13. LA CUESTIÓN DEL GENOCIDIO

Genocidio es una palabra fea. Es el nombre que se da al mayor crimen de que es capaz el hombre. ¿Qué constituye genocidio en el mundo moderno? ¿Qué grado de violencia aplicada contra un pueblo justifica el empleo de dicha palabra? ¿En qué medida es necesaria la intención para justificar la descripción? Tras años de estudio, algunos de los más importantes cerebros legales aportaron su experiencia para redactar la definición escrita de Genocidio, que figura en la Convención de las Naciones Unidas, adoptada el 9 de diciembre de 1948, Artículo Segundo:

En la presente Convención, se denomina Genocidio a cualquiera de los actos siguientes, cometidos con intención de destruir, en todo o en parte, un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como por ejemplo:

a) Asesinato de miembros del grupo;

b) Daño serio, corporal o mental, causado en miembros del grupo;

c) Infligir deliberadamente, en las condiciones de vida del grupo, calculadas para aportar su destrucción física total o parcial;

d) Imposición de medidas en el grupo, que impidan los nacimientos en el seno del grupo;

e) Transferencia forzada de los niños de un grupo a otro grupo.

El Artículo Primero establece que el genocidio, tanto si se comete en tiempo de paz, como de guerra, es un crimen según las leyes internacionales y el Artículo Primero establece que los mandatarios constitucionales, funcionarios o individuos particulares pueden ser acusados responsables.

Obviamente, en tiempo de guerra los hombres reciben la muerte y como pertenecen a un grupo nacional, étnico, racial o religioso este párrafo resulta, quizá, demasiado amplio para resultar práctico. Precisamente por eso, la frase, «con intención», es la que separa las bajas usuales infligidas por la guerra, del crimen del genocidio. Es preciso demostrar que la parte actora, causante de las muertes, tuviera o hubiera desarrollado una intención de destruir y las víctimas deben pertenecer a un grupo nacional, étnico, racial o religioso.

Existen otros dos puntos acerca del genocidio que han sido habitualmente aceptados por la ley: Uno de ellos es que la intención del Jefe de Estado de la parte actora no precisa ser demostrada. Un general, que actúa por su cuenta, puede ordenar a sus tropas que cometan genocidio y el Jefe Supremo será tenido por responsable de no controlar sus propias Fuerzas Armadas. En segundo lugar, el asesinato deliberado de los cuadros de mando de un grupo racial, calculado para dejar a ese grupo carente de lo más selecto de su potencial humano, en cuanto a preparación y educación, puede constituir genocidio incluso si la mayoría de la población queda con vida, como una masa inerme de campesinos analfabetos. La sociedad puede entonces estimar que ha sido castrada en su condición de grupo.

Los cargos biafreños contra el Gobierno nigeriano y sus Fuerzas Armadas, se basan en su conducta en cinco vertientes: los pogromos del Norte, el Oeste y Lagos, de 1966; el comportamiento del Ejército nigeriano en sus relaciones con la población civil en el curso de la guerra; el comportamiento de las Fuerzas Aéreas nigerianas en la selección de sus objetivos; las muertes de jefes, líderes, administradores, maestros, técnicos en varias áreas capturadas; y una deliberada imposición de hambre, predicha por diversos expertos extranjeros y que se cobró, en 1968, las vidas de unos 500 000 niños, de edades comprendidas entre uno y diez años.

Acerca de las matanzas de 1966 se ha escrito mucho. Se admite, generalmente, que el número y la forma adoptada para las muertes les confiere el carácter de genocidio, por sus proporciones y existe amplia evidencia para demostrar que estaban planeadas, dirigidas y organizadas por hombres que sabían lo que hacían; que no se llevó a cabo ninguna investigación a instancias del Gobierno central, ni tampoco ningún castigo, compensación o restitución, lo que en términos legales puede considerarse como condonación.

