La Prensa mundial se ha ocupado del asunto Nigeria-Biafra con gran amplitud, aunque fue preciso mucho tiempo para que la noticia saltara a las primeras planas de los periódicos, para decirlo con términos periodísticos.
En los inicios de la contienda, se produjo una corriente de actividad entre la Prensa, y los periodistas acudían a Biafra donde pasaban una semana, pero en aquellos momentos se pensaba que el problema quedaría resuelto en unos días. Por otra parte, las guerras africanas no son temas de fácil «venta» a un editor extranjero, porque, conocedores del medio, saben perfectamente que sus lectores han saturado sus posibles deseos de lectura de temas de violencia en África. La inmensa mayoría de los medios mundiales de comunicación de masas están en manos de los blancos; producen el mayor número de periódicos, revistas, programas de Radio y de Televisión, todo lo cual, asimismo en su mayoría, va destinado a elementos de la raza blanca.
La Prensa en Asia y en Sudamérica sigue siendo local y para la información extranjera se sirve de las agencias internacionales de noticias. En África los periódicos, según el patrón europeo o norteamericano, no existen y la difusión de noticias depende en gran parte de la Radio, con los grandes transmisores de Gran Bretaña, Egipto, Rusia y China, que dominan el éter, y cada uno de ellos produce la versión que de los sucesos den sus propios Gobiernos.
En la primavera de 1969, la guerra era todavía para la mayoría del público de Europa Occidental y América del Norte un asunto olvidado. Habían aparecido algunos artículos, se habían hecho algunas investigaciones en profundidad y, de vez en cuando, el asunto se ventilaba por espacio de una semana en alguna publicación, señal segura de que el citado periódico tenía un corresponsal destacado y quería aprovechar el gasto realizado. Pero el tema no había tocado ninguna conciencia nacional, ni atraído la reacción popular fuera de Nigeria.
Entonces, a mediados de abril, cuatro reporteros pertenecientes a algunos de los más importantes diarios británicos, visitaron Biafra. Se trataba de William Norris, de The Times; Walter Partington, del Daily Express, Richard Hall, de Guardian y Norman Kirkham del Daily Telegraph. Se hallaban presentes en el bombardeo de Aba llevado a cabo por un «Ilyushin 28» de las Fuerzas Aéreas nigerianas, un raid en el que perdieron la vida más de ochenta personas y casi un centenar resultaron heridas. La repentina y salvaje violencia en aquella hora tórrida y tranquila de mediodía, la visión de una calle silenciosa, convertida en pocos segundos en un matadero, la estampa de los cuerpos destrozados afectó profundamente a los reporteros. Los cuatro escribieron unos relatos tremendamente gráficos del raid, y dos de ellos no dejaron duda acerca de cuál era su opinión sobre el particular. En Gran Bretaña, estos relatos alertaron por vez primera las conciencias.
A mediados de mayo, yo mismo escribí un artículo que apareció en el Sunday Times, el cual despertó bastante interés. Era el resultado de haber pasado diez semanas conviviendo con el Ejército biafreño, a menudo con las unidades de comandos que se infiltraban detrás de las líneas nigerianas, para golpes espectaculares, y la experiencia me había proporcionado la oportunidad de conocer de primera mano la clase de trato que se daba a la población civil biafreña por parte del Ejército nigeriano. La descripción de lo que yo había visto fue subsecuentemente negada con gran acritud por el general Gowon en Lagos, pero desde entonces es sólo uno de los muchos testimonios aportados por testigos oculares extranjeros.
En junio se produjo la gran ruptura. En dicho mes, el corresponsal del Sun para la Commonwealth, Michael Leapman, visitaba Biafra, cuando ya los signos de hambre y desnutrición entre los niños resultaba notorio en gran número. Leapman descubrió el tema y el Sun lo presentó a sus lectores durante varios días. Por fin Biafra había logrado aparecer en los titulares. Luego siguió lo demás. De pronto, los biafreños que aguardaban en Londres ser escuchados, recibieron la debida atención. En el Parlamento las preguntas se hicieron más insistentes, no sólo acerca de la posibilidad de enviar ayuda a Biafra, sino también sobre los embarques de armas británicas a Nigeria.
El viento se convirtió en huracán. Los periodistas acudían en gran número a Biafra, en parte para informar acerca de la situación difícil en que se encontraban los niños y en parte para enfocar otros «ángulos» de posible interés. Lo que escribieron sacudió la conciencia del mundo. Europa Occidental empezó a mostrar interés dos meses después de Gran Bretaña. Las protestas se levantaban desde todos los órganos de formación de la opinión, desde el telón de acero hasta Galway Bay.
