Nunca, en la Historia Moderna, se han enfrentado dos ejércitos tan dispares en fuerza y capacidad bélica y de fuego, como en la contienda Biafra-Nigeria. Por un lado el Ejército nigeriano, un monstruoso conglomerado de 85 000 hombres armados hasta los dientes con equipo moderno, cuyo Gobierno tenía libre acceso a los depósitos de armas de, por lo menos, dos grandes potencias y otras menores, que recibía refuerzos inacabables de proyectiles, morteros, fusiles, granadas y carros blindados. Todo ello asistido por un personal numeroso, extranjero, con experiencia técnica y que contaban con la eficacia de las comunicaciones por radio, transporte, mantenimiento de los vehículos, armas estratégicas, programas de capacitación, inteligencia militar, técnicos de combate y servicios. A todos ellos hay que añadir muchísimos mercenarios profesionales, oficiales soviéticos, gratuitos, para las operaciones de armas de apoyo y abundantes repuestos de camiones, tractores, jeeps, remolques, carburante, aviones de transporte y barcos, equipo de ingeniería y de pontoneros, generadores y barcos para la navegación fluvial. El esfuerzo bélico de todo este equipo estaba respaldado por una Fuerza Aérea realmente despiadada, formada por aparatos de combate, bombarderos equipados con cañón, cohetes y bombas y una Armada compuesta por fragatas, lanchas torpederas, buques escolta, de desembarco, de transporte, gabarras, y remolcadores. Los hombres estaban perfectamente equipados de botas, cinturones, uniformes, cascos, palas, morrales, alimentos, cerveza y cigarrillos.
Frente a ellos, el Ejército de Biafra, un cuerpo de voluntarios que representaba menos del diez por ciento del número total que acudiera a las cajas de reclutamiento. El elemento humano no ha sido nunca problema, la dificultad estriba siempre en equipar a esos mismos hombres. Con un bloqueo de más de dieciocho meses de duración, el Ejército biafreño se las compuso para seguir adelante de un modo u otro, consiguiendo, al menos durante dieciséis meses, un aprovisionamiento de una o dos veces por semana, de diez toneladas de carga aérea de armas y municiones. El arma usualmente utilizada por la Infantería ha sido el fusil «Máuser», con cierta cantidad de armas cortas, fusiles, ametralladoras ligeras y pesadas y pistolas. Los morteros, bombas, piezas de artillería y granadas de mano han sido utilizadas en cantidades mínimas, así como puede afirmarse que no se ha utilizado el bazooka.
El cuarenta por ciento del elemento humano biafreño está equipado con material capturado a los nigerianos, incluyendo un elevado número de costosos carros blindados, tomados en distintas ocasiones en que sus respectivas dotaciones no se hallaban alerta y huyeron, abandonándolos sin daño. El potencial artificiero se incrementó con cohetes de fabricación casera, campos de minas, minas de contraataque personal, cañones fijos, trampas y cócteles Molotov, y para la defensa se dispusieron ingenios tales como trincheras antitanque, troncos para interceptar el paso de camiones y barreras de estacas espinosas.
Los biafreños se han sostenido sin recibir un solo vehículo nuevo por espacio de año y medio, reparando, parcheando y reconvirtiendo los medios de transporte, para conseguir, últimamente, un combustible refinado localmente. Las piezas de recambio se han obtenido, bien sea retirándolas de vehículos desechados o hechas especialmente en cada caso.
En cuanto a la asistencia del extranjero, a pesar de cuanto se ha dicho acerca de centenares de mercenarios, los porcentajes sobre los primeros dieciocho meses han sido de: cuarenta franceses en noviembre de 1967, por espacio de seis semanas, hasta que decidieron que el clima era demasiado cálido para ellos y se marcharon apresuradamente; otro grupo de dieciséis, en septiembre de 1968, los cuales permanecieron durante cuatro semanas, en que llegaron a la misma conclusión. Los que han combatido junto a las fuerzas biafreñas ha sido un pequeño grupo formado por un alemán, un escocés, un sudafricano, un italiano, un inglés, un rodesiano, dos americanos, del Norte y del Sur, dos holandeses y dos franceses. Una media docena más de soldados de fortuna han pertenecido por varios períodos de un día a tres semanas de duración. Con raras excepciones, lo difícil de las condiciones de combate, los muchos inconvenientes y la arraigada convicción de que con toda certeza hay medios más seguros de ganarse la vida, ha sido la causa de la brevedad de dichas visitas. Los dos únicos hombres que cumplieron con los seis meses de contrato fueron el alemán Rolf Steiner, que sufrió una crisis nerviosa a los diez meses y hubo de ser repatriado, y el sudafricano Taffy Williams, que cumplió dos contratos y marchó con permiso en los primeros días del año 1969.
Irónicamente, la historia de la guerra de Biafra, lejos de consolidar la posición de los mercenarios en África, ha hecho estallar en mil pedazos el mito de los «gigantes blancos» del Congo. En un análisis final, la contribución del hombre blanco a la guerra, en el lado biafreño, puede estimarse por debajo del uno por ciento.
La mayoría de los combatientes eran asesinos de uniforme y los expertos del Congo no se tomaron siquiera la molestia de ofrecerse a Biafra. Quienes lucharon lo hicieron, quizá, con unos conocimientos ligeramente superiores a los biafreños, en cuanto a técnica se refiere, pero no con más coraje o ferocidad que los oficiales de Biafra. La falta de contraste entre ambos fue subrayada por el mayor Williams, el hombre que permaneció con los biafreños durante doce meses de combate y que fue el único que se destacó como figura digna de ser contratada. En cierta ocasión, concretamente el 25 de agosto de 1968, declaró al autor las siguientes palabras: «He visto mucha guerra en África, pero nadie tocará a esta gente. Déme 10 000 biafreños por espacio de seis meses y crearemos un ejército invencible en todo el continente. En esta contienda he visto morir hombres a quienes se habría otorgado la Cruz Victoria en otras circunstancias. ¡Dios, mío! Algunos eran muy buenos».
Sus declaraciones acerca de la mayoría de los mercenarios, y concretamente de los franceses, no pueden reproducirse en letra impresa.
La guerra se inició en un ambiente de confianza en ambos lados. El general Gowon anunció a su pueblo y al mundo en general que había «emprendido una breve acción policial quirúrgica»[16]. Se preveía la victoria en cosa de días, más que de semanas. En el Norte, el coronel Katsina se mofaba del Ejército de Biafra y se difundió por Radio un comunicado victorioso acerca del avance de la Infantería federal del norte de Nigeria. Los biafreños, confiados en su mayor grado de velocidad, ingenio y recursos, estaban seguros de que si podían resistir durante algunos meses, los nigerianos se darían cuenta de la locura de la guerra y regresarían a sus casas. O negociarían. Pero ninguna de ambas posibilidades resultó correcta.
La lucha se inició el 6 de julio de 1967, con un ataque de la artillería contra Ogoja, población cercana a la frontera con la Región Norte, en el extremo más noroeste de Biafra. Allí, dos batallones federales se enfrentaron con los biafreños, en lo que el coronel Ojukwu descubrió tratarse de un ataque de diversión, porque el verdadero se producía más al Oeste, frente a Nsukka, el próspero mercado recientemente enriquecido con la hermosa Universidad de Nsukka, que cambió este nombre por el de Biafra.
Allí, los seis batallones restantes de los nigerianos fueron agrupados en un eje central e iniciaron el avance el 8 de julio. Recorrieron 6 km y se detuvieron. Los biafreños, que contaban con unos 3000 hombres armados en aquel sector, frente a los 6000 nigerianos, combatieron tenazmente, equipados con 303 rifles de la Policía de Nigeria del Este, y un surtido variado de armas italianas, checas y alemanas, así como bastantes escopetas, las cuales, en pleno bosque de matorrales, no son tan inofensivas como parecen. Los nigerianos capturaron la población de Nsukka, la cual destruyeron, universidad incluida, pero no pudieron proseguir el avance. En la provincia de Ogoja se apoderaron de Nyonya y Gakem, sometieron a Ogoja al fuego de su artillería y forzaron a los biafreños a ceder el centro de la ciudad y trazar una línea de defensa a lo largo de un río que bordea la ciudad, por el Sur. También allí la lucha se bloqueó y la situación, al parecer, se hubiera mantenido estacionaria.
Al cabo de dos semanas, desconcertados ante la inmovilidad de su temible infantería, Lagos comenzó a radiar comunicados sobre la caída de numerosas poblaciones de Biafra ante el empuje de las fuerzas federales. Para quienes habitaban Enugu, incluyendo el total de la población, con los expatriados, parecía como si alguien, en Lagos, se dedicara a clavar alfileres a voleo sobre el mapa. En el «Hotel Presidential», se servía el té, como de costumbre, en la terraza, se jugaba al polo, con todos los miembros del Consulado británico en pleno y se vestía de etiqueta para la cena.
Después de tres semanas, los nigerianos tropezaron con serios problemas al quedar dos de sus batallones separados del grueso de las fuerzas, verse rodeados y enviados al este de Nsukka, entre la carretera principal y la vía del ferrocarril. El bando nigeriano se apresuró a enviar al mismo lugar otros dos batallones de recomposición, con reclutas en período de entrenamiento, armados a toda prisa que cayeron sobre el sector de Nsukka.
La actividad aérea quedaba constreñida a las hazañas de un taciturno polaco que pilotaba el solitario «B-26» de construcción norteamericana, procedente de la Segunda Guerra Mundial, y que reaccionaba al estimulante nombre de Kamikaze Brown, así como a las de seis helicópteros franceses del tipo «Alouette», pilotados por biafreños, desde los cuales arrojaban granadas de mano y bombas de fabricación casera sobre los nigerianos.
El 25 de julio, los nigerianos desencadenaron un inesperado ataque por mar, sobre la isla de Bonny, la última porción de tierra firme antes del mar abierto, al sur de Port Harcourt. En términos de prestigio, fue un golpe espectacular en una guerra sin novedades dignas de mención, debido al hecho que Bonny era la terminal de carga de crudo para la conducción de la «Shell-BP» desde Port Harcourt.
Pero, militarmente, era insostenible, porque una vez alertados, los biafreños patrullaron sin descanso las aguas al norte de Bonny y los subsecuentes ataques de Nigeria para establecer otras cabezas de puente en la tierra firme próxima a Port Harcourt fueron rechazados.
El 9 de agosto los biafreños dieron un golpe que causó sensación, tanto entre los observadores de Biafra como los de Lagos. Al amanecer, una brigada móvil de 3000 hombres, que habían sido cuidadosamente preparados en secreto, cruzó velozmente el puente Onitsha, en dirección del Medio Oeste. A las diez horas de luz diurna, la región había caído y se habían ocupado las poblaciones de Warri, Sapele, el centro petrolífero de Ughelli, Agbor, Uromi, Ubiaja y Benin City. Nada se supo del pequeño ejército del Medio Oeste; nueve de los once oficiales de mayor graduación de este cuerpo eran ica-ibos, es decir, primos de los ibos de Biafra y, en vez de combatir, dieron la bienvenida a las tropas de Biafra.
La captura del Medio Oeste alteró el equilibrio de la guerra, al quedar todos los recursos de crudo de Nigeria en poder de Biafra, que si bien había perdido 1300 km2 de su propio territorio, en tres pequeños sectores del perímetro, había capturado 52 000 km2 de la superficie de Nigeria. Más importante todavía, el grueso de la infantería nigeriana se encontraba a muchos kilómetros de distancia de Nsukka, con el ancho Níger separándola de la vía de regreso a la capital e incapacitada de intervenir. Para los biafreños, la carretera a Lagos estaba abierta y aparecía indefensa.
El coronel Ojukwu tuvo dificultades para calmar a la mayoría no ibo del Medio Oeste y asegurarles que no pensaba hacerles mal alguno. Durante toda una semana, delegaciones de jefes tribales, banqueros, comerciantes, Cámaras de Comercio, oficiales del Ejército y dignatarios de la Iglesia fueron invitados a Enugu para entrevistarse con el líder biafreño y recibir sus explicaciones. El coronel Ojukwu confiaba en que una alianza de dos de las tres regiones del Sur se volverían hacia el Oeste para firmar un acuerdo y forzar al Gobierno Federal a la negociación.
Después de una semana, parecía que tal cosa no iba a lograrse y el coronel Ojukwu dio orden de seguir el avance hacia el Oeste. El 16 de agosto, los biafreños alcanzaron el puente del río Ofusu, que señala la frontera con la Región Oeste. Allí se produjeron unas escaramuzas con las tropas nigerianas que entonces se retiraron. Al inspeccionar los cuerpos de los nigerianos muertos, los biafreños se sintieron gozosos, porque aquellos soldados nigerianos muertos pertenecían a la Guardia Federal, el cuerpo de guardia de Gowon, formado por 500 tivs, normalmente acuartelados en Lagos. Si es que se veía obligado a utilizarlos, es porque no disponía de nada más.
El 20 de agosto, los biafreños cayeron en tromba sobre Ore, una población situada en un cruce de carreteras, a 52 kilómetros hacia el Oeste, 200 kilómetros de Lagos y 350 kilómetros de Enugu. En aquella ocasión, los tivs que les hicieron frente recibieron un castigo mucho peor y se dispersaron en medio de gran confusión y desorden. A los observadores les pareció, en aquel momento, que apenas diez semanas después de la guerra árabe-israelí, otro fenómeno militar de parecidas características podría incubarse, con la diminuta Biafra derribando al Gobierno de la gran Nigeria. Un súbito impulso motorizado, canalizado a través de una cualquiera de las tres carreteras principales habría introducido a las fuerzas biafreñas hasta el mismo corazón del territorio yoruba y hasta las puertas de Lagos. Tal fue la orden dada por el coronel Ojukwu.