La amplia matanza de civiles biafreños, así como de los habitantes ibos del Estado del Medio Oeste, resulta igualmente incontrovertible. Tras la retirada de las fuerzas biafreñas del Medio Oeste a últimos de setiembre de 1967, después de seis semanas de ocupación, se practicaron una serie de matanzas contra los residentes ibos. La explicación de que resultaba difícil establecer una diferenciación entre soldados y paisanos, no se sostiene por sí misma, porque tal como ya se ha dicho, las Fuerzas Armadas se retiraron casi en todos los lugares mucho antes de que la Segunda División del Ejército federal se aproximara a la línea de fuego. Aquellas matanzas, presenciadas por numerosos extranjeros residentes en varias poblaciones del Medio Oeste, fueron debida y ampliamente difundidas en la Prensa internacional. Basten algunos ejemplos:

New York Review, 21 de diciembre de 1967: «En algunas áreas exteriores del Este, temporalmente en poder de las Fuerzas biafreñas, como Benin y la Región del Medio Oeste, los ibos eran aniquilados por las gentes del pueblo, al menos con la aquiescencia de las Fuerzas federales. Unas 1000 personas civiles de raza ibo, como mínimo, perecieron en Benin por tal motivo».

Washington Morning Post, 27 de setiembre de 1967: «Pero tras la toma de Benin por la Fuerzas federales, las tropas del Norte segaron la vida de unos 500 paisanos ibos, en Benin, después de efectuar un registro, casa por casa».

The Observer, de Londres, 21 de enero de 1968: «La más grande de las matanzas sufrida por una población ibo, la ciudad de Asaba, en donde unos 700 varones ibos fueron alineados y fusilados».

New York Times, 10 de enero de 1968: «El código [el código de conducta de Gowon] se ha desvanecido casi por completo, salvo por lo que respecta a su proyección en la propaganda federal. En las operaciones de limpieza del Estado del Medio Oeste de fuerzas de Biafra, se comprobó que las Fuerzas federales habían dado muerte o habían presenciado, impasibles, la matanza de más de 5000 ibos en Benin, así como en Warri, Sapele, Agbor y Asaba».

Asaba, citada en el reportaje del The Observer, yace en la ribera oeste del río Níger y era una ciudad ibo en su totalidad. Aquí la matanza se produjo después de que las tropas biafreñas cruzaran el puente, de regreso a Biafra. Más adelante, monseñor Georges Rocheau, enviado personal de Su Santidad el Papa, para recoger información exacta de los hechos sobre el terreno, visitaría tanto Biafra como Nigeria. En Asaba, que en aquel momento se encontraba en manos nigerianas, conversó con sacerdotes que se encontraban en aquel momento en el lugar de los hechos. El 5 de abril de 1968, fue entrevistado por un periodista del vespertino francés Le Monde, a quien declaró: «Se ha producido genocidio, por ejemplo con ocasión de las matanzas de 1966… Dos áreas sufrieron mucho [a causa de la lucha]. En primer lugar la región que se halla entre las ciudades de Benin y Asaba, en las que únicamente quedan viudas y huérfanos. Por razones desconocidas, las tropas federales han dado muerte a todos los hombres».

De acuerdo con los testigos presenciales de aquella matanza, el comandante nigeriano ordenó la ejecución de todos los varones ibos, de más de diez años de edad.

Las matanzas del Medio Oeste no tenían nada que ver con los esfuerzos de los nigerianos por la continuación de la guerra, y para los biafreños representaba lo que estaba ampliamente considerado como un indicio de lo que sucedería más adelante. El hecho de que la inmensa mayoría de la población ibo en el Medio Oeste, permaneciera en sus lugares de residencia habituales, después de la retirada de las tropas biafreñas, siguiendo las órdenes de Banjo, se interpreta en el sentido de que confiaban en que ni ellos, ni sus paisanos de la otra orilla del Níger, habían hecho nada merecedor de represalias. Si se hubiera aprovechado de la presencia biafreña armada para infligir algún daño a sus paisanos regionales, de nacionalidad no ibo, hubiera huido a cobijarse bajo el amparo de los biafreños.

Más tarde, en Calabar, Biafra, se produjeron más matanzas. Alfred Friendly informaba en el New York Times del 18 de enero: «Se dice que recientemente, en Calabar, puerto situado en la región secesionista capturada por las Fuerzas federales, los soldados fusilaron al menos a 1000 personas, o quizá 2000, ibos, la mayoría de ellos civiles… Algunos muertos incluían miembros de la tribu efik, uno de los grupos minoritarios cuya lealtad, Lagos sostiene que es federalista y no secesionista».

