Los dieciocho meses de guerra, entre julio de 1967 y diciembre de 1968, estuvieron jalonados por tres Conferencias de Paz, las tres fracasadas. La condición imprescindible previa para la celebración de cualquier conferencia de paz, es decir, para que la misma sea un éxito, consiste en que ambas partes estén persuadidas de que el conflicto no puede ser solucionado por medios militares a su alcance y que una solución negociada, no sólo es deseable, sino que, a largo plazo, es inevitable.
Los que son ajenos al conflicto y desean que la conferencia resulte positiva, tienen el deber, si es que su papel es algo más que una sofistería, de convencer a ambas partes de dicha realidad. Cualquier potencia ajena al conflicto que, por un lado, declare que desea una solución negociada de paz y por otro proporcione a una de las partes un motivo para que esa negociación no pueda llevarse a efecto, comete un grave pecado de hipocresía.
En el caso de las tres conferencias entre nigerianos y biafreños, Gran Bretaña y Estados Unidos actuaron diplomáticamente y Gran Bretaña, además, de forma práctica, para mantener a Nigeria encerrada en su convicción primitiva, según la cual una solución militar total era viable y a su alcance, en tanto que una solución negociada era inevitable a largo plazo. Como resultado, los nigerianos, ya en las primeras horas de una conferencia, dejaban bien sentado que su delegación acudía únicamente para discutir las condiciones de la rendición de Biafra. Al fallar la aceptación de las bases para la negociación, la guerra debe proseguir inexorablemente. Que es exactamente lo que sucedió. Parte de la responsabilidad de ello recae en las dos grandes potencias y en la necedad de los Estados africanos que consintieron en que les impusieran una política de no participación en un asunto que se ha convertido en un estigma para todo el continente.
La primera conferencia fue el resultado de cierta actividad diplomática desarrollada por el secretario de la Commonwealth Arnold Smith, un amable canadiense que poseía una dosis muy grande de buena voluntad y poca astucia. Tras contactar con Lagos varias veces a comienzos de la primavera de 1968, declaró a los biafreños que aquéllos estaban dispuestos a hablar de paz. Como este desarrollo era lo que los biafreños habían deseado durante toda la guerra, accedieron y se concertó lo necesario para que tuvieran efecto unas conversaciones preliminares en Marlborough House, Londres, para discutir la fórmula adecuada para la conferencia.
Al mismo tiempo, Nigeria estaba siendo sometida a presión. Habían fracasado los repetidos intentos para apoderarse por mar de la principal ciudad biafreña, Port Harcourt, y el comandante de la Tercera División había prometido que tomaría la ciudad a finales de mayo.
Mientras la Tercera División proseguía su dificultoso avance a través de los pantanos en dirección de Port Harcourt, la situación se alteró alarmantemente en el aspecto diplomático. El 13 de abril, Tanzania reconocía a Biafra como Estado soberano. Ello animó tanto a los biafreños, como desmoralizó a los nigerianos, incluso hasta los niveles de la infantería. Fue en esta coyuntura, cuando los nigerianos expresaron a Smith su buena posición para la celebración de unas conversaciones. En el lado biafreño se pensó que «poner dificultades» era una expresión más apropiada, porque la caída de Port Harcourt alteraría, probablemente, las tendencias dominantes en África. Y así resultó.
Las conversaciones preliminares comenzaron en Londres el 2 de mayo, con el jefe supremo de justicia biafreño Sir Louis Mbanefo, de una parte y de la otra, el jefe Anthony Enahoro, que encabezaba la delegación nigeriana. Los puntos a discutir eran elección de la sede de la conferencia, el presidente y observadores internacionales (si es que los había) y la agenda. Las suposiciones biafreñas de que las conversaciones eran una maniobra de paralización, un atolladero, se confirmaron desde el primer momento. Sir Louis le dijo a Smith que estaba persuadido de que las conversaciones no tendrían éxito. Para empezar, los británicos se habían negado a suspender el envío de armas a Lagos, a pesar de que las conversaciones se estaban celebrando ya, un gesto que los nigerianos no interpretaron mal; luego, a causa de la composición de la delegación nigeriana.
Además del Jefe Enahoro, incluía a Alhaji Amino Kano, del Norte, pero de ningún modo adscrito al establishment del Norte y que no podía ser portavoz de Nigeria del Norte. Tres colaboradores biafreños, Asika, el ibo designado por Lagos para la administración de la patria ibo; el brigadier George Kurubo, un renegado del Rivers, repudiado por su propio pueblo y que en otro tiempo fuera brigadier en el Ejército de Biafra, antes de desertar para ponerse al servicio de Lagos cuando le ofrecieron ser embajador de Nigeria en Moscú, y el señor Ikpeme, un efik de Calabar, que había actuado como representante de Lagos en Calabar, con ocasión de las represalias contra los efiks, del pasado noviembre y diciembre.