Más tarde se supo, de fuentes internas de la Embajada norteamericana, que, el 20 de agosto, los habitantes de la Región Oeste estaban dispuestos a orientar su política en un tono apaciguador de cara a Biafra, para salvar la piel; que Gowon había ordenado que su avión particular estuviera siempre a punto de despegar, con los motores en marcha y trazado el plan de vuelo para Zaria, situada en el Norte; que el Alto Comisario Británico, Sir David Hunt y el embajador norteamericano, James Matthews, habían sostenido una larga y seria conversación con Gowon, en los cuarteles de Dodan, con el resultado de que el nervioso Comandante Supremo nigeriano accedió a seguir adelante.
Noticias de dicha intervención, si es que la hubo (y de fuentes fidedignas así se aseguró), llegaron a oídos del coronel Ojukwu al cabo de una semana y provocaron la ira de los ciudadanos ingleses y norteamericanos de Biafra, quienes entendieron que sus respectivos embajadores jugaban a la ligera con su propia seguridad, porque si aquellas noticias llegaban a la calle y eran de dominio público, la reacción podría ser violenta.
La decisión de Gowon de mantenerse, salvó al Gobierno del colapso y garantizó la continuación de la guerra. De haber escapado, no parece que hubiera dudas acerca del hecho de que el Oeste habría dado un giro y Nigeria habría evolucionado hacia una federación de tres Estados. Las sospechas biafreñas a partir de aquel momento se basaban en que la golosina que había encandilado a Gowon y su minoría a mantenerse en el poder fue la promesa de ayuda hecha por británicos y norteamericanos. Ciertamente, la ayuda se dejó sentir a partir de aquel momento.
La ocupación del Medio Oeste tuvo otra consecuencia: abrirle los ojos a Nigeria para que comprendiera que se hallaba empeñada en una guerra. Desde el primer momento habían menospreciado a Biafra, pero esta última, al aprovechar lo que se aseveró como única oportunidad, había asido el toro por los cuernos, y podía salirse con la suya. Pero, en realidad, Ore fue el punto más alejado que alcanzaron las tropas biafreñas ya que, en aquel paréntesis, se produjo un hecho que alteró de nuevo el equilibrio de la guerra; el comandante de las fuerzas biafreñas en el Medio Oeste, fue un traidor.
Victor Banjo, yoruba, había alcanzado el grado de mayor en el Ejército nigeriano, y fue encarcelado por el general Ironsi, acusado de conjurar en contra suya. Su prisión había estado en el Este, siendo liberado por el coronel Ojukwu al comenzar la contienda. Le ofreció un puesto en el Ejército de Biafra y, para tal fin, fue a reunirse con él en Biafra, en lugar de regresar a su tierra, en el Oeste, en donde quizá debiera hacer frente a la venganza de los norteños que gobernaban en el lugar. Nunca se han revelado las razones que moverían al coronel Ojukwu a escoger al oficial yoruba de mayor graduación en el Ejército biafreño para el mando supremo de las fuerzas destinadas a penetrar en Nigeria, pero se sabía que ambos eran buenos amigos y que el coronel Ojukwu confiaba en él. Banjo se hizo cargo del mando de la Brigada «S» con el grado de brigadier, al ponerse la misma en marcha hacia el Medio Oeste.
De acuerdo con su propia declaración, cuando más adelante sería desenmascarado, decidió inmediatamente después del 9 de agosto que deseaba entablar conversaciones con los líderes del Oeste, concretamente con el jefe Awolowo. Descubrió la desviación del gobernador del Medio Oeste, coronel Ejoor, en Benin City, pero no puso de ello al corriente a Ojukwu, quien deseaba hablar con Ejoor. En lugar de ello, solicitó de Ejoor que actuara como intermediario entre él y Awolowo, pero Ejoor declinó correr tal riesgo.
Banjo declararía más adelante que transmitía mensajes utilizando una radio de la British Deputy High Commission en Benin. Un oficial británico transmitía los mensajes en alemán a otro oficial en el Alto Comisariado en Lagos. El mensaje era repetido para el jefe Awolowo. La conjura desvelada más tarde por Banjo era típicamente yoruba por su complejidad. En unión de dos oficiales de alta graduación, biafreños, con ambiciones políticas, estaba dispuesto a provocar la ruina de Biafra retirando las tropas del Medio Oeste, con distintos pretextos, detener y asesinar a Ojukwu y proclamar la «revolución» al final. Regresaría a su natal Región Oeste en calidad de héroe, con todo su pasado olvidado y perdonado.
Añadió que la segunda parte de la conjura, que tenía que sobrevenir más tarde, era que él y Awolowo ostentarían el mando del recientemente reclutado Ejército yoruba, deponiendo a Gowon, reservándose para sí la presidencia de Nigeria y otorgando a Awolowo el largamente deseado cargo de Primer Ministro. No parece plausible que el Gobierno de Gowon estuviera al tanto de este programa.
Banjo se las compuso para incluir en su esquema al coronel Ifeajuana, que también había sido liberado de prisión; un oficial comunista adiestrado en Moscú, llamado Philip Alale; un oficial biafreño del servicio extranjero, llamado Sam Agbam, que llevó adelante algunas de las negociaciones entre ambas partes mientras se hallaba fuera de Biafra y varios oficiales jóvenes y funcionarios.
A mediados de setiembre estaba a punto de iniciar la acción. En Enugu, el coronel Ojukwu, si bien se sentía frustrado ante la falta de actividad en el Oeste, confiaba todavía en Banjo y aceptaba sus razones basadas en dificultades administrativas, falta de mano de obra, carencia de armas y municiones y demás. Cierto que los nigerianos se habían fortalecido en las pasadas tres semanas. Con un programa de reclutamiento aplastante, en el que se vestía el uniforme tras un período de entrenamiento de una semana a elementos tan diversos como puedan ser estudiantes universitarios y reclusos de prisiones, los nigerianos habían ido formando una brigada de refresco detrás de otra. Estas fuerzas, con el nombre de Segunda División y bajo el mando del coronel Murtela Mohammed, habían estado combatiendo desde la Región Oeste. La utilización de columnas rápidas motorizadas podría haber colocado a los biafreños en una posición dominante en el Oeste, en una fecha tan tardía como la primera semana de septiembre, pero el 12 de septiembre, Banjo, indebidamente, cursó órdenes para evacuar Benin City sin disparar un solo tiro. Mohammed no entró en Benin hasta el 21 de septiembre.
Banjo ordenó a continuación la retirada de Warri, Sapele, Auchi, Igueben y otras importantes posiciones sin luchar. Sorprendidos, los jóvenes oficiales biafreños cumplían las órdenes recibidas. Simultáneamente, las defensas biafreñas al sur de Nsukka se colapsaban y las fuerzas federales empujaban hacia el sur el camino hacia Enugu, que dista 70 kilómetros de Nsukka.
Al llegar a este punto, Banjo decidió atacar directamente al coronel Ojukwu. Sostuvo unas conversaciones en el Medio Oeste con Ifeajuana y Alale, y juntos redactaron los planes definitivos para el asesinato, que iba a tener efecto coincidiendo con la presencia de Banjo en Enugu el 19 de setiembre, ya que había sido invitado a explicar su plan de acción en el Medio Oeste.
Ninguno de los tres parecía darse cuenta de que el tiempo se les escapaba de las manos. Sorprendentemente habían incluido en su plan a cierto número de oficiales y funcionarios civiles, sin practicar investigación alguna acerca de sus intenciones de permanecer fieles a Ojukwu. De hecho, muchos así lo hicieron y ya lo habían visitado para facilitarle datos de la conjura.
La convicción fue laboriosa, pero, al fin, los hechos hablaron por sí mismos. Ifeajuana y Alale fueron llamados a declarar a la State House por separado, y allí Ojukwu los confrontó fríamente para ordenar, acto seguido, su detención. Banjo fue asimismo requerido, pero acudió acompañado de fuerte escolta leal, la cual deseaba pusiera pie en el lugar. Fue persuadido de que podían quedarse junto a la entrada, prontos a entrar en caso de ser requeridos y él entrar solo, pero armado; así se hizo. Mientras aguardaba en la antesala, el ayudante de campo del coronel Ojukwu, un astuto joven inspector, se introdujo en el cuarto de guardia con una botella de ginebra en la mano e invitó a una ronda. Luego los invitó a su casa, situada en las proximidades, para otra copa, a lo que ellos accedieron, saliendo todos en pos de él.
Desde el interior de la State House, los observadores los vieron salir, momento que aprovecharon para extraer sus automáticas y desarmar a Banjo. A continuación fue llevado a presencia del Jefe del Estado. Faltaban seis horas para el momento en que el coronel Ojukwu debía morir, ya que estaba próxima la medianoche del 18 de setiembre.
Era imposible mantener en secreto el escándalo, cuando los principales culpables habían confesado y los de poca monta estaban detenidos. El efecto en el Ejército fue traumático y desmoralizador, quedando toda la oficialidad desacreditada a los ojos de la tropa, absolutamente leal al coronel Ojukwu. A pesar de sentirse sumamente entristecido a causa de su antigua amistad con Banjo y del parentesco político que le unía con Alale por su matrimonio, el coronel Ojukwu sufrió grandes presiones de sus compañeros de armas para que castigara severamente tales malos ejemplos y detener de tal modo la corrupción. Ojukwu dio su consentimiento.
Los cuatro máximos responsables fueron juzgados por un tribunal especial, sentenciados a muerte, reos de alta traición y fusilados al amanecer. Era el día 22 de setiembre.
El grado exacto de complicidad o conocimiento pleno de algunos oficiales británicos estacionados en Nigeria, sigue siendo tema de especulación en Biafra. Banjo, en su confesión (respaldada por una documentada evidencia arrebatada al propio Banjo, que Ojukwu mostró al autor), implicaba severamente al delegado en Benin del Alto Comisariado y la Alta Comisión en Lagos, a causa de haber actuado como enlaces entre Awolowo y Gowon. Corresponsales en Lagos, observaron más tarde haber destacado una repentina efervescencia entre los oficiales británicos a mediados de setiembre, quienes se decían unos a otros, confiadamente, que «todo esto acabará en cosa de días», lo que contrastaba profundamente con el pánico del 20 de agosto y una aventurada profecía en vista de la situación militar del momento.
Pero, tras el intento de golpe, las cosas cambiaron. El daño en Biafra era enorme. El 25 de setiembre, los biafreños se habían retirado de Agbor, en el Medio Oeste, a medio camino entre el Níger y Benin City, y el 30 ya estaban de regreso en un pequeño perímetro defensivo próximo a Asaba, de espaldas al río. Al norte de Enugu, la desmoralizada infantería se retiró desordenadamente ante los nigerianos, que avanzaban hacia el Sur desde Nsukka, y Enugu quedó en la línea de fuego a fin de mes. El 6 de octubre, los biafreños de Asaba cruzaron el Níger hacia Onitsha y volaron el recién terminado puente, que había costado seis millones de libras, para cortar el paso a Mohammed. Se sintieron completamente desilusionados. Dos días antes, el 4 de octubre, los nigerianos habían penetrado en Enugu.
En el extranjero era creencia general que Biafra sufriría un colapso de un momento a otro. Dos cosas impidieron que el país se desintegrara: una, la personalidad del coronel Ojukwu, quien reunió a la oficialidad y a la tropa, a quienes arengó; la otra, el pueblo de un país que dejó bien claras las cosas en el sentido de que no pensaban desistir. Como la tropa era, y ha sido siempre, el pueblo en uniforme, el Ejército captó el mensaje.
El coronel Ojukwu se sintió obligado a presentar la dimisión, la cual la Asamblea Consultiva rechazó unánimemente. Aquello marcó el final del episodio de Banjo; Biafra se puso en cuclillas para disponerse mejor a la lucha: había comenzado el largo y duro combate.
En aquellos momentos, el arsenal bélico de Nigeria era considerable y se había engrosado gracias a sus importaciones de Gran Bretaña, Bélgica, Holanda, Italia y España. Una nueva quinta llamada a filas incrementó el potencial humano hasta 40 000 hombres. Las tropas del norte de Biafra formaban ahora la Primera División y aquéllas situadas al otro lado del Níger, bajo las órdenes de Mohammed, la Segunda. La Primera era mandada desde Makurdi, a varios kilómetros de distancia, en la Región Norte, por el coronel Mohammed Shuwa. Cuatro hausas controlaban el Ejército nigeriano junto con el coronel Ekpo, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y el coronel Bissalla, el tiv coronel Akahan, había muerto a bordo de un helicóptero en unas circunstancias tan extrañas que se sospechó la presencia de una bomba.
La última parte del otoño y el invierno no fue una temporada feliz para Biafra. En el Norte, había caído Enugu, en tanto que, más hacia el Este, en el sector de Ogoja, las tropas nigerianas habían avanzado desde Ogoja hasta Ikom, al otro lado de la carretera principal a la vecina Camerún. Entonces, el 18 de octubre, la recientemente formada Tercera División del Mando de la Marina Federal, a las órdenes del coronel Benjamín Adekunle, llevó a efecto un desembarco reforzado desde el mar, en Calabar, situado en el Sudeste. Los biafreños combatían entonces en cinco frentes, contando la acción de Bonny y la amenaza de Mohammed de atravesar el Níger.
