No parece haber dudas acerca del objetivo perseguido en 1966 y que consistía en arrojar a los del Este de las tierras del Norte y, quizá, de la misma Nigeria. En ambos, resultó muy eficaz. Desde los primeros momentos de la matanza, los del Este huían en dirección a sus hogares como un torrente, convencidos de que Nigeria ya nunca más podría ofrecerles las simples garantías de seguridad, para sus vidas y propiedades, que constituyen los derechos mínimos e inalienables de los ciudadanos en su propio país.
Desde entonces han sido acusados de utilizar la imagen y el efecto de las matanzas. Irónicamente, no hay necesidad alguna de jugar con dicha utilización, pues los hechos hablan por sí solos y los mismos fueron presenciados por demasiadas personas de mente libre e independiente para que sus opiniones puedan ser desdeñadas. Schwarz, que no puede ser acusado de sensacionalista, lo califica de «un pogrom de proporciones genocídicas».
No iba dirigido únicamente contra los ibos. La palabra ibo es un término simplemente genérico en el Norte y la palabra hausa es Nyamiri, la cual es peyorativa al tiempo que descriptiva. Por eso, no eran solamente los ibos quienes sufrían, si bien constituían la mayoría. También los efiks, ibibios, ogojas e ijaws quedaron marcados para la matanza.
Al regresar a sus hogares, relataron lo sucedido y una oleada de rabia se extendió por todo el Este, mezclada con la desesperación y desilusión sentidas. No quedó pueblo o ciudad, familia o grupo de familias que no acogiera a uno de sus miembros como refugiado y pudiera oír de sus labios lo ocurrido. Miles de refugiados quedaron lisiados de por vida a causa de lo que sufrieron mental o físicamente. Casi todo el mundo estaba arruinado, porque la tradición en el Este consiste en invertir el dinero en negocios o propiedades, y la mayoría apenas pudieron llevarse una pequeña maleta en su huida.
Casas, negocios, sueldos y salarios, ahorros y mobiliario, coches y concesiones, lo que para muchos representaba el esfuerzo de toda una vida, todo tuvo que quedar atrás. No es que los refugiados fueran eso, refugiados, lo terrible es que carecían de cualquier soporte económico a su regreso al Este, la patria que muchos no volvieron a ver jamás.
Como es natural se produjo una reacción. Mientras en el Norte proseguían las matanzas, en el Este se producían esporádicos actos de venganza contra los del Norte residentes allí. Algunos expatriados cuentan casos de ataques o asaltos a hausas, tanto en Port Harcourt, como en Aba y en Onitsha. Pero los mismos testigos se apresuran en afirmar que los tales, fueron actos ocasionales, producto de la furia del momento. En el Este nunca hubo más de unos miles de norteños y la reacción del coronel Ojukwu ante las noticias de violencia contra ellos, fue rapidísima. Mientras aumentaba la cifra en el Norte y llegaban noticias de lo que sucedía, se hizo bien patente que, en el futuro, la situación de los del Norte, en el Este, sería problemática, por decirlo suavemente.
El gobernador militar dispuso que se acompañara hasta la frontera a aquéllos a quienes correspondiera y que recibieran protección policial durante todo el viaje.
Su habilidad para gobernar a su propio pueblo ponía de relieve, todavía con más fuerza, la impotencia de Gowon y Katsina. A pesar de que, humanamente hablando, con toda seguridad detestarían el encargo recibido, la Policía de la Región Este cumplió con su deber. Tan sólo en una ocasión, al ser detenido un tren por los amotinados en el Imo River Bridge, se produjo violencia en contra de un puñado de norteños que se hallaban bajo escolta de la Policía. La aplastante mayoría dejó intacto al Este.
Por lo que respecta a los totales, que es una cuestión muy debatida desde entonces, Legum dio en el blanco al decir que: «Sólo los ibos conocen la terrible historia en su totalidad». Frente a la obvia aversión del Gobierno Federal para llevar a cabo una investigación, el Este ordenó la suya propia. Corrió a cargo de Gabriel Onyiuke, antiguo Fiscal General de Nigeria, que también había huido del país, y le llevó largo tiempo completarla. Muchos de los refugiados se habían repartido por la región y resultaba difícil llegar hasta ellos. Otros no respondieron al llamamiento hecho para que acudieran a testificar. Sin embargo, la corriente de afluencia prosiguió durante meses, mientras el aura de violencia y miedo se extendía desde el Norte, hacia el Oeste y Lagos.