Resultó algo así como la Delegación de Vietnam del Sur, en la Conferencia de París compuesta por tres desertores del Vietcong, que actuaban de portavoces. Es fácil imaginar la reacción del Vietcong y de los norvietnamitas.
Pero, a pesar de comprender perfectamente que aquel grupo de hombres no podía, en ninguna circunstancia, ser tenido por competente para hablar en nombre del pueblo de Nigeria, Sir Louis siguió adelante. Como sede, los biafreños propusieron Dakar que fue rechazada por Enahoro, quien no propuso ninguna alternativa. Después de tres días de dilación, Sir Louis requirió a Enahoro para que ofreciera una lista de lugares que resultaran de la conveniencia de Lagos, añadiendo que el deseo nigeriano de que la sede se estableciera en Londres resultaba imposible a causa de los ininterrumpidos embarques de armas de Gran Bretaña a Nigeria.
Enahoro presentó una lista de diecisiete capitales de la Commonwealth, de las cuales Sir Louis eligió Kampala, que había sido su segunda elección, aunque se había reservado el anunciarla. Desconcertado y acorralado, Enahoro accedió a que fuera Kampala, capital de Uganda. Biafra deseaba un presidente de las conversaciones y tres observadores internacionales independientes, ya que, a partir de la conferencia de Aburi, tenía la certeza de la necesidad de testigos de tales reuniones. Enahoro no los deseaba y sugirió que este aspecto se puntualizara en Kampala. Sir Louis mostró su acuerdo. Después de posteriores dilaciones, llegó el momento de discutir la agenda.
Sir Louis deseaba que en ella figuraran dos puntos: acuerdo de un alto el fuego y establecer unas conversaciones más extensas acerca de los términos de la futura naturaleza de la asociación entre ambas partes, esto es, la solución política. Enahoro propuso una agenda de siete puntos, lo que significaba discutir los medios y los modos de la rendición de Biafra, total e incondicional. Sir Louis protestó porque estimaba que el alto el fuego era el principal objetivo de las conversaciones y que, sin el alto el fuego, las conversaciones carecerían de sentido. Por otra parte, señaló que el ofrecimiento original presentado por Smith se refería a conversaciones para un alto el fuego, sin condiciones previas. Eventualmente se aceptó la agenda de dos puntos.
La conferencia principal se inauguró en Kampala, el jueves 23 de mayo. Para entonces la avanzadilla nigeriana había penetrado ya en Port Harcourt y la sesión se convirtió en un ejercicio académico. Costó dos días decidir que no habría presidente y sí un solo observador. Los biafreños solicitaron que fuera designado presidente su anfitrión, Milton Obote, quedando los nigerianos en una posición delicada, pues, o bien tenían que ceder en aquel punto o desairar a su anfitrión. Accedieron, y el doctor Obote nombró a su ministro de Asuntos Exteriores Simón Odaka para que presidiera de hecho las sesiones. El sábado, los nigerianos se lamentaron de que uno de sus secretarios estaba ausente y no pudieron reanudarse las sesiones hasta que reapareció el taquígrafo desaparecido.
Al llegar a este punto, las conversaciones parecían de ópera bufa, en tanto que en Umuahia el coronel Ojukwu las describía airado como de «burda farsa». Enahoro no pudo continuar las conversaciones el domingo por la mañana porque debía asistir a la iglesia y alegó dos excusas más para la tarde y la noche del domingo. Solicitó ser recibido por el doctor Obote e intentó entrevistarse en privado con Sir Louis, todo lo cual no lo llevó a ninguna parte. El martes adelantó una proposición de doce puntos que discutía en detalle la rendición de Biafra, desmantelamiento de las Fuerzas Armadas, administración del territorio por los nigerianos y el destino de los líderes biafreños. Sir Louis le recordó que se hallaban en Kampala para discutir un cese de las hostilidades, que era el primer punto de la agenda y que la solución política venía después. Enahoro se mantuvo en sus proposiciones, las cuales invertían el orden de la agenda. Entretanto se iban conociendo los detalles de la captura de Port Harcourt y desaparecieron las esperanzas de que el Gobierno de Lagos se inclinara hacia una solución pacífica.