A pesar de los feroces contraataques, los nigerianos no pudieron ser expulsados de Calabar y su cabeza de playa, tenazmente defendida, se hizo cada vez más fuerte hasta que Adekunle se abrió paso hacia delante, en dirección norte, por la ribera este del Cross River, en un intento de tomar contacto con la Primera División en Ikom. Al cortar la segunda carretera (exterior de Calabar) hacia el Camerún, los nigerianos aislaron Biafra por carretera del resto del mundo.
La única vía de comunicación que quedaba expedita era la aérea, y su epicentro se desplazó a Port Harcourt. Como el solitario y único «B-26» de Enugu había recibido una serie de proyectiles mientras se hallaba en tierra, tuvo que ser sustituido por otro no menos solitario y único «B-25» pilotado por un antiguo oficial de la Luftwaffe, llamado Fred Herz.
Durante todo el otoño, los corresponsales extranjeros de Prensa informaron con volubilidad que Biafra había sucumbido, pero aquél era un grito que ya se había oído anteriormente y que se oiría muchas veces después. Los biafreños no hacían caso.
Durante los meses de octubre y noviembre de 1967, el coronel Mohammed intentó cruzar el Níger por tres veces, desde Asaba y por barco, para capturar Onitsha.
En la primera ocasión, el 12 de octubre, lo cruzó con dos batallones. Uno de los comandantes operacionales en Onitsha era el coronel Joe Achuzie, rudo y despiadado, originario del Medio Oeste, que había servido durante la Segunda Guerra Mundial en el Ejército británico y había combatido en Corea. Había trabajado como ingeniero en Port Harcourt al comenzar la guerra y se había alistado en la Militia. De allí pasó al Ejército de Biafra. Al comprobar el avance de Mohammed, decidió preparar una emboscada.
Las embarcaciones se aproximaron a tierra y los hombres desembarcaron con los carros blindados. Achuzie contemplaba desde los astilleros del Ministerio de Obras Públicas, a los soldados hausas que prendían fuego al mercado de Onitsha, el mayor de África Occidental, con un stock de existencias valorado en cierta ocasión en 3.000 000 de libras. Tras esta insensata acción de destrucción, los soldados formaron filas y marcharon a través de la abandonada población. Cuando apenas habían recorrido un kilómetro, los biafreños contraatacaron. Los nigerianos fueron empujados hacia el río, perdiendo sus vehículos blindados, y fueron finalmente aniquilados en la zona próxima al desembarco.
Subsecuentemente, se hicieron dos nuevos intentos para cruzar el Níger por barco, pero, en cada ocasión, la embarcación era tiroteada y hundida, produciendo graves pérdidas, principalmente ahogados. El grueso de las bajas se producía entre los soldados yorubas de la Segunda División, hasta que su comandante se opuso a efectuar más asaltos. Mohammed dejó a los yorubas con la misión de mantener la vigilancia sobre Asaba y marchó con sus hausas hacia el Norte, internándose en la Región Norte para penetrar en Biafra desde dicho flanco, con la intención de apoderarse de Onitsha desde tierra.
En Lagos, el general Gowon había predicho el final de la guerra para los últimos días del año, pero cuando esto se hizo imposible, lanzó una nueva predicción, esta vez fijando la destrucción de Biafra para el 31 de marzo de 1968. A fines de año, la situación en el sur y al este de Enugu era estable, con fuerzas de Nigeria al este de la ciudad, a corta distancia, mientras que en el Sur, los biafreños se enfrentaban con los nigerianos en los suburbios extremos de la población.
En el Nordeste, las fuerzas federales dominaban por completo la provincia de Ogoja y se enfrentaban con los biafreños en la otra ribera del río Anyim, tributario del Cross. Más al Sur, las fuerzas de Adekunle se hallaban a medio camino de Calabar a Ikom, mientras que, en el extremo sur, el sector de Bonny se hallaba en situación muy parecida a la que tenía cinco meses atrás, habiendo concluido en desastre los diversos intentos llevados a cabo de remontar el río hacia el Norte.
La lucha se hizo cada vez más encarnizada, ya que Nigeria recibía un aprovisionamiento cada vez mayor de armamento, en tanto que Biafra seguía con el suministro que le proporcionaba la carga de dos aviones semanales. El fuego nigeriano, especialmente de artillería y mortero, se hacía cada vez más encarnizado, más criminal, por haber recibido nuevos envíos de carros blindados capaces no sólo de cubrir las pérdidas sufridas, sino de permitir una considerable expansión de los contingentes motorizados. Era ya algo habitual que dichos carros avanzaran sin encontrar oposición alguna, pues los biafreños no tenían elementos de ataque o defensa contra ellos.
A últimos de diciembre, el coronel Mohammed, al frente de su División, que contaba entonces con un efectivo de 14 000 hombres, se puso en marcha para recorrer más de 100 kilómetros hasta Onitsha, llevando consigo gran impedimenta. Según un documento hallado en las ropas del cadáver de un mayor contaba con una reserva de 20 000 proyectiles de artillería de 105 mm. En las afueras de Enugu, cerca de la población de Udi, la Segunda División se encontró con los biafreños y se libró una de las peores batallas de la guerra.
De acuerdo con la tradición hausa, Mohammed agrupó sus tropas en sólidas falanges y así avanzaron por la carretera. A mediados de febrero habían llegado a Awka, todavía a unos 50 kilómetros de Onitsha. Sus bajas habían sido considerables, ya que su itinerario era conocido y a los soldados federales no les gustaba apartarse de la carretera principal. Durante toda la guerra habían evitado internarse en la espesura a causa del equipo pesado que llevaban consigo y sus ordenadas formaciones eran blanco fácil para los ataques de los biafreños.
Cuando enseñaba táctica militar en Teshie, Ghana, el coronel Ojukwu había tenido como alumno al joven teniente Murtela Mohammed. Sentado en su despacho en Umuahia, Ojukwu planeaba ahora el ataque contra su adversario, muy superior a él. No tenía más remedio; los biafreños, ligeramente armados, pero capaces de gran movilidad, no podían atacar a Mohammed frontalmente, por lo que concentraron sus esfuerzos en atacar los flancos y la retaguardia, ocasionando cuantiosas bajas. Sin embargo, desdeñando las pérdidas humanas habidas en sus propias filas, el coronel Mohammed prosiguió el avance. En Awka perdió su gran oportunidad. Las fuerzas biafreñas estaban muy diezmadas frente a Mohammed, pero eran más fuertes en la retaguardia y los flancos. De haber seguido con fuerza hacia delante en Awka, habría llegado directamente a Onitsha. El coronel Ojukwu comprendió el peligro en que se hallaba y reforzó el eje principal; todo lo que precisaba eran cuarenta y ocho horas, y Mohammed se las dio. Los norteños se dedicaron durante tres días a destruir por completo la población de Awka.
Cuando dieron por finalizada su actuación, los biafreños se habían agrupado. Más hacia el Norte, Achuzie, con su maltrecho Batallón 29, se había puesto en marcha por propia iniciativa, avanzando 150 kilómetros para tomar, desde la retaguardia, la ciudad de Adoru en la Región Norte. Desde allí recapturó Nsukka, también partiendo de la retaguardia, después de haber abierto brechas en las defensas, desde el interior. Disfrazado de viejo campesino, ansioso por cooperar con los nigerianos, penetró solo en la ciudad siendo, incluso, saludado, al pasar, por el comandante nigeriano de Nsukka. Diez horas más tarde, vistiendo de nuevo el uniforme, Achuzie y el 29 barrían el indefenso flanco.
Desde Nsukka, se puso en marcha en dirección sur, hacia Enugu, y en Ukehe, situado a mitad de camino entre Nsukka y Enugu, enlazó con el coronel Mike Ivenso, quien acortó distancias marchando campo a través. Aquel episodio animó mucho a los biafreños y molestó a los nigerianos de Enugu, porque la carretera constituía su principal medio de aprovisionamiento. Pero las demandas de detención de Mohammed eran demasiado insistentes. A disgusto, Ojukwu ordenó a ambos coroneles que convergieran en el Sur para ayudar en la lucha que se libraba entre Awka y Abagana. Mohammed logró llegar a Abagana, situado a 25 kilómetros de Onitsha, en la primera semana de marzo.
Los combates se hicieron más encarnizados con la llegada de los dos batallones extra de Achuzie e Ivenso. Mohammed pedía sin descanso más hombres y consiguió otros 6000 de Enugu, dejando a la población desguarnecida totalmente. De haber dispuesto Ojukwu de otro batallón, se habría apoderado de Enugu sólo con pedirlo. Pero Mohammed siguió presionando hasta Ogidi, a 12 kilómetros de Onitsha, dejando el grueso de sus fuerzas en Abagana.
La avanzada de dos maltrechos batallones hausas, el 102 y el 105, con Mohammed al frente, se abrió paso hacia Onitsha el 25 de marzo. Achuzie comprendió que no podían ser detenidos, pero decidió seguirlos hasta Onitsha tan de cerca, que los nigerianos no tendrían tiempo de penetrar. Confiaba en empujarlos hasta el río Níger. Hubiera podido tener éxito, porque los dos batallones federales estaban exhaustos, pero en la carretera, otro batallón biafreño los confundió por nigerianos. Cuando todo se aclaró, Achuzie prosiguió la marcha pero, al llegar a la iglesia apostólica, él y sus hombres se encontraron con los cadáveres de 300 feligreses, los cuales, en vez de huir con los demás, habían permanecido en el interior para rezar, siendo sacados al exterior y ejecutados por los hausas. Los soldados biafreños estaban tan consternados que se negaron a seguir adelante. Fueron sus oficiales quienes tuvieron que cumplir con el desagradable cometido de apartar los cuerpos.
Al quedar de nuevo expedita la carretera, Achuzie prosiguió hacia delante, pero con un retraso de dieciocho horas. A su llegada al punto de destino, los nigerianos se habían posesionado por completo de la población, así es que le quedaban dos alternativas, o atacar a los nigerianos con ánimo de expulsarlos, o regresar a Abagana. Lo primero habría significado un duro castigo para sus hombres y reservas de munición, dejándoles desabastecidos para hacer frente al contingente mayor de tropas que se aproximaban por carretera. En aquellos momentos, Achuzie y los otros comandantes de tropa biafreños mantuvieron una discusión, ya que estos últimos sostenían que no existía otro contingente superior en número aproximándose hacia donde ellos se encontraban, pero Achuzie se salió con la suya y montó una tremenda emboscada en las afueras de Abagana. A la mañana siguiente hizo su aparición un importante cuerpo de ejército compuesto de un convoy de 102 camiones con 6000 hombres a bordo y 35 toneladas de equipo.
La emboscada de Abagana fue la de mayor envergadura entre las habidas. Un proyectil de mortero acertó a dar en el tanque de gasolina, con una cabida de 36 000 litros, y el vehículo explotó, impulsándose hacia atrás, con lo que arrojó una lengua de fuego, de 400 metros de largo, sobre la carretera, alcanzando a un total de 60 vehículos que lo seguían, los cuales ardieron también. Los soldados supervivientes, aterrorizados, huyeron a la carrera. La infantería biafreña, que los aguardaba, dio buena cuenta de ellos, pues hubo muy pocos supervivientes.
Mohammed llegó a Onitsha, pero, de los 20 000 hombres que contaba al principio, sólo le quedaban 2000, y la mayoría de éstos perecieron asimismo por el camino. Lagos no se sintió especialmente complacido cuando Mohammed cruzó el Níger en un pequeño bote, se trasladó a Lagos por carretera y presentó su informe. Desde entonces, no le ha sido confiado nunca más el mando de una división. El 102 y el 103 fueron relevados por tropas de refresco enviadas por el río, desde Asaba. Muy pronto había ya 5000 nigerianos más en Onitsha y, a pesar de los repetidos esfuerzos por apoderarse de nuevo de la ciudad, siguieron controlándola, llegando a alcanzar la guarnición la cifra de 8000 hombres.
El mes de abril de 1968 fue desastroso para Biafra. En el mes de febrero precedente había llegado a Nigeria un gran número de asistentes técnicos. Los biafreños creían, basándose en determinadas informaciones y evidencias que lo corroboraban, procedentes de Londres, que se trataba de personas adscritas al N.C.O. británico, destinadas como instructores. El efecto se empezó a advertir en abril. Las comunicaciones por radio de los nigerianos mejoraron ostensiblemente y los monitores biafreños comenzaron a percibir el indistinto acento inglés de determinadas voces facilitando instrucciones por el aire. Complejas maniobras, perfectamente coordinadas, anteriormente fuera del alcance de organización de los nigerianos, se convirtieron en el plato diario. Al mismo tiempo se incrementaba el mantenimiento de los vehículos en el bando nigeriano, quedando resuelta la escasez de semanas anteriores. Más importante todavía fue el hecho de que en abril se iniciaran las obras de construcción de los puentes Bailey para cruzar los ríos, trabajo éste que les había resultado imposible de llevar a cabo por espacio de varios meses. El Arma de Ingenieros del Ejército nigeriano estaba compuesta, anteriormente, por elementos del Este y los biafreños comprendían que quedaba muy por encima de la capacidad de los nigerianos, sin ayuda exterior, la construcción de los puentes Bailey, a aquel ritmo.
Al este de Enugu, los nigerianos cruzaron un profundo y estrecho desfiladero en Ezulu y sus carros blindados recorrieron a gran velocidad los últimos 20 kilómetros para capturar Abakaliki. En unos cuantos días, los nigerianos de la provincia de Ogoja habían cruzado el Antim por otro puente habiendo enlazado con Abakaliki. Por primera vez, las dos alas de la Primera División nigeriana habían establecido contacto y dominaban una franja, de Este a Oeste, que corría al norte de Biafra.
