Se ha observado con frecuencia que el tradicional interés de Gran Bretaña en Nigeria no tiene nada que ver con el bienestar de su pueblo y, al respecto, se puede decir que nada ha cambiado. El interés existente estaba sustentado por una pequeña camarilla de políticos británicos, funcionarios y hombres de negocios y era puramente imperialista. La Policía estaba destinada al mantenimiento de la ley y el orden, los impuestos, para sostener la administración de la colonia, la estimulación de la producción de materias primas para la industria británica y el establecimiento de un mercado de consumo, para la adquisición de artículos manufacturados británicos. Con independencia, las dos primeras funciones fueron confiadas a indígenas amigos y convenientes, mientras que las segundas siguieron, como antes, en manos británicas. Para aquéllos, en Gran Bretaña, relacionados de alguna manera con Nigeria, este país, como otros, no era una porción de tierra con sus habitantes, sino un mercado. Cualquier tendencia que naciera en Nigeria y que pudiera parecer dañina a los intereses del mercado, debería ser descartada y el deseo de Biafra de separarse del resto del país, encajaba perfectamente con dicha descripción.
Al evaluar la política del Gobierno británico frente a dicha cuestión de la guerra Nigeria-Biafra, emergieron dos corrientes de pensamiento: una pretende que la política consistía, precisamente, en una ausencia de política, la desesperanzada manifestación de la estupidez, la apatía, la indiferencia, la insensibilidad y la ignorancia, en alto grado; la otra sostiene que hubo una política desde los primeros momentos, que fue de total apoyo no al pueblo de Nigeria, sino al régimen que detentaba el poder en Lagos, disfrazada a los ojos públicos tanto tiempo como fue posible conseguirlo y que la estupidez de los políticos y la ignorancia y la apatía del público en general, así como de los hombres que controlaban los medios de comunicación de masas habían sido utilizadas en la extensión o en el enmascaramiento de dicha política. Mientras se practica una creciente labor de investigación en la documentación disponible, cada día más numerosa, se hace patente que la evidencia respalda esta última opinión.
No es criticable en modo alguno que los británicos, desde su superior nivel de mando en la zona, desearan conservar la unidad de Nigeria, siempre que fuera viable; pero lo que sucede es que en su deseo y total determinación de admitir la unidad económica exclusiva, costara lo que costase al pueblo, en sufrimientos y privaciones, mediante la más grosera de las intervenciones en los asuntos internos de dicho país, por parte del Gobierno británico, éste decidió aliarse, no con el pueblo, sino con un pequeño grupo de disidentes del Ejército. Lo cierto es que dicha camarilla demostró no hallarse enraizada, ni ser representativa de la auténtica opinión nigeriana, a pesar de lo cual, lejos de alterar el «apoyo» de dicha política, se limitó a endurecerla, hasta el punto de que la política del Gobierno británico está tan fuertemente ligada a la supervivencia del presente régimen nigeriano, que públicamente se halla comprometida totalmente con todo cuanto dicho régimen lleve a efecto.
A la mañana siguiente del golpe de Estado de Gowon, del 29 de julio de 1966, quedó claro que los asesores del Gobierno británico estimaban tan dudosa la legitimidad de Gowon, que se requería una decisión al más alto nivel, para decidir el reconocimiento de su régimen. Aquella situación difería totalmente de la creada por el primer golpe llevado a efecto en enero de 1966, que fracasó, pero que hizo que el gabinete solicitara del general Ironsi que tomara el mando de la situación. El 25 de enero, el secretario de la Commonwealth británica, Arthur Bottomley, declaró en los Comunes que el Gobierno británico no estimaba ni siquiera necesario el reconocimiento del general Ironsi[17]
Pero, en julio, cuando no se le concedía al Gobierno de Gowon ninguna apariencia de legalidad, cuando los amotinados podían hacer gala de un éxito parcial, pero sólo controlaban la capital y dos de las cuatro regiones, la posición era bien distinta. El motivo y el momento en que se decidió reconocer a Gowon no se ha establecido nunca, pero no fue hasta noviembre de 1966, cuando el Alto Comisario Nigeriano en Londres, designado por Gowon, presentó sus cartas credenciales en la corte de St. James. Y, curiosamente, hasta el 20 de diciembre la Cámara de los Comunes no fue informada del hecho de que Gran Bretaña había decidido reconocer plenamente el régimen de Gowon. En febrero de 1967, Sir David Hunt se hizo cargo, en Lagos, de su nombramiento como Alto Comisario en Nigeria. Gradualmente, planteó una política previamente establecida, de apoyo incondicional a Gowon.
Parece haber pocas dudas acerca de que las fuerzas motivadoras de la formulación de la política británica en Nigeria desde julio de 1966 no procedían del campo político, sino de los funcionarios veteranos del Alto Comisariado en Lagos y de la Oficina de la Commonwealth en Londres, que constituyen sus asesores. El entonces secretario de la Commonwealth, Bottomley, si bien era tenido por persona sumamente agradable, al parecer no sabía absolutamente nada acerca de la situación. Su sucesor, Herbert Bowden, no consiguió destacar por su garra para hacerse con el asunto y su sucesor, George Thomson, demostró pública y privadamente que su mayor interés residía en solventar el tema de Rodesia, que había adquirido una publicidad mucho mayor. Ninguno de ellos disfrutó del apoyo, ni en los Comunes, ni en la Cámara de los Lores, de un ministro joven de notable calibre, y los entendidos en lo que sucede en el trasfondo de Whitehall no quedaron sorprendidos al descubrir que en la formulación de la política sobre Nigeria, las respuestas de los ministros a las preguntas planteadas por el Parlamento habían sido redactadas por los funcionarios civiles, así como todas las importantes comunicaciones facilitadas a los medios de información. Aquello no resultaba desagradable para los funcionarios, quienes, según es notorio, sostienen la teoría de que cualquier asunto que comporte una dificultad superior a tomar un autobús, queda por encima del nivel intelectual de los políticos profesionales. Desgraciadamente, los funcionarios demostraron a su vez que también ellos pueden ser víctimas de la ignorancia, la mala información, el prejuicio, el cinismo y, en determinadas ocasiones, el tradicional desprecio que las clases elevadas británicas demuestran hacia todos los africanos en general y para los muy dogmáticos en particular. De todo este fondo de estupidez, al que posteriormente se le añadieron unos determinados resabios, surgió el apoyo británico a una junta militar y a su política de guerra, así como a la complicidad de Gran Bretaña en el más sangriento episodio de la historia de la Commonwealth.
Gran Bretaña se dispuso a respaldar a todos los efectos a Gowon, valiéndose de su Alto Comisario en Lagos, Sir Francis Cummings-Bruce. Más tarde, este mismo declararía al profesor Eni Njoku, canciller de la Universidad de Nsukka y líder de la delegación del Este, en, la «Ad Hoc Constitutional Conference», que cuando comprendió que Gowon se proponía anunciar la disolución de la Federación de Nigeria en su alocución radiada del 1° de agosto de 1966, logró persuadir a Gowon para que alterara su sentido, sustituyendo unas palabras por otras. De este modo, según confesó al profesor, había salvado la unidad de Nigeria. Un mes más tarde se había ido, pero, al parecer, con sus acciones dejó trazado el camino a seguir por Gran Bretaña, del que le sería difícil desviarse, si bien tampoco se realizó ningún esfuerzo real en tal sentido.
En el curso de los meses siguientes hubo dos ocasiones, al menos, en las que el Alto Comisario Británico, de haber estado preparado para ello, habría podido utilizar la indudable influencia de que gozaba su posición para evitar el desastre. La primera fue después de la reunión de la «Constitutional Conference», cuando se hizo patente que la mayoría de los nigerianos, desde las clases más apegadas al terruño a las más elevadas, se hallaban en favor de una federación no demasiado sujeta a un Gobierno central, el cual existiría sin embargo. La segunda ocasión se presentó con motivo de la reunión de los gobernadores militares regionales, celebrada en Aburi, en donde los presentes llegaron a las mismas conclusiones, estampando sus firmas al pie de la resolución.
No existe la menor evidencia de que en ninguna de ambas circunstancias el representante del Gobierno británico que se hallaba presente sugiriera que dicha resolución debería llevarse a la práctica. Por el contrario, existen indicaciones de que los británicos, en cada ocasión, en lugar de aconsejar a Gowon la puesta en práctica de lo acordado, dando vía libre a los deseos populares nigerianos, lo animó a utilizar la amenaza de la fuerza en caso de no lograr el necesario consenso para la forma de actuar que tanto él como sus funcionarios civiles deseaban conseguir. Irónicamente, la libre federación de Nigeria habría podido ofrecer a Gran Bretaña todas las ventajas del mercado único, el cual patrocinaba por favorecer sus intereses, ya que los cuatro departamentos de mercados regionales ya existentes contaban con una autonomía tan destacada que llegaban a constituir una especie de confederación en el campo económico, de un carácter tan autonómico que destacaba incluso en aquellos momentos. Lo que en la práctica ha sucedido al respecto es que la cifra anual de ventas británica, con un montante de 170 millones de libras de comercio bruto ha sufrido un deterioro irreparable y quizá pueda llegar a perderse completamente.
La más caritativa interpretación que puede darse a la decisión del Alto Comisario de respaldar la acción de Gowon, frente a todos los demás, incluido su propio pueblo, persuadiendo a Whitehall para hacer lo mismo, radica en la convicción de los representantes británicos, los cuales compartían las esperanzas de Gowon acerca de la capacidad del Ejército nigeriano para solventar en forma rápida el problema de la secesión y que, por tanto, no era preciso tomarse en serio la oposición al Gobierno de Gowon. En el mejor de los casos, dicho optimismo no estaba justificado; en el peor, era puro cinismo.
La labor de cualquier embajador tiene tres vertientes: la primera consiste en mantener unas relaciones lo más amistosas posibles entre el país que representa y aquél ante el cual se halla acreditado, lo mismo a nivel oficial que popular; cuidar de las vidas, seguridad y propiedades de sus compatriotas, en todo el territorio del país ante el cual se halla acreditado; y, en tercer lugar, facilitar a su propio Gobierno toda la información posible, en todos los aspectos, acerca del país en el que esté destinado. No parece que nunca se haya dictado un orden de precedencia para estas tres misiones, pero las dos que hemos citado en primer lugar se verán directamente afectadas por la política adoptada por el Gobierno del propio embajador hacia dicho país y esa misma política se verá influida en forma decisiva por la información que facilite el embajador. Porque, si bien es usual que un diplomático no haga política, no es frecuente que sus consejos sean desoídos o dejen de pesar decisivamente a la hora de formular la política de su propio país.
Cuando se prevé un nuevo planteamiento político, el embajador suele ser llamado a consulta y su informe acerca de la situación política, económica y social en el país en el que se halla de representante, es escuchado con gran y, a veces, decisivo interés. Por tanto, el aspecto de «informador» que posee el trabajo del embajador deberá ser considerado de la máxima importancia entre todas sus funciones. Una deficiente corriente informativa es la huella de un embajador incompetente, pero, además, puede llevar a la política de su país por el sendero del desastre.
En el caso del Alto Comisario Británico en Nigeria, describir los hechos que se van produciendo no debería ser tarea difícil.
En Nigeria viven muchos hombres de negocios, funcionarios, comerciantes, periodistas, viajeros, misioneros, doctores, maestros, profesores e ingenieros, los cuales suman colectivamente centurias de experiencia y entendimiento profundo. Asimismo, se cuenta con un Delegado del Alto Comisario en cada una de las cuatro regiones.