Mientras se desarrollaron las conversaciones de Londres y Kampala, otros tres países habían reconocido a Biafra: Costa de Marfil, el 8 de mayo; Gabón, el 14 de mayo, y Zambia, el 20 de mayo. Pero como las noticias de Port Harcourt llegaron a Kampala entre el 23 y el 27 de mayo, dichos reconocimientos no tuvieron efecto alguno en cuanto a provocar cambios en la política nigeriana.
Se creyó entonces que con la pérdida del aeropuerto de Port Harcourt, que sobrevino unos días después de la caída de la ciudad, Biafra quedaría aislada del resto del mundo y sin suministros de armas, en cuyo caso la resistencia biafreña no se prolongaría más de quince días.
Pero el reconocimiento diplomático, si bien menospreciado por los exuberantes nigerianos, turbó a los Gobiernos británicos y norteamericanos. Se entablaron intensas negociaciones de fondo para disuadir a cualquier otra nación tentada de seguir el ejemplo. Alfred Palmer, subsecretario de Estado estadounidense para los asuntos de África, antiguo embajador en Nigeria, realizó una gira por países de África Occidental, mostrándose tanto en público como en privado contrario a Biafra y en favor de Nigeria. Aquella acción no quedó sin efecto y cesó la racha de reconocimientos y otros tres países que habían hecho saber privadamente al coronel Ojukwu que estaban en trance de considerar el reconocimiento de Biafra, pero cuyas economías dependían de un modo u otro del dólar, decidieron desistir.
El viernes 31 de mayo, Sir Louis comunicó al doctor Obote en primer lugar, y después a la Prensa, que su país pensaba que Nigeria confiaba firmemente en disponer de una solución militar, que perdía el tiempo y que intentaba retirarse. A juzgar por lo que escribían los corresponsales extranjeros, éstos habían llegado a la misma conclusión.
Disgustado, pero confiado todavía, Sir Louis regresó, pero no a Biafra, sino a Londres, en donde después de dedicar siete días a conversar con funcionarios británicos, solicitó ser recibido por Harold Wilson. En lugar de una respuesta afirmativa, recibió la llamada de un oficial que le sugería la conveniencia de entrevistarse con el ministro de Estado para la Commonwealth, Lord Shepherd. Sir Louis accedió y se reunieron en casa de Arnold Smith. Lord Shepherd abrió la discusión manifestando una serie de incongruencias.
En primer lugar aclaró que hasta aquel momento había creído que los biafreños eran una tribu sin importancia, formada por algunos miles de individuos que habitaban en un punto indeterminado de la selva. Incluso una persona de tanta veteranía como Sir Morrice James, subsecretario permanente, no encontró otra alternativa que limitarse a mirar fijamente por la ventana, para tratar de disimular su desasosiego. Aquélla era la primera aparición de Lord Shepherd en la escena diplomática.
Los dos mantuvieron tres reuniones, durante las cuales Lord Shepherd exaltó el deseo del Gobierno británico por un alto el fuego y más conversaciones de paz. Inquirió acerca de la posibilidad de que Biafra aceptara la mediación británica. Perplejo de que Shepherd no hubiera comprendido todavía cuál era la situación, Sir Louis replicó que su Gobierno estimaba que la mediación británica debería descartarse totalmente mientras Gran Bretaña prosiguiera con los suministros a Lagos. Los informes de la Prensa señalaban que por entonces aquellos embarques se incrementaban constantemente. Su punto de vista sorprendió, al parecer, al noble Lord.
Sin embargo, Lord Shepherd le presentó un plan para el cese de las hostilidades, el cual Sir Louis solicitó que le fuera dado por escrito, y así se hizo. Al ser comparado con el plan biafreño no se observaron discrepancias importantes. El alto el fuego, la necesidad de una fuerza internacional para el mantenimiento de la paz, las subsecuentes negociaciones para hallar la solución política, todo concordaba. Lord Shepherd pareció complacido y declaró que marcharía a Lagos en busca del necesario consenso, sobre la fórmula básica que ya se perfilaba aceptable por parte de los británicos y los biafreños. Rogó a Sir Louis que permaneciera en Londres hasta su regreso de Lagos, pero este último prefirió viajar de vuelta a Biafra, con la promesa de regresar a Londres si la misión de Lord Shepherd resultaba provechosa. Éste partió el 13 de junio, y Sir Louis al día siguiente.
Lo sucedido a continuación sorprendió a los observadores. La proposición de Shepherd, si es que se presentó alguna vez en Lagos, fue descartada de plano. Para Lagos, la solución política, bajo la forma de una rendición incondicional por parte de Biafra, era un requisito previo para un cese de las hostilidades. Impertérrito, Lord Shepherd tomó el avión para Calabar, en poder de los nigerianos y allí se comportó en una forma extraordinaria, haciendo declaraciones y apartes que demostraban que en pocos días se había convertido en un devoto total de Nigeria y su causa.
