A largo plazo, el planteamiento y el desarrollo de la guerra Nigeria-Biafra ha provocado el desasosiego no sólo de los grupos humanitarios, sino de los Gobiernos poderosos, los cuales, aunque sea tardíamente, adivinan el peligro que encierra el futuro. Ahora comprenden que la situación contiene elementos de peligro, no sólo para Biafra, sino también para todo Nigeria y el resto de África Occidental.
Ahora todo el mundo se inclina por la búsqueda de una solución pacífica y aquellos que en su día empeñaron todo su esfuerzo en apoyo de una solución puramente militar, protestan, de modo muy poco convincente por cierto, asegurando que ellos se han inclinado siempre por una solución pacífica.
Por lo que respecta a Biafra, su posición no es compleja. Han declarado siempre, desde los comienzos de la guerra, que consideran que el problema es de tipo humano y, por tanto, que no puede resolverse militarmente, sino por medio de una negociación política. Sus propuestas para un alto el fuego no han cesado nunca, posiblemente porque han sido la parte que más se ha perjudicado de los efectos de la guerra. Pero sean las que fueren sus motivaciones, están a favor de hallar un fin a las hostilidades y una paz negociada.
Al respecto, la principal dificultad con que se tropieza es el talante del pueblo biafreño. Se separaron de Nigeria a causa de tres motivaciones: experimentar un sentimiento de rechazo, de mal trato por parte del Gobierno de Lagos y temor al exterminio. A ello se añade ahora una cuarta emoción, más profunda y por tanto más peligrosa: el odio. El odio puro, hiriente y vengador.
Algunos de los que ahora hablan de paz, concretamente en Whitehall, parecen hallarse bajo la impresión de que nada ha cambiado en los últimos dieciocho meses. Por el contrario, todo ha cambiado. No se debe a que el Ejército de reclutas se haya convertido en un temible aparato militar, ni tampoco a que recientemente haya tenido acceso a grandes cantidades de armas. Es el talante del pueblo que ha tenido que contemplar el desmantelamiento, el despedazamiento de todo el país, deshecho y expoliado, mientras sus hijos morían de hambre en sus brazos y sus hombres jóvenes eran sacrificados a miles. En los inicios de la guerra se podrían haber hecho concesiones, de haber mediado un ofrecimiento y de haberse establecido una posición firme, pero ahora son imposibles. A mediados del verano de 1967 quizá se habría podido salvar una Confederación de Nigeria, con la suficiente cooperación económica entre las partes reflejada en las ventajas económicas que concede una federación. Es dudoso que ello fuera posible ahora, al menos a corto plazo. No sirve de nada que unos hombres elegantemente trajeados se dediquen a alabar los beneficios que acarrearía una Biafra unida y armoniosa y que demuestren disgusto y cierta sorpresa ante la incapacidad de los biafreños por no aceptar la imagen. Pero es que demasiada sangre ha sido derramada, demasiada miseria se ha causado, demasiadas lágrimas se han vertido, demasiadas vidas se han perdido, demasiada amargura se ha engendrado.
Nadie en Biafra alberga hoy en día ilusiones acerca del comportamiento de los biafreños si alguna vez se encuentran de algún modo ostentando el poder militar sobre sus actuales perseguidores, así como tampoco cree nadie que un nigeriano desarmado pudiera caminar por mucho tiempo entre biafreños, a menos que fuera provisto de escolta. La única consecuencia posible de una «unidad» conseguida militarmente ahora sería la de conservar indefinidamente una ocupación militar, con el inevitable resultado de revolución, represalia, efusión de sangre, huida a la selva y hambre. La incompatibilidad actual de ambos pueblos es total.
La voz del pueblo biafreño es la Asamblea Consultiva y el Consejo Asesor de los Jefes y Ancianos, y en este punto su criterio es unánime. El coronel Ojukwu no puede actuar en contra de sus deseos —o de sus peticiones al respecto— a pesar de todo el antagonismo que su pretendida intransigencia, tozudez y obstinación puedan provocar.
En el bando nigeriano la posición es más compleja, porque el pueblo nigeriano carece de voz. Sus periódicos, emisoras de Radio y estaciones de Televisión están controladas por el Gobierno, o por hombres que saben muy bien que criticar la acción gubernamental no es el mejor sistema para conservar la salud. Los intelectuales disidentes, como Pete Enahoro y Tais Solarin, se hallan en el exilio o, como Wole Soyinka, encarcelados. Los jefes, usualmente los mejores portavoces de las opiniones verdaderamente enraizadas, no son consultados.
Resulta interesante especular acerca de lo que sucedería si el general Gowon se viera obligado a seguir los consejos de su policía militar o de una Asamblea Consultiva, la cual incluyera una fuerte representación de la comunidad campesina, comunidad académica, sindicatos, intereses comerciales y el elemento femenino, porque todos los grupos citados están actualmente dando señales de intranquilidad y descontento con respecto a la política bélica. Pero el general Gowon puede permitirse el lujo de prescindir de la consulta. Recientemente utilizó armas de fuego contra unos cultivadores de cacao que se manifestaron.
El resultado es que el pueblo de Nigeria está mudo y sus opiniones auténticas no son conocidas de los pacifistas, quienes deben contentarse con hablar con un pequeño grupo de hombres que están más interesados en sus carreras personales que en el bien de su pueblo. La reciente invitación abierta de los rusos para desempeñar un importante papel en el futuro de Nigeria indica que muy bien puede ser así.
