar de establecer conclusiones basadas en hechos concretos, en un período de tiempo de dos años y medio. A su regreso el 22 de diciembre, declaró que no preveía el fin de la guerra.

A continuación, en la segunda semana de enero de 1970, Biafra se desplomó. Fue algo que sucedió en forma instantánea. Los componentes de una unidad del frente sur, completamente agotados y carentes de municiones, se despojaron de sus uniformes y se desplegaron por el interior de la selva. No se produjo reacción alguna por parte nigeriana y la defección pudo ser corregida por un comandante enérgico, pero el oficial biafreño al mando de la unidad era incompetente y no percibió el fallo de su línea. Las unidades situadas a ambos lados de los desertores, sí que comprendieron lo que había sucedido y, al cundir el miedo, imitaron el ejemplo. Muy pronto se había abierto una importante brecha a lo largo de toda la línea defensiva desde la ciudad de Aba hasta el puente de Okpuala.

Una patrulla de carros de combate nigerianos que patrullaba la zona, al no hallar oposición, se internó hacia el Norte. El frente se hundió en un día. Los restos de la Duodécima División huyeron a la selva. La Decimocuarta División quedó con los flancos desguarnecidos, entre el puente de Okpuala y el río Níger, en el Oeste. También allí, las tropas exhaustas, huyeron a la selva. La Tercera División motorizada nigeriana del coronel Obsanjo, penetró hasta el mismo corazón del enclave biafreño, encaminándose hacia la franja de Uli.

No hallaron oposición; los hombres, que no habían comido desde hacía varias semanas, carecían de fuerzas para seguir luchando.

En el transcurso de la última reunión del gabinete, el general Ojukwu, que había sido promovido al citado empleo en 1969, escuchó a sus consejeros por última vez. Y su opinión era unánime. Proseguir adelante, para morir, era inútil; quedarse para ser cazados en la selva, era amontonar miseria sobre miseria, sobre toda la población.

Aquella misma tarde, después de anochecer, tomaron un coche dirección al aeropuerto de Uli, mientras el rumor de las armas nigerianas se dejaba sentir desde el frente sur. Acompañado de un reducido grupo de colegas, embarcó en el «Superconstellation» biafreño, el Grey Ghost, con destino a un solitario exilio. El general de brigada Effiong, que se hizo cargo de la jefatura de Estado, negoció los términos de la rendición veinticuatro horas más tarde. La larga agonía había concluido.

De acuerdo con los términos del decreto de Gowon, de 1967, la antigua Región Este, Biafra, fue dividida en tres Estados. Dicho decreto fue el causante, en primer lugar, de la secesión. En el Sur, el Estado Rivers, se formó bajo el mando de un gobernador militar llamado Diete-Spiff. El extremo sudeste, con la denominación de Estado Sudeste, quedó bajo el mando de cierto coronel Essuene. Los ibos, que eran la fuerza predominante en Biafra, fueron recluidos en su pequeño territorio denominado Estado-Este Central. Para el mismo fue designado gobernador el ibo Ukpabi Asika, con la misión de ocuparse de la administración, la cual quedó completamente desacreditada a causa de la corrupción. Finalmente fue relevado del cargo y requerido para someterse a una investigación pública, en agosto de 1975.

Después de la guerra, Nigeria dio muestras de prosperidad. Los beneficios del petróleo se incrementaban año tras año, hasta que, en 1973, el precio del crudo se duplicó en todo el mundo, para duplicarse de nuevo cuando la Organización de los Países Exportadores de Petróleo (O.P.E.P.) propinó un rudo golpe a los países industrializados. El hecho de que los inmensos recursos producidos por la producción del petróleo se invirtieran en Gran Bretaña, contribuyó mucho a aumentar la popularidad de Nigeria. La Prensa británica, que eternamente sigue la pauta marcada por el pensamiento del establishment de Londres, casi elevó a la santidad la figura de Yakubu Gowon. En Nigeria estaba prohibido pronunciar o escribir una sola palabra en contra suya.

Hacia finales del reinado de Gowon, la falta de control por parte del Gobierno alcanzó límites insostenibles. El puerto de Lagos cobijaba más de 400 barcos y las maniobras de descarga se habían imposibilitado por completo; los teléfonos dejaron de funcionar; los servicios públicos estaban sumidos en el caos; las carreteras se habían descuidado durante años y años; las comunicaciones de todo tipo se hacían imposibles. Incluso la Prensa británica llegó a publicar artículos en contra del régimen de Gowon.