En otoño, miles de británicos y europeos trabajaban en favor de Biafra, país que no habían visitado nunca y cuya población, con toda seguridad, no conocían. Se efectuaban colectas de dinero, se llevaban a cabo manifestaciones, marchas, huelgas de hambre; se costeaban anuncios a toda plana en los periódicos, se hacían giras, se daban conferencias, se apelaba, se recurría a los parlamentarios, se pedía acción.
El Gobierno británico se vio obligado a responder a preguntas hostiles, cada vez en mayor número, en dos ocasiones a debatir la cuestión en la Cámara, presentar descargos, promesas, justificaciones, explicaciones, donaciones. A pesar de sus palabras en el sentido de que si se producía otro ataque importante o «más muertes innecesarias» en Biafra, Gran Bretaña se vería obligada a algo más que a «revisar su política», y luego más afirmaciones asegurando que lo que a los biafreños les interesaba realmente era ser víctimas de una política de «asesinato rápido», después de todo, el Parlamento no se dejaba convencer con facilidad.
Checoslovaquia, Bélgica y Holanda anunciaron que no enviarían más armas a Nigeria y cancelaron los pedidos existentes. Italia se retiró sin hacer comentarios. América afirmó que no había enviado nunca armas (cosa que no era cierta) y Francia y Alemania Federal aseguraron que ellos tampoco (lo cual sí era cierto).
En Basilea, Suiza, las protestas contra el Gobierno británico, obligaron a la cancelación de la Semana Británica y alguien rompió los cristales de las ventanas de Downing Street en señal de protesta. Los representantes de la Prensa continuaron acudiendo y el tema siguió dando que hablar. Al contemplar los sucesos en retrospectiva, resulta curioso comprobar que, a pesar de los esfuerzos de los publicistas biafreños y de las innumerables horas de antesala que malgastaron en Londres para hacerse oír, la transformación del tema de Biafra, que pasó a ser de una remota guerra en la selva a un asunto de interés internacional, se debió, básicamente, a una máquina de escribir y una cinta de celuloide utilizada muchas veces y constituyó un magnífico ejemplo del inmenso poder de la Prensa para influir en la opinión, cuando sus órganos son utilizados concertadamente. Los comentarios eran bastante justos. Algunos excesivamente efusivos, algunos inexactos en hechos concretos, otros enredados y otros más insultantes. La mayoría de los reporteros se limitaban a relatar los hechos y dejaban a sus editores la tarea de redactar los textos y añadir los superlativos, que es como se deben hacer las cosas.
Las sociedades de radiodifusión que cubren África, están en su mayoría controladas por los Gobiernos y se dedican a difundir las opiniones de esos mismos Gobiernos. Todas ellas se inclinaban a dar a las noticias una orientación pro Nigeria. Cosa extraña, los «expertos» en África Occidental dieron muestras de estar equivocados y la mejor información fue la facilitada por los reporteros que se limitaron a escribir lo que veían. La mayoría de los veteranos del circuito de África Occidental, aseguraban al principio que se produciría una rápida victoria para Lagos y se vieron así completamente errados en sus conclusiones. Divierte la lectura de las fichas de dichos corresponsales, en aquella época. En los primeros tiempos, cuando unos pocos, muy pocos, informadores apuntaban la teoría de que la contienda Nigeria-Biafra iba a ser larga y sangrienta, con las peores perspectivas de intervención internacional y subsiguiente escalada, eran tachados de locos, soñadores o enamorados del pueblo ibo.
Durante los meses que siguieron, los especialistas veteranos en África Occidental llegaron a realizar prodigios malabares intentando explicar los motivos del fracaso de Nigeria en lograr una victoria rápida. La animosidad comenzaba a asomar en los despachos de los más serenos y objetivos escritores, invariablemente en contra de aquel pueblo presuntuoso que se negaba a aceptar el destino que le había sido decretado.