La Tercera División de Adekunle, con dos batallones de mercenarios negros del Chad, llamados gwodo-gwodo, había ascendido por el valle del río Cross, por la orilla este hasta Obubra, la última población importante del territorio Ekoi. Habían visto frenados sus impulsos durante doce semanas a lo largo de la franja del río, gracias a la temida presencia del mayor Williams, asentado en la ribera opuesta, juntamente con un centenar de sus comandos entrenados por él personalmente, así como siete mil francotiradores, voluntarios, del clan ibo, con cuyo jefe, Williams había establecido una amistad personal. Aquellos combatientes tipo guerrilla del río Cross eran fervientes adeptos pro Biafra e iban armados con cuchillos y machetes y mantenían la vigilancia sobre más de 100 kilómetros de orilla fluvial.
Pero la retirada de Williams a primeros de abril, con propósitos de adiestramiento, dio a los chads situados al otro lado del río la oportunidad que necesitaban. A últimos de abril cruzaron por dos puntos y tomaron Afikpo, el núcleo de población más importante de aquella zona del lado oeste.
Fue más al Sur donde Adekunle consiguió abrir una brecha importante. A últimos de marzo, contando con la resistencia de un puñado de ambiciosos expertos británicos, llevó a efecto dos desembarcos a la otra orilla del río Cross, en su parte más ancha, con 1,5 kilómetros de agua. En pocos días capturó Orón e Itu, y sus mercenarios de movimientos rápidos, introdujeron sus columnas en el territorio de los ibibios en una semana, apoderándose de Uyo, Ikot Ekpene, Abak, Eket y Opobo en rápida sucesión. Su tarea se hizo más fácil gracias a contar con guías conocedores de los senderos entre la maleza, la dureza del suelo tras el sol del invierno, así como cierto grado de colaboración de parte de algunos jefes locales. Después, tras varias semanas y finalmente meses de ocupación por los hombres de Adekunle, aquellos hombres dirigirían patéticas peticiones al coronel Ojukwu. Se puede afirmar que ningún otro pueblo de Biafra sufrió tanto bajo la ocupación de Nigeria como los ibibios y annangs.
En la franja norte del territorio ibibio, donde comienza la tierra ibo, a cosa de unos 50 kilómetros de Umuahia, fue donde se les dio el alto a los nigerianos. En cualquier caso el objetivo principal de Adekunle no se hallaba al Norte, sino al Oeste, y no era otro sino la codiciada plaza de Port Harcourt.
A partir de abril, la Primera y Segunda Divisiones detuvieron su actividad y la atención se volvió hacia Adekunle en el Sur. La Segunda División realizó repetidos intentos de contactar Onitsha con Abagana, mientras la Primera División fortificó una serie de poblaciones a lo largo de la carretera principal de Enugu a Onitsha. En coche se podía circular hasta Abagana, pero no era posible establecer contacto con Onitsha. Esta dificultad impedía todo movimiento importante en dirección sur, a pesar de que la Primera División atacó hacia el Sur en junio y se apoderó de Awgu, hacia el sur de la citada carretera, el 15 de junio.
Pero, durante todo el verano de 1968, Adekunle se convirtió en el más importante de los comandantes nigerianos y se veía favorecido con el mayor aprovisionamiento de armas y municiones de Lagos. Mientras el potencial de la Primera División se mantenía estable, cifrándose en 15 000 hombres y el de la Segunda División en unos 13 000, el de la Tercera División de Adekunle se incrementó hasta alcanzar los 25 000 a finales de 1968.
Con la ayuda de expertos en operaciones anfibias, las unidades de avanzada de Adekunle cruzaron el río Imo, última barrera hasta Port Harcourt, en la segunda quincena de abril. Todavía les faltaban por recorrer 60 kilómetros hasta la ciudad más importante de Biafra.
En el lugar donde Adekunle efectuó el doble cruce del río Imo, éste fluye hacia el Sur desde Umu Abayi hasta el estuario, en Opobo. Corriente arriba de Umu Abayi, el río fluye en dirección oeste-este, unos 60 kilómetros desde Awaza. Esta porción oblonga de tierra, con una superficie de 60 kilómetros de largo por 45 kilómetros de ancho de Norte a Sur, se completa al Oeste por el río Bonny, sobre el que se asienta Port Harcourt, y en el Sur por los riachuelos, una miríada de cauces de agua y vegetación que más tarde desemboca en el mar abierto. En el interior de esta porción de tierra se encuentra la estación generadora de electricidad de Afam, alimentada por gas natural y que suministra energía eléctrica a todo el sur de Biafra, la ciudad petrolífera de Bori, la refinería de 10 millones de libras de la «Shell-BP» de Okrika y numerosos pozos petrolíferos. A pesar de que el propio Port Harcourt es una ciudad ibo, la tierra que la rodea es de los ogonis, ikwerres y okrikans, con la gente del Rivers que habitaba junto a los riachuelos y a lo largo de las riberas hacia el Oeste sobre la otra orilla del río Bonny.
En aquel momento Biafra ya acogía a unos cuatro millones de refugiados de otras áreas ocupadas: cosa de millón y medio de ibos y dos millones y medio de minorías. Port Harcourt y toda su zona de influencia, con un subsuelo riquísimo, constituía un refugio incomparable, y la población de antes de la guerra, estimada en medio millón, había ascendido hasta un millón.
Tras un rápido asentamiento en la ribera oeste del Imo, debiendo hacer frente a continuos contraataques cuyo objetivo era eliminar las cabezas de playa, la Tercera División se dejó caer sobre Port Harcourt en los últimos días de abril. Las fuerzas biafreñas soportaron, en primer lugar, como de costumbre, la avanzada de carros blindados, luego una barrida de mortero y artillería y, finalmente, la infantería nigeriana. El único italiano que combatía en las filas biafreñas fue declarado desaparecido, presumiblemente muerto. Se trataba del mayor Georgio Norbiatto.
A mediados de mayo habían caído Afam, Bori y Okrika. La defensa biafreña se veía obstaculizada por millares de refugiados, mientras que el avance de los nigerianos estaba asistido por pequeños grupos de reclutas, procedentes de levas locales, voluntarios y guías. Algunos de éstos procedían de Lagos, incluyendo el antiguo estudiante rebelde Isaac Boro, que aparecía en aquel momento como mayor del Ejército federal. Fue muerto en las afueras de Bori.
Con un rápido movimiento envolvente, los nigerianos cortaron la carretera hacia el norte de Port Harcourt en dirección de Aba y, el 18 de mayo, las unidades de avanzada ocuparon los suburbios de la ciudad. Un tremendo bombardeo se producía sobre la misma desde varios días atrás y la carretera del Norte hacia Owerri estaba intransitable a causa del millón de refugiados que marchaban por ella en busca de la libertad. Aquella marea humana inmovilizaba al coronel Achuzie, el nuevo comandante del sector; y cuando se consiguió dejarla expedita, los nigerianos habían penetrado en la población y ocupado un flanco del aeropuerto, mientras los biafreños se mantenían en el otro. En este lugar, ambas partes contendientes hicieron una pausa en el combate, de un mes de duración.
A primeros de abril, el mayor Steiner, el sargento alemán procedente de la Legión Extranjera, que era el de mayor graduación entre los cuatro mercenarios (el cuarto era un inglés que, al igual que Williams, operaba a lo largo del río Cross, pero que se había marchado) recibió órdenes del coronel Ojukwu de adiestrar y formar una brigada con un pelotón de tropa, reclutada entre las bandas de cuatro europeos que habían estado luchando por separado. Steiner, que contaba con su propia cuadrilla de guerrilleros operando en las cercanías del aeropuerto de Enugu, con gran desasosiego de los nigerianos, levantó el campo y ordenó a Williams que lo siguiera. Ambos comenzaron a organizar la Cuarta Brigada Comando de Biafra, una unidad de controversia, cuyas acciones, sin embargo, frente al Ejército federal, recibieron amplia difusión.
Williams deseaba permanecer en el río Cross, pero no lo consiguió. Dos semanas después de su marcha, los gwodo-gwodo pasaron a la otra orilla, cosa que, según Williams, no hubiera sucedido de haberse él quedado. Williams regresó a Londres al expirar su contrato, desolado ante la actitud de sus muy amados ibos, que desobedecieron sus palabras. Una semana más tarde solicitaba de nuevo su regreso. Así lo hizo para dar cumplimiento a su segundo contrato, a iniciar el 7 de julio. Para aquella fecha, Steiner ya había adiestrado a 3000 hombres, distribuidos en seis pequeños batallones o fuerzas de choque, y estaba a punto para la acción. Al serle ofrecido el sector que prefiriera a su elección, se decidió por la carretera de Enugu a Onitsha y regresó al Norte, en donde Williams se le unió de regreso.
Durante todo el mes de julio, los comandos batieron las posiciones de la Segunda División a lo largo de la carretera, con cierto éxito. Más tarde, al ser preguntado acerca de por qué no se unió a la Primera y Tercera Divisiones en el «asalto final sobre el territorio ibo», el coronel Haruna, que se hallaba al mando de la Segunda, admitió que todos estos preparativos habían quedado inutilizados ante la acción de los comandos, que habían asolado la zona con sus raids, obligándole a trasladar de un lugar a otro las unidades, de acuerdo con el comportamiento de los comandos. Las actividades de los comandos en Amansee, Uku y Amieni demostraron la validez de las teorías no conformistas de Steiner, según las cuales, unas bandas poco numerosas son más efectivas en África, debido a las características de su suelo, que las compactas falanges de infantería, pero si bien el coronel Ojukwu estaba de acuerdo con el principio, las circunstancias posteriores le forzaron a devolver a los comandos el papel reservado a la Infantería.
Durante el mes de junio, Adekunle, en el Sur, salió disparado de Port Harcourt con órdenes de capturar los restos del Rivers State de Gowon, que quedaba al oeste de Bonny. Entonces fue cuando el coronel Ojukwu invitó a los jefes tribales de las dos provincias, Yenagoa y Degema, para que acudieran a visitarlo. En el curso de su visita les informó de que a causa de la naturaleza de la tierra en la que vivían, tan inadecuada para la defensa, no podía garantizar el que el Ejército de Biafra pudiera hacer frente con éxito a los nigerianos, en vista de lo cual ofrecía a los jefes la oportunidad de, si así lo deseaban, ponerse de acuerdo con Nigeria, para evitar posibles represalias sobre ellos y sus pueblos. Él trazaría una línea sobre ambas provincias y cedería a Nigeria la zona restante de los Rivers.
Los jefes deseaban responder de inmediato, pero Ojukwu les dijo que regresaran con la respuesta del pueblo de los Rivers. Al día siguiente se presentó un mensajero con la respuesta de las gentes del Rivers: deseaban seguir con Biafra; confiaban en todos los medios de defensa posibles y ayudarían en cuanto les fuera posible; comprendían que aquello podría acarrear represalias y estaban dispuesto a hacerles frente.
Adekunle les haría pagar a los habitantes de los Rivers un alto precio por su lealtad a Biafra. Tal como Ojukwu había predicho, el territorio resultaba imposible de defender contra una fuerza equipada con docenas de barcos y botes. Las unidades de defensa tuvieron que ser fraccionadas, convirtiéndolas en pequeños grupos capaces de cubrir cualquier brecha, cualquier pequeño relieve de la tierra o isla. Los nigerianos podían atacar su objetivo y retirarse luego por mar. A mediados de julio se habían practicado desembarcos en Degema, Yenagoa, Brass y gran número de otros lugares. En tierra firme, la infantería de Nigeria habla avanzado, capturando Igritta, Elele y Ahoada, para apoderarse del resto del «Rivers State».
Hasta aquel momento, el coronel Adekunle no había operado fuera de las áreas minoritarias. Nunca había puesto el pie en territorio ibo, en tanto que las otras dos Divisiones nigerianas no habían operado nunca fuera del territorio ibo, salvo la Primera División con motivo de la campaña de captura de la provincia de Ogoja. En cierta manera, a pesar de la enorme ventaja en armamento, a Adekunle las cosas se le presentaban bien.
No se pretende decir con ello que la lucha fuera menos severa en las áreas minoritarias de lo que lo era en el territorio ibo, ni tampoco que la mayoría de los jefes de los grupos minoritarios no siguieran leales a Biafra. Lo que ocurre es que, en las áreas minoritarias, era más fácil hallar disidentes dispuestos a colaborar, ya fuera por genuina convicción o deseo de ventaja, y estos agentes nigerianos habían hecho un enorme trabajo al actuar de guías de las fuerzas nigerianas y revelándoles pasos ocultos, conocidos sólo de los habitantes locales.
Asimismo, resultó relativamente fácil introducir en dichas áreas minoritarias y con varias semanas de antelación a la fecha prevista para el ataque, a docenas de agentes importados de las comunidades minoritarias del Este, en Lagos. Sin embargo, algunos de estos agentes «se pasaron» al encontrarse entre su propio pueblo y mencionaron las fuertes sumas de dinero que se habían repartido en las áreas minoritarias para comprar a los jefes locales, hablaron de los agentes provocadores que preconizaban el odio a los ibos y de las amenazas de violentas represalias en las personas de quienes se declararan leales a Biafra cuando se produjera el ataque.