Tales informes rozan la superficie de lo que sucedió. Deliberadamente me he limitado a los corresponsales extranjeros, pero el testimonio de los refugiados llena hoy miles de páginas. Desde el otoño de 1967, la población ibo del Medio Oeste ha quedado drásticamente reducida. Calabar constituyó la última ciudad en la que permanecieron los ibos, en la creencia de que, por no haber cometido mal alguno, nada podía sucederles. A partir de entonces todos han huido, casi sin excepción, algunos para volver cautelosamente, meses después. Pero todas las poblaciones de Biafra, incluso las capturadas en primer lugar, se han convertido en ciudades fantasma, en comparación a su situación original.

Se podrían citar multitud de reportajes periodísticos, acerca de lo presenciado u oído, pero no serviría de nada. En irrupciones realizadas hasta detrás de las líneas de fuego nigerianas, en compañía de comandos biafreños, he visto con mis propios ojos pueblos desolados, granjas arrasadas, saqueadas, expoliadas, edificios barridos por la rapiña, casas destruidas por el fuego y, junto a todo ello, los cuerpos sin vida, ejecutados, de campesinos que habían cometido la locura o la imprudencia de demorar la marcha y quedar al alcance de las Fuerzas federales. Las matanzas de civiles no quedaron confinadas a la tierra ibo; los efiks, calabares, ibibios y ogonis, sufrieron duramente según declararon sus emisarios al coronel Ojukwu. Porque las matanzas no se produjeron en el primer momento, como primera reacción de un Ejército en armas, que disfruta de la gloria inmediata de la victoria, ni de la penosa tristeza de la derrota, que incita a la venganza. La práctica estaba bien organizada, demasiado metódicamente para ser estimada como una reacción inevitable.

La situación se prolongó después de que la Tercera División del coronel Disparar-sobre-todo-lo-que-se-mue-va, Adekunle, cruzó el Imo y se desplegó por el valle del río. En Akwa, cuando me introduje acompañando a la columna de reconocimiento biafreña, vi los cadáveres de los ocupantes de un campo de refugiados en aquel lugar, unas extenuadas formas sin vida, que ya habían huido desde el Sur tiempo atrás. Habían sido cogidos por sorpresa y exterminados. Al sur de Aba, en las poblaciones de Ubute y Ozata, desplazándonos en compañía de un reducido grupo de fuerzas de choque, nos topamos con otros dos ejemplos de lo que les sucedía a las comunidades que no habían podido huir. A los hombres les habían atado las manos a la espalda antes de fusilarlos; a juzgar por las apariencias, a las mujeres les habían hecho objeto de terribles mutilaciones, cometidas antes o después de su muerte. Los cuerpos acribillados a balazos de los niños, aparecían esparcidos, como muñecos, por la hierba.

En Onitsha, en marzo de 1968, yo estaba presente cuando el 29 Batallón biafreño persiguió a la avanzada de la Segunda División, a lo largo de la carretera principal hasta la ciudad. Allí, 300 miembros de la Iglesia Apostólica que habían permanecido en sus puestos, orando para pedir la salvación, fueron sacados a rastras de la iglesia y ejecutados. Una mujer salvó la vida fingiéndose muerta; más tarde sería atendida por otro inglés, el doctor Ian Hyde.

En la guerra siempre hay víctimas inocentes, excesos ocasionales, aquí o allí actos de desenfrenada brutalidad ocasionados por soldados de bajo nivel. Pero en raras ocasiones se ha podido señalar un cuadro tan notable de bestialidad, sobre un territorio tan amplio, infligido por unidades del Ejército tan diversas.

La evidencia de los supervivientes biafreños continúa aumentando, pero sigue sin ser tenida en cuenta en el exterior, ya que se la considera como parte de la máquina propagandística de Ojukwu. Un grupo de observadores extranjeros, reunidos a instancia del Gobierno británico, ha acompañado a los soldados Federales en varios sectores y ha presentado un informe según el cual no hay evidencia de genocidio. La iniciativa fue una operación de «lavado de manos» y surtió efecto, porque sus conclusiones recibieron amplia difusión y han servido de base para varios complacientes parlamentos en la Cámara de los Comunes.

Pero la misión constituía, además, un desatino. El no descubrir evidencia alguna del delito, cuando los presuntos perpetradores del mismo son quienes acompañan a la escena del crimen, es algo que no lograría convencer ni siquiera a un aprendiz de policía. En términos de evidencia válida en juicio, cuando un hombre es acusado de asesinato, de nada sirve a la defensa presentar testigos que declaren que no ven nada, particularmente si quien los guía es el propio acusado. La evidencia de aquellos que ven algo, sigue siendo despreciada por un mundo que prefiere no enterarse de nada.