Al verse confrontado con los dos corresponsales de News of the World, Noyes Thomas y Graham Stanford, quienes le relataron con vehemencia las escenas de degradación humana y miseria que habían presenciado en el territorio ibibio ocupado por Nigeria, concretamente en Ikot Ekpene, Lord Shepherd manifestó sorpresa y shock. Pero al poco rato, al verse convertido en el centro de la atracción popular, se sintió encantado, saludando a la muchedumbre (los agentes biafreños que había en la ciudad declararían después que había muchos soldados yorubas ataviados con el muftí, o ropa de paisano) e incluso llegó a recibir a unos cantores que le obsequiaron con una serenata, y entonaron el salmo: The Loer is my Shepherd (el Señor es mi Pastor).
Resultaba inevitable el establecer comparaciones con la misión de Lord Runciman a Checoslovaquia en 1938. Aquella ridicula exhibición del conde en Petrovice, hallaba su réplica. En Lagos hizo declaraciones de un sabor netamente pronigeriano y partió de allí con todas las posibilidades de llegar a un acuerdo hechas trizas.
La efectividad de la diplomacia británica en este asunto se podía considerar agotada y a pesar de las subsiguientes declaraciones de grandes victorias obtenidas en los pasillos de Lagos, de concesiones, de intentos de acuerdo y mucho más, el Gobierno británico no ha tenido la oportunidad de hacer absolutamente nada en pro de la paz de Nigeria. Lo único que ha hecho es alentar la guerra. Fue motivo de profunda sorpresa y perplejidad para los observadores el que Gran Bretaña limitara sus esfuerzos a utilizar los servicios de Lord Shepherd, que no es un diplomático de carrera, en un asunto tan extraordinariamente delicado como el conflicto Nigeria-Biafra, cuando cuenta con un puñado de diplomáticos de calibre extraordinario, como por ejemplo Sir Humphrey Trevelyan, que dio extraordinarias pruebas de capacidad al negociar el asunto de Adén.
El siguiente paso lo dio África. El emperador Haile Selassie, de Etiopía, había encabezado por espacio de seis meses una organización formada por seis naciones, denominada Comité para Nigeria de la Organización de la Unidad Africana, comité que había permanecido mudo desde el invierno anterior, cuando sucumbió bajo la orden del general Gowon, que les prohibía visitar Biafra. Tras ponerse en contacto con los otros cinco jefes de Estado, los de Liberia, Congo Kinshasa, Camerún, Ghana y República del Níger, el emperador convocó una conferencia en la capital del último de los países citados, Niamey. El anfitrión era el presidente del Níger, Hamani Diori. La entrevista tuvo efecto el lunes, 15 de julio, y fue recibido por el general Gowon al día siguiente. No había hecho más que subir al avión que lo conduciría a su país, y ya el Comité había cursado una invitación al coronel Ojukwu para presentarle el caso.
Las noticias llegaron a Biafra, en primer lugar a través de la radio, aunque la invitación oficial tardó algún tiempo en recibirse, al ser transmitida a través de la oficina del presidente Bongo, de Gabón, aquella misma noche. Al día siguiente, miércoles, el coronel Ojukwu celebró una conferencia de Prensa que llevaba largo tiempo convocada, en Aba, durante la cual propuso dos medios de llevar alimentos a Biafra, para aliviar los sufrimientos humanos. Uno era la vía marítima y luego siguiendo el curso ascendente del río Níger hasta el puerto de Oguta, que seguía, firmemente, en manos biafreñas. El otro era la internacionalización de Port Harcourt bajo un control neutral y con un pasillo de 16 km de ancho, desde allí, hasta las posiciones en el frente, al norte de la ciudad, en donde la Cruz Roja biafreña los recibiría. En la misma conferencia se le preguntó si acudiría a Niamey, pero él lo negó con un ademán y aclaró que si bien le agradaría personalmente, la situación militar no lo permitía.
Aquella misma tarde, tuvo ocasión de cambiar de idea. Llegó un mensaje apuntando la posibilidad de disponer de transporte rápido y, tras una apresurada reunión con el Consejo Ejecutivo, él y un reducido grupo de delegados partieron poco después de medianoche, en la madrugada del 18 de julio. Tomaron tierra en Libreville antes de amanecer, en donde fueron vistos por Bruce Oudes, un conocido corresponsal canadiense, especialista en asuntos africanos, quien había recibido alguna confidencia al respecto. Y la noticia cobró cuerpo. Después de desayunar con el presidente Bongo, el coronel Ojukwu voló en dirección norte, en el jet privado del presidente Houphouet-Boigny, de Costa de Marfil, que había puesto el aparato a su disposición.