La técnica no dejó de tener éxito en algunos lugares, si bien pocas de las promesas originales llegaron nunca a cumplirse y el comportamiento de los soldados nigerianos produjo usualmente gran descontento y desilusión. La violencia se producía en dos oleadas. En primer lugar, atacaban las tropas de combate federales, que disparaban sobre todo cuanto veían, sin tener en cuenta la tribu, y destruyendo toda clase de bienes y propiedades, sin reparar en el propietario. La violencia de la soldadesca se hallaba normalmente en relación con las bajas que tuvieran que experimentar para capturar una posición. Así, en aquellos lugares en que la población caía sin que se disparara un solo tiro y la población se sometía rápidamente a una actitud pro Nigeria, de acuerdo con el brusco cambio en el equilibrio del poder, ocurría a veces que podía producirse un período de relativa calma y amistad entre el pueblo y la infantería nigeriana. Tal cosa no sucedió nunca en territorio ibo, pero nadie, en el mismo territorio ibo, albergaba la menor duda acerca de cuál podría ser su destino, que estaba escrito y sellado.
Tras el paso de la infantería, hacían su aparición las tropas de segunda, procedentes de las guarniciones. Al cabo de unas semanas, los nativos sabían ya que las palabras «Una Nigeria» eran un bonito eslogan, pero una realidad amarga, al llevar aparejada una, al parecer, ilimitada ocupación por parte de los soldados, quienes no sentían el menor desánimo al pensar que todo aquello que ocupaban en Biafra les pertenecía, tan sólo por haberlo efectivamente ocupado. Quizá por eso, precisamente a fines de 1968, algunos de los terrenos más fértiles en todo el país para el desenvolvimiento de la guerrilla biafreña estaba constituido por aquellas áreas minoritarias que más tiempo permanecieron bajo la dominación nigeriana.
En julio, Adekunle se dispuso a realizar el primer movimiento en territorio ibo y comenzó a avanzar hacia Owerri. Había puesto en práctica su plan O.A.U.: La captura de Owerri, Aba y Umuahia en rápida sucesión. Algo intoxicado por la sensación de su propia importancia y albergando serias ilusiones acerca de su competencia, Adekunle se había jactado de su propósito de hacerse con el resto de Biafra en menos que canta un gallo. Su comportamiento, cada vez más irregular, ocasionó una verdadera corriente de protestas de todas direcciones y el general Gowon se vio obligado, en repetidas ocasiones, a excusarse en nombre suyo. Pero estaba claro que movía a Gowon con un solo dedo, haciéndole girar a capricho, y que permanecía al frente de la Tercera División para crear aquel reino basado en una sola persona.
A finales de julio, sus fuerzas habían ascendido por la carretera de Port Harcourt a Owerri, llegando hasta Umuakpu, situado a 35 kilómetros al sur de Owerri. El coronel Ojukwu, que deseaba partir para Addis Abeba, pero que no quería ver caer a manos del enemigo la ciudad de Owerri en su ausencia, ordenó a Steiner y sus comandos que abandonaran Awka y acudieran a Owerri.
Para entonces ya estaba claro que Steiner se contentaba con mandar la Brigada y llevar a cabo el planning operacional, misiones ambas para las cuales estaba muy bien dotado, mientras delegaba el combate real a Williams. Este enjuto sudafricano, nacido en Gales, que admitía de buen grado estar medio loco, tenía la costumbre de probar prácticamente que era inmune a los balazos permaneciendo en pie en medio del fuego más intenso, mientras los hombres estaban agazapados a su alrededor. Además, se entretenía, mientras duraba el fuego, en proferir obscenidades contra los ametralladores nigerianos, agitando sin cesar un bastón de paseo. Pero los comandos biafreños respondieron a su provocación con un alarde, una imitación, y los chicos de Biafra adquirieron una extraordinaria reputación; eran los «Taffy boys». Sea como fuere, los prisioneros nigerianos admitieron que a su infantería no le gustaba hallarse frente a los comandos, cosa que complació extraordinariamente a Steiner y Williams. En aquel entonces se les habían incorporado tres nuevos recién llegados, un corpulento escocés, un corso delgado y de hablar melifluo, pero muy peligroso, y un apuesto joven rodesiano, llamado Johnny Erasmus, nada intelectual, pero un mago con los explosivos.
Al sur de Owerri, frente a Umuakpu, Steiner puso a trabajar a Erasmus para construir un anillo de obstáculos en el camino a seguir por los nigerianos. Después de tres días, y tras derribar trescientos árboles, cavado trincheras, plantado minas, tendido alambres de espino, dispuesto arcos de fuego, y trampeado todo cuanto era posible trampear con granadas, libres ya de las espoletas, Erasmus anunció que los nigerianos no podrían permanecer en Umuakpu, ni tampoco utilizar ninguna forma de avance capaz de abrir brecha. En realidad aquellos obstáculos no fueron combatidos de frente, en efecto, sino que se aproximaron a ellos por los flancos, siendo desmantelados por detrás.
Steiner dejó a la infantería biafreña bajo el amparo de aquella línea Maginot y envió a Williams junto con quinientos comandos a rodear el emplazamiento. Dieron un golpe el 4 de agosto, pero no en Umuakpu, sino en el cuartel general del batallón nigeriano, en la ciudad más próxima siguiendo la carretera: Amu Nelu. En una hora, Williams destruyó el cuartel general, recuperó gran cantidad de equipo, armas y munición, dejó los cadáveres de unos 100 nigerianos en la carretera y se puso nuevamente en marcha, para llegar a la hora del desayuno. El efecto causado por la acción sobre Amu Nelu no se hizo esperar y los nigerianos enviaron un emisario a través de las líneas a la infantería biafreña, para solicitar una tregua local.
Al cabo de una semana, los comandos tuvieron que ser nuevamente transferidos, en aquella ocasión hacia Okpuala, a mitad de camino entre Owerri y Aba. Los nigerianos se desplazaban desde el lado sur del cruce de esta carretera y el escocés y el corso fueron designados para detener el avance. Se siguieron una serie de feroces combates, durante los cuales ambos fueron heridos. Pero una fuerza mixta de comandos e infantería mantuvo a los nigerianos a escasa distancia de Okpuala, hasta la caída de Aba.
Aba, resguardada del lado sur y del oeste por la curva del río Imo, parecía libre de ataque. En aquellos momentos era la mayor de las ciudades que les quedaban, superpoblada ahora no sólo con sus habitantes habituales, sino con sus refugiados y los de Port Harcourt. Era, asimismo, el centro administrativo de Biafra. Para cruzar el Imo, situada en la carretera principal de Aba a Port Harcourt y el otro en Awaza, más al Oeste. El primer puente había sido volado, el segundo estaba intacto, pero minado. Los nigerianos se decidieron por este último. Cuando aparecieron en la ribera más alejada, los biafreños volaron las cargas, pero estaban mal emplazadas y aquello constituyó uno de los peores errores de la guerra. El puente se desplomó, en efecto, pero una conducción de petróleo tendida a pocos metros de distancia escapó de la explosión. A lo largo de dicha tubería, por la parte superior, había instalado un senderillo, el cual quedó inmune. Los biafreños, sin municiones, tuvieron que contemplar impertérritos el paso, en fila india, de los nigerianos, que se abatieron sobre ellos. Era el día 17 de agosto. Williams fue enviado con 700 hombres, pero no llegó hasta el amanecer del día 19. Para entonces los nigerianos habían acabado con tres batallones.
Los comandos lucharon por espacio de dos días para recuperar la cabeza de puente, pero mientras dos batallones federales los mantenían a cosa de un kilómetro de distancia del agua, el tercero marchaba hacia el Sur y capturó la ribera norte del otro puente, de más envergadura. Al ver que el esfuerzo era inútil, Williams se retiró hacia la carretera principal de Aba a Port Harcourt. Durante seis días, la Duodécima División de Biafra, asistida por los hombres de Williams, que ahora alcanzaban la cifra de 1000, se defendió mientras una verdadera marea de nigerianos cruzaba el Imo a pie. Se trabajaba a ritmo muy vivo en la reconstrucción del puente sobre el río Imo, según se dijo con ingenieros rusos, con la finalidad de poder transportar el equipo pesado.
Williams, que seguía dominando el eje principal, no consideraba que los nigerianos fueran tan peligrosos, siempre que no contaran con su armamento pesado, su artillería, si bien seguían disponiendo de mayor número de armas, proyectiles y morteros que los biafreños. El 24 de agosto se completó el puente y la columna de ataque lo cruzó. La subsiguiente batalla fue la más cruenta de la guerra. Williams comprometió en el ataque a sus 1000 comandos, en lugar de mantenerlos de reserva para la defensa. La impertinencia cogió por sorpresa a los nigerianos. Según las informaciones, tenían tres brigadas en la columna principal de la carretera más importante y la intención era realizar una marcha sin dificultades hasta Aba, barrer la resistencia y proseguir hasta Umuahia.
Durante tres días, Williams y Erasmus capitanearon a menos de 1000 jóvenes biafreños que empuñaban unos anticuados rifles frente a la flor y nata del Ejército nigeriano. Carecían de bazookas o artillería y contaban con muy pocos morteros. Los nigerianos arrojaron una verdadera nube de bombas de mano y morteros, cinco carros blindados y una lluvia de disparos de bazooka. Sus ametralladoras y rifles de repetición no se detuvieron por espacio de setenta y dos horas. La columna vertebral de la defensa era el «ogbunigwe», una extraña mina inventada por los biafreños. Tenía el aspecto de un prisma, con una carga de dinamita en la punta y el resto relleno de cojinetes de bolas, clavos, piedras, chatarra y recortes de metal. La base se coloca contra un árbol; para absorber el shock, la abertura, en forma de trompeta, queda camuflada con follaje, mientras los rostros de los presentes se aplastan contra el suelo, mirando hacia la carretera, por donde deben asomar las fuerzas que se aproximan. La detonación se consigue con un alambre, y los expertos aconsejan que el encargado de efectuar la explosión se retire en cuanto le sea posible. Al explotar, el ogbunigwe traza un arco perfectamente claro de noventa grados hacia el frente, con alcance efectivo máximo de más de 200 metros. Dicho artilugio, si se arroja desde corta distancia, puede destruir una compañía y detener un ataque en el acto.
Los nigerianos se aproximaban por la carretera, manteniéndose muy erguidos, sin intentar cubrirse, entonando su himno de guerra Oshe-bey y con un curioso movimiento oscilante, de lado a lado. Williams, que había pasado bastante tiempo en el Congo, no tuvo más que mirarlos para declarar:
—Están cargados de droga hasta las orejas.
Erasmus empezó a dar rienda suelta a los ogbunigwes, a discreción. Los nigerianos cayeron como maíz en la siega. Los supervivientes, conservando el movimiento oscilante, se dispersaron. Durante el primer día, Erasmus disparó más de cuarenta ogbunigwes. Uno de los carros blindados «Saladin» había sido alcanzado en los neumáticos y las ruedas quedaron inservibles. Los biafreños se quedaron sin municiones, pero la Brigada nigeriana que componía la avanzadilla quedó aniquilada. Al ver detenido su avance por las zanjas antitanques, se dedicaron a llenarlas de nuevo de tierra, con palas, siendo remplazado cada equipo tan pronto como era barrido por los proyectiles. En cuanto a los troncos de árbol caídos en la carretera y que les impedían el paso, eran levantados por equipos de hombres que quedaban instantáneamente destrozados al hacer explosión la mina oculta bajo el tronco abatido. Aquellos árboles pesaban varias toneladas cada uno y la tarea de retirarlos era ingente y resultó pulverizadora de muchas vidas humanas, a causa de las minas.
Cuando la avanzadilla nigeriana fue relevada, Williams urgió a sus exhaustos hombres a aprovecharse de la ventaja ocasionada por el desorden reinante para efectuar una carga. Recuperaron el terreno perdido durante el día y se instalaron en sus antiguas posiciones. En espera del siguiente día, los soldados se entregaron al sueño, mientras Erasmus plantaba sus trampas y Williams regresaba a Aba en busca de munición. Pero los aviones de suministro no llegaban. Steiner, promocionado a teniente coronel, que había trasladado su cuartel general a Aba, apeló al Comandante en Jefe del Ejército, a la sazón el coronel Ojukwu. Pero no había municiones. Williams regresó al frente. Para el domingo, 25 de agosto, sus hombres contaban con dos proyectiles cada uno.
Aquel domingo fue una repetición del sábado y un anticipo de lo que sería el lunes. Luego, hubo calma por espacio de seis días. Más tarde se supo que Adekunle había llenado los hospitales de Calabar, Port Harcourt, Benin e incluso Lagos, con los heridos de la columna de Aba. El número de muertos sobre la carretera no se mencionó nunca, pero Williams citó la cifra de 2500.
Después de atender a sus heridos, la Tercera División lanzó otro ataque sobre Aba, pero no sobre la carretera principal. Se abatieron sobre el flanco derecho del comando y el mismo se derrumbó mientras los carros blindados lo aplastaban. Aba cayó el 4 de setiembre, no a causa de un ataque frontal, sino de flanco. Steiner se abrió paso con un puñado de cocineros armados de pistolas ametralladoras. El coronel Achuzie estuvo a punto de colisionar de frente con un «Saladin» nigeriano al doblar una esquina. Williams se mantenía a unos 10 km de la ciudad para sostener el eje cuando Aba cayó en poder del enemigo; él y sus hombres huyeron campo a través.
El coronel Ojukwu ordenó a los comandos que regresaran al campo base, para incorporar tropas de refresco, recuperarse y volver a la carga. Desde ambos ejes, Aba y Okpuala, regresaron 1000 de los 3000 que se desplazaron hasta Awka, nueve semanas antes. A mediados de setiembre, Steiner marchó de permiso por quince días y Williams se hizo cargo del mando.