El testimonio de los ibos, efiks, calabares, que sí vieron y vivieron para contarlo, no puede ser desatendido tan fácilmente. La evidencia que condenó a los criminales de guerra nazis no provenía de unos pocos observadores que hubieran ido acompañados de miembros de la Wehrmacht; el noventa por ciento de la misma procedía de los supervivientes, entre las víctimas, judíos, rusos, polacos y otros. Su evidencia no fue desestimada en Nuremberg, como si se tratase de propaganda judía. Del resto, un nueve por ciento está formado por documentación nazi y apenas un diez por ciento, por confesiones de los propios alemanes.

En un país como el Medio Oeste o Biafra, en los que vivían muchos europeos ocupados en distintos proyectos, es poco probable que sucedieran demasiadas cosas sin que ellos las advirtieran. Quizá sorprenda que, aparte algunos médicos y sacerdotes, muy pocos han contado algo acerca del particular. Es posible que la respuesta sea la misma que sirve para explicar la repugnancia que experimentan las gentes hacia declaraciones de este tipo y que conoce muy bien la Policía de todos los países. Hay un deseo extensamente generalizado de no verse involucrado en nada y mucho menos cuando la participación puede comportar sanciones. Hablando en términos generales, la población europea de ambas áreas queda dentro de tres categorías.

Los hombres de negocios están siempre dispuestos a explicar, con una copa en la mano, lo que vieron, para añadir, rápidamente: «Esto no es para publicarlo, querido amigo, como puede imaginar. Si esto se supiera nuestra firma atraería todas las miradas». La mayoría de los hombres de negocios de ambas zonas pertenecen a firmas que tienen otros intereses en Nigeria y temen represalias si sus empleados aparecen en letra impresa, relacionados con relatos injuriosos contra el Ejército federal y el Gobierno.

Los funcionarios suelen estar al tanto de lo que sucede en la zona en la que prestan sus servicios y hay muy poco que se les escape. También ellos tienden al disimulo porque, siendo personas de pocos recursos, aguardan con ilusión poder percibir el retiro y no están dispuestos a tener que enfrentarse con la expulsión, a media carrera o con la resolución de su contrato de trabajo, a causa de unos párrafos de denuncia en el periódico.

El tercer grupo lo componen los sacerdotes. Estos hombres probablemente conocen sus parroquias mejor que nadie e, incluso, después de abandonarlas, procuran mantener algún tipo de relación con sus antiguos feligreses para enterarse de la marcha de las cosas, después de la ocupación. En el interior de Biafra, suelen expresarse libremente sobre el tema, pero rara vez están dispuestos a aparecer en letras de molde. El instinto de un sacerdote es el de protección, pero también cabe pensar: ¿Qué podría sucederles a mis feligreses si a mí me expulsan? ¿Con quién está más comprometido, con los muertos o con los vivos? Al hablar, puede incluso poner en peligro la posibilidad de que toda la congregación a la que pertenece sea expulsada y posiblemente piense que puede servir mejor a sus feligreses si se queda, aunque sea a cambio de guardar silencio.

Incluso los que se han quedado en Biafra, poseen cartas de otros sacerdotes que prosiguen su precaria existencia misionera bajo el control del Ejército nigeriano, que les ruegan no mostrarse demasiado explícitos. Los sacerdotes, y aun éstos, en especial los católicos, cuentan con una auténtica red en todo el país y están al corriente de todo lo que sucede. La actitud del Vaticano ha sorprendido al Gobierno nigeriano, que se ha mostrado dolido, aunque debería comprender que el Vaticano cuenta hoy con la historia mejor documentada de lo que ha sucedido en las áreas capturadas de Biafra.