Al dirigirse al Comité, el coronel Ojukwu hizo uso de toda su capacidad de defensa y derrochó personalidad. Se reiteraron las proposiciones para uno o dos pasillos de socorro, por tierra o mar y el caso biafreño quedó establecido. El Comité, tres de cuyos miembros representaban a Gobiernos que con anterioridad habían sido hostiles a Biafra, indicaron su asentimiento, lo que, en cierto modo, desalentó a la delegación nigeriana.
El viernes, el coronel Ojukwu abandonó Niamey y se dirigió en avión a Abidján, para ver al presidente Houphouet-Boigny y sostuvieron conversaciones en privado. El sábado regresó a Biafra, después de dejar al profesor Eni Njoku en Niamey, como jefe de la delegación biafreña. El domingo celebró otra conferencia de Prensa, que en aquella ocasión consistió en una tranquila reunión en un optimismo cauteloso acerca de la próxima conferencia de paz en Addis Abeba, Etiopía, y de la que se esperaban resultados, ya que era la más importante consecuencia de la visita a Niamey.
Entretanto, en Niamey las dos delegaciones discutieron la ayuda requerida, ya que, desde primeros de julio, aquel tema preocupaba, cada vez más, a la opinión mundial. Se tomaron acuerdos acerca de varios pasillos de socorro, pero cuando tales criterios debían aplicarse a las proposiciones presentadas hasta el momento, se pudo comprobar que la proposición biafreña para una ruta fluvial era más factible, más económica, capaz de transportar más mercancías en menos tiempo y contenía menos desventajas estratégicas para uno u otro bando y una mayor variedad de salvaguardas frente a posibles abusos, que la proposición nigeriana de un pasillo terrestre en el Norte, desde Enugu hasta Awgu. Cuando esto se hizo manifiesto, la delegación nigeriana volvió sobre sus propios pasos y en el curso de su explicación de por qué todos los criterios acordados eran repentinamente inaceptables, el líder nigeriano Allison Ayida presentó su punto de vista acerca de los niños que morían de hambre, el cual se cita en el siguiente capítulo, con estas palabras: «El hambre es un arma legítima en la guerra y estamos plenamente decididos a utilizarla contra los rebeldes».
A partir de ese momento, Nigeria volvió hacia atrás en la cuestión de la permisibilidad de la ayuda a Biafra, y las subsiguientes concesiones de menor entidad se suprimieron, no por parte del Gobierno británico, sino debido a la creciente hostilidad de la opinión mundial, que brotaba de las mismas gentes en las calles. Sin embargo, se acordó una agenda para Addis Abeba, invirtiéndose el orden en aquella ocasión, por conveniencia de los nigerianos: en primer lugar, el compromiso político y en segundo lugar, el alto el fuego.
La Conferencia de Addis Abeba se convocó para el lunes, 29 de julio. El coronel Ojukwu había abandonado Biafra la noche anterior y voló directamente hasta la capital etíope, en aquella ocasión con una delegación más numerosa y en un jet de mayor envergadura, asimismo facilitado por el presidente de Costa de Marfil. Como es natural, el general Gowon se negó a asistir, o fue prevenido por algunos consejeros de que el enfrentamiento no sería favorable para él.
La primera reunión, a juzgar por los parlamentos iniciales de los dos delegados líderes, era una asamblea abierta, con representantes de todos los jefes de Estado de África, e incluso con la presencia de algunos de ellos; el cuerpo diplomático acreditado en Addis Abeba, en pleno, multitud de observadores y una gran cantidad de periodistas. El jefe Enahoro, trató de excluir a la Prensa, en particular a las cámaras de Televisión. La iniciativa falló, y se contentó con un parlamento de doce minutos.
El coronel Ojukwu se puso en pie. Comenzó por la que parecía ser una petición en nombre del pueblo de Biafra, desde el punto de vista humanitario. Después de cuatro párrafos reveló que había estado citando, al pie de la letra, la disertación que Haile Selassie había dirigido a la Liga de Naciones en 1936, acerca de la rapiña cometida por los fascistas en Abisinia. El punto no se perdió. Continuó hablando durante una hora, describiendo la historia del pueblo de Biafra desde sus más tempranos días, la persecución, el desprecio, la separación y el consiguiente sufrimiento. Al sentarse, se convirtió en uno de los pocos hombres, en este mundo, que hayan recibido una ovación, en pie, de una concurrencia predominantemente diplomática. En sesenta minutos Biafra había dejado de pertenecer a Nigeria, o a África o a Gran Bretaña o a la Commonwealth. Se había convertido en tema mundial. El coronel Ojukwu, a los treinta y cuatro años era ya una figura mundial cuatro días más tarde, cuando su rostro apareció en la cubierta de la revista Time.