El asalto sobre Aba del 24 de agosto era la señal para el último round, «el asalto final sobre el territorio ibo», que según el Parlamento británico no iba a producirse nunca. Todos los sectores ardían en llamas. En el Sur, desde Ikot Ekpene, que ya había cambiado de manos seis veces, hasta Owerri; en el Norte, Haruna llevó a término un brioso intento para romper las líneas desde Onitsha y enlazar con sus hombres en Abagana, mientras la Primera División lanzaba toda su fuerza contra el pasillo aéreo de la desmilitarizada Cruz Roja en Obilagu, que cayó el 23 de setiembre.
El 11 de setiembre, los nigerianos lanzaron un ataque fluvial sorpresa, por el río Orashi en dirección a Oguta, una ciudad junto a un lago, no lejos del aeropuerto de Uli. Las embarcaciones cruzaron el lago sin ser vistas y los hombres desembarcaron. En Oguta quedaba todavía mucha población civil y se produjeron gran número de muertes. Después de la huida de los supervivientes, Oguta fue sistemáticamente saqueada y llegaron más nigerianos desde el otro lado del río Níger, del Medio Oeste. El coronel Ojukwu, airado, convocó a sus jefes y les ordenó recuperar Oguta en cuarenta y ocho horas. Ojukwu en persona dirigió la operación, con Achuzie como comandante de las operaciones. Los biafreños penetraron en la ciudad y los nigerianos huyeron al río, dejando tras de sí varios centenares de cadáveres de compatriotas, incluido su propio comandante.
Pero Oguta tenía su propio talón de Aquiles. Parte de las tropas biafreñas utilizadas para la operación procedían del flanco derecho de Umuakpu, y el 13 de setiembre, una patrulla nigeriana que realizaba una descubierta, para inspeccionar la consistencia de los flancos, descubrió el punto flaco. Se dirigió un ataque que rompió las defensas del flanco y condujo a los nigerianos hasta Obinze, situado a 16 kilómetros al sur de Owerri. Desde allí, el 18 de setiembre, se introdujeron en la población, abriéndose paso con los carros blindados.
En el Norte, la Primera División avanzó hacia Obilagu y capturó Okigwi, asimismo desguarnecida, ya que dicha población había sido el centro de distribución de la Cruz Roja, por lo que respecta a los suministros de alimentos que llegaban a la cercana Obilagu. Allí se distinguieron al fusilar a un matrimonio inglés, ya de avanzada edad, ambos misioneros, apellidados Savory, así como a dos trabajadores de la Cruz Roja sueca. Era el día primero de octubre.
A partir de esta fecha la situación inició un cambio. Se descartó al proveedor de armas, por vía marítima, que había dejado en la estacada a los biafreños en Aba y Owerri, estableciéndose un nuevo puente aéreo desde Libreville, en Gabón. Estaba servido por pilotos británicos, sudafricanos, rodesianos y franceses. Al entrar en posesión de nuevos fondos, el coronel Ojukwu vio posibilitado el acceso a un mercado de armas europeo más amplio, con lo que el armamento comenzó a afluir en mayor cantidad y los biafreños pasaron al contraataque.
Steiner regresó de permiso, pero seguía siendo un hombre cansado. Fue designado comandante de la recientemente creada División Comando, pero se puso de manifiesto su falta de capacidad para el cargo. Como sufría de agotamiento nervioso, de cuya enfermedad contaba con un largo historial, la afección hizo de nuevo acto de presencia, dominándole, produciéndole delirios de grandeza y manía persecutoria. Su comportamiento se hizo cada vez más indisciplinado hasta el extremo de llegar a ordenar a sus hombres la requisa de tres jeeps de la Cruz Roja para su uso personal.
Llamado a declarar, acerca de dichos actos, se atrevió a protestar ante el propio coronel Ojukwu, jefe del Estado y éste no tuvo más alternativa que obligarle a renunciar. Con Steiner marcharon otros seis oficiales que habían vuelto con él de permiso. Williams se hizo de nuevo cargo del mando, que entregaría más adelante a un brigadier biafreño. Pero, mientras actuó como comandante en jefe, se libraron dos batallas más. Entre el 10 y el 12 de noviembre una de las tres brigadas de la división, lanzó una serie de ataques contra Onitsha, y si bien no capturaron la ciudad, redujeron el perímetro en poder de los nigerianos hasta la mitad de su superficie reduciendo el peligro de un ataque.
Los ataques habrían proseguido de no haber tomado la iniciativa los nigerianos, avanzando en dirección sudoeste para capturar las poblaciones de Agolo y Adazi, que amenazaban el núcleo central del territorio biafreño. Los mandos militares de la zona repelieron la agresión, asistidos por dos batallones de infantería biafreña. Los nigerianos recibieron otro castigo y se retiraron hasta Awka.
Durante todo el mes de noviembre y el de diciembre sucedió otro tanto en todas partes. Los biafreños contraatacaron en casi todos los sectores, concretamente en Aba y Owerri. En Aba, el coronel Timothy Onuatuegwu hizo retroceder a las fuerzas federales hasta las afueras de la ciudad, para distribuir luego sus propios elementos hacia los flancos derecho e izquierdo. En Owerri, el coronel John Kalu recuperó 390 kilómetros cuadrados de superficie en torno a la ciudad y puso sitio a la misma.
Esta escueta narración de los hechos acaecidos a lo largo de dieciocho meses puede dar la impresión de que los avances nigerianos eran continuados y seguros. Pero no fue así. Aparte las contadas ocasiones en que los nigerianos tenían ante sí un avance rápido, tuvieron que conquistar cada palmo de suelo muy duramente. A menudo, los objetivos no podían ser tomados hasta el tercer o cuarto intento. A veces, estaban bloqueados durante varios meses. Su gasto de munición, según un cálculo moderado, se considera del orden de varios cientos de millones de unidades, en tanto que sus pérdidas en vidas humanas, se calcula en varias decenas de miles de hombres.
Por otra parte, tampoco mostraron gran habilidad en controlar y administrar lo conquistado. Manteniéndose siempre en el curso de las carreteras principales y las ciudades, evitando el bosque que cubre el noventa por ciento del suelo, los nigerianos podían con facilidad trazar líneas sobre los mapas que guardaban escasa relación con la auténtica realidad. Sus propios administradores, nombrados al efecto, permanecían sentados detrás de su mesa, en la ciudad, con la autoridad minada por los administradores biafreños que gobernaban la zona desde el interior de la espesura, y que administraban, efectivamente, la gran masa de población biafreña, de los sectores rurales.
El secreto de la supervivencia de Biafra se basa, parcialmente, en la dirección del coronel Ojukwu, pero mucho más en el pueblo de Biafra. Ni el líder, ni el Ejército hubieran podido combatir de no haber contado con el respaldo del pueblo. El Ejército tiene que disponer de ese respaldo para que su lucha sea algo más que una resistencia. La población contribuyó con todo cuanto pudo; los pueblos más pobres entregaron cosechas; los hombres ricos, donaron sus cuentas en el extranjero, para que se pudiera disponer de libras y dólares; los sastres hacían uniformes con las telas de los cortinajes y los zapateros fabricaban botas con tiras de lona. Los campesinos entregaban sus productos, sus animales. Los hombres del bosque acudían a prestar servicios con machetes y hachas. Los conductores de taxis y autocares, se dedicaban al transporte de soldados, en tanto que los clérigos y los maestros hacían donación de sus bicicletas.
También hubo traidores, desertores, aprovechados y traficantes, los mismos que afloran en todas las guerras. Pero no se produjo, por parte de la población, ninguna manifestación, ni algarada, ni motín. Mientras contemplaban el aniquilamiento de sus hermanos y la devastación de su suelo, dos constantes se mantenían a la perfección: el sentido de la nacionalidad y el odio a los nigerianos. Lo que había comenzado como intuido se convirtió en auténtica convicción: nunca más podrían convivir con los nigerianos como nación única. De ahí procede la realidad política primordial de la presente situación. Biafra no podrá ser suprimida, si no es aniquilando primero al pueblo que la forma. Porque incluso bajo una ocupación total, tarde o temprano, con o sin el coronel Ojukwu, Biafra se levantaría de nuevo. Durante todo el año 1969 se produjeron allí algunos notables cambios territoriales y, para finales de año, la contienda quedó en tablas. El año se inició con la transferencia, ordenada por el coronel Ojukwu, con fecha de 3 de enero, de dos brigadas de la División «S», del frente de Aba, bajo el mando del coronel Onuatuegwu, al frente de Owerri, en ayuda del coronel Kalu y de la Catorce División, en el sitio de Owerri.
Durante el resto del mes y por hallarse sus unidades de avanzada en el interior de la zona de los suburbios norte de la ciudad, ambos comandantes atacaron la guarnición federal con todo ímpetu. Sufrieron bajas sin ganar nada de importancia, ya que los nigerianos, como de costumbre, se mantenían a cubierto perfectamente y bien pertrechados gracias a las ingentes reservas de municiones y armas con que contaban, que les llegaban por la carretera principal de Port Harcourt, al Sur. A finales de enero, en una reunión mantenida con el coronel Ojukwu y el coronel Kalu, Onuatuegwu propuso que aquellas tácticas frontales deberían desecharse y que toda la munición que los biafreños se vieran obligados a emplear se utilizara para intentar despejar los flancos de Owerri e interceptar la corriente de aprovisionamiento de Nigeria, táctica que ya había estado utilizando contra Aba, cuando fue transferido.
El plan fue aceptado y, durante todo el mes de febrero, ambos comandantes limpiaron la zona de pueblos ocupados por los nigerianos al este y al oeste de Owerri, penetrando, por fin, en la ciudad con un rodeo por el sur de la población. Completar la operación y cortar definitivamente la línea de aprovisionamiento nigeriana, la última que les quedaba, se logró el 28 de febrero. Durante todo el mes de marzo y a pesar de los repetidos intentos de las fuerzas federales para romper el cerco y acudir en auxilio de la brigada allí encerrada, el citado cerco se mantuvo y el abastecimiento de los sitiados se tuvo que efectuar con la asistencia de la aviación nigeriana, que arrojaba las necesarias vituallas y pertrechos. Como no eran expertos en tales menesteres, aproximadamente el setenta por ciento de tales suministros caían en el perímetro ocupado por los biafreños, incluyendo grandes cantidades de las nuevas y excelentes armas ligeras de asalto de fabricación rusa, «Kalashnikov AK-47», con su correspondiente munición.
A primeros de abril, incluso estos suministros se detuvieron, y los biafreños, al comprobar que ya no llovería más maná del cielo, prosiguieron los ataques contra las cada vez más desmoralizadas tropas federales, a menudo con ayuda de las armas y municiones nigerianas que tan providencialmente habían caído en sus manos.
Durante el mes de marzo se había consignado un fuerte contingente de fuerzas para reforzar la carretera de Port Harcourt y abrir de nuevo la circulación del suministro, pero dicho contingente fue desviado de su ruta, hacia el oeste de la carretera principal y se concentró a la tropa. Ohuba está situado a unos 15 kilómetros de Owerri. Allí permanecieron hasta finales de 1969.
Después de veinte días de ininterrumpido ataque de los biafreños durante abril, cuando ya comenzaban a escasear provisiones y munición, el coronel Utuk, comandante nigeriano en el interior de Owerri, se reunió con los oficiales de su batallón el 22 de abril, al anochecer. Se decidió que a pesar de las órdenes del coronel Adekunle, dadas en Port Harcourt, en el sentido de mantenerse en sus puestos, lo pertinente era salir. Durante la noche, toda la guarnición, incluidos los heridos que estaban acomodados en camiones, se alinearon en columna en el interior de la ciudad, de cara al lado sur. Previamente habían salido las patrullas de inspección y comprobaron que una carretera que marchaba hacia el Sur, estaba bajo la custodia de un batallón biafreño muy debilitado. No se trataba de la carretera principal, asfaltada, sino de otra de tierra, ligeramente desplazada hacia el Este. El 23 de abril por la mañana, detrás de sus dos carros blindados que les abrían marcha, la columna atacó el batallón biafreño y se abrió paso. A partir de ahí, la columna se dirigió hacia las afueras de la ciudad y regresó hacia el cuerpo principal de la Tercera División nigeriana, cuyas unidades de avanzada se hallaban en Umuakpu y Umu Nelu, lugar donde Taffy Williams había detenido su avance diez meses atrás. Al enterarse de que la guarnición federal había conseguido salir del encierro, el coronel Onuatuegwu despachó con celeridad dos batallones en su persecución. Estas últimas tropas dieron alcance a la retaguardia de la columna a corta distancia de Owerri y, a partir de ahí, se entabló una lucha cruenta, mientras la misma se retiraba hacia el Sur. Atacada desde atrás y por los flancos, bajo constantes emboscadas, la columna quedó reducida a pequeños grupos de combatientes que se debatieron hasta alcanzar la seguridad de las posiciones nigerianas cerca de Umu Nelu, situado a 35 kilómetros al sur de Owerri. Habían perdido todo el equipo y casi la mitad de los efectivos humanos.
Los biafreños reocuparon Owerri el mismo día 23 de abril e iniciaron la tarea de reagrupar y reordenar la castigada y aniquilada ciudad. Dos semanas después de haber perdido esta ciudad, pérdida que constituyó un duro golpe para la moral nigeriana, el coronel Adekunle fue relevado del mando, siendo destinado a una misión de adiestramiento, en Lagos. Hasta finales de noviembre de 1969, a pesar de los repetidos intentos por avanzar, las fuerzas federales seguían retenidas en Chuba y Umuakpu, respectivamente, y Owerri se había convertido en la capital del Gobierno biafreño.