Quizá lo mejor sea, al llegar a este punto, referirse a los alegatos defensivos. Cuando algunas zonas habitadas por minorías cayeron al empuje del Ejército nigeriano, hubo personas que espontáneamente declararon que los ibos habían llevado a cabo atroces pogromos contra las minorías. Tales relatos causaron cierta agitación en el mundo occidental y regocijaron a los extremistas defensores del Gobierno federal. Circularon historias, según las cuales varios centenares de personas fueron obligadas a alinearse y cavar sus propias fosas, antes de ser fusilados, según el modelo establecido por el Einsatzgruppen nazi, en el este de Europa. Los párrocos católicos romanos (europeos) de algunas de las parroquias donde se afirmó que habían tenido lugar aquellas matanzas, se hallan ahora en la no ocupada Biafra. Uno de ellos me dijo: «Yo estuve allí durante todo el tiempo. Hubiera sido completamente imposible que sucediera una cosa así sin que se enterara toda la parroquia. Con toda seguridad me habría enterado y según lo que yo sé, nada de eso sucedió».

Un sacerdote de más edad de la misma orden, añadió: «En este país no sucede nada cuyo conocimiento deje de llegar a oídos del párroco y con gran celeridad. Nos desplazamos hasta los puntos más alejados, diariamente, para atender a nuestro ministerio y escuchamos todos los comentarios que nos hacen. No sólo el párroco, sino toda la Orden, conoce muy pronto todos los detalles. De haber sucedido algo semejante, yo hubiera acudido como un rayo a visitar al coronel Ojukwu».

Es difícil comprender los motivos que podrían tener dos irlandeses de cierta edad para ocultar tal cosa, si hubiera ocurrido, a menos que temieran las represalias; y aquellos que conocen al coronel Ojukwu y Biafra saben bien que el líder biafreño no es un tirano que se tome represalias en los sacerdotes y que cualquier intento para penalizar a la Iglesia Católica Romana, en Biafra sería el final del déspota.

Acerca del asesinato selectivo de los líderes de la comunidad, la evidencia hasta la fecha procede de testigos biafreños, que denuncian ejecuciones de maestros, jefes y ancianos, en un amplio abanico de lugares, pero predominantemente en áreas minoritarias, en parte porque forman el grueso de los territorios ocupados, en parte porque los ibos ya no se quedan esperando recibir un trato de misericordia. Los informes acerca de la castración de las comunidades civiles proceden de Ikot Ekpene, Uyo y Annang (áreas ibibio); Degema, Brass y Bonny (áreas rivers; los reyes de Bonny, Opobo y Kalabari están refugiados junto al coronel Ojukwu); Calabar (áreas calabar y efik); Ugep, Itigide y Ndiba (áreas ekoi, igbo y ogoja meridional); y Ogoni e Ikwerra, en las áreas habitadas por gentes del mismo nombre. En muchos casos, estas ejecuciones, según las declaraciones, habrían sido públicas, mientras la población era instada a que acudiera a la plaza a contemplarlas. Significativamente, la mayoría de los refugiados de las áreas minoritarias cruzaron las líneas hacia el interior de la Biafra no ocupada, después de varios días o semanas de ocupación.

La guerra en el aire originará siempre controversia. Se producirán bajas en la población civil, debidas a bombardeos y a la acción de los cazas, utilizados contra objetivos en tierra. A partir de Guernica, el mundo se ha venido acostumbrando a los raids de castigo, llevados a cabo por bombarderos contra objetivos civiles. En la Segunda Guerra Mundial, los bombarderos de ambos bandos se pulverizaron unos a otros las ciudades, día y noche, a pesar de que dichas ciudades eran centros industriales. No es posible lograr que la puntería de los bombardeos sea tan certera, ni siquiera en cien metros, y ello a pesar de que se trate de aparatos «Pathfinder». Pero el comportamiento de las Fuerzas Aéreas nigerianas, equipadas por Rusia y pilotadas a menudo por egipcios, ha conseguido batir todas las marcas al respecto. En muy raras ocasiones se ha utilizado la aviación en conjunción con fuerzas de tierra o contra fuerzas de tierra biafreña. Cuando así ha sido, los bombarderos han preferido volar muy alto, para quedar fuera del alcance de los aparatos de escasa envergadura y dejar caer las bombas con imprecisión, como a voleo, lo que significa que a menudo caen en la selva. Del mismo modo, los objetivos defendibles de Biafra, de naturaleza estratégica, como puentes, estaciones de ferrocarril, acuartelamientos, rara vez han sido alcanzados, o dañados seriamente, pues usualmente cuentan con un «Bofor» o una ametralladora antiaérea, para su defensa.