Pero la conferencia de Addis Abeba perdió potencia, al atenuarse el brillo de la publicidad. Como las anteriores, se diluyó en inacabables dilaciones, parones, intransigencias y mala voluntad. Las reuniones se prolongaron durante más de cinco semanas, pero la atención mundial, que era lo único que podía haberla estimulado, cambió de rumbo para concentrarse en la invasión rusa de Checoslovaquia.
El objetivo de la delegación nigeriana consistía en la obstrucción. El cese de las hostilidades ya había perdido interés, porque el 17 de agosto la Tercera División nigeriana había cruzado el río Imo y amenazaba Aba, la mayor de las ciudades que quedaban en poder de los biafreños. En aquellos momentos, al parecer, la actitud del traficante de armas norteamericano, Wharton, había cambiado. Al sur de Aba los soldados biafreños disponían de dos balas por día, para defenderse y eran atacados con cinco. Los aparatos que transportaban municiones abandonaron su cometido, regresaron, pusieron proa al mar. A costa de terribles pérdidas para los nigerianos, Aba cayó el 4 de setiembre de 1968.
Muy pronto todas las miradas convergieron en la Conferencia de Jefes de Estado, de la organización para la Unidad Africana, convocada para el 14 de setiembre en Argel. Lagos emitió frenéticos mensajes al comandante de la Tercera División, destacando la conveniencia de que Owerri o el aeropuerto de Uli hubieran caído para entonces. Los Estados africanos amigos de Biafra les advirtieron que, en forma particular y secreta, los diplomáticos norteamericanos e ingleses, en preparación para la conferencia de Argel intentaban convencer a África de que Biafra había concluido. Se aplicó considerable presión, no del todo ajena a una argumentación financiera y la maniobra tuvo éxito.
El comité para la agenda de la Conferencia Cumbre, que debía reunirse en Argel, a partir del 8 de setiembre, excluyó el tema Nigeria-Biafra. La Conferencia se reunió el 14 de septiembre. Tras un infructuoso esfuerzo para apoderarse del aeropuerto de Uli, la Tercera División lanzó un ataque contra Owerri, el 21 de septiembre. Completamente faltos de armas y municiones (se había cancelado el suministro del proveedor norteamericano, pero todavía no funcionaba otra ruta) los biafreños combatieron con el habitual puñado de balas, frente a una avanzadilla de carros blindados británicos «Saladin». Owerri cayó el 16 de setiembre. Al día siguiente, la conferencia de Argel aprobó, por treinta y dos votos contra cuatro, una apresurada resolución según la cual se requería a los biafreños para que cooperaran con los nigerianos en el restablecimiento de la integridad territorial de la Federación. En otras palabras, a rendirse.
Al actuar de tal forma, la organización que se precia de ser depositada de la conciencia de África, se lavó las manos del más grande de los problemas del continente. Aquello era el nadir de la suerte de Biafra, militar y diplomáticamente hablando. En aquellos momentos, y durante las siguientes semanas, costaba mucho oír una sola voz dispuesta a proclamar que Biafra no estaba acabada por completo. Hicieron falta cien días para que el mundo comprendiera que Biafra seguía viva y seguía luchando.
Para entonces la situación había cambiado en la mayoría de aspectos. En Biafra se había producido un fenómeno de restablecimiento de la moral, de la confianza, un incremento en la cantidad de ayuda recibida o que se esperaba recibir. Por primera vez en aquella guerra, las fuerzas biafreñas contraatacaban duramente. Varias naciones prescindieron de la recomendación británica y decidieron realizar las acciones necesarias para conseguir la paz. En Nigeria se había firmado un acuerdo con Rusia que abría las puertas a la infiltración soviética por todos los caminos de la vida nigeriana. En el Norte los emires hacían saber su descontento, a causa del Gobierno de los funcionarios pertenecientes a tribus minoritarias que no cumplían sus promesas. En el Oeste se habían producido algaradas, fusilamientos, detenciones en masa. En Estados Unidos, Nixon había sido elegido Presidente.