Hasta el momento, este régimen ha sostenido que una solución militar no sólo es posible, sino inminente, y que el restablecimiento de la normalidad está a la vuelta de la esquina tras la victoria final. Pero el récord de Enugu, capturado hace un año y que sigue siendo una ciudad fantasma y devastada, no otorga credibilidad a dicha teoría. Acerca de dicha posición, el Gobierno de Nigeria ha estipulado que cualquier terminación de las hostilidades dependerá de cierto número de condiciones, que los biafreños tendrían que aceptar previamente, como base de la negociación. Pero las condiciones en sí son tan drásticas que afectan a todos los puntos de posible negociación, es decir, futura naturaleza de Biafra, términos de la asociación con Nigeria, permisibilidad de un potencial autodefensivo, etc.
Los términos del alto el fuego son efectivamente la total e incondicional rendición de Biafra, que sería entregada, atada de pies y manos en poder del Gobierno nigeriano, para que hiciera con ella lo que quisiese. Cabe suponer que el régimen de Gowon no ha abandonado su política y cree todavía en que es posible una solución militar, para resolver el conflicto.
Pero el peligro se acrecienta. Ninguna de las políticas adoptadas por los Gobiernos del mundo occidental ha sido satisfactoria en la promoción de la paz. La mayor parte de los Gobiernos parecen haber aceptado las solicitudes británicas de mantenerse al margen del asunto, que coincide con la habitual postura británica respecto de todos los problemas de la Commonwealth, en la que la Gran Bretaña quiere hacer patente la hegemonía de su influencia, así como las promesas tranquilizadoras de que todo se resolvería rápidamente.
La política del Gobierno británico está en ruinas; todas las justificaciones y explicaciones han resultado estar basadas en falsas premisas. Incluso se ha desplomado la teoría de que dicha política habría concedido una gran influencia a Gran Bretaña ante el Gobierno nigeriano. Lejos de haber visto aumentado su prestigio, Gran Bretaña, que en otro tiempo había actuado en calidad de poderoso asesor en los asuntos nigerianos, ha demostrado su incompleta incapacidad e impotencia actual. Irónicamente, los buitres de la guerra, que las armas británicas fortalecieron, ahora se sienten lo bastante fuertes como para buscarse otros amigos por su cuenta, y el Gobierno Wilson carece de la fuerza y el valor necesarios para hacer algo positivo en este sentido y no perder su antigua posición de privilegio en favor de otras potencias.
Los únicos que se han beneficiado de la actual confusión son los rusos, los cuales se hallan en condiciones de introducirse, cada vez con mayor fuerza, en la vida nigeriana. No es presumible que los problemas del pueblo nigeriano les interesen, pues lo que les conviene es la prolongación de la guerra, ya que, con ello, el Gobierno nigeriano se endeuda con ellos cada vez más.
En esencia, no hay nada que pueda alterar el actual estado de cosas, hasta que el Gobierno nigeriano se haya concienciado del hecho de que sus intereses propios y los del pospuesto alto el fuego, son sinónimos. Esa reconversión o cambio de puntos de vista tan sólo se puede llevar a efecto a través de las iniciativas diplomáticas propias de las grandes potencias.
Si ambas partes involucradas muestran deseos de un cese de las hostilidades, quizá fuera necesario que el alto el fuego fuera supervisado por una fuerza en pro de la paz, que podría ser una organización de base internacional o una potencia aceptada por ambas partes, la cual actuaría como protectora. Únicamente sobre esta base puede planearse una ayuda cuyo espectro sea lo suficientemente amplio para que la intervención en el problema pueda contar con probabilidades de éxito.
Una vez comenzado el retorno a la normalidad, serán necesarias unas extensas negociaciones para concertar una paz duradera. En el presente, parece imposible que dicha fórmula llegue a tener éxito, como no sea basada en la voluntad del pueblo. De lo que se desprende que sería preciso establecer alguna forma de plebiscito entre la población, al menos de los grupos minoritarios, cuyo destino se ha convertido en una de las claves para la resolución de la presente guerra.
No cabe pensar seriamente que un Estado biafreño, confinado en los límites del territorio ibo, hoy denominado por Nigeria Estado Este Central, al que se privara de cualquier acceso al mar y rodeado de territorio nigeriano en todo su perímetro, sea viable de alguna forma. Y los nigerianos se aferran por su parte a la suposición de que los grupos no ibo que habitan lo que Nigeria denomina hoy Estados del Sudeste y Rivers, deberán ser segregados, contra su voluntad, de los ibos. Este aspecto de la cuestión se ha convertido en piedra de toque, punto crucial que deberá ser contrastado.
Hasta el momento presente, es el general Gowon quien se niega a someter el asunto a examen, si bien hay que admitir que las circunstancias actuales no son propicias a la celebración de un plebiscito. Sin embargo, de tener efecto, la ventaja sería para Nigeria, porque su Ejército ocupa la zona y los millones de seres pertenecientes a los grupos minoritarios y que están de parte de Biafra, se han convertido en refugiados de la zona no ocupada. De todos modos, sería preciso, en primer lugar, crear las condiciones necesarias para un plebiscito, antes de que éste pudiera celebrarse de forma que no levantara protestas de un lado o del otro. Lo ideal sería que dicha operación pudiera estar supervisada por una potencia protectora, y con las tropas del Ejército federal acuarteladas, durante todo el tiempo que se considerara necesario.
Sean cualesquiera que fueren las combinaciones y planteamientos que se acuerden, en estos momentos se mueven únicamente en el terreno de la especulación y deben quedar pendientes del acuerdo de un cese de las hostilidades. Lo que ya no es especulación es el afirmar que a finales de 1968, el grado de incompatibilidad se ha hecho tan absoluto entre los pueblos de la margen derecha e izquierda del Níger, que, al menos en un futuro inmediato, es necesaria alguna forma de separación o partición, para evitar más derramamiento de sangre.
Cuanto más tiempo se retrase la misma, peor es la situación, más enconado el odio, más intratables los temperamentos y más oscuros los presagios.