La mayor parte de la batalla aérea ha sido dirigida contra la población civil. Demasiadas veces los bombarderos y cazas han dejado caer sus cargas, después de un vuelo rasante, sobre grupos de personas, con cualquier excusa accidental o por equivocación. Cualquier cosa marcada con una cruz roja, parece ser un objetivo codiciable, como hospitales, etc., cual fue el caso del aeropuerto de socorro de Obilagu, barcos dormitorios, iglesias en domingo y mercados a mediodía. Estos últimos, es cosa bien sabida en África que constituyen un reducto exclusivo de mujeres, con sus niños pequeños colgados a la espalda, atados con un pañuelo. En el mercado de Awgu, el 17 de febrero, un bombardero logró dar muerte a 103 personas en menos de un minuto y en el mercado de Aguleri, en octubre, 510 personas perdieron la vida. Es difícil precisar ahora el número exacto de los diferentes raids, pero la cifra de muertes alcanza a 5000, con varios miles más de mutilados.

Las repetidas manifestaciones del general Gowon en el sentido de que únicamente se seleccionaban objetivos militares, ha demostrado que no tiene mayor control sobre la Fuerza Aérea del que ha demostrado poseer sobre el Ejército. A pesar de unas pausas periódicas en la intensidad, los raids han continuado durante toda la guerra. Mientras escribía el presente libro en Umuahia, unos cuantos «MIG 17» e «Ilyushin 28» rindieron seis visitas en la semana de Navidad, rompiendo una tregua ofrecida por el general Gowon, con la consiguiente muerte de más de 100 personas, e hirieron a otras 300, con bombas, cohetes y fuego de cañón.

Pero resulta que la utilización de aviones y fuertes explosivos contra la indefensa población civil, que llena los hospitales de heridos, e inspira profundo terror, y puede considerarse genocidio, todavía merece que los cerebros legales se entreguen a su consideración.

«Alguien podrá decir que esto [hambre masiva] constituye un aspecto legítimo de la guerra», declaró el comisario nigeriano de Información, jefe Anthony Enahoro, a quien se considera como un político del más alto nivel en Lagos, en una conferencia de Prensa celebrada en Nueva York, en julio de 1968. En el curso de las conferencias de paz de Niamey, República del Níger, dos semanas más tarde, el jefe de la delegación nigeriana se negó a considerar la posibilidad de establecer un pasillo para el suministro de alimentos, con las siguientes palabras: «El hambre es un arma de guerra legítima y estamos completamente decididos a utilizarla contra los rebeldes».

Ambas aserciones, al proceder de uno de los hombres más representativos, pueden considerarse como respaldadas por el Gobierno nigeriano y constituyen una declaración de su filosofía e intenciones al respecto. Lo que sucedió después no puede justificarse como una lamentable e inevitable consecuencia de la guerra. Porque, a pesar de hallarse cerca de Biafra las provisiones de alimentos adecuadas, a consecuencia de carecer de medios de transporte para llevárselos a las personas necesitadas, unos 500 000 niños, mujeres embarazadas y madres lactantes murieron de desnutrición y enfermedades secuela de la misma. En otro capítulo se ha descrito este aspecto.

Pero no había la menor duda acerca de la factibilidad técnica en llevar alimentos a aquellas áreas situadas detrás de las avanzadas federales. Las organizaciones internacionales ofrecían barcos, aviones, helicópteros, camiones, camionetas y personal especializado. Al cabo de muy poco tiempo, dicho personal se lamentaba amargamente de la imposibilidad de trabajar ante la actitud del Ejército nigeriano. Se dispuso de un barco, se requisó un avión, se descargaron alimentos para cargar, en su lugar, armas, municiones y hombres. Muchos sacos de alimentos de socorro acababan en los barracones del Ejército federal o vendidos en el mercado negro. En señal de protesta, parte del personal que prestaba auxilios, abandonó sus puestos.

Irónicamente, en la última semana de octubre de 1968, cuando el pasillo aéreo nocturno en las zonas en poder de los biafreños seguía siendo ilegal, desde el punto de vista técnico, pero había logrado detener el problema de la desnutrición, salvando siquiera momentáneamente, la vida de la restante población infantil, Harold Wilson admitió que dificultad de transportar los alimentos de socorro por carretera, incluso en la zona nigeriana, había que achacarla al obstruccionismo federal.