Si consideramos las observaciones de Gowon antes de la guerra acerca de una «breve operación quirúrgica policial», parece que él mismo estaba íntimamente convencido de que el Ejército nigeriano podía solventar la desafección de la Región Este en cuestión de días. No es sorprendente que estuviera tan mal informado, porque en todo áfrica los potentados están rodeados de aduladores y oportunistas que consideran positivo para sus propios intereses decirle al hombre en el poder lo que le gustaría oír. Pero parece que el Alto Comisario Británico compartía tal euforia, ya que a través de conversaciones privadas con periodistas de Lagos, era posible llegar a la conclusión de que los representantes británicos estaban completamente convencidos de que cuando la lucha estallara, sería breve y apenas sin derramamiento de sangre; de que el coronel Ojukwu sería depuesto y de que el Este sería reincorporado a Nigeria en cosa de pocas semanas, como máximo.
Diplomáticos, periodistas y elementos sociales, alimentaban sus ilusiones entre sí, y en la sodomía social circular de cuantos componían el elenco de los cócteles diplomáticos, habían conseguido convencerse a sí mismos de lo dicho, sin referirse en ningún momento a lo que realmente sucedía en la región Este.
Que Gowon y sus consejeros hubieran estado mal asesorados, es comprensible; pero que el Alto Comisario Británico hubiera sido víctima del mismo engaño, no lo es, porque Sir David Hunt tenía la suerte de contar con la cooperación, en la Región Este, de un agudo y bien informado Delegado del Alto Comisario, llamado James Parker. Parker tenía contactos con gentes de todas las nacionalidades y en todos los sectores sociales, por toda la Región Este. Su colega norteamericano, el cónsul Robert Barnard, decía de él: «Jim sabe por dónde anda[18]». Parker conocía muy bien el terreno que pisaba, así como a las gentes que lo habitaban, y se daba cuenta de la sensación de opresión y la habilidad del pueblo y su determinación para defenderse a sí mismos, cosas todas que hacían la situación mucho más peligrosa que lo que aquellas personas de Lagos parecían dispuestas a admitir.
Otras fuentes próximas al Delegado del Alto Comisario en Enugu declararon su convencimiento de que Parker había informado y advertido al Alto Comisario en Lagos, en repetidas ocasiones. Los hombres de la Prensa dirían más tarde que éste no sólo no hizo ningún caso de tales informaciones y advertencias, antes de redactar sus informes con destino a Londres, o añadiendo las necesarias enmiendas, sino que, en repetidas ocasiones y en público, habían podido escuchar las palabras de menosprecio de Sir David hacia su subordinado, a quien calificaba de «ibo blanco».
Esta difamación indiscriminada, de cualquiera, aunque se tratara de periodistas ajenos al Departamento, capaz por señalar los errores del informe oficial, se convertiría más adelante en un pilar de la táctica del Alto Comisariado y Oficina de la Commonwealth para mantener apartada la atención general del tema Nigeria-Biafra.
Cuando la guerra estalló, según se ha demostrado ahora, en retrospectiva, los funcionarios británicos al menos habían llegado a la conclusión de que era precisa una política de inalterado apoyo a Gowon y su régimen. Que dicho apoyo no tuviera un carácter práctico en las primeras semanas de la guerra se debe, únicamente, al convencimiento sentido de que Nigeria no precisaba de ayuda alguna para aplastar a Biafra. Cuando quedó claro que tal ayuda sí iba a ser requerida, se produjo entre los políticos un breve período de duda, mientras éstos, que no se sentían muy inclinados a participar en una oscura guerra de guerrillas africanas, preguntaban a sus asesores: «¿Está usted seguro?».
Poco a poco, los funcionarios se salieron con la suya y la ayuda a Gowon se fue materializando, en forma progresivamente incrementada hasta alcanzar grandes cantidades y en una amplia variedad de formas. Cabe reflexionar acerca de la actitud del pueblo británico hacia «su» Commonwealth, plasmada en su Prensa y en el Parlamento, porque la política practicada en Nigeria no fue discutida, no salió a la palestra de ningún modo hasta un año después de ser practicada, es decir, hasta que los efectos de la política de Gowon habían causado la muerte de unos 200 000 ciudadanos de esa misma Commonwealth. Tan sólo cuando llegó el momento de cuestionar la política seriamente, dando lugar a que se desprendiera la máscara oficial, pudo descubrirse lo que se estaba haciendo en nombre del pueblo británico. El público reaccionó violentamente, pero demasiado tarde. La política gubernamental estaba ya tan fosilizada que incluso, a pesar de que las bases que la habían motivado habían desaparecido y que las sucesivas justificaciones habían resultado inconsistentes, las reputaciones de todos los políticos involucrados en ella, incluida la del Primer Ministro, se habían quedado implicadas en una política de aplastar a Biafra, costara lo que costara. Lo que disgustaba a los biafreños no es el hecho de que el Gobierno británico hubiera decidido apoyar el régimen de Gowon, sino la forma hipócrita en que se llevaba a cabo. Durante doce meses se habían realizado todos los esfuerzos imaginables para enmascarar la realidad de los hechos que se producían ante el Parlamento británico, la Prensa y el pueblo. El lenguaje parlamentario se utilizó, una respuesta tras otra, para despistar, sorprender, confundir y frustrar a los que preguntaban. Los portavoces del Gobierno declararon explícitamente en el Parlamento, que el Gobierno británico era neutral y tan sólo mucho después admitieron que nunca lo había sido. Negativas ofrecidas con el rostro impávido, establecían que no era cierto que en muchas ocasiones los envíos de armas a Nigeria había excedido los niveles prebélicos, si bien, efectivamente, esos niveles se alcanzaron muchas veces. Los ministros se contradecían unos a otros, alteraban sus posiciones, vacilaban y eludían las dificultades meses y meses y el Parlamento, dando grandes muestras de credulidad, se contentaba.
Los embarques de armas prosiguieron. El secreto con que se llevaban a cabo demuestra la falta de confianza existente entre los perpetradores del hecho, acerca de la acogida que su política podía tener entre el pueblo británico, de llegar a tenerse noticia cumplida de tales manejos.
Camiones cargados de bombas y proyectiles discurrían camuflados, de noche, hacia el aeropuerto de Gatwick, en donde se les concedía permiso para rodar por la pista-taxi, algo sin precedentes en un aeropuerto internacional, para poder cargar en secreto, en el extremo más alejado del aeropuerto. La historia «saltó» en Malta, de boca de un periodista, al posarse uno de tales aparatos para repostar. Gran parte de las compras realizadas en nombre del Gobierno nigeriano se canalizaron a través de los agentes de la Corona en el «Mill-bank», de Londres, y no todos los pedidos de armamento cumplimentados por esta tradicional agencia compradora para los países de la Commonwealth eran embarcados en las Islas Británicas.
En la compra de armas, el documento más importante lo constituye la licencia de exportación, que se suele conceder, por lo general, después de mostrar el «certificado del destinatario final o comprador último», el cual especifica quién es el receptor de la mercancía, para evitar que el cargamento pueda ir a parar a otras manos. De esta manera, un certificado procedente de cualquier país puede ser válido para una compra efectuada en cualquier sitio, a pesar de que el barco portador de la mercancía no haga escala en ningún puerto del país que firmó la licencia y se muestre el end-user certificate, o destinatario último, y mientras el Gobierno del país en donde se haga escala no presente ninguna objeción, la operación puede proseguir adelante. De este modo se transfirieron armas del Ejército británico estacionado en el Rin —cuyos depósitos estaban situados en Amberes, Bélgica— a Nigeria, concretamente morteros, proyectiles de artillería y carros blindados.
No entra en el propósito de este capítulo hacer una lista de todos los embarques de armas «conocidos», desde Gran Bretaña a Nigeria o a través de departamentos británicos[19]. Los embarques conocidos constituyen materia de información recopilada a punto de estudio, principalmente en archivos periodísticos. Hay informes seguros y secretos de un continuado y clandestino suministro de armas, por el Gobierno británico al régimen nigeriano, generalmente en la oscuridad y con una clasificación de máxima seguridad, los cuales aparecieron por vez primera el 9 de agosto de 1967, a los treinta y tres días de estallar la guerra y han proseguido desde entonces hasta que se hicieron tan patentes que dejaron de ser noticia. Pero resulta interesante la explicación que de los mismos ofrece el Gobierno británico.
Durante los primeros seis meses, el Gobierno tenía las cosas muy fáciles: se le plantearon pocas preguntas y, además, casi todas ellas estaban muy mal respaldadas por información deficiente. Pero el 28 de junio de 1968, Lord Brockway planteó ante los Lores la cuestión, interpelando al ministro de Estado para la Commonwealth, Lord Shepherd. Tras la respuesta habitual de que no constituía política gubernamental revelar los embarques de armas efectuados con destino a países extranjeros, Lord Brockway recordó a Shepherd que el Gobierno había asegurado con anterioridad que únicamente se le servirían a Nigeria «los contratos y piezas de repuesto firmados anteriormente». Shepherd repuso que no sabía nada sobre el particular, pero prosiguió: «Si bien deploramos la trágica y triste guerra civil de Nigeria, hemos estado proveyendo a Nigeria con casi todo el material militar, de que dispone…»[20]
Esto sucedía cien días después de que el comandante nigeriano en Asaba hubiera utilizado la parte que le correspondía de tales suministros para cumplimentar la orden de ejecución de todos los ibos varones de más de diez años de edad.
La máscara se había desprendido en Londres, a causa de la respuesta de Shepherd, totalmente inesperada y sin preparar y a partir de aquel momento el Gobierno se concentró en la justificación de los embarques de armas a Lagos, en lugar de negarlos. Pero se mantuvieron notables engaños en lo que respecta a las cantidades. En el Parlamento se continuaba afirmando que se trataba de los «tradicionales» envíos de armamento, lo mismo en cuanto al tipo que a la cantidad, pero el 16 de mayo de 1968, Harold Wilson declaró ante los Comunes:
«Hemos mantenido los envíos, no el Gobierno; quiero decir que hemos autorizado la continuación en el aprovisionamiento de armas por cuenta de fabricantes particulares de este país, sobre la misma base de antes, pero no se han efectuado embarques especiales destinados a cubrir las necesidades de la guerra»[21]
Ésta fue una memorable declaración, ya que Nigeria se vanagloriaba de haber podido incrementar su Ejército, a partir de los 8000 hombres que tenía en los inicios de la guerra, hasta casi los 80.000. Aparte las armas que precisaban, la utilización de los proyectiles era tan liberal, que los corresponsales del Vietnam estaban estupefactos ante la prodigalidad en el empleo de los mismos, ya que se veían obligados a recargar continuamente a un ritmo de consumo imposible de equiparar con el anterior a la guerra. Y, en tercer lugar, y por lo que respecta a las palabras «fabricantes privados», que forma parte de la declaración de Harold Wilson, este autor examinó durante toda la primavera de 1968 cientos de casquillos nigerianos, en los cuales se veía claramente la marca: «U.K. Government Explosives-War Department/Army», así como la fecha de fabricación, grabada en ambos lados, y que era «noviembre de 1967».
Finalmente tuvieron que admitir que el incremento o escalada en el suministro de armas se debía a que la guerra también había hecho escalada. Pero incluso cuando los políticos, acorralados, no tuvieron más remedio que aceptar ante el Parlamento, la Prensa y el público en general que los embarques de armas eran muy sustanciales, se quiso a toda costa guardar las apariencias, justificando los hechos a toda costa, por distintas razones. Quizá sea mejor examinar estas razones dadas y tratar de situarlas en plena perspectiva.