La razón estriba en que los más antiguos de los corresponsales extranjeros de la Prensa oficial tienden a estar demasiado ligados a los poderes establecidos, de quienes consiguen la mayor parte de la información que ofrecen. Tanto el establishment de Londres como el de Lagos, respaldaban a Nigeria. Los corresponsales que pululan por las oficinas de la Commonwealth y los partidos de derecha por un lado, y entre la oficina del jefe Anthony Enahoro y el bar del «Hotel Ikoyi», más hacia el Sur, por el otro, se sentían inclinados a creer lo que les decían, más que a utilizar sus propios medios de transporte (las piernas) y trasladarse para comprobar personalmente lo que pudiera suceder. Como se trata de criaturas que pertenecen, por constitución propia, al sistema del statu quo y no desean malograr su grata existencia que descansa en los márgenes de la galaxia diplomática, tales caballeros se sienten inclinados a ofrecer informaciones unilaterales, que más parecen justificaciones de sí mismos, que información objetiva de la situación. Dos notables excepciones estaban encarnadas por Walter Schwarz, el corresponsal para África Occidental del Guardian, y Michael Leapman, corresponsal para la Commonwealth, del Sun. Ambos corresponsales demostraron que era posible escribir unos reportajes equilibrados y objetivos y aunque ninguno de ellos se mostró decididamente partidario de uno u otro bando contendiente, ambos dijeron cosas que, si bien no cabía duda que sinceramente respondían a su punto de vista, es muy posible que no resultaran del agrado de nadie. Irónicamente, en vista de la parcialidad de otros, los dos citados periodistas conservaron su condición de persona grata en ambos países.
El servicio exterior de la «BBC» y concretamente el Servicio para África, estableció un récord notable. Durante toda la guerra, los radioyentes y algunos colaboradores del servicio, escucharon atónitos el gran número y la variedad de falsas interpretaciones de la situación, presentada en dicho programa. Los comentarios editoriales estaban liberalmente mezclados con lo que se suponía podían ser hechos reales, transmitidos desde Lagos y al cabo de muy poco tiempo, tanto los negros, como los blancos residentes en Biafra quedaron convencidos de que la «BBC» estaba fuertemente influida hasta el punto que sus informaciones resultaban marcadamente pro Nigeria.
Relatos sumamente gráficos acerca de sucesos que se decía habían tenido lugar en el corazón de Biafra, no sucedieron nunca, realmente; ciudades que se decía habían caído en poder de los nigerianos, mucho antes de que las tropas penetraran en ellas; especulaciones montadas sobre meros chismorreos o basadas en esperanzas de las autoridades nigerianas. Un ejemplo de lo dicho es lo sucedido cuando el coronel Ojukwu, católico practicante y ferviente, participó en un retiro espiritual, de una semana de duración, en Lenten, celebrado en el año 1968. Inmediatamente se difundió la especie de que había huido del país o había sido víctima de un atentado. Y en otra ocasión, se describió una manifestación popular en favor de Chu-en-Lai, en Umuahia. En ambos casos, las informaciones no eran ciertas.
El efecto de conjunto, para un oyente poco informado, era el de que el caso nigeriano era justo y para quienes no estaban relacionados con el asunto, la impresión producida era de que Biafra se hallaba al borde del colapso. Durante todo el tiempo, el reportaje de los Servicios Externos distó mucho de la información objetiva que se espera recibir de la «BBC», y de la de la que la «BBC» se vanagloria.
El efecto fue el originar un amplio disgusto entre los biafreños y un desencanto igual entre los británicos que vivían en el país. En cuanto al primero, en cualquier caso la actitud editorial de la Bush House hacia Biafra, fue explicada por el hecho de que el presupuesto anual de los Servicios Exteriores de la «BBC», no era financiado por el detentor de la licencia británica, sino por un libramiento ex gratia del Tesoro, a través de la Oficina de la Commonwealth y del Foreign Office.
Una notable excepción la constituyó la serie de despachos enviados desde Nigeria por John Orman, corresponsal de la «BBC» para la Commonwealth. Haciendo gala de su condición de consumado reportero, Orman ofreció un informe objetivo y equilibrado y, a continuación, fue expulsado de Port Harcourt por el coronel Adekunle, en una notable muestra de violencia temperamental.
De todos los periódicos británicos, quizás y de todos los periódicos de cualquier sitio, la información más consistente, más completa, más justa y más equilibrada, fue la facilitada por The Times, de Londres. Fue el único periódico que consiguió mantener un nivel informativo elevado, basado en hechos reales, dónde, siempre y cuando era posible obtenerlo y suplementado con la labor de sus enviados, los cuales redactaban artículos muy completos. Uno de los reporteros del equipo de The Times, Michael Wolfers, demostró, muy seriamente, por contraste, la poca o nula habilidad de algunos de sus colegas para enviar despachos desde Lagos sin convertirse en piedra de toque de ningún portavoz del Alto Comisariado Británico o de las autoridades nigerianas, al decir algo inconveniente. Al limitarse a relatar los hechos escuetos, lo que sucedía ante su vista en la capital nigeriana y eliminando especulaciones al respecto, acerca de lo que podía suceder a varios cientos de kilómetros de distancia, Wolfers construyó una muestra tipo de lo que debe ser in tot el trabajo de un corresponsal extranjero.