Por lo que respecta a las restantes frases del texto de la Convención de las Naciones Unidas sobre el genocidio, una de ellas se refiere a un «grupo nacional, étnico, racial o religioso». No cabe la menor duda de que los biafreños, ya sea considerados como nación, o como grupo racial diferenciado, quedan inscritos en el marco de dicho título. Por lo que respecta a la «intención», mencionada en el Artículo Dos, la posición es más compleja. La intención es difícil de probar, ya que afecta a lo que sucede en el interior de la mente humana, a menos que se haya reflejado por escrito.

Sin embargo, la intención puede deducirse por defecto de cualquier otra explicación plausible. Un juez puede muy bien decir antes de emitir sentencia: «No puedo creer que usted no tuviera conocimiento… Existe amplia evidencia de que usted podía prever las consecuencias de su acción… A pesar de repetidas advertencias, se negó usted a llevar a cabo ningún intento para evitar o detener… etc». Tales frases son de uso corriente en la práctica legal y la intención, según la Ley, puede probarse de distintas maneras. No constituye argumento para la defensa de un pirómano que ha incendiado un edificio y causado la muerte de cuatro personas ocupantes del mismo, el declarar que el incendio no tenía intención de causar mal alguno a las víctimas. En cierto modo, ése es el caso del general Gowon, quien afirma que no tiene nada en contra de los ibos, ni contra sus jefes, ni contra el pueblo, y que, sin embargo, se ha mostrado, al parecer, incapaz de evitar unas acciones de sus Fuerzas Armadas que han sido motivos de sorpresa y alarma en todo el mundo.

En ocasiones, sin embargo, la evidencia de la intención no sale a la luz gracias a la acción de determinadas individualidades, sino que los políticos de más alta graduación o de los medios de propaganda controlados por el Gobierno federal.

El doctor Conor Cruise O’Brien, declaró el 21 de diciembre de 1967: «Desgraciadamente, esta disposición suya [de Gowon] a niveles máximos, no tiene una penetración descendente. Así, por ejemplo, se cita que, en Lagos, un oficial de Policía declaró que “los ibos debían ser reducidos considerablemente en número”.»[46]

George T. Orick, en The World Game of Patronization: «La población civil biafreña sabe muy bien que recientemente han sido asesinados brutalmente más de 10 000 personas, no combatientes, a manos de las Fuerzas federales, en zonas de combate. En consecuencia, experimentan cierta confusión cuando comparan los boletines difundidos por Radio desde Lagos, según los cuales se promete seguridad, con las explicaciones emitidas por Radio Kaduna, en la capital del Norte, mucho más realistas y según las cuales se discute la solución final para el problema ibo facilitando, por ejemplo, listas de nombres de líderes ibos que deben ser ejecutados. Si los truculentos biafreños no abandonan la lucha es porque, verdaderamente, están seguros de que la misma es a vida o muerte».

La sintonía musical de Radio Kaduna, controlada por el Gobierno, es una canción hausa, cuyo texto, al ser traducido, quiere decir: «Vayamos a aplastarlos. Nos apoderaremos de sus bienes, violaremos a sus mujeres, mataremos a sus hombres y los dejaremos en condiciones de abandono y entre sollozos. Completaremos el pogromo de 1966».

Edmund C. Schwarzenbach, en el Swiss Review of Africa de febrero de 1968:

Una conversación [sostenida] con uno de los más notables ministros proporcionó considerable esclarecimiento interno acerca de los objetivos políticos del Gobierno federal… El ministro discutió la cuestión de la reintegración de los ibos en el futuro Estado… En cuanto al objetivo de la guerra y su adecuada solución, refiriéndonos con propiedad al problema en su conjunto, dijo que era «discriminatorio contra los ibos, en el futuro, en su propio interés». Tal discriminación incluye, por encima de todo, la separación de aquellos territorios ricos en petróleo de la Región Este, que no estaban habitados por ibos en los comienzos del período colonial (1900), en base al proyectado plan de los doce Estados. Además, la libertad de movimientos de los ibos quedaría restringida, para prevenir una renovada penetración en otras zonas del país… Con referencia a que pudiera dejarse a los ibos un acceso al mar, el ministro declaró que aquello quedaba completamente fuera de cuestión.