La razón principal ofrecida fue que Gran Bretaña había sido el suministrador provisional de armas a Nigeria que cesar en tales suministros hubiera equivalido a realizar un acto neutral en favor de Biafra. Pero eso no era cierto. El coronel Ojukwu, en su condición de primer indígena con mando efectivo superior en el Ejército, sabía exactamente cuáles eran los pedidos que había cursado a Gran Bretaña mientras se hallaba en el desempeño de su cargo, y cuáles había cancelado. Hasta la fecha de la independencia de Biafra tenía conocimiento exacto de las compras efectuadas o pendientes de entrega. En una conferencia de Prensa, celebrada el 28 de abril de 1968, estableció claramente la posición. Significativamente, esto no fue nunca desmentido por Lagos, ni ningún sucesor del coronel Ojukwu en el cargo de jefe supremo del Ejército nigeriano ha dicho nada en contra. Lo que se dijo es que, entre 1964 y 1966, «el único aprovisionamiento de equipo militar que arribó a la Nigeria de entonces (desde Gran Bretaña) consistió en doce coches “Ferret” y dos “Saladin”, con un pedido de más de cuatro, pendiente de entrega hasta 1966».
Dijo que sabía «que Nigeria había hecho un alto en la compra de rifles y ametralladoras de procedencia británica, cuando Nigeria suscribió un contrato con la firma alemana de Fritz Werner en 1964 para la construcción de una factoría de munición en Kaduna». (Werner prefirió cerrar la fábrica al comienzo de la contienda antes que suministrar proyectiles con destino a una guerra civil). Declaró que Nigeria había comprado rifles sin retroceso a América, metralletas y rifles a Italia, ametralladoras ligeras a Alemania, «Howitzers» de 105 mm a Italia, morteros de 81 mm a Israel y botas y otros elementos de equipo, a Alemania.
En julio de 1966, cuando el general Ironsi fue asesinado, Gran Bretaña había quedado completamente desplazada como proveedor tradicional de armas a Nigeria hasta el punto que el país sólo dependía de Gran Bretaña para la provisión de uniformes de ceremonia y carros blindados.
Se dispone de una cifra concreta sobre el costo total de la ayuda militar de Gran Bretaña a Nigeria en el curso del año financiero de 1965-66. La misma fue anunciada por Arthur Bottomley ante los Comunes el 2 de marzo de 1966 y es la de 68 000 libras[22]. Sin embargo el 12 de junio de 1968, el secretario para el Exterior, Michael Stewart declaró ante la Cámara de los Comunes: «No hubiera sido correcto por parte nuestra suprimir los suministros en los inicios de la contienda, al Gobierno Federal… En aquellos momentos los suministros de nuestro país a Nigeria alcanzaban el setenta y cinco por ciento de los suministros de armas de todas las fuentes[23]» Con anterioridad, en el mismo debate, Stewart había dicho que hasta el momento de la ascensión al poder del general Gowon en Lagos, Nigeria «dependía de nosotros en gran manera… en todo cuanto hacía referencia a su defensa[24]».
En realidad la compra más importante en el terreno defensivo de las efectuadas por Nigeria en 1966 consistió en la adquisición de una fragata a Holanda y su incipiente Fuerza Aérea que estaba siendo adiestrada por los alemanes occidentales en Domiers. El porcentaje de Stewart parece todavía más fantástico cuando se destaca que Nigeria recibió en mayo de 1967 un embarque de cincuenta carros blindados franceses «Panhard». Si la compra de la fragata, los aeroplanos y los cincuenta carros blindados tienen que considerarse como parte del veinticinco por ciento del suministro total de otras fuentes aparte de Gran Bretaña, entonces el setenta y cinco por ciento británico de suministro tiene que remontarse a unas cantidades ingentes de armamento, cantidades verdaderamente masivas y, sin embargo, el íntimo convencimiento del general Gowon de que podría aplastar a Biafra en cosa de pocos días no inclina a suponer que cursara órdenes tan desmesuradas. Como es natural, estas cifras se refieren a la situación de las operaciones de compra antes de la guerra.
El 22 de julio de 1968, George Thomson declaró ante la Cámara que el porcentaje de las compras de armas de Nigeria en aquellos momentos, después de doce meses de guerra, representaba únicamente el quince por ciento del total[25]. Este cálculo induce a error, porque únicamente se refiere al valor. Para entonces Nigeria había adquirido unos jets de combate extremadamente caros, así como bombarderos, de la Unión Soviética, y la ayuda técnica necesaria para su mantenimiento. Dispuso de pilotos egipcios que más tarde serían sustituidos por alemanes del Este. La cifra no indica si se refiere a armas procedentes de las Islas Británicas, o si las armas procedentes de los stocks del Ejército británico estacionado en el Rin, situados en Amberes, estaban incluidos en ella. Tampoco aclara si la cantidad de dinero a que se hace referencia es el valor de las mercancías o el primer pago efectuado.
Incluso si lo dicho por Thomson era cierto, se contradecía con sus propios colegas. Lord Shepherd había declarado seis meses antes que Gran Bretaña servía a Nigeria «casi todo su equipo militar», mientras que el imperturbable Alto Comisario Sir David Hunt anunciaba en una audiencia concedida en Kaduna el 22 de enero de 1968 que «el grueso de las armas en manos de las Fuerzas federales procedían de Gran Bretaña»[26].
Y así siguieron las cosas. El argumento del «proveedor tradicional» se citaba una y otra vez, si bien había quedado establecido de antiguo con toda claridad que Gran Bretaña no era el proveedor tradicional y que las cantidades de referencia se habrían servido en pocas horas, a los niveles anteriores a la contienda. El mantenimiento de los suministros existentes, lo mismo en cuanto al tipo que a la cantidad, era falso.
Aquélla fue la primera excusa. La segunda fue que Gran Bretaña venía obligada a apoyar al Gobierno de un país amigo, pero esto es otro concepto erróneo, pues no existe obligación legal o moral alguna en suministrar armas a nadie, en tiempo de guerra. Es habitual en cualquier país, antes de decidir el suministro de armas a otro, en tiempo de guerra, el considerar antes dos cosas: si se adhiere a la política del país solicitante y qué habría llevado a dicho país a una situación en que se hacen necesarias las armas de guerra; y segundo, si le satisface plenamente la utilización que de las armas objeto de su suministro, si se lleva a efecto, se hace o se puede, razonablemente, esperar que se haga.
En ambas cuestiones, el tema del suministro de armas a Nigeria para proseguir la guerra contra Biafra tiene que ofrecer a cualquiera motivos de recelo. Los antecedentes de la guerra Nigeria-Biafra han sido expuestos en capítulos precedentes. Al cabo de algunas semanas de iniciada la lucha, el comportamiento de la infantería nigeriana en el Medio Oeste, del que existen amplios testimonios presenciales, indicaba, sin dejar lugar a dudas, que cualquier arma suministrada podría ser utilizada, llegado el caso, sin el menor titubeo, contra los civiles.
Además, no resulta infrecuente a los más escrupulosos países negarse a suministrar armas de guerra, aun las necesarias para propósitos defensivos en tiempos de paz, a un determinado país cuya política interna merezca la desaprobación del suministrador. Así, cuando Gran Bretaña, regida por un Gobierno conservador, estaba a punto de vender a España buques de guerra, Harold Wilson se puso en pie de un brinco al grito de: «¡Nada de fragatas para los fascistas!», y como su elección estaba a punto, los españoles cancelaron la operación.
Más tarde, el Gobierno laborista planteó el embargo en la venta de armas a Sudáfrica. Si bien el apartheid le gusta a muy pocos, ni siquiera los fieles del Partido Laborista sugirieron que podrían utilizarse los buques de guerra y los bombarderos «Buccanner» contra los africanos amotinados. El argumento fue y sigue siendo que en tanto se suministren armas a un país, se sostiene y fortalece el régimen de dicho país, aun en tiempo de paz; y que si a uno le disgusta ese régimen y la forma de llevar los asuntos en su país, no se debe colaborar a su fortalecimiento. Las únicas conclusiones lógicas que pueden extraerse de la continuada venta de armas a Nigeria, por parte del Gobierno Wilson, es la de que ese gobierno aprueba las cosas que el régimen de Gowon practica. En un capítulo posterior, las mismas son descritas, según relatos de testigos oculares de los hechos.
La tercera excusa fue la de que si Gran Bretaña no había vendido armas a Nigeria, algún otro lo habría hecho, cosa que no es probable en la práctica. Uno tras otro, todos los vendedores vinieron en conocimiento del uso que se daba a las armas. Uno tras otro, Checoslovaquia, Holanda, Italia y Bélgica decidieron no servir más armamento. Bélgica llegó incluso a promulgar una ley para impedir el cumplimiento de determinados pedidos sólo servidos a parte. Cualquier experto en armamento podría desmontar con entera facilidad la teoría de que los rusos podrían cumplimentar lo que los británicos dejaran a medias, ya que los soviéticos utilizan otros tipos de armas, de distintos calibres que los utilizados por Gran Bretaña y la NATO. Usualmente, los calibres soviéticos son un milímetro mayores que los utilizados por la NATO, de manera que sus fuerzas podrían utilizar, llegado el caso, la munición capturada, en tanto que las fuerzas de la NATO no pueden usar munición del Pacto de Varsovia. Por tal motivo no es posible que Nigeria haya recibido munición soviética, ya que ello habría significado un cambio total de todo el armamento, en un Ejército de más de 80 000 hombres, constituyendo una tarea totalmente prohibitiva.
De hecho, enfrentada con la realidad de verse reducida, como los biafreños, a proveerse de municiones en el mercado negro, cabe la posibilidad de que Nigeria, caso de retirar Gran Bretaña el apoyo que representaba el suministro, se habría visto forzada a sentarse a la mesa de las negociaciones, con unas proposiciones significativas. Para cuando Gran Bretaña y Rusia hubieran quedado como únicos suministradores, ya se habría dado origen al establecimiento de un acuerdo entre ambas en el sentido de que el mejor modo de zanjar la cuestión era suprimir todo suministro de armas, tal como había acordado por adelantado el coronel Ojukwu. Pero ni siquiera se intentó, quizá porque no llegó a ser nunca un argumento, sino, simplemente, una excusa para la credibilidad general.
Por lo que respecta a las implicaciones morales de la excusa, el conde de Cork y Orrery, en su discurso ante la Cámara de los Lores, el 27 de agosto de 1968, dijo:
«Equivale a decir que si alguien ha de suministrar las armas, ¿por qué no hemos de ser nosotros? Pero, a menos que se insista en que el propósito para el cual van a ser utilizadas, no va a causar daño —y no veo razonablemente cómo puede afirmarse tal cosa— entonces éste es un argumento que ningún Gobierno honorable puede utilizar, puesto que es el argumento del traficante en el mercado negro, del que vende drogas o del perista… Un disparo de bala en un estómago africano es un hecho malo en sí, se mire como se mire, y si enviamos esos proyectiles desde Inglaterra, sabedores del fin para el que están destinados, entonces esa parte alícuota en el mal general es nuestra, y esa parte no puede ser disminuida ni aumentada, ni siquiera por un pelo, por el convencimiento de que si nosotros no hemos vendido esas balas, otros lo harán»[27]
La cuarta y última excusa dada para justificar las entregas era que el no aprovisionamiento de armas equivalía a anular la influencia británica en Lagos. Esta excusa no se utilizó hasta el debate en los Comunes del 12 de junio de 1968, pero, a partir de dicho momento, se empleó profusamente, aunque era tan inconsistente como las tres precedentes. Durante el debate, Stewart aseguró a la Cámara que si se lanzaba un nuevo asalto contra el territorio ibo por parte del Ejército nigeriano o si se producían más «muertes innecesarias», tanto en uno como en otro caso, Gran Bretaña se vería obligada a hacer algo más que reconsiderar su política al respecto.