El fallo de la diplomacia no fue tanto el de los hombres prominentes de Nigeria, preocupados, claro está, en conservar sus puestos, sino en el de aquellas personas que podían haber ejercido su influencia. Ni una sola vez dieron señal alguna las delegaciones nigerianas de que su convicción básica, es decir, el estar seguros de contar con una solución factible y posible, se hubiera alterado de un modo u otro, así como tampoco sus defensores trataron, ni en una sola ocasión, de disuadirles de tal convicción. La oportunidad se tuvo y se despreció.
El año 1969 no resultó más positivo en la consecución de una paz negociada, de lo que lo fuera el 1968 y siempre, principalmente, a causa de las razones expuestas. Aparte los numerosos contactos no oficiales entre diplomáticos de varios países con los regímenes biafreño y nigeriano, sólo se celebró una conferencia de paz a gran escala durante 1969. Tuvo su sede en Monrovia, Liberia, entre el 18 y el 19 de abril, y se convirtió en una farsa tan grande como sus tres predecesoras de 1968.
El primer paso fue dado a primeros de abril, cuando el Gobierno de Biafra recibió una carta del presidente William Tubman, de Liberia, con una invitación para que Biafra enviara una delegación de paz a Monrovia, para discutir la paz sin condiciones previas. Se constituyó una delegación, formada por Sir Louis Mbanefo, Christopher Mojekwu, comisario de Asuntos Internos, el jefe E. Bassey, comisario de Territorio y Vigilancia, Ignatius Kogbara, Representante Especial de Biafra en Londres y dos oficiales. Salieron de Biafra el 14 de abril y llegaron a la capital liberiana el 16, en donde fueron debida y cortésmente recibidos.
Las conversaciones iban encaminadas a intentar, por parte de la Organización del Comité de los Seis para la Unidad de África, lograr un acuerdo de paz entre ambos bandos. Los seis mediadores de la O.U.A., eran el presidente Tubman; el anfitrión, emperador Haile Selassie de Etiopía; el Presidente de la República del Níger, Hamani Diori; el Presidente del Camerún, Ahmadu Ahidjo; el presidente Joseph Mobutu, del Congo Kinshasa y de Ghana, Charles Harley, Diputado Presidente del Consejo Nacional de Liberación. La delegación nigeriana estaba encabezada por el comisario del Trabajo, Femi Okunu y Allison Ayida.
Abrió la sesión el presidente Tubman y le siguió el emperador de Etiopía. A continuación se iniciaron las deliberaciones. Era el 18 de abril, por la noche.
El procedimiento seguido para la conferencia era totalmente desusado. En primer lugar, la mesa convocó a la delegación nigeriana con la que mantuvo una reunión secreta de cuarenta y cinco minutos de duración.
Luego se llamó a la delegación biafreña. Sir Louis se dirigió a los Seis por medio de un parlamento que llevaba preparado e insinuó que deseaba presentar determinadas proposiciones para un alto el fuego. Así lo hizo. Uno de los Seis inquirió si Biafra estaba dispuesta a aceptar una fuerza supervisora para ambos contendientes. La respuesta fue sí, siempre que se hubiera establecido una tregua o alto el fuego para llevar a cabo la supervisión.
Aquella misma noche, más tarde, fue requerido para reunirse con dos de los Seis, en sesión a puerta cerrada. Aquellos dos resultaron ser el presidente Tubman y el presidente Diori. Solicitaron de Sir Louis que declarara cuál era la posición biafreña y así lo hizo. Explicó que la principal preocupación de Biafra la constituía su seguridad y la de las vidas de sus ciudadanos y sus propiedades. Los biafreños estaban dispuestos a tratar del tema de «Una Nigeria», pero primero deseaban saber lo que dicha frase significaba.
Los dos presidentes que atendían sus palabras mostraron, al parecer, comprensión hacia la posición de Biafra. El presidente Diori propuso una fórmula como base para las conversaciones de paz, que incluía la seguridad interna y externa de Biafra, con presencia internacional para garantizarlas. La proposición se hizo verbalmente en francés y Sir Louis pidió que se redactara por escrito, en inglés. El presidente Diori accedió, y solicitó del secretario general de la O.U.A., Diallo Telli, que estaba sentado junto a él, que se retirara para preparar por escrito y en inglés lo que había declarado de palabra.
El señor Telli salió efectivamente, pero, al cabo de cinco minutos, había entrado de nuevo y se dirigía en rápido francés al Presidente del Níger. Hamani Diori le repitió dos o tres veces la frase francesa, «seguridad interna y externa». Telli abandonó de nuevo la estancia, pero al parecer no cumplimentó lo dispuesto por el presidente del Níger, porque al cabo de diez minutos había regresado para decir que los dos presidentes de la O.U.A. eran requeridos por sus colegas. Se ausentaron durante cuarenta y cinco minutos y a su regreso, el presidente Diori presentó un documento en inglés que mencionaba únicamente una discusión de paz sobre el concepto de «Una Nigeria». No se mencionaba en absoluto la seguridad interna o externa de Biafra.