La referencia al «proyectado plan de doce Estados», indica que dicha entrevista tuvo que celebrarse antes de la separación del Este de Nigeria. Desde los primeros momentos de la guerra, un corresponsal canadiense muy veterano declaró al autor: «El otro día, durante una conversación con Enahoro, le pregunté si se permitiría alguna vez a los ibos desplazarse por Nigeria libremente, después de la guerra. Repuso lo siguiente: “Bueno, los chicos del Ejército me dicen que no piensan dejar más de 50 000 ibos con vida, fuera del East Central State, y es una decisión para siempre”».

Se puede establecer una interesante comparación con el tratamiento que los alemanes dieron a los judíos durante el período de Hitler. El plan nazi para los judíos de Alemania no fue un plan simple, sino que tuvo tres fases: En primer lugar, una legislación discriminatoria, imposibilidad de conseguir trabajo y negación de los derechos civiles, junto a una amplia campaña de hostigamiento, pillaje y brutalidad; en segundo lugar, el desarraigo de los ghettos y de todas las comunidades judías y la transferencia de dichas comunidades a nuevos emplazamientos en zonas del Reich, situadas más hacia el Este. Y en tercer lugar, la Solución Final, consistente en trabajos forzados para los capacitados y la extinción para los demás.

Según la experiencia biafreña, las dos primeras fases de dicho plan ya se habían completado y los emplazamientos al Este, su propio país, la patria ibo, que es además el asentamiento de otras varias comunidades del Este. La diferencia estribaba en que ahora ellos importaban armas y empezaban a defenderse, ante el ultraje manifiesto de sus perseguidores. Pero incluso los extranjeros más fríos y desinteresados en el asunto, que se hallaban en el interior de Biafra, han visto despejada cualquier duda que pudieran albergar acerca de las posibilidades de supervivencia, como grupo étnico diferenciado, que pudiera tener Biafra bajo ocupación militar nigeriana.

Sería presuntuoso, por parte de un escritor, erigirse en juez o fiscal. La evidencia citada más arriba, que es toda la disponible, representa, únicamente, un indicio, como la parte que asoma de un iceberg a la deriva. Antes de completar el cuadro que pudiera resultar, se precisa de los esfuerzos de un equipo profesional de rastreadores de hechos, dentro del marco que pudiera estar constituido por un tribunal independiente que iniciara la encuesta. Dicha información, voluminosa, sería estudiada por un panel de expertos legales antes de que se pudiera emitir un juicio e incluso, quizá, lo único que podría establecerse es la existencia de un caso de prima facie.

Pero incluso al llegar a esto podrían establecerse algunos puntos con absoluta certeza. En primer lugar, sea lo que fuere lo que se hizo, el Gobierno militar de Nigeria, con su comandante supremo al frente, no puede escapar a su responsabilidad ante la ley.

Segundo, ya existen casos de prima facie contra comandantes del Ejército nigeriano, individualmente, por instigación, o responsabilidad a causa de numerosas matanzas colectivas, muy por encima de las necesidades y requerimientos de la guerra.

Tercero, el cargo de genocidio es demasiado importante, ante la autoridad mundial representada por los signatarios de la Convención de las Naciones Unidas, para que sea necesario aguardar a un interrogatorio post factum, o de cualquier otro tipo. Si la Convención quiere dar muestras de ser algo más que un inútil papel, una razonable sospecha de genocidio debería bastar para abrir una investigación. Y la existencia de una sospecha razonable establecida meses atrás. Así, pues, las Naciones Unidas quebrantan su propio juramento, recogido en el Artículo Primero, en tanto se nieguen a abrir una investigación.

Por último, sea lo que fuere lo que los nigerianos hayan hecho, el caso es que el Gobierno británico de Harold Wilson le ha otorgado, voluntariamente, su propia aquiescencia. Desde diciembre de 1968 no se puede hablar de neutralidad, o de neutralidad activa, o de ignorancia o de que se trataba de tender una mano a un Gobierno amigo. El compromiso es total.

La revista Spectator, que no es dada a la hipérbole agresiva, decía en un editorial del 31 de mayo de 1968: «Por vez primera en nuestra historia, Gran Bretaña se ha convertido en cómplice deliberado del asesinato de cientos de miles de hombres, mujeres y niños, cuyo único crimen era el de pertenecer a una nación proscrita. Para decirlo con pocas palabras, en cómplice de genocidio. Y el pueblo británico, junto a una oposición supina, cerró los ojos y permitió al Gobierno que prosiguiera su vergonzosa marcha, sin ponerle impedimento alguno».