Las promesas carecían de significación. La pretendida influencia de Gran Bretaña gracias a su suministro de armas o no fue utilizada o no existió nunca, siendo esto último quizá lo más seguro. En cualquier caso, el régimen de Gowon no se desvió ni un ápice de su línea política de aplastar totalmente a Biafra y a su pueblo, y ningún intento serio británico parece haberse hecho para persuadirlo de que cambie su curso.
El 23 de agosto de 1968, se llevó a efecto un ataque final contra el mismo centro neurálgico del país ibo, desde todos los frentes y con una fuerza abrumadora, extraordinaria. Desde la cuenca del río Imo llegaban incesantes testimonios de testigos blancos extranjeros, los cuales hablaban de la desenfrenada matanza de millares de campesinos ibos, al ser aplicadas las consignas del coronel Adekunle de «matar-todo-lo-que-se-mueva». No se produjo, sin embargo, ninguna reconsideración, ni replanteamiento de la política. Ante una supina Cámara de los Comunes se realizó otra operación de desprecio por parte de un Gobierno que, al parecer, había llegado a la conclusión que tanto la Cámara de los Comunes como la de los Lores existían, únicamente, para ser engañadas.
Ésta era la situación en cuanto al tráfico de armas, según estaba en el momento de producirse el debate del 27 de agosto de 1968. Dicho debate alteró las cosas hasta cierto punto, si se tiene en cuenta que ese mismo día el Gobierno de Wilson decidió quitarse por completo la careta, revelando cuál había sido su política hasta aquel momento.
Pero incluso entonces, no quedó la menor duda acerca de la intención del Gobierno británico de desautorizar la política bélica del régimen de Gowon. Las consecuencias de esta política, a finales de diciembre de 1968, eran tan serias que en términos de vidas humanas, sea cual sea el juicio que la Historia otorgue a la ofensa del régimen nigeriano, no cabe la menor duda de que el Gobierno británico aparecerá igualmente responsable, en un estado de total complicidad.
Los embarques de armas constituían únicamente uno de los modos utilizados por el Gobierno británico para demostrar su total apoyo al régimen de Gowon. Como efecto de la misma, las oficinas del Gobierno se convirtieron en una poderosa organización de relaciones públicas en favor de Nigeria. Los diplomáticos extranjeros recibían las informaciones más tergiversadas que quepa imaginar, hasta el punto que muchos de ellos creían, de buena fe, en su imparcialidad y veracidad. Algunos de los bulos fueron tan logrados y convincentes como el que hacía referencia a la «ayuda masiva de Francia a Biafra» y eran sutilmente canalizados hacia los periodistas, algunos de los cuales no mostraron la menor habilidad o interés en asesorarse independiente y privadamente.
Miembros del Parlamento y otras personas distinguidas que mostraron deseos de desplazarse a Biafra para comprobar los hechos por sí mismos, directamente, tuvieron que desistir de sus propósitos al negárseles toda asistencia, en tanto que quienes querían ir a Nigeria recibían todo el apoyo necesario para su gestión. En bares, clubs, salas de juntas y reuniones, la «línea de Lagos» era fervorosamente, entusiastamente defendida, cumpliéndose órdenes concretas al respecto. No se escatimó esfuerzo alguno para explicar que el caso de Nigeria era el único válido y para denigrar la versión biafreña en todas las formas posibles, incluido el genocidio. La campaña no quedó sin efecto, ya que gran número de personas, mal informadas, por lo menos acerca de este tema, se persuadieron de que la propaganda sobre Lagos respondía a la verdad y no profundizaron en los antecedentes del asunto, entregándose a la difusión de los que ellos mismos tenían por bueno.
En cuanto a la asistencia técnica ofrecida a los nigerianos, el Gobierno británico no era menos acomodaticio, ni más cándido que en la cuestión de las armas. A pesar de que repetidamente se negó que hubiera personal militar luchando en el bando nigeriano, muy pronto fue de dominio público que el Gobierno nigeriano contaba con personal técnico británico, para una «labor de adiestramiento». Es muy posible que aquellos hombres no se hallaran en activo en las Fuerzas de Su Majestad, en el momento de su incorporación al nuevo destino, por haber solicitado el retiro, pero su contratación se llevó a cabo con pleno conocimiento y completa aprobación del Gobierno británico. Si bien la cesión de expertos, pertenecientes con anterioridad a la Marina o al Ejército, para llevar a cabo tareas de asesoramiento y adiestramiento es práctica común con los restantes países de la Commonwealth o bien extranjeros, en tiempos de paz, es habitual efectuar una reconsideración de tales nombramientos en tiempos de guerra.
Es cosa sabida y, por otra parte, nadie ha intentado negarlo nunca, que antiguos oficiales de la Royal Navy han estado dirigiendo en forma continuada las operaciones de bloqueo de la Marina nigeriana. Actúan con apoyo completo del Gobierno británico y ha sido ese mismo bloqueo lo que ha originado la inanición masiva en Biafra, con la consiguiente muerte de un millón de personas, por hambre, durante los doce meses de 1968. El bloqueo es total, pero no hubiera debido de ser así. Un bloqueo selectivo, al margen del cual hubieran debido quedar algunos embarques de alimentos de primera necesidad, de urgencia, para los niños, habría servido lo mismo para los propósitos militares de Nigeria. En cambio, el bloqueo total y el hambre resultante no se utiliza como arma de guerra, sino como elemento destructor deliberado contra la población civil.
De entre las muchas declaraciones de Sir David Hunt, que confirman su total e incuestionado apoyo a la causa del régimen de Gowon, así como su no camuflada hostilidad hacia Biafra y su líder, ha admitido la existencia, desde el comienzo de la guerra, de «las estrechas relaciones entre Gran Bretaña y el Ejército de Nigeria y la Marina, las cuales se han mantenido y robustecido».[28]
A pesar de todo esto, el apoyo más importante prestado por el Gobierno Wilson a Gowon ha recaído en el terreno diplomático y político. En el momento de la autoindependencia de Biafra había abiertas a Gran Bretaña tres opciones. Una era el reconocimiento del nuevo Estado. De hecho, esto hubiera representado formalizar la partición de facto que existía desde el 1° de agosto de 1966, cuando Gowon se hizo cargo del mando de un grupo de militares amotinados, parcialmente victoriosos y Ojukwu se negó a reconocer su soberanía. No se quiso tomar en cuenta tal acción como hecho político y no hay motivo para achacar culpas por ello.
La segunda opción consistía en anunciar y sostener una actitud de neutralidad en el pensamiento, la palabra y los hechos. Tal postura, en aquellos momentos, no hubiera antagonizado a ninguna de ambas partes involucradas en el conflicto que se estaba fraguando, porque Ojukwu habría aceptado la imparcialidad como honesta (en el caso de que hubiera intentado asirse al mito de la anunciada neutralidad británica por tanto tiempo como fuera preciso, porque deseaba creer en ella) y porque Gowon confiaba en una rápida victoria.
La tercera opción consistía en anunciar y adoptar un total apoyo a Gowon, tanto moral, como político, como militar. De nuevo, Ojukwu habría podido lamentar esta decisión, pero seguro y en la confianza de que Gran Bretaña jugaba limpio.
Lo que hizo el Gobierno Wilson fue adoptar la tercera opción y anunciar la segunda. Al actuar de esta manera y mantener la fábula por espacio de un año, se burló del Parlamento británico y del pueblo, así como de los Gobiernos de varios países, concretamente de los Estados Unidos y los países escandinavos, los cuales, más tarde, llegaron a estar tan preocupados que únicamente deseaban la paz, a través de la negociación de un mediador imparcial.
Todavía resulta difícil discernir las razones precisas que pudiera tener el Gobierno británico para apoyar incondicionalmente a Lagos. El fondo del conflicto puede haber sido conocido. Considerándolo en un sentido y desde el punto de vista federal, los porqués y las circunstancias del asunto indicarían que podría tratarse de seis de los primeros y media docena de las otras, pero en cualquier caso, las guerras civiles son siempre confusas, sangrientas y rara vez solubles militarmente.
Las razones dadas después fueron diversas y ninguna resistía un examen objetivo. Una era la de que Gran Bretaña tiene que respaldar, en todas las circunstancias, a cualquier miembro de la Commonwealth que deba enfrentarse a una revolución, rebelión o secesión. Esto no es cierto. Gran Bretaña está en su perfecto derecho de considerar y estudiar cada caso aisladamente, según sus propias características. Incluso en la época en que Sudáfrica pertenecía a la Commonwealth, es muy improbable que Gran Bretaña hubiera respaldado al Gobierno sudafricano, de ninguna manera, en el caso de que este Gobierno hubiese debido enfrentarse con el alzamiento de la población bantú después de haber llevado a cabo una matanza en la que perdieron la vida 30 000 bantúes.
Otra razón que se desprende de la propaganda nigeriana, era la de que los ibos de Biafra forzaron a la minoría no ibo a aceptar una separación que estos últimos no deseaban, para apoderarse de las riquezas petrolíferas de la Región del Este. Toda la evidencia que es posible obtener en los orígenes, indican que los grupos minoritarios participaron plenamente en el proceso de toma de decisiones para separarse de Nigeria y que eran tan entusiastas como los ibos. Por lo que respecta al petróleo, la propaganda nigeriana decía que el 97,3% de la producción de petróleo de Nigeria procedía de áreas no ibo. Afortunadamente, las estadísticas del petróleo, lo mismo por lo que respecta a las grandes compañías como al Gobierno nigeriano se hallan a disposición de quien desee consultarlas para su estudio.[29] Por lo que respecta al mes de diciembre de 1966, de la producción total de Nigeria, el 36,5% procedía del Medio Oeste, que no formaba parte de Biafra. En cuanto a la producción de Biafra en ese mismo mes, las propias cifras de Lagos muestran que el 50% procedía de la provincia de Aba (en pura zona ibo), el 20% de la División Ahoada (zona de mayoría ibo) y el 30% de la División Ogoni y de Oloibiri (zona ogoni/ijaw). Al margen de esto, todos los testigos presentes en aquellos meses que precedieron a la decisión de separarse de Nigeria declararon que el petróleo no era el principal motivo.
La razón más comúnmente invocada y la que cuenta con el apoyo más generalizado, es la de que cualquier secesión es, de suyo, mala, ya que desata inevitablemente una cadena de movimientos secesionistas en todo África. Los espectros de la «balcanización», «desintegración» y «regresión al tribalismo» son sacados a la palestra hasta el punto que pensadores habitualmente serenos quedan sobrecogidos de temor.
David Williams, editor del semanario West Africa y que es uno de los escritores más conocidos sobre el particular, escribió el 27 de octubre de 1968 en el Sunday Mirror. «Pero, al fin, las Fuerzas federales resultarán victoriosas y si queremos que toda esta parte del mundo no se convierta en un verdadero mosaico de pequeños, arruinados y belicosos Estados, no tienen más remedio que ganar».
Si bien esto se ha dicho en repetidas ocasiones y representa el punto de vista del Gobierno Wilson, nunca, aparentemente, se ha discutido, aunque tampoco se ha justificado. Se ha dado por supuesto y su veracidad se ha admitido como cierta. Pero la evidencia no sustenta la tesis.
Por un lado, el caso de Biafra es completamente excepcional. Incluso el presidente Mobutu del Congo ha declarado categóricamente que no hay similitud entre el caso de Biafra y el de Katanga, punto de vista compartido por el diplomático de las Naciones Unidas, doctor Conor Cruise O'Brien, de quien no puede decirse que sea partidario de la secesión.