La alegría de los biafreños por haber recuperado esta importante y estratégica ciudad se vio enturbiada por la pérdida de su anterior capital, Umuahia. Si bien la reocupación de Owerri había sido un proceso lento y laborioso, la toma federal de Umuahia representaba la culminación de otro ataque corto apoyado por gran cantidad de armamento pesado. Durante los tres meses de primavera, mientras se aproximaba la estación de las lluvias, la preocupación del Gobierno federal había consistido en reconstruir, no la prestigiosa Tercera División, en el Sur, sino la menos renombrada Primera División y el 26 de marzo, para coincidir con la llegada de Harold Wilson, la Primera División se lanzó fuera de Okigwi y Afikpo, simultáneamente.
Ambas cabezas de avanzada, que actuaban en punta de lanza, estaban equipadas con media docena de carros blindados, con el apoyo de grandes cantidades de artillería y fuego de mortero. El 1° de abril, se había alcanzado ya las poblaciones de Bende y Uzoakoli y se libraban duras batallas en ambas zonas. Uzoakoli había constituido una pérdida muy seria para los biafreños, porque allí están situadas las refinerías de petróleo, instaladas tras la pérdida de Port Horcourt en el mes de mayo anterior. La producción de dicha refinería, a pleno rendimiento, se cifraba en 135 000 litros de petróleo refinado al día y estaba a punto de nivelar la escasez de fuel que había constituido una de las principales dificultades de los biafreños, desde que se dispuso de todas las reservas en el precedente mes de noviembre.
Durante unos pocos días pareció que las fuerzas federales iban a ser contenidas en estas dos ciudades. Holding Bende era asimismo importante porque esta población domina una cordillera, desde la cual desciende derechamente el camino hacia Umuahia. Pero el 7 de abril, una columna nigeriana que marchaba campo a través, tomó la ciudad de Ovim, que está junto a la línea de ferrocarril que se dirige directamente hacia Umuahia. El 10 de abril, el fuego federal comenzó a caer sobre las afueras de Umuahia y se procedió a la evacuación de la población.
Umuahia cayó el 15 de abril, si bien prosiguió el combate, en forma esporádica, unos días más. El último en abandonar la ciudad fue el coronel Ojukwu, quien había dirigido personalmente la lucha desde su propia casa, situada al extremo de la Okpara Road.
A pesar de la conquista, la ocupación nigeriana de la población no era muy sólida. Como es usual en tales casos, los biafreños estaban desorganizados a la caída de la población, pero se reagruparon y contraatacaron una semana más tarde. Las líneas de suministro y aprovisionamiento federales a Umuahia, discurrían durante muchos kilómetros en una zona montañosa, en dirección norte y nordeste de la ciudad y eran sumamente vulnerables. En repetidas ocasiones en el curso del verano, la guarnición tuvo que solicitar ayuda de las fuerzas aéreas para que los suministros fueran arrojados desde el aire y poder así continuar. A finales de año, Umuahia, lo mismo que Aba, seguía rodeada por tres lados, constituyendo el extremo de un largo corredor, una posición la suya extremadamente precaria, en territorio hostil.
Aparte estas dos campañas principales, todos los frentes seguían estables. A primeros de marzo, la Segunda División federal, con base en Onitsha, atacó desde el mismo Initsha en dirección a Awka y desde ésta, hacia Onitsha, en un esfuerzo para cerrar los 10 kilómetros de carretera en poder de los biafreños que determinaban el que la División se mantuviera seccionada en dos partes. Tuvieron éxito al conseguir cerrar esta brecha y establecer contacto por carretera y mantenerlo durante quince días. Los biafreños contraatacantes recuperaron aquella porción de carretera y, eventualmente, en junio volvieron a penetrar en los suburbios del lado este de la misma Onitsha.
Aparte esto, en el Norte no sucedió nada en todo el año 1969. En el Sur, fueron los biafreños quienes por vez primera llevaron la iniciativa en el ataque, en casi todos los sectores. Según lo aprendido en Owerri, acerca de las nuevas tácticas, no realizaron ataques masivos frontales, sino que se concentraron en despejar la ocupación de pequeños pueblos, de uno en uno. Así, a últimos de año ya era posible recorrer en coche la carretera de Owerri a Aba, en toda su extensión, la cual previamente había estado en poder de los federales, hasta un punto situado a 8 kilómetros de Aba. Las guarniciones federales habían sido expulsadas de Okpuala y el padre Kevin Doheny había podido volver a abrir el seminario. También habían limpiado Owerrinta, y las fuerzas federales en cabeza, ya habían regresado a Amala, situado a 8 km al sur de esta carretera, en donde los mercenarios escoceses y corsos al frente de un destacamento de comandos habían combatido frente a ellos en agosto de 1968. Durante 1969, se reconquistó una superficie de 2600 kilómetros cuadrados de territorio en el sector sur, por parte de los biafreños.
Las razones de estos éxitos, aunque limitadas, eran cinco. En primer lugar se debieron a un cambio de táctica, al abandono de encuentros frontales con un enemigo mejor armado y llevando a cabo, en su lugar, ataques a los flancos, emboscadas siguiendo las tácticas de los comandos, según el sistema, en suma, que tanto y tanto, y sin que nadie le hubiera hecho caso antes, había defendido Williams, quien partió en febrero, sin que su contrato fuera renovado por tercera vez. En segundo lugar, a causa de la creciente desmoralización de la infantería nigeriana. Durante todo el año, mientras las lluvias de verano seguían cayendo en forma ininterrumpida y la espantosa logística del Ejército nigeriano ocasionaba que los hombres en la primera línea de fuego estuvieran escasos de alimentos y municiones, había muchos hombres en el bando federal que ya estaban hartos del asunto y lo que deseaban era volver a casa, según declaraciones de los prisioneros, quienes añadían que esos hombres no estaban dispuestos a entregarse a un ataque suicida ordenado por unos jefes que se mantenían en la seguridad de la retaguardia. Una fatiga bélica generalizada se abatía sobre ambos bandos contendientes, pero los soldados biafreños se hallaban al menos en su propio territorio y contaban con el apoyo del campesinado. Además, estaban mejor armados de lo que lo estuvieron nunca.
Las últimas tres razones para el cambio de situación se refiere a las armas. En primer lugar, la principal ventaja federal en todos los ataques hasta finales de la primavera de 1969 había residido en la potencia de sus vehículos blindados, factor frente al cual los biafreños no contaban con ningún elemento eficaz de defensa o ataque. Pero, durante el año 1969, adquirieron un número sustancial de bazookas y cohetes, de buena calidad. Algunos eran de tipo soviético, extremadamente ligeros y eficientes, con un alcance de 300 metros, precisos y de fácil mantenimiento. Otros eran franceses, del tipo LRAC, los más complejos del mundo occidental. Mientras que en 1968, el adiestramiento para el manejo de estas armas era de lo más rudimentario, en el curso de 1969 dos oficiales europeos enseñaron a las tropas biafreñas a utilizarlas correctamente, con el resultado de que la infantería biafreña comenzó a perder el miedo que sentía hacia los «Saladin» y los «Ferret», hasta que se hizo raro el que tales vehículos asomaran la nariz demasiado ostensiblemente, quedando al mismo tiempo cada vez más reducido su período de efectividad, es decir, su vida.
En segundo lugar, el nivel general del armamento biafreño y su capacidad de fuego se incrementó sin pausa durante todo 1969. En una conferencia de Prensa celebrada en Owerri el 4 de noviembre, el general Ojukwu (que había aceptado la promoción al empleo de general a petición de la Asamblea consultiva, con fecha de marzo de 1969), dijo: «Contamos ahora con mejores recursos que nunca, desde que la guerra se inició, en cuanto a potencial bélico se refiere». Añadió que las principales mejoras lo habían sido en armas de apoyo, como, por ejemplo, bazookas, artillería, morteros y ametralladoras. Asimismo, el entrenamiento en este tipo de armas estaba más generalizado en 1969 que en el año precedente. El efecto de estos dos cambios en la situación biafreña consistió en neutralizar las ventajas que el Ejército federal había poseído, durante tanto tiempo que les había hecho creer que les eran connaturales.
Finalmente, la diferencia quedó establecida al llevar a término la aviación biafreña su primer raid el 22 de mayo, y la consolidación de dicha fuerza se fue cimentando durante todo el resto del año. La historia de la «Biafran Air Force» no puede contarse con toda propiedad ya que muchos de sus detalles no han sido revelados todavía, pero la mayor parte de sus actividades y de sus éxitos residen en la personalidad de un notable piloto sueco ya veterano, el conde Carl Gustav von Rosen.
Este aviador (véase capítulo 11) mientras efectuaba un vuelo como piloto de graduación superior perteneciente al cuerpo de socorro de la «Nord Church Aid», con un aparato anacrónico procedente de Sao Tomé, el 10 de agosto de 1968, demostró que el monopolio de Wharton sobre la ruta de relevo podía ser quebrantado. A finales de setiembre, después de poner de relieve unos puntos de vista distintos a los de sus jefes de la «Transair», y los de la «Nord Church Aid», renunció a su puesto en Sao Tomé y regresó a Suecia.
Seguidamente hizo su aparición en Umuahia, Biafra, en la Navidad de 1968, portador de una carta del emperador Haile Selassie, amigo personal del coronel Ojukwu. El día de Navidad se presentó en la caravana de este autor situada en Umuahia, al borde del llanto, ante las escenas de devastación y carnicería que había dejado como estela uno de los tres raids de bombardeo practicados por la «Nigerian Air Forcé» sobre Umuahia aquel mismo día. Algunas de las bombas habían alcanzado una casa llena de niños y el espectáculo había herido profundamente al conde, lo mismo que antes hiriera profundamente a varios periodistas que acababan de presenciar similares estampas.
En una subsiguiente conversación sostenida mientras tomábamos café, el veterano piloto, a punto casi de retirarse pensionado de la «Transair», por cumplir la edad reglamentaria, expresó su determinación por regresar a Biafra y aniquilar las Fuerzas Aéreas federales, pilotadas por egipcios. Con el paso de las horas, poco a poco, fue trazando un plan para comprar aparatos ligeros de un tipo de maniobra extraordinariamente fácil, equiparlos con cohetes y bombas y utilizarlos para volar a nivel de las copas de los árboles y destruir los «MIG» y los «Ilyushin» posados en tierra. La huida quedaría asegurada con el elemento sorpresa y la baja altitud de los aparatos. Irían pintados de verde por la parte superior y de azul, por la inferior, con lo que serían irreconocibles, si volaban a aquella altura, hasta el momento en que atacaran, siendo muy difícil su persecución posterior.
En aquellos momentos, sus palabras se parecían mucho a las que suelen pronunciar los pilotos cuando se abandonan a sí mismos. Pero hizo exactamente lo que había planeado. El 22 de mayo, el conde Von Rosen llevó a efecto su primer ataque contra el aeropuerto de Port Harcourt, destruyendo con cohetes, disparados desde los pequeños monoplazas ligeros, «MFI Minicon», de fabricación sueca, un «Ilyushin» y dos «MIG» aparcados en la pista. En aquel raid participaron cinco «Minicon», tres de ellos pilotados por suecos y dos por biafreños, entrenados por Von Rosen en Gabón.
En los meses siguientes, los «Minicon» se abatieron sobre los campos federales, destruyendo hasta finales de año unos treinta aparatos de combate y transporte, incluidos tres de los bombarderos que más habían hostigado, por las noches, la franja aérea de Uli, a la llegada de los aparatos de aprovisionamiento. Después de barrer los aeropuertos, los «Minicon», a la sazón ya plenamente en manos de biafreños, dieron comienzo, a mediados de junio, los ataques contra las instalaciones petrolíferas que proporcionaban a Nigeria las divisas necesarias y el crédito preciso para comprar armamento.
A fin de año, aquella diminuta flota aérea de pequeños aparatos, propios para fumigación o tareas similares, había causado tantos destrozos como para persuadir a la «Shell-BP» para que acordara la suspensión temporal de sus operaciones en Nigeria desde tierra firme. Como otras compañías siguieron el ejemplo, al ver atacadas sus instalaciones, la corriente de petróleo procedente de Nigeria comenzó a disminuir en intensidad, dando lugar a las primeras sacudidas en los círculos comerciales británicos, desde el comienzo de las hostilidades.
A mediados de verano, el conde Von Rosen había entregado el mando del vuelo a los entusiastas jóvenes biafreños, adiestrados por sus dos colegas suecos en Gabón, y se habían hecho cargo de un papel más importante en la organización. Aquello dio como fruto, el 2 de noviembre de 1969, que dos «Harvard» volaran al aeropuerto de Uli, para unirse a los «Minicon» en la pequeña pista de aterrizaje escondida entre la maleza y que les servía de base. Para entonces ya contaban con quince «Minicon». Los «Harvard» biplazas, con un solo motor, monoplanos de ala baja, habían sido construidos originariamente para adiestramiento avanzado de las Fuerzas Aéreas canadienses, pero más adelante demostraron ser lo bastante fuertes y eficaces para la lucha contra los simbas en el Congo, con gran efectividad. Equipados con bombas, cohetes o ametralladoras, constituían una plataforma ideal para operaciones aéreas sobre tierra, según el modelo de contienda africano, para el cual eran mejores que los aparatos de combate tipo jet.