Sir Louis replicó de nuevo que estaba dispuesto a discutir el tema de «Una Nigeria», pero no sobre la base de una aceptación previa del concepto, todavía sin aclarar de «Una Nigeria». Afirmó que aceptaría el documento si eliminaban las tres palabras que implicaban la aceptación previa biafreña del concepto de «Una Nigeria» como condición previa. Con esto, concluyó la conversación de aquella noche.
A la mañana siguiente, el presidente Tubman preguntó a Sir Louis si había visto el New York Times. El jefe de la delegación biafreña dijo que no. Tubman repuso que contenía un reportaje de Lagos según el cual el general Gowon había asegurado que si los biafreños aceptaran el principio de «Una Nigeria», todo lo demás era negociable. El presidente Tubman pensó que aquello podía ofrecer la respuesta.
Sir Louis repuso que conocía al periodista en cuestión, que la declaración de Gowon no era nada nuevo y que no podía creer que un reportaje periodístico pudiera servir de base para el establecimiento de unas actuaciones diplomáticas de envergadura.
El día transcurrió entre conversaciones inútiles, ambas delegaciones todavía separadas, dedicando el señor Telli sus buenos oficios como mediador entre las dos salas de conferencia. Al acabar el día, Sir Louis experimentaba el profundo convencimiento de que Telli era un ferviente defensor de la causa federal. Aquella noche, ambas delegaciones fueron finalmente convocadas para una reunión plenaria de los Seis. El emperador Haile Selassie tendió a Sir Louis un documento redactado en inglés, que ya había sido revisado por la delegación nigeriana, el cual rogó a los biafreños que aceptaran.
Sir Louis comprobó, con preocupación, que aquél era todavía peor que el de la noche pasada, preparado por Telli. Dejaba perfectamente establecido que cualquier conversación futura se celebraría exclusivamente en base a la aceptación previa, por parte biafreña, del concepto «Una Nigeria». Sir Louis rechazó el documento y explicó de nuevo los motivos que lo inducían a ello. Había sido invitado a Monrovia para tratar de paz, sin condiciones previas. Tanto él como sus colegas habían podido comprobar que las condiciones previas de Nigeria seguían tan vigentes como antes y que, al parecer, contaban con el apoyo de los putativos mediadores.
En una posterior conferencia de Prensa, el juez biafreño expuso su punto de vista de que la O.U.A. no tenía ni la fuerza, ni la habilidad necesarias para hallar una salida al punto muerto en que se encontraban. Posteriormente, no se realizó ningún intento para situar juntos a ambos bandos.
Sin embargo, el 31 de julio, el Papa realizó una visita de cuatro días de duración a Kampala, Uganda, para canonizar a cierto número de mártires ugandeses. Se confiaba en que la presencia del Pontífice en el continente fuera aprovechada para facilitar la ocasión de unos renovados esfuerzos por la paz. El general Ojukwu propuso una tregua durante la estancia del Pontífice en suelo africano, la cual fue rechazada por Lagos. A pesar de que el Papa Pablo VI celebró reuniones separadas con representantes de ambos regímenes, biafreño y nigeriano, mientras se hallaba en Kampala, no se obtuvo ningún resultado de tales encuentros.
Hacia finales de 1969, los observadores albergaban todavía alguna esperanza de que gracias a la lasitud hacia la guerra que prevalecía en ambos Ejércitos y los disturbios civiles de Nigeria Occidental contra la guerra, el Año Nuevo podría aportar una nueva, más fresca y significativa iniciativa de paz.
Sin embargo, dos cosas se oponían a la materialización de semejante fin. Una era la falta de un mediador que combinase el gozar del respeto de ambos bandos a causa de su propia fuerza y el respetar la integridad de las dos partes contendientes. El otro factor consistía en la determinación del régimen federal para aferrarse a su creencia original en el sentido de que una total y decisiva solución al problema Nigeria-Biafra podía lograrse con una continuación de las hostilidades. El Gobierno británico seguía figurando como pieza clave de soporte y, al respecto, sus declaraciones ministeriales de los últimos meses de 1969 aclaraban cualquier duda de los observadores sobre el punto de vista oficial de Londres, el cual seguía siendo el de total respaldo de Lagos, para una victoria completa sobre Biafra. Se estimaba que para lograrlo se podría utilizar el hambre como arma, en ausencia de una victoria por la fuerza de las armas.