Siguiendo la pauta de sus compatriotas en el Norte, los soldados norteños en el Oeste, se entregaron al pillaje callejero, en busca de individuos del Este a los que acosar. Merodeaban por las calles de Lagos, durante la noche, capturando a individuos del Este que se aventuraran, casi siempre por extravío, los cuales eran conducidos hasta la Agege Motor Road, en donde eran ejecutados. Algunos de los más prominentes hombres de Nigeria huyeron a bordo de su automóvil repleto de pertenencias, abandonando sus casas y pisos de la capital, con la intención de cruzar el Níger y ganar la libertad.
En enero se había alcanzado la cifra de 10 000 muertos en el Norte, pero la misma era provisional y la resultante de sumar las muertes habidas en las principales ciudades. Eran varios centenares de asentamientos de individuos del Este en pleno campo, en el Norte, a veces en número de diez o doce, en pueblecitos que sólo habían estado habitados por hausas y tivs. Cuando la evidencia de lo ocurrido a estas pequeñas comunidades fue recogida, el total de muertos, incluidos los muertos en el Oeste y Lagos, alcanzó la cifra de 30.000. A la misma hay que añadir los varios miles de mutilados e incapacitados, así como los que perdieron la razón en forma irreversible.
Incluso la población del Este, en el Norte, excedía de los cálculos conocidos. Una vez recopilados todos los datos, se estimó la cantidad final de 1.300 000 como cierta, mientras que las procedentes de otras regiones se aproximaban a 500 000.
Necesariamente, un elemento estimativo presidía los cálculos, porque muchas personas habían declarado conocer a determinada familia que habitaba en determinado lugar y de quienes no tenía noticias. Hubiera sido preciso utilizar una computadora para ordenar, clasificar y registrar todas las evidencias con el fin de clarificar cuál pudiera haber sido el destino de aquellos que no regresaron nunca.
Un visitante del Este, tres meses después de haberse producido un flujo masivo de refugiados como aquél, hubiera esperado encontrarse con enormes campos de concentración, repletos de personas que vivieran gracias a la caridad. Habría sido natural el que se realizaran llamamientos al Fondo para los Refugiados de las Naciones Unidas, al objeto de recibir ayuda y cooperación a fin de evitar que los refugiados murieran de inanición. Irónicamente, si tal hubiera sido la reacción del Este, el problema de sus refugiados se habría podido convertir en un asunto de conciencia mundial, como el de Gaza, y la simpatía recibida en tales circunstancias podría haberlos llevado a la independencia con la bendición del mundo. Incluso, de haber querido separarse de Nigeria en aquel momento preciso, habrían recibido apoyo instantáneo de un amplio círculo de simpatizantes.
Pero los nigerianos del Este no eran árabes y no hubieran tolerado una repetición de lo de Gaza sobre una franja de su propio suelo. El sistema de familia, aquella estructura tradicional según la cual todo el mundo está obligado a acoger a cualquier familiar necesitado, por muy distante que sea el grado de relación, actuó a la perfección. Casi milagrosamente desaparecieron los refugiados, y hallaron cobijo y acogida junto a abuelos, tíos, primos y parientes políticos a los que no habían visto desde mucho tiempo atrás. En todos los casos, se solucionó el problema simplemente con la aceptación, por parte de quien tuviera a su cargo la familia, de alimentar una boca más. Ésta es la razón por la que, en apariencia, el problema había sido resuelto con tanta rapidez.
Pero, bajo la superficie, el problema seguía allí y era enorme. La corriente inmigratoria había causado problemas de desempleo de proporciones difíciles de gobernar; los servicios sociales y de Sanidad estaban completamente desbordados; los médicos no podían atender el crecido número de pacientes; en el plano de la educación, hubo que enfrentarse a la realidad de varios centenares de miles de niños en edad escolar, a los que se debía proporcionar plaza. En casi todos los países extranjeros, el Gobierno se habría visto obligado a poner en funcionamiento un programa masivo de ayuda, bien sea mediante un programa de expansión rápida asistida, o mediante una operación fiscal de amplio espectro operativo. Teniendo en cuenta que el daño había sido ocasionado por compatriotas nigerianos, se hubiera tenido que poner en marcha un plan de compensaciones. Pero al hallarse Nigeria bajo el mando del coronel Gowon, nada se hizo de todo eso.
No se hizo ninguna declaración lamentando los hechos; no se exigió al Norte, por parte del Gobierno central, una expresión de lamento o remordimiento; no hubo compensación, ni recompensa, ni ofrecimiento alguno de reparación por los daños. Por lo que se sabe, ni un solo soldado fue enviado a la prevención, ni un oficial sometido a consejo de guerra, ni un policía retirado, ni un solo paisano llevado a los tribunales, y ello a pesar de que muchos fueron identificados.