Durante los meses de febrero y marzo, se levantaron algunas de las periódicas oleadas de interés en el Parlamento, la Prensa y el público en general, en Londres, acerca de Biafra, y en aquella ocasión nacidas de una serie de artículos y reportajes de Winston Churchill, por encargo de The Times.
En cumplimiento de tal misión, Churchill visitó, en primer lugar, Nigeria y luego Biafra. A su regreso de ambas visitas, declaró al autor que después de su estancia en Nigeria había regresado a Londres completamente convencido de que los centros civiles biafreños no estaban siendo bombardeados y que las cifras que se facilitaban en relación con el problema del hambre, eran exageradas en grado sumo. Dichas convicciones, dijo, se basaban, en primer lugar, en las informaciones facilitadas por el Alto Comisario en Londres, Sir David Hunt, y el Agregado Militar, coronel Bob Scott. Luego, unos días pasados en Biafra fueron para él como un mazazo.
Churchill, tras presenciar la magnitud del hambre ocasionada por el bloqueo y comprobar, de primera mano, la táctica de terror empleada por las Fuerzas Aéreas nigerianas, llegó a la conclusión de que nadie perteneciente a los círculos británicos oficiales tenía una idea algo precisa de lo que realmente sucedía. Fue el primer periodista que tuvo el valor de declarar (en su primer informe) que se sentía «avergonzado» al admitir qué era culpable de haber transmitido información errónea, la cual le había sido facilitada en Lagos.
A pesar de que en los artículos de Churchill no había nada sustancialmente nuevo —el hambre y el bombardeo de terror habían pasado inadvertidos, sin que les fuera concedido crédito alguno—, ventilaban, sin embargo, una serie de detalles capaces de despertar el interés del público londinense y fortalecieron la credibilidad en lo dicho hasta aquel momento por un puñado de periodistas que habían quedado aislados de la corriente general, por defender la teoría de que la guerra no era un medio viable para solucionar el problema Nigeria-Biafra. Sirvieron, asimismo, para provocar el primer contraataque de Fleet Street contra la alianza formada por el Alto Comisario Británico en Lagos, la Oficina de la Commonwealth y el Foreign Office en Londres librado por parte de un grupo de periodistas que habían informado desde Biafra, contando lo que habían visto y las conclusiones a las que, tanto ellos, como otros de distintos países, habían llegado.
Como reacción a los artículos de Churchill, fue utilizada en contra suya la misma táctica. En un editorial del 12 de marzo, The Times se lamenta de la campaña denigratoria contra Churchill y concluye con una condena al intento de «enmascarar la muerte por hambre, los bombardeos y las matanzas, recurriendo a los ataques personales».
Al día siguiente, en una carta al director de The Times, Michael Leapman explicaba que una personalidad de la Oficina de la Commonwealth se había tomado la libertad de telefonear al director adjunto de un periódico de provincias para prevenirle en contra de lo dicho por Leapman, después de que éste completara tres visitas a Biafra y otra a Nigeria. Leapman aseguraría más tarde que se había afirmado que él, Leapman, había recibido dinero de Ojukwu para escribir lo que escribió.
Después de esto, las personas que antes tuvieran la misión de intervenir en el trabajo de los periodistas debieron ser relevados de su responsabilidad y la Prensa británica quedó libre de proseguir con su tarea de proseguir con su tarea de contar lo que veía, que en general, consistía en relatar los hechos.
El 28 de junio, The Times publicó un editorial titulado «Una política de Hambre». Estaba redactado en términos muy duros, y discutía y condenaba la política del Gobierno británico en el conflicto. Quedó sin respuesta gubernamental, ya que no fue recogida por ningún portavoz del Gobierno y es que, a la verdad, no había forma de responder a ella. A finales de año, todos los periódicos británicos importantes, con la excepción del Daily Telegraph, habían manifestado su repulsa contra la política del Gobierno británico de enviar armas a Lagos, con lo que favorecían la continuación de la guerra. Pero el peso de la opinión de la Prensa británica no causó mayor efecto en los señores Wilson y Stewart que todo el peso de la opinión de la Iglesia o del Partido Laborista. Lo que sí puede afirmarse es que si bien Gran Bretaña puede haber despertado odios a causa de su política, nada es achacable a la Prensa británica, la cual ha cumplido en todo momento con su cometido.