Por otro lado, Wilson, al propugnar que no se utilizara la violencia en Rodesia, sugería que la violencia en la zona de África del Sur podría desencadenar una serie de reacciones violentas en todo el continente. Ciertamente, el peligro de contagio en el uso de la violencia es peor que en el de la separación y, sin embargo, la guerra sigue adelante sin que se promueva ningún intento serio para detenerla.
En tercer lugar, la partición sobre la base de la incompatibilidad constituye una solución política muy conocida para situaciones en las que dos pueblos han demostrado que no existen posibilidades de que puedan vivir juntos en paz. Se utilizó en el caso de la separación de Irlanda del Reino Unido. Más recientemente, el Gobierno británico ha aceptado la separación de Nyasalandia de la Federación de África Central: el Camerún Occidental, de Nigeria (según un plebiscito supervisado por las Naciones Unidas), las Islas Caimán, de la Federación de las Indias Occidentales y Jamaica, de la Federación de las Indias Occidentales (después de haber admitido el Premier de Jamaica que no existía razón legal para la separación) y aceptó la petición de la Liga Musulmana para separarse de la India en 1947, cuando se demostró que la unidad india sólo podría mantenerse a costa de una sangrienta guerra civil.
El Gobierno británico ha aceptado en el pasado la «balcanización» de la Federación de las Indias Occidentales, la Federación de África Central y la Federación Malasia, sin un murmullo de protesta. Como consecuencia de cada uno de dichos casos no se ha producido ninguna serie en cadena de secesiones en esas partes del mundo. Algunos de los Estados independientes de las Indias Occidentales son tan diminutos que resultan prácticamente inviables. Sin embargo, Biafra independiente sería la tercera en población de África y poseería el más elevado potencial de prosperidad del continente.
Las razones reales hay que buscarlas en otro lugar y sólo dos parecen discernibles. Una de ellas es que Whitehall recibió una información, en los comienzos de la contienda, de su Alto Comisario en Lagos, según la cual la guerra sería corta, contundente y poco cruenta, y de que no había problema en respaldar al ganador. Políticamente, esto no es excepcional. No se apoyan causas que están a punto de desaparecer del mapa. Sin embargo, al quedar claro que la situación había sido interpretada erróneamente en su conjunto, por parte del plenipotenciario de Su Majestad y equipo colaborador, que su información había sido mala, que la «sublevación de Ojukwu» era, en realidad, un movimiento popular fuerte y ampliamente sostenido, que la guerra podría durar meses y quizás, años; que el comportamiento de las tropas nigerianas hacia la población civil biafreña, de todos los grupos raciales, ofrecía considerables motivos de alarma, el Gobierno británico merece ser severamente censurado porque su política no sólo no fue sometida a examen y reconsideración, sino que se proyectó en escalada.
Es posible afirmar que, hasta finales de 1967, el Gobierno británico pudiera ignorar el uso que se daba a sus armas y apoyo diplomático. Pero, durante todo el año de 1968, se dispuso de mucha evidencia, abundantes testimonios de testigos presenciales, demasiadas fotografías, demasiados relatos fiables, demasiadas noticias y reportajes de Televisión para que nadie pudiera albergar una duda justificable.
La otra razón discernible para justificar el continuado apoyo del Gobierno de Wilson, tanto política como diplomática y militarmente, al régimen de Gowon, una vez conocidos los hechos, es que Gran Bretaña había decidido, si bien no se sabe en base a qué, pues no lo ha explicado nadie nunca, que el mercado de Nigeria tenía que mantenerse intacto, costara lo que costara.
Pero todo esto llegó a saberse, únicamente, tras repetidas demandas hechas por quienes estaban lo bastante interesados para preguntar. Durante doce meses, la máscara de la neutralidad se mantuvo, salvo algunos resbalones por los que se vislumbró lo que había detrás.
El 20 de junio de 1967, dieciséis días antes de estallar la guerra, Lord Walston declaró ante la Cámara de los Lores que el Gobierno no tenía intención alguna de intervenir en los asuntos internos de Nigeria y que lo había «hecho patente a todos los líderes nigerianos.»[30]
Ocho semanas más tarde, los corresponsales que inquirían acerca de los embarques de armas efectuados en el Aeropuerto de Gatwick recibieron como respuesta que se trataba de «restos de pedidos». La «neutralidad» prosiguió indiscutida hasta que en enero de 1968 se dejaron oír unos sorprendidos murmullos. El 25 de enero, Lord Shepherd, a solicitud de Lord Conesford, quien le pidió que clarificara la situación, repuso:
—Somos neutrales en Nigeria, pero existe un Gobierno perfectamente reconocido en Nigeria… nosotros, por nuestra parte, no ayudamos ni a un bando, ni al otro.[31] Cuatro días más tarde admitía que Gran Bretaña cubría «casi, casi, todas sus necesidades de equipamiento militar». El 13 de febrero, Lord Shepherd seguía manteniendo la charada, pero la había modificado ligeramente. Declaró ante la Cámara de los Lores:
—Suprimir los suministros (de armas) habría sido considerado por ellos (Lagos) como un acto de no neutralidad, un acto en contra suyo y contra nuestra política declarada de apoyo de una Nigeria única.[32]
Las cuestiones persistieron y el mantenimiento del engaño se hizo cada vez más difícil. El 21 de mayo, George Thomson desarrolló el tema de Shepherd; al responder a una cuestión en los Comunes declaró que neutralidad significaría apoyo a la rebelión.[33] La charada se mantuvo hasta el trascendental debate del 27 de agosto, cuando el Gobierno Wilson, por fin, anunció que se había apoyado al Gobierno de Gowon, siempre y en todo cuanto había necesitado.
En la escena diplomática, la magnitud de las consecuencias de esta farsa no quedó al descubierto hasta más adelante. Durante todo el 1968, casi todos los Gobiernos extranjeros dieron por bueno que Gran Bretaña era, cuando menos, políticamente neutral y, por lo tanto, constituía un interlocutor válido, un mediador imparcial, si era preciso. De hecho, lo que sucedía es que Gran Bretaña garantizaba a Lagos que los embarques de armas proseguirían, con lo que animaba a éstos a continuar una lucha sangrienta y amarga, mientras, en otro orden de cosas, proclamaba ante la opinión mundial que hacía todos los esfuerzos imaginables, en el terreno de la diplomacia, para conseguir un alto el fuego y el establecimiento de unas conversaciones de paz consistentes. Además, utilizaba toda la capacidad de persuasión de su diplomacia para urgir a unos Gobiernos profundamente preocupados por el tema de que no siguieran los pasos de Tanzania, Zambia, Costa de Marfil y Gabón, en el reconocimiento de Biafra y cuando, finalmente, las conversaciones de paz se iniciaron, a causa de la creciente presión mundial ejercida sobre Nigeria, se convirtió en el portavoz y abogado del caso nigeriano. Fue un engaño de doce meses de duración. Cuando otros Gobiernos daban muestras de inquietud y deseos de tomar alguna iniciativa, la respuesta era siempre la misma: «Nosotros nos hallamos en mejor posición para dar los pasos necesarios por la consecución de la paz, nosotros, únicamente, podemos tratar el asunto. Dejádnoslo, hacemos cuanto podemos».
Era cierto lo de que Gran Bretaña hacía cuanto podía… para asegurar la victoria de Nigeria en su intento de aniquilar la vida de Biafra. La negativa del coronel Ojukwu en aceptar al Gobierno Wilson como mediador en la contienda, en tanto continuara en su calidad de principal suministrador de armas de sus enemigos, fue castigada como una nueva acción propia de la intransigencia que afloraba siempre, en cuanto dejaban de atenderse las pretensiones de Nigeria o Gran Bretaña.
Sin embargo, la máscara de neutralidad estuvo a punto de convencer a los biafreños. Muchas personas de relieve, en Biafra, deseaban creer en ella, a pesar de que la evidencia depositada en sus mesas de trabajo decía lo contrario. Sir Louis Mbanefo, Juez Supremo y el negociador más antiguo en Kampala, mantendría conversaciones, por espacio de varias semanas, con oficiales del Gobierno británico y Lord Shepherd, en la confianza de que sus protestas de neutralidad y deseos de paz eran sinceros.
Si la charada estuvo a punto de confundir a los biafreños que se tomaban la situación con profundo interés, con toda certeza confundió totalmente a otros Gobiernos, cuyo interés en el asunto, y a pesar de sentir justa preocupación, era menor. El 9 de setiembre de 1968, Richard Nixon, que llevaba entonces adelante su campaña electoral, dio una clara señal de la actitud dubitativa del mundo ante el problema Nigeria-Biafra, al declarar:
«Hasta ahora, los esfuerzos para aliviar al pueblo de Biafra de sus penas se han visto diluidos por el deseo del Gobierno central de Nigeria de proseguir con la total destrucción e incondicional victoria y ante el temor del pueblo ibo, que entiende que la rendición equivale a que se produzcan atrocidades en masa y genocidio. Pero genocidio es lo que ahora mismo se está produciendo, y la inanición es la consecuencia. No es éste el momento de observar rituales o ceremonias o tratar los asuntos “a través de los canales adecuados” o de observar las normas de la diplomacia. La destrucción de todo un pueblo es un objetivo inmoral incluso en la más moral de las guerras. No puede nunca justificarse, no puede dejar de condenarse nunca».
Y, sin embargo, lo que hizo el mundo durante todo el año 1968 fue mantenerse muy dignamente, muy ceremoniosamente, a la expectativa y observar todas las normas y precisiones diplomáticas. No es que quiera decir que una franca declaración de interés partidista por parte de Gran Bretaña hubiera podido promover las iniciativas de otros líderes del mundo o de que tales iniciativas hubieran procurado la paz. Pero es justo decir que la advertencia de Gran Bretaña para que los otros se mantuvieran alejados, así como su monopolio en el papel de mediador, autoconcedido, garantizaba que ninguna otra iniciativa contaba con la menor posibilidad de seguir adelante.
El debate en la Cámara de los Comunes del 27 de agosto, bien merece una breve descripción, ya que proporciona lo que los corresponsales calificaron al día siguiente como «una de las más extraordinarias demostraciones de hostilidad (contra el Gobierno) que ha habido ocasión de presenciar durante muchos años en los Comunes» (Financial Times), un día de trabajo abrumador (Guardian), y «fantástico desorden» (The Times).
Aquel día hubo dos debates, uno en la Cámara de los Comunes y otro en la de los Lores, ambos sobre el problema Nigeria-Biafra. Unas horas después de haber descrito el conde de Cork y Orrery la utilización dada a las armas enviadas a Nigeria, Thomson ponía acertadamente en su sitio al Gobierno británico. Refiriéndose al momento en que estallaron las hostilidades, trece meses antes, declaró ante la Cámara:
«La neutralidad no era una opción posible al Gobierno de Su Majestad, en aquellos momentos».[34]
Lo que sucedió es que él y sus colegas crearon un caso nigeriano, con mayor devoción, más pasión y más violencia de lo que los nigerianos hubieran llegado a imaginar.
Thomson comenzó por dejar bien sentado que Gran Bretaña se había declarado inequívocamente a favor de uno de los dos bandos en la más sangrienta guerra en varias décadas; que había tomado tal decisión trece meses atrás. Luego prosiguió su disertación expresando su opinión de que el Gobierno de Lagos estaba dispuesto a mostrarse conciliador en la redacción de la constitución, a través de la cual cabía entender la unidad e, incluso, la confederación. (Este extremo no fue nunca confirmado por Lagos, quien justamente había mantenido lo contrario). Pero, según la descripción facilitada a la Cámara por Thomson, de los intercambios habidos entre los regímenes de Gowon y Ojukwu, que precedieron a la guerra, ni siquiera por una vez mencionó el hecho de que el coronel Ojukwu había ejercido insistente presión, como medio de preservar la unidad, sin tener que recurrir a la guerra.