Los pilotos eran ambos alemanes, uno de ellos llamado Fred Herz, que era el piloto del viejo «B-25», en enero de 1968. El 10 de noviembre, los dos «Harvard», acompañados de tres «Minicon» que deberían ocuparse de repeler el fuego defensivo, llevaron a efecto su primer ataque contra Port Harcourt, con el resultado de lograr la destrucción de tres de los nuevos «MIG», tres aparatos de combate, entre los cuales se encontraba el último de los bombarderos de Uli, el hangar principal, depósito de fuel y torre de control. A fin de año, dos bombarderos de ataque «British Meteor» estaban a punto de incorporarse a lo que el coronel Ojukwu denominaba la mini-Fuerza Aérea biafreña.
Los raids contra las instalaciones petrolíferas fueron llevados a cabo, sólo en parte, por los «Minicon». Dichos raids tenían la finalidad de ejercer presión sobre el Gobierno británico y las más altas esferas de Nigeria para conseguir un alto el fuego y estaban respaldados por unas acometidas tipo comando, en instalaciones aisladas en el bosque.
Teniendo presente esta idea, en marzo de 1969 el general Ojukwu encargó al coronel Joe Achuzie la tarea de regresar a su territorio natal, el Medio Oeste, con una fuerza de comandos, para provocar un levantamiento insurreccional entre los ica-ibos, los cuales, desde la partida de los biafreños, habían llevado una existencia precaria, escondiéndose, principalmente en el bosque de la ribera oeste del río Níger. Pocas noticias llegaron a Achuzie, salvo los rumores en Lagos de actividad de la guerrilla en las partes iboparlantes del Medio Oeste, hasta el 9 de mayo.
Ese día, a la incipiente luz del amanecer, una unidad de las tropas de Achuzie irrumpió en una instalación petrolífera y se apoderó de la misma. La compañía del Ejército nigeriano que debía custodiarla, huyó, abandonando a su destino a los veintinueve empleados blancos. De éstos, once, diez italianos y un jordano, murieron en la melée. Otros dieciocho, catorce italianos, tres alemanes y un libanés, fueron hechos prisioneros y enviados al otro lado del Níger.
Algunos de los prisioneros en cuyo poder se encontraron armas, fueron juzgados como mercenarios, condenados y sentenciados a muerte. Cuando la noticia fue conocida, la Prensa europea dio muestras de histerismo. Sigue siendo extremadamente dudoso que el general Ojukwu llegara a intentar algo en favor de aquellos hombres, la evidencia señala que no. La sentencia provocó un verdadero furor, conmovió a los magnates del petróleo y fue motivo de que los dirigentes de la compañía italiana «Agip», que eran quienes tenían contratados a los mismos, iniciaran un diálogo con Ojukwu. También sirvió para proporcionar a Biafra la peor Prensa imaginable.
A pesar de todo ello, en líneas generales Ojukwu estaba satisfecho. Tenía lo que deseaba, que era, precisamente, una reacción directa de los magnates del petróleo. Les había hecho patente que el Ejército nigeriano, a pesar de todas sus promesas, no podía garantizar su seguridad y no fue simple casualidad que, subsecuentemente, todas las compañías retiraran importantes contingentes de personal de sus instalaciones situadas en territorio biafreño ocupado por las fuerzas nigerianas. La cuestión siguiente era cómo resolver el destino de los dieciocho hombres sentenciados.
Al final, Ojukwu cedió ante la petición de clemencia del Papa y el 6 de junio, en una ceremonia celebrada en la zona exterior de la cárcel de Owerri, en donde los hombres habían estado retenidos, éstos fueron entregados a la delegación de Cáritas, del Consejo Mundial de las Iglesias y de representantes de Gabón y de Costa de Marfil. Aquella misma noche fueron enviados por avión a Gabón y, desde allí, a sus respectivos lugares de procedencia, donde aguardaban sus familias.
La otra única persona que cayó en poder de los biafreños fue una enfermera británica, Sally Goatcher, quien trabajaba para el «Save the Children Fund», del bando nigeriano, en la línea de fuego y que accidentalmente cruzó las líneas, en moto, al sur de Uli, el 29 de mayo y fue capturada. Estuvo retenida hasta el 16 de junio, en que fue liberada y enviada en avión vía Libreville, Gabón. Una vez fuera, ni ella ni los empleados de la refinería manifestaron animosidad alguna contra los biafreños y todos estuvieron de acuerdo en afirmar que habían recibido buen trato mientras estuvieron prisioneros.
Durante el otoño, continuaban llegando informes de Nigeria según los cuales el Ejército federal componía lentamente el planteamiento de otro «asalto final». A pesar de la credibilidad o tragaderas de algunos informadores que se contentaron con hacer saber a sus lectores que el Ejército nigeriano mantenía su inactividad ya por espacio de seis meses debido a la bondad del general Gowon, que no se decidía a dar la orden de avanzar para aplastar definitivamente a Biafra. Pero quienes eran capaces de comprender lo que se ocultaba bajo la capa de la propaganda, señalaban dos razones para la tregua. Una de ellas era la estación de las lluvias: tras dos estaciones lluviosas de escasa intensidad, en 1967 y 1968, la estación de abril a octubre de 1969 era excepcionalmente intensa. No sólo los senderos y veredas estaban convertidos en cenagales, por los que de ninguna manera podía circular ningún tipo de vehículo, sino que, incluso, extensas zonas de carreteras asfaltadas habían sido borradas de la superficie. La otra razón es que tanto la logística, como la situación del aprovisionamiento, que nunca fue excelente, ni siquiera en los mejores tiempos, se había deteriorado en el curso del verano hasta alcanzar un estado tan malo que era casi imposible empeorarlo. También en esto las lluvias tenían algo que ver, porque la marcha de los convoyes era de lo más difícil, sobre todo en largas distancias, en parte a causa del estado en que se encontraban los transportes, que no habían recibido cuidado alguno para su mantenimiento, después de dos años de inmovilidad y en parte debido a los efectos de las constantes emboscadas de la guerrilla, que requerían serios esfuerzos por parte de las fuerzas federales para mantener los convoyes de aprovisionamiento con sustanciales elementos de escolta.
Sin embargo, a mediados de octubre, por fin estuvieron a punto y se lanzó el ataque, que falló más estrepitosamente que todos los precedentes.
Siempre había resultado útil, antes de cualquier «ataque final», el realizar exhortaciones radiadas y arengas a la tropa desde Lagos, más las palabras que luego les eran dirigidas por los comandantes de división y de brigada. En la presente ocasión, utilizando la red de las fuerzas, el general Gowon urgió repetidamente a las tropas para que se lanzaran a un último y fiero ataque. Repitió muchas veces que aquél debía ser el último empeño, que para las tropas era ahora o nunca. De aquella forma no se había expresado nunca con anterioridad.
Que el ataque finalizara en fracaso fue debido, en parte, a la falta de entusiasmo de los hombres en las líneas de los frentes, en parte debido a la superior capacidad de armamento biafreña y en parte al desastroso ejercicio del mando. Comenzó con la Primera División en el Norte, ahora nuevamente bajo el mando del coronel Bissalla, que ordenó la salida de Okigwi, el 22 de octubre, de sus dos mejores brigadas. La batalla se sostuvo con gran ferocidad por espacio de diez días. En un momento dado, las fuerzas nigerianas dieron la impresión de haber roto la línea defensiva y haber dejado expedita la carretera a Orlu y el importante aeropuerto de Uli. Irónicamente, el factor decisivo estuvo a cargo de las Fuerzas Aéreas nigerianas.
De acuerdo con las declaraciones de testigos oculares europeos, los pilotos germano-occidentales que en aquel momento tenían a su cargo los «MIG» precisamente con un alto grado de eficacia, confundieron a las tropas federales que avanzaban con las biafreñas, pulverizándolas tan definitivamente que su moral quedó deshecha y tuvieron que regresar a sus puntos de origen. Los otros dos nuevos factores, aparte el alto nivel de la potencia bélica biafreña, incluían una nueva mina diseñada y construida por los biafreños. Se la conocía por el nombre de «ogbunigwe volador» y tenía forma de cohete de 330 mm, de unos 2 m de largo, en cuyo extremo se ajustaba una mina de tierra del tipo descrito anteriormente. Dicho artilugio se arrojaba con fuel del empleado para el lanzamiento de cohetes y debía explotar en el aire, a cosa de 15 metros de las tropas, al aproximarse éstas, mientras se dirigía en descenso. Arrojaba muerte y destrucción en un área extensa y, como de costumbre, la Primera División, al hallarse formada por hausas y otros individuos del Norte, avanzaba en forma de falanges compactas y cerradas. Un norteamericano que examinó después la escena declaró que, de los 6000 hombres que tomaron parte en la acción, casi 4000 no regresaron jamás.
El otro factor que contribuyó a la derrota fue la nueva fuerza aérea biafreña, cuyos «Minicon» descubrían a los transportes cargados con las provisiones del Ejército nigeriano, ordenadamente dispuestos en columnas a lo largo de las carreteras que conducían al frente. Dichos transportes fueron atacados y destruidos, los conductores escaparon al bosque y los vehículos quedaron inmóviles. Después de diez días de ser atacados repetidamente con fuego de ametralladora, que no esperaban encontrar, viéndose sometidos al ataque de los ogbunigwes voladores y recibiendo las atenciones de su propia fuerza aérea, las dos maltrechas brigadas se retiraron, el 2 de noviembre, a sus antiguas posiciones.
Si los diversos ataques nigerianos hubieran sido hechos simultáneamente, habrían tenido algún efecto, pero, como de costumbre, los comandantes de división declinaron cooperar unos con otros. Apenas había culminado en fracaso el ataque de la Primera División, cuando la Tercera División, en el Sur, bajo el mando del coronel Obassi por haber sido relevado del mando Adekunle tras la pérdida de Owerri, se puso en pie de guerra. Durante la primera semana de noviembre se sostuvo una feroz lucha en Ohuba, al oeste de la carretera principal de Owerri a Port Harcourt. Allí los biafreños no sólo repelieron el ataque, sino que en el momento de darse por concluido, a mediados de noviembre, habían conseguido expulsar a las fuerzas federales de la más compleja de las poblaciones: Ohuba.
Más hacia el este de la carretera principal asfaltada se mantuvo la lucha y las fuerzas federales avanzaron 6 kilómetros desde la población de Umuakpu hasta Owerri. Sin embargo, a partir de estos 6 kilómetros, todavía quedaban 25 kilómetros más hacia el sur de la ciudad sobre este eje.
A mediados de noviembre, otro ataque importante fue lanzado contra Okpuala, y ahí se consiguió un grado más elevado de éxito para la Tercera División. Recorrieron 15 kilómetros, para llegar a descansar a la población de Amala, a unos 8 kilómetros al sur de la carretera principal de Aba a Owerri. De nuevo, el avance costó caro en vidas humanas y material. Simultáneamente con el ataque del eje de Okpuala, la Segunda División en Onitsha llevó a cabo su ataque en solitario, constituyendo aquélla la única ocasión en que se coordinaron los ataques en varios sectores. Desde Onitsha hacia el Este, la Segunda División consiguió cerrar la brecha y enlazar con el pueblo de Ogidi. Al llegar a este punto, el jefe de división biafreño, brigadier Amadi, resultó herido en el estómago por un casco de granada. La retirada de su comandante pareció espolear a la Undécima División biafreña, porque en la última semana de noviembre repelieron el ataque y no sólo recuperaron la franja de 12 kilómetros de asfalto entre los suburbios este de Onitsha y Ogidi, sino algo más. El único punto crítico se produjo durante una serie de ataques federales, y estuvo localizado en Ikot Ekpene, situado en territorio ibibio, muy hacia el Sur. Ikot Ekpene llevaba más de un año de tranquilidad, pero, durante la última semana de noviembre, las fuerzas federales en aquel sector agruparon todos sus efectivos para llevar a cabo un avance hacia el Norte e intentar enlazar con Umuahia y separar el enclave biafreño que contenía las ciudades de Ohafia y Arochukwu, así como su dominio de las orillas del río Cross, en Ikot Okpara.
Atrapadas, las fuerzas del general Ojukwu fueron empujadas 10 kilómetros por la carretera hacia Ito-Ndan, en un punto a partir del cual iniciaron los contraataques hacia Ikot Ekpene, en mayo de 1968. Los misioneros que trabajaban en programas de ayuda entre los ibibios que sufrían de verdadera inanición, se vieron obligados a evacuar Urho-Akpan, al nordeste de Ikot Ekpene, y la batalla seguía encarnizada a finales de noviembre. El 23 de noviembre el general Ojukwu declaró a este autor que con un nuevo envío de armas, recibido la noche anterior, confiaba en poder contener el ataque en el sector a finales de la primera semana de diciembre. Y así fue.
A mediados de diciembre, el quinto ataque final nigeriano, en el perímetro interno de Biafra, había fracasado en dominar la resistencia, y las importaciones biafreñas de armas, en lugar de limitarse o reducirse, daban la impresión de proseguir a elevado ritmo.
A finales de 1969, había quedado claro a los corresponsales destacados en ambos bandos de la línea de fuego que era altamente improbable una acción militar decisiva desde ninguno de los dos. Ni uno ni otro parecían contar con los elementos necesarios para practicar avances sustanciales, lo que redujo la situación a una negociación de paz en la esfera diplomática. La situación estaba en el mismo punto en que se hallaba cuando estalló la primera chispa entre Lagos y Enugu en 1967. Desgraciadamente, en el curso de aquel intervalo de treinta meses habían muerto un millón y medio de personas.