El 29 de julio de 1975, nueve años después del día en que se hizo con el poder, pasando por encima del cuerpo de Ironsi, Gowon fue derrocado mientras participaba en las reuniones en la cumbre de la Organización para la Unidad de África, en Kampala, Uganda. El hombre que se hizo cargo del poder, con la promesa de erradicar la corrupción, fue el general Murtala Mohammed, quien destituyó a los gobernadores de los doce Estados y nombró otros. Gowon marchó exiliado a Gran Bretaña, y muy pronto se matriculó en la Universidad de Warwich, al tiempo que anunciaba su intención de estudiar Ciencias Políticas, pues le parecía que ya era tiempo de aprender algo al respecto.

A primeros de febrero de 1976, un joven oficial se aproximó lentamente hasta el coche del general Mohammed, que se hallaba detenido en un embotellamiento de tráfico y disparó sobre él dos cargadores de metralleta. Mohammed murió instantáneamente, pero el golpe de Estado fracasó, y el general Obasanjo, antiguo comandante de la Tercera División nigeriana, se hizo cargo del poder.

Entretanto, el general Emeka Ojukwu seguía en el exilio, en Costa de Marfil. A su llegada era portador de un billete de 100 dólares.

Se trata, quizá, del único hombre que, después de ocupar una posición de poder en África Occidental, se haya retirado sin los riñones bien cubiertos con bienes del erario público. Pero, además, no sólo no se había embolsado los bienes ajenos, sino que había invertido hasta el último céntimo de su fortuna personal en bien de su pueblo. Era un hombre arruinado.

Partiendo de cero y gracias a un préstamo de un amigo, organizó una compañía de transportes, con dos camiones. A últimos de 1975, había levantado una cadena de compañías de transporte, construcción, explotación de canteras y distribución, etc.

Durante estos seis años, incontables delegaciones de ibos y de otros grupos han cruzado la frontera de Nigeria, para visitarlo. En el Estado Este Central, el régimen de Gowon ha buscado desesperadamente un hombre que pudiera romper el carisma de Ojukwu sobre su propio pueblo, pero falló estrepitosamente. De hecho, ocurrió lo contrario. Al comparar la corrupción pública que les rodeaba, la integridad del régimen de Ojukwu comenzó a parecer cada vez más notable, no sólo a los ibos, sino también a los mismos nigerianos. Pronto comenzaron a solicitar entrevistas con él, delegaciones de yorubas y de tivs.

Tanto a los habitantes de Costa de Marfil, como a los hombres de negocios y a los funcionarios públicos franceses, les costó años convencerse de que no dispusiera de una sustanciosa cuenta bancaria secreta en Suiza. Cuando llegaron a la conclusión de que era así, algunos lo tacharon de admirable y otros de locura.

Pero, en el corazón de la patria ibo, la crema de la población letrada ibo, quizás unas 100 000 personas con educación superior, se pusieron a trabajar para los nigerianos. Para la gran masa de ibos, los campesinos y pequeños comerciantes, artesanos y administrativos, el camino era arduo. Pero no se desanimaron, trabajando durante todas las horas del día y la mitad de la noche, para reconstruir su vida. Silenciosamente, rechazaron los ibos de Lagos, que el Gobierno de Nigeria les iba proponiendo. En las paredes de las casas y en las cajas de los camiones escribieron: «Akareja [el que se ha ido] debe volver».

Sólo los dioses saben si volverá a Nigeria algún día. Pero los ibos tienen un adagio según el cual «ninguna situación humana es permanente». Quizá se comprenda alguna vez que los sucesos del pasado deben apartarse, más todavía ahora que Gowon ya no se halla en Lagos y que Ojukwu podría regresar a Nigeria.

Fue y sigue siendo un hombre notable. Pudo haberlo tenido todo, de haberse sometido ante Gowon. En lugar de ello, perdió muchas cosas, su fortuna, su patria, su pasaporte. Pero no le faltará nunca la lealtad de su pueblo; ni el respeto de los hombres. Incluso sus peores enemigos lo respetan. Quien le conoce puede afirmar que, de todas maneras, le ha correspondido la mejor parte.

Irlanda, febrero de 1976