Si hubiera quedado alguna duda en las mentes de los parlamentarios acerca de la total participación del Gobierno británico, éstas quedarían disipadas por la intervención del ministro de Estado, William Whitlock. Al leer, palabra por palabra, sus notas redactadas por un funcionario de la Oficina de la Commonwealth, este ministro ofreció lo que más tarde se calificaría de la más parcial de las versiones de la propaganda de un Gobierno extranjero, escuchada nunca en los Comunes.
Se embarcó en un tremendo ataque contra Biafra, denigró el caso, y eligió como víctima propiciatoria su Servicio de Prensa para Ultramar y la modesta firma de relaciones públicas, con sede en Ginebra, que tenía la misión de difundir las noticias de Biafra para la Prensa internacional. Acusó de crédulos a los parlamentarios que creían algo acerca de Biafra. Mediante un razonamiento caprichoso aseguró a la Cámara que la ofensiva final nigeriana contra el territorio ibo, que había sido anunciada personalmente por Gowon, a través de la Televisión británica la noche precedente, no era, a pesar de lo que Gowon hubiera manifestado, el ataque final, sino la preparación continuada para un ataque final.
A esto siguió la lectura, casi literal, de la propaganda militar nigeriana, que hacía tiempo había sido reconocida, por una investigación independiente, como inductora de total falsedad.
La misión de Whitlock consistía en agotar los últimos treinta y dos minutos del debate, para que la Cámara pudiera retirarse a las diez de la noche sin haber efectuado una votación. Las reglas del debate habían quedado establecidas el día antes. Pero al verse cada vez con mayor claridad la verdadera posición del Gobierno, se desató un verdadero pandemónium cuando la Cámara superó el estado de estupefacción general en que le habían sumido las nuevas. Whitlock fue interrumpido diecinueve veces por miembros que deseaban expresar su indignación. Joan Vickers, una dama que no es dada a los exabruptos, declaró: «En sus observaciones iniciales, el secretario de Estado [Thomson] dijo que el Gobierno británico sería neutral ¿Cree el Honorable Caballero que su declaración sigue en la línea de lo anunciado por su Muy Honorable amigo?»[35]
Witlock planteó el asunto de cara, recordando a la señora Joan, que Thomson había afirmado que el Gobierno, en aquella situación, no podía ser neutral. Con esto, siguió adelante.
Llegado a tal punto, la Cámara lo que deseaba era tener la oportunidad de votar, pero ya era demasiado tarde. No sirvió de nada la protesta airada de Sir Douglas Glover, quien declaró que cuando, el día anterior, los miembros del Parlamento acordaron no votar, no tenían la menor idea acerca de la línea que iba a adoptar el Gobierno. El tiempo concedido al debate se consumió y mientras la cifra estimativa de mortandad diaria en Biafra era de 6000 a 10 000 personas, los parlamentarios se marcharon a su casa, para proseguir sus vacaciones. Irónicamente, el tema que había interrumpido su descanso veraniego, promoviendo una convocatoria extraordinaria, no había sido el tema de Biafra, sino la ocupación soviética de Checoslovaquia, en cuya acción murieron menos de cien personas.
Tras el 27 de agosto, la posición quedó clarificada. La máscara había caído y se trazaron unas líneas. El fingimiento podía darse por concluido para todos aquellos partidarios de Nigeria, tanto dentro como fuera de Whitehall. Ahora se trataba de justificar, no de disimular. La campaña pro Gowon se desató. Los líderes de la opinión, tanto dentro como fuera del Parlamento, eran acorralados en bares y lugares públicos, en sus clubs, para serles servidas las primicias informativas acerca del deber de impedir la balcanización de África, la absoluta necesidad de preservar no sólo Nigeria, sino la Nigeria de Gowon, el peligro latente que representa la amenaza ibo y el horror personal que encarna el coronel Ojukwu.
Los corresponsales que acudían a las ruedas de Prensa diarias en las Oficinas de la Commonwealth, recibían «autorizados» informes acerca de una masiva ayuda francesa canalizada hacia Biafra, procedente de Gabón, la cual, obviamente, hacía mucho más necesario el envío de más armas, proyectiles y «Saladin», desde Gran Bretaña. El latente sentimiento antifrancés o al menos anti De Gaulle, dominante en algunos sectores de la Prensa, la derecha conservadora y la izquierda laborista, se enardeció vigorosamente.
De nuevo en la Cámara de los Comunes el 22 de octubre, Michael Stewart, secretario de Asuntos Exteriores que llevaba los asuntos de la Commonwealth desde la fusión de los dos departamentos, atacó de nuevo al coronel Ojukwu por querer impedir la muerte de su propio pueblo, «confirmando que no se había producido nunca genocidio e insistiendo en que Gran Bretaña debía de continuar el aprovisionamiento de armas.»[36]
Se inició una campaña muy vigorosa, a todos los niveles, para desacreditar no sólo la propaganda de Biafra, sino incluso los informes de la Cruz Roja, así como los procedentes de la Prensa, acerca de las muertes por inanición, la matanza de personas civiles por el Ejército nigeriano y el destino de los biafreños, en la eventualidad de que fueran conquistados.
Un estudio profundo de esta campaña hace resonar un tañido siniestro en las mentes de aquellos que recuerdan el pequeño pero ruidoso alboroto de ciertos sinuosos caballeros que, en 1938, decidieron desempeñar el papel de abogado del diablo para la Alemania nazi, en parte haciendo creer a sus interlocutores que cualquier cosa que se dijera acerca del mal trato dado por los nazis a los judíos era pura propaganda y no había que hacerle el menor caso. La táctica se desarrolló, los argumentos mejoraron, la conclusión de que cualquiera que alegara haber visto lo que fuera con sus propios ojos padecía de parcialidad congénita y el casi fervor personal con que se propugnaba la difamación de los mejor informados, pulsaba una nota muy similar en ambas instancias.
No sólo son los argumentos muy similares, sino que lo son también los orígenes y aquellos que se hacen fuentes al canalizar el mensaje. En su mayoría, cayeron en la red estúpidos parlamentarios y otros hombres de la vida pública, susceptibles de inoculación de ideas; o gentes que han pasado años felices en un determinado país y no pueden sufrir que se diga nada en contra del mismo; o periodistas no demasiado astutos, cuya máquina de escribir puede comprarse al precio de un viaje pagado por el Gobierno, en compañía de una encantadora joven perteneciente al Ministerio de Información. La mayoría de ellos son utilizados, con anuencia propia, como vehículos de propaganda, inintencionadamente, a pesar de que dedicar unos cuantos días a la comprobación de lo que les han explicado sería tarea rentable.
Pero, lo mismo que en el caso de los apologistas pro Alemania de antes de la guerra, existe siempre una pequeña minoría cuya orientación se basa puramente en el odio personal y apasionado hacia una minoría racial y el deseo de que sufra esa misma minoría. En la presente situación, desgraciadamente, el motor espiritual de esto hay que encontrarlo en el seno del Alto Comisariado en Lagos y en la Oficina de la Commonwealth en Londres.
PETRÓLEO Y GRANDES NEGOCIOS
Al no ser requeridos para que ofrecieran una explicación de su política en el Question Time, los Grandes Negocios han permanecido mucho más silenciosos que el Gobierno acerca de su actitud y participación en el asunto Nigeria-Biafra. El papel desempeñado por los intereses de los negocios y particularmente, el petróleo, sigue siendo un misterio hasta nuestros días, que ofrece una amplia gama de interpretaciones.
En la Nigeria de preguerra, la inversión extranjera era principalmente británica. La suma total se estimaba en 600 millones de libras, una tercera parte de la cual radicaba en la Región Este. El grueso de la inversión en dicha Región, lo era en petróleo.
Existía una diferencia significativa entre los intereses del petróleo y otros financieros y comerciales detentados por Gran Bretaña en Nigeria. Las inversiones más importantes en petróleo estaban localizadas en el Este, con una minoría en el resto de Nigeria. En cambio, por lo que se refiere a los restantes negocios, el grueso se hallaba en el resto de la Federación y una pequeña parte en el Este. En unos 200 millones de libras se ha estimado la inversión en el petróleo, como parte de la cifra total.
Es lógico suponer que, en defensa de sus propios intereses comerciales, tanto las grandes empresas como las compañías petrolíferas estuvieran completamente al margen de la contienda, en sus inicios, y así desearan seguir, a pesar de haber sido acusadas por los biafreños de partidistas. Irónicamente, como sus oportunidades para hacer dinero se veían dañadas en AMBOS BANDOS a causa de lo dilatado de la guerra y después de haber quedado destruida o maltrecha toda su maquinaria o instalaciones POR AMBOS BANDOS, los intereses comerciales habían sufrido y siguen todavía siendo condenados, por cada parte, mucho más que los diplomáticos, verdaderos arquitectos de la política de «apoyo a Gowon», que el Gobierno británico había decidido seguir.
Sigue siendo un misterio la participación que hayan podido tener, directa o indirectamente, a favor de Nigeria, esas mismas empresas a partir de entonces. Sin embargo, la organización que aglutina todos los intereses británicos en África Occidental es el influyente West África Committee, con base en Londres y es axiomático que el West África Committee sigue siempre la línea marcada por el Gobierno británico para su política en África Occidental, una vez que dicha política ha sido adoptada en firme.
Básicamente, los intereses de las grandes empresas se basan en la explotación, la comercialización y la obtención de un beneficio, por lo cual lo que deseaban es que la guerra fuera de corta duración, aunque no es cierto que interesara a alguna compañía petrolífera u otra empresa cualquiera el aniquilamiento de Biafra. Los hombres de negocios interrogados en los inicios de la contienda, no demostraron interés por ninguna de las dos soluciones; a ellos no les hubiera sido demasiado complicado el mantener dos organizaciones comerciales distintas, una en Nigeria y otra en Biafra, de modo que siempre y cuando ambos países convivieran en paz, uno junto a otro, los negocios podrían haber continuado normalmente. Lo que no deseaban era una guerra dilatada.
Para los intereses petrolíferos, no revestía mayor importancia. El crudo del Medio Oeste de Nigeria no se exporta desde la costa del Medio Oeste, sino que se envía a través de un oleoducto que cruza el Delta del Níger hasta Port Harcourt situado en Biafra, en donde se le incorpora todo el crudo procedente de los pozos biafreños y sigue adelante, por otro conducto, hasta el cargador terminal de tanques situado en la isla de Bonny. Cuando Biafra se separó de Nigeria y fue sometida a bloqueo, quedó cortada la corriente de petróleo, lo mismo de Biafra, que del Medio Oeste. La principal firma afectada por aquella acción fue la «Shell-BP», que es un consorcio anglo-holandés que controla la mayor parte de las concesiones en ambas Regiones.
En agosto de 1967, los biafreños enviaron a Londres una comisión muy importante, integrada por el Juez Supremo, Sir Louis Mbanefo, y el profesor Eni Njoku, para intentar persuadir al Gobierno británico y conseguir que alterara su política favorable a Nigeria. Sostuvieron conversaciones por espacio de tres semanas en el «Royal Garden Hotel» con una verdadera muchedumbre de funcionarios y hombres de negocios del West Africa Committee. El resultado fue una verdadera conmoción en la oficina de la Commonwealth y se supo que los intereses comerciales del Comité ejercieron presión en la Oficina de la Commonwealth en busca de una estricta neutralidad. Durante los primeros diez días de setiembre, todo esto cambió con sorprendente celeridad. Se supo después que aquél fue el período en que llegaba a su madurez la conspiración de Banjo para asesinar a Ojukwu. Durante la primera semana de setiembre, según lo declarado por uno de los ingleses que se vieron involucrados en el asunto, llegó alguna información procedente de Lagos que fue motivo de que Whitehall se retrotrajera a su política anterior de respaldar a Gowon y los hombres de negocios recibieron la información pertinente. Los dos biafreños se encontraron hablando en el vacío y optaron por marcharse. A partir de ese momento, al parecer, la Commonwealth Office y la City caminaron de la mano, a pesar de que las firmas comerciales veían incrementarse sus recelos desde la última mitad de 1968. De todos modos, poco después de setiembre de 1967, el Gobierno del general Gowon recibió una suma aproximada de 7.000 000 de libras, devengadas en concepto de royalties del petróleo, en un período anterior a la guerra, a pesar de las protestas de Biafra, en el sentido de que aquello le pertenecía.
Mucho antes de finalizar 1968, todo el interés comercial se había debilitado y acusaba el cansancio producido por la guerra, así como un gran escepticismo ante las manifestaciones del Gobierno sobre el término de la guerra en unas semanas más de plazo. Se atienden las razones de cierto número de hombres de negocios empleados por los principales operadores en África Occidental, los cuales habían trabajado por espacio de varios o muchos años en el Este y que, al igual que Parker, advirtieron que la situación no podía ser prejuzgada. Al principio, sus palabras no fueron tenidas en cuenta en Londres y se achacaban a sus personales preferencias hacia el pueblo del Este. Sin embargo, cada vez se hace más fuerte la creencia de que incluso en el caso de que se produjera una victoria militar nigeriana, las posibilidades de retomar a la normalidad económica en Biafra son débiles, frente al derramamiento de sangre, la acritud, la segura huida hacia el monte y la guerrilla, tanto de los técnicos como de los cuadros de mando de mayor graduación, el derrumbamiento de la economía y la escalada de la guerra de guerrillas.
Salvo para el petróleo. La exportación de este producto requiere poca supervisión en su forma de crudo y ya se inició alguna producción a finales de 1968, procedente de pozos que se hallan en manos nigerianas. Pero tanto si las compañías petrolíferas lo creen, como si no, las posibilidades de que la corriente de crudo se vea inalterada, ininterrumpida, en medio de una guerra de guerrillas son tan poco consistentes como lo sería un floreciente comercio de otros artículos.
Pero el petróleo es otra cosa: tiene un valor estratégico. Al pronosticársele al Medio Oeste un período de inestabilidad, para el que no se ve el fin, despierta el interés la alternante posesión de las fuentes del crudo. Biafra constituye una alternativa importante. Para Francia, Portugal y Sudáfrica (por citar sólo tres) el petróleo es un factor estratégico de primer orden. Aparte el hecho de que no todas las concesiones petrolíferas en Biafra están ya otorgadas, los biafreños han prevenido repetidamente que el precio de la política del Gobierno británico sobre la duración de la guerra puede llevar a una reconsideración de las concesiones existentes, de cara a otros adjudicatarios.
Hay una razón para creer que, al igual que el Gobierno británico, las empresas británicas han empeñado tanto su prestigio en respaldar a un ganador que ya no tienen más remedio que seguir adelante, cueste lo que cueste; que es posible que se vea comprometido a continuar una línea política que hubiera querido abandonar, pero que no sabe cómo hacerlo. Si ello es así, las compañías petrolíferas deberán sufrir la mortificación adicional de saber que no fue su política lo primero.
EL PÚBLICO BRITÁNICO
Al pueblo británico le costó más de un año, a partir del momento en que se inició la contienda, el tener una noción, si bien no totalmente uniforme, de lo que estaba sucediendo. Pero al conocer, por la Prensa y la Televisión, los sufrimientos tan grandes a que estaba sometido el pueblo, el público británico reaccionó cuanto pudo, dentro de los límites constitucionales, para cambiar la política sobre armamento con respecto a Nigeria, y conceder toda la ayuda posible a Biafra.
Se celebraron reuniones, se convocaron comités, se protestó, hubo manifestaciones, algaradas, sentadas, ayunos, vigilias, colectas, reuniones públicas, marchas, y se remitieron cartas a cuantos eran algo en la vida pública con entidad bastante para influir en las opiniones de los otros; sermones, conferencias, pases de películas y donaciones. Muchos jóvenes se ofrecieron para marchar a Biafra, así como médicos y enfermeras, que ofrecían sus servicios para aliviar a los que sufrían. Otros abrieron sus hogares, para acoger a los niños biafreños mientras durara la guerra; algunos mostraron deseos de luchar o pilotar aviones, al servicio de Biafra. Los donantes podían ser pensionistas de edad avanzada o alumnos de Eton: toda una amplia variedad. Algunos de los ofrecimientos eran impracticables, otros carecían de sentido, pero todos eran bienintencionados.
A pesar de contar con una movilización de parlamentarios mucho menor, la Prensa y la opinión pública en Holanda y Bélgica consiguieron que los gobernantes de los dos países modificaran su política de suministro de armas a Lagos, cosa que no lograron los esfuerzos populares británicos, todos los cuales juntos no consiguieron hacer variar ni un ápice al Gobierno Wilson de la línea que se había trazado.
Normalmente, una expresión tan amplia y sentida de la voluntad popular causa efecto en el Gobierno, porque aunque Gran Bretaña carece de Constitución escrita, se acepta por lo general que, cuando la política de un Gobierno británico, salvo en un caso extremo de defensa o de compromiso internacional, ha sido condenada y ha recibido la repulsa del Parlamento y la oposición, del partido ejecutivo, las Iglesias y los sindicatos, la Prensa y el público en general, el Primer Ministro ceda a los deseos de la gran mayoría del electorado y reconsidere su política.
Se necesita un Gobierno de una arrogancia sin precedentes para engañar, primero a los representantes del pueblo, por espacio de un año y más tarde ignorar y burlarse de la expresa voluntad del pueblo y del Parlamento así como de sus instituciones. Pero es precisamente un Gobierno de arrogancia única y sin precedentes, junto con una oposición sin garra y sin nervio lo que Gran Bretaña tiene desde 1964.
LA PARTICIPACIÓN RUSA
A partir del mes de diciembre de 1968, la creciente presencia rusa en Nigeria era motivo de alarma, cada vez mayor, para los observadores ajenos al conflicto. Si bien el primer embarque consistente en aparatos de combate «MIG» y bombardero «Ilyushin» llegó a Nigeria a últimos de agosto de 1967 y otros embarques, reforzados con la presencia de doscientos o trescientos técnicos soviéticos que continuaron llegando durante los siguientes quince meses para reponer las pérdidas habidas, la puerta para la infiltración soviética no se abrió de par en par hasta la firma del pacto soviético-nigeriano de noviembre de 1968.
El pacto había ocasionado ya la inquietud de los diplomáticos occidentales, mientras se hallaba en período de formación y discusión entre ambas partes y los británicos llevaron a efecto tres intentos para disuadir a los nigerianos de que estamparan su firma. Cada esfuerzo realizado traía consigo un nuevo aplazamiento, pero, finalmente, el pacto se firmó el 21 de noviembre, en presencia de una delegación moscovita, desusadamente numerosa.
En el curso de las siguientes semanas, la presencia rusa se hizo cada vez más notoria, como, por ejemplo, con la construcción de una industria siderúrgica. Pero, al parecer, la empresa estaba ligada a otras actividades. Muy pronto después de la firma, comenzaron a llegar informes, a través de Nigeria del Norte, acerca de unos transportes nocturnos efectuados por vía aérea, y consistentes en armas de infantería, las cuales eran transportadas utilizando campos de aterrizaje situados en el sur del Sáhara, hasta Kaduna y de allí a la Primera División en Enugu. La presencia anterior de material militar ruso la habían constituido aparatos de combate, bombarderos, bombas, cohetes, botes de patrulla naval y, por lo que respecta a la infantería, bazookas y granadas de mano. En la ultima mitad de 1968, comenzaron a verse camiones, jeeps, herramientas y material para la construcción de trincheras, así como militares soviéticos, para manejar las armas de apoyo. En cuanto al material de equipo, su identificación resultaba fácil gracias a las capturas efectuadas y la presencia de los consejeros soviéticos fue denunciada por los prisioneros, concretamente un comandante de compañía yoruba, quien aseguraba que los rusos no ocultaban su nacionalidad y ordenaban a los oficiales jóvenes que asistieran a las conferencias de divulgación de las virtudes del sistema de vida soviético.
Pero, hacia finales de la guerra, tras la firma del pacto, la Primera División fue reequipada en vistas del ataque de enero de 1969, contra los biafreños, sustentado, principalmente, con armas soviéticas de tierra, entre las cuales se incluyen miles de metralletas «RK 49», que constituye el arma standard del Pacto de Varsovia, así como ametralladoras «Kalashnikov».
Los corresponsales destacados en todos los puntos de Nigeria localizaban equipos de consejeros soviéticos en distintos campos. Algunos eran presentados como minerólogos, geólogos, expertos en agricultura y otros. Se expresaron temores de que la extrema izquierda nigeriana, la cual impregnaba ya la actuación del sindicato, se fortaleciera más que nunca y como consecuencia se produjeron algunas manifestaciones antioccidentales. En Ibadán se ultrajaron las banderas de los Estados Unidos y de Inglaterra, las cuales quedaron destrozadas, quemadas y arrastradas por una muchedumbre de estudiantes y organizadores de movimientos de trabajadores.
A finales del año 1968, seguía siendo motivo de especulación el objetivo a largo plazo de la Unión Soviética en Nigeria. Algunos consideraban que los planes soviéticos no iban dirigidos hacia un final rápido de la guerra, sino que tenían la finalidad de extenderla lo más posible, para conseguir un endeudamiento de Nigeria lo suficientemente importante como para que luego accediera a los deseos rusos que llegarían mucho más lejos que la simple asistencia mutua. Otros estimaban que se trataba de conseguir un monopolio de la explotación de determinadas cosechas de Nigeria, como podían ser ciertos frutos, cacao, algodón y aceite de coco, que serían aceptados en lugar de pagos en dinero a cambio de armas, lo que causaría el mismo efecto en la independencia de Nigeria que la presión soviética en los años setenta. En cambio, otros opinaban que el objetivo era estratégico, y consistía en la obtención de las bases aéreas del norte de Nigeria y, quizás, una base marítima en la costa sur. Dichos observadores señalaban la cadena de bases aéreas de Gran Bretaña desde Inglaterra, por Gibraltar, Malta, Libia, Chipre, Adén, las Maldivas y Singapur, las cuales proporcionaron a Inglaterra en los años sesenta la opción de una rápida intervención al este de Suez. El razonamiento se basaba en que Rusia, que disponía de un acceso desde Crimea a Damasco, Port Said, Alto Egipto y el Sudán, precisaba únicamente de Kaduna para contar con una cadena de bases directa hacia Sudáfrica. En realidad, a finales de 1968, los técnicos rusos habían establecido una base en Kaduna y habían mejorado Kaduna y Calabar, que habían pasado de ser unos pequeños campos de aterrizaje municipales a unas espléndidas pistas capaces de recibir bombarderos «Ilyushin» y aparatos de carga «Antonov», con todas las facilidades necesarias para tomar tierra en malas condiciones meteorológicas y de noche.
Relatar con detalle, con todas las fechas, nombres, lugares y referencias, las acciones del Gobierno británico encaminadas, durante 1969, a llevar adelante su política resultaría reiterativa en vistas a lo dicho ya en este capítulo.
Baste decir que a pesar de la evidencia, cada vez mayor, de los tremendos sufrimientos que el Gobierno británico seguía infligiendo, y basándose en las realidades de la situación, la política estaba mal encaminada y era muy incompetente. Sin embargo, dicha política prosiguió inalterada. Durante todo el año, las declaraciones ministeriales y oficiales seguían la tarea iniciada de tergiversar y distorsionar los hechos, y ello a pesar de que en muchos casos los hechos se hallaban a la vista para su comprobación, fielmente recogidos, por sistemas modernos. En distintas ocasiones, la Prensa, el Parlamento y el público fueron objeto de mentiras deliberadas en un intento de conseguir el refrendo popular para la política del Gobierno de respaldo del régimen nigeriano y política de hambre.
Tales ocasiones, en las que parecía que el Gobierno británico hacía un esfuerzo encaminado a la consecución de la paz, se hacían inevitables y se producían únicamente cuando la opinión popular y editorial en Gran Bretaña aconsejaban una concienciación del tema. Vistas y examinadas en retrospectiva dichas iniciativas, resultó que no pasaban de ser ejercicios de propaganda, dedicados a la credibilidad, pero que no conseguían resultados concretos.
La primera de dichas iniciativas se produjo en los inicios de la tormenta de protestas que se desató en la Prensa y en el Parlamento, con motivo de los artículos de Winston Churchill, aparecidos en The Times en marzo. Una de las consecuencias más sentidas de los artículos de Churchill consistió en la creciente presión creada en el Parlamento, que culminó en otro debate, esta vez el 20 de marzo. Pero fue otro ejercicio fútil. Fue eludido el principal argumento en contra de la política del Gobierno de suministrar armas en favor de una guerra que ocasionaba tantos sufrimientos humanos en Biafra. El Partido Conservador, a juzgar por la poca información de sus portavoces, no contaba con una política constructiva, ni estaba preparado para oponerse en forma inteligente al Gobierno en el principal asunto para el que podía recabar el apoyo coordinado del Partido Liberal, así como determinadas medidas de apoyo de cierto sector del partido de Wilson.
Pero al iniciarse el debate, Wilson anunció su propósito de acudir personalmente a Nigeria. En la Prensa y en los Comunes se manifestó cierto escepticismo por el interés que su aparición personal pudiera tener, así como de su utilidad práctica. Al principio pareció, y luego resultó que así era en efecto, otra muestra de pirueta personal que el público ya se habituaba a asociar a su Primer Ministro Laborista. Pero como el secretario de Asuntos Exteriores, Michael Stewart declaró ante la Cámara el mismo día de la marcha de Wilson que «el Primer Ministro no descarta la posibilidad de un viaje a Biafra», y como los corresponsales políticos apuntaban que ya se estaban efectuando los primeros contactos necesarios para que dicha visita tuviera efecto, los optimistas comenzaron a alentar esperanzas de que, al fin, el Gobierno británico pudiera disponerse a examinar ambos aspectos de la cuestión y no simplemente aquellas partes que convenían a sus propias preconcepciones.
Albergando, al parecer, tal esperanza, el general Ojukwu cursó una invitación a Wilson para visitar Biafra, invitación que le costó gran esfuerzo realizar a causa de las presiones internas que tuvo que afrontar, debido a que se trataba de recibir al hombre que el pueblo de Biafra odiaba tan intensamente.
El optimismo fue tan prematuro como desconcertante resultara la invitación de Ojukwu en los medios oficiales británicos. Se sabía que Wilson deseaba regresar a Londres e informar acerca de sus impresiones como testigo. Resultaba difícil de imaginar cómo podría acudir Wilson a Biafra, si aceptaba la invitación de Ojukwu, ver lo que vería e informar después de lo que había visto, mientras conciliaba lo que decía con sus propias declaraciones anteriores, así como las manifestaciones de sus colegas. El problema era agudo, pero pronto quedó resuelto.
En el Sunday Telegraph del 30 de marzo, H. B. Boyne, que formaba parte de la comitiva que acompañó al Premier durante el viaje a través de Nigeria, tranquilizó a los lectores diciendo: «A propósito, hay que señalar que, en estos momentos, Mr. Wilson no tiene intención de penetrar en territorio secesionista».
En el Sunday Times de la misma fecha, Nicholas Carroll ofrecía a sus lectores una explicación del breve comunicado de su colega: «A pesar de lo superficiales que tienen que ser las visitas de Mr. Wilson, le bastan para confirmar lo que ya sabía, lo mismo a través de sus anfitriones que de sus propios asesores».
Pero nada más. Lo cual, presumiblemente, era el objeto del ejercicio.
Un extraño pero revelador aspecto de esta visita fue revelado, meses después, cuando el Group Captain Leonard Cheshire, V. C., que había efectuado una visita a Biafra y se había entrevistado con el general Ojukwu la semana antes de la visita de Wilson a Lagos, declaró los motivos de encontrarse él allí. En un artículo aparecido en el semanario Guardian, del 22 de noviembre, el antiguo piloto de bombarderos y héroe de guerra reveló por primera vez que había acudido a Biafra como emisario del Foreign Office, a pesar de no ser un profesional.
Aquello no había constituido una sorpresa para los biafreños en aquellos momentos, a últimos de marzo, ni a otros residentes en Biafra, pero el secreto había sido celosamente ocultado a los lectores británicos que tuvieron noticias por vez primera en noviembre.
El Group Captain Cheshire reveló que un íntimo amigo suyo del Foreign Office le había pedido que marchara a Biafra para hablar con el general Ojukwu y conocer sus intenciones respecto de la paz. También se le pidió que llevara a cabo sus propias evaluaciones y acudiera para informar a Mr. Wilson personalmente en Lagos.
Así lo hizo y, para gran desconcierto de quienes lo enviaron, sus conclusiones fueron las siguientes:
«Siempre recordaré mi entrevista con Ojukwu a causa de la impresión recibida de total sinceridad… En Lagos, a donde llegué el día anterior del señalado para recibir al Primer Ministro, presenté un informe completo a un destacado miembro de la Delegación británica y, a continuación, fui recibido por Mr. Wilson, quien escuchó mis palabras por espacio de quince minutos. Le dije que Biafra era un país que luchaba por una convicción apasionadamente sentida, no una cualquiera promocionada por sus líderes políticos… Resalté mi propia convicción acerca de la buena fe de Ojukwu y le rogué encarecidamente que visitara Biafra personalmente, ya que ello podía constituir la única esperanza de paz posible. Replicó que dicha visita era impensable…».
Al finalizar el artículo, el Group Captain, Cheshire relataba en qué forma había concluido su misión, siendo atendido por un funcionario, claramente escéptico, quien observó al dar por finalizada la narración: «Es curioso cómo todo el que va a Biafra se pone a su favor».
La paternal condescendencia con que fue acogida la declaración del Group Captain, que, todo hay que decirlo, había sido designado por el Foreign Office para llevar a cabo dicha misión, es típica de la actitud que adoptan los asesores del Foreign Office sobre Nigeria con cada una de las personas que regresan de dicho país, después de haber efectuado una valoración de la situación sobre el terreno. La lista de los que han sido tratados de la misma manera es larga, y agrupa a Lores, clérigos profesionales, periodistas, fotógrafos… Para dicho grupo de asesores todo el mundo está equivocado, salvo ellos mismos, aunque ellos, precisamente, rara vez han estado en Nigeria y jamás en Biafra.
Así continuaron las cosas durante todo el año de 1969. En octubre se había producido un agrupamiento de los recursos en el caso, entre la Oficina de la Commonwealth, cuyos asesores habían inducido a Gran Bretaña a intervenir, desde el primer momento y en primer lugar, en la contienda Nigeria-Biafra y el Foreign Office, considerado tradicionalmente, por los observadores políticos de Londres, como una institución mucho más profesional que la anterior. Era algo que no tenía remedio.
Se conservaban algunas esperanzas en el sentido de que quizá se consiguiera un enfoque más realista de la situación al quedar reservado a la Oficina de la Commonwealth la posición de árbitro en el asunto Nigeria-Biafra y que quizá se revisaría la actitud a adoptar en 1969. Pero no fue así.
El hecho de que no se produjera cambio alguno, ni siquiera en las bases pragmáticas, en la política británica de 1969, se debió principalmente al secretario del Foreign Office, Michael Stewart, un político cuya flexibilidad mental corre pareja con las leyes de los Medos y los Persas. Antes de haberse hecho cargo de todos los asuntos extranjeros británicos, dejó bien sentado, tanto en público como en privado, que él era un hombre a quien no le gustaba que lo confundieran con hechos, cuando ya tenía formado un juicio sobre determinado asunto. Y sobre Nigeria había sacado determinadas conclusiones y no quería alterarlas por nada, aun antes de la fusión de la Oficina de Relaciones de la Commonwealth y el Foreign Office. Así, cuando se planteó la cuestión del envío de alimentos imprescindibles, en alivio de los que morían de hambre en el interior de Nigeria, se expresó con toda claridad, lo mismo en la Cámara que fuera de ella, en el sentido de que la culpa de no haber llegado a un acuerdo para el transporte de dichos alimentos indispensables, a través de la Cruz Roja Internacional, debía achacarse exclusivamente al general Ojukwu y a nadie más. No servía de nada explicarle una y otra vez que la oferta federal para realizar vuelos diurnos era de un cinismo vergonzoso, porque Stewart seguía creyendo firmemente que los miembros del régimen federal podían ser equiparados a ángeles de misericordia.
Para intentar persuadir a sus colegas de los Comunes, a la Prensa y al público, Stewart se tomó, de todos modos y tratándose de un político, algunas molestias. Cuando la Cruz Roja Internacional, bajo la presión ejercida por Lagos, entregó la organización de la operación de suministro de alimentos y medicinas a la Comisión Nigeriana de Rehabilitación y suspendió sus vuelos nocturnos a Biafra, reduciendo de ese modo la ayuda en un cincuenta por ciento, el movimiento estaba respaldado por Gran Bretaña. Durante el mes de junio, Stewart declaró que la actuación de la CRI tenía el respaldo de las operaciones de salvamento, combinadas. Pero eso es una mentira rotunda y fue vigorosa y prontamente desmentida por las Iglesias agrupadas bajo la denominación de Joint Church Aid[37]. El 17 de noviembre, en los Comunes, tras haber fallado un intento de llegar a un acuerdo entre Lagos y Biafra acerca de los suministros de salvamento durante el día, Stewart se esforzó cuanto pudo en quitarle importancia a las razones militares del general Ojukwu para negarse a abrir el aeropuerto de Uli durante el día. En el curso de su parlamento, declaró que si se realizaran dichos vuelos diurnos, los norteamericanos accederían a garantizar que el bando federal no se beneficiara de los mismos. Lo cierto es que nunca ha existido ni existe semejante garantía norteamericana. De hecho, resulta significativo que ninguna potencia se haya ofrecido para garantizar la inviolabilidad de los aviones y del aeropuerto mientras se mantuviera el acuerdo sobre vuelos diurnos, por parte de la Fuerza Aérea Nigeriana[38].
En un comentario sobre esta particular actuación del secretario de Asuntos Exteriores en los Comunes, el semanario Guardian, observaba en su número del domingo siguiente: «Una vez más, Mr. Stewart ha inducido a error acerca del papel de Gran Bretaña en la guerra de Nigeria.»[39]
Es lamentable tener que decir que durante todo el tiempo que Mr. Stewart ocupó su cargo de secretario de Su Majestad para los Asuntos Extranjeros, las distorsiones y las falsedades, como resultado de información deficiente, se hicieron tan frecuentes, al menos sobre este particular, que dejaron de suscitar comentarios editoriales.