La actitud del Gobierno de Gowon en Lagos fue la respuesta a las preguntas de los del Este acerca de la imparcialidad del centro, con una desoladora claridad que no dejaba lugar a dudas. La tensión alcanzada era eléctrica, y la petición de una ruptura total con Nigeria se abría paso como un murmullo que llegó a ser un huracán.
De las tres regiones originales, el Este era la menos regular, por decirlo de alguna manera. La amenaza de sedición había aflorado en el Norte, periódicamente, desde hacía veinte años. En 1953, mientras se celebraban las conversaciones en Londres que dieron origen a la Constitución de 1954, el jefe Awolowo, al frente del Action Group, había amenazado con la sedición del Oeste si Lagos era convertido en Territorio Federal, en vez de seguir formando parte de la Región Occidental. Fue disuadido de su propósito por una rápida intervención del secretario para las Colonias Oliver Lyttleton, más tarde Lord Chandos.
Pero, entonces, la mayoría de los habitantes del Este estaban convencidos de que la vieja Nigeria de la que habían formado parte, había muerto. Es decir, que su espíritu había muerto. Tan sólo quedaba el formato exterior, pero, sin el espíritu, el formato era una concha vacía y muy baqueteada, por cierto.
Por el contrario, el coronel Ojukwu pensaba que quedaba todavía una posibilidad de salvar a Nigeria. Luchó contra las exigencias separatistas con toda la fuerza de su autoridad, incluso a pesar de la certeza de que podía perder esa misma autoridad en el intento. Podía llegar hasta ahí, pero no ir más lejos. Estaba convencido de que sobre una base realista, lo mejor que Nigeria podía conseguir para consigo misma era una estructura en la que se aflojaran los actuales lazos regionales, para dejar que el tiempo calmara los ánimos y pudiera seguirse, después, un período de discusiones, en una atmósfera menos febril.
Pero, en Lagos, Gowon tenía por consejeros, al parecer, un grupo de hombres que no habían estado en el Este desde las matanzas del Norte y que suponían que el sentimiento despertado entre los del Este podía ser un berrinche pasajero, que no merecía la pena tener en cuenta o que, al menos, podría superarse si más adelante se convertía en una molestia. Esa capacidad de subestimación del daño causado, así como la reacción de sentimientos en el este del Níger, alcanzó incluso al Alto Comisariado británico, cuyo subsecuente consejo a Whitehall consistió en minimizar la crisis como si se tratara de un fuego fatuo.
Sin embargo, el coronel Ojukwu se sintió obligado a tomar algunas precauciones, como, por ejemplo, importar armas. La marcha de la guarnición de Enugu con toda su impedimenta y la llegada de los soldados repatriados absolutamente desprovistos de armamento, dejaba al Este completamente indefenso. Por otra parte, un diplomático ibo, destinado en Roma, hizo llegar a las manos del coronel Ojukwu un documento según el cual un mayor del Ejército del Norte se encontraba en Italia con el propósito de comprar armas.
Entretanto se habían formulado invitaciones para proseguir las conversaciones constitucionales. Ante los actos de violencia de que seguían siendo víctimas los del Este a manos de los del Norte, en las calles de Lagos, Ojukwu estimó que tales invitaciones carecían de sentido real, a menos que se garantizara la suficiente salvaguarda personal. No se hizo nada por el estilo y mientras las otras regiones y la capital se hallaban bajo un duro control por parte de las tropas del Norte, Ojukwu no podía razonablemente pedir a los delegados del Este que pusieran en peligro su propia vida regresando. Gowon respondió, disolviendo las conversaciones constitucionales, tachándolas de inútiles y carentes de propósito y anunció que un comité redactaría una nueva constitución basada en una Nigeria compuesta por un número de Estados entre ocho y catorce.
Ojukwu estaba aterrado, pero conocía lo bastante a su antiguo colega para comprender que el influible Comandante Supremo había caído en otras manos y se hallaba bajo la presión de un nuevo grupo de consejeros. Y era muy cierto, porque exactamente eso es lo que había sucedido.
Con anterioridad a las matanzas de otoño, algunos de los puestos más prominentes en los servicios civiles de Lagos estaban ocupados por miembros del Este, conseguidos gracias a sus talentos personales. El secretario permanente, es decir, el funcionario de más categoría de cualquier Ministerio, es un hombre poderoso, incluso en una sociedad democrática. Conoce su Ministerio y sus asuntos, en muchas ocasiones mejor aún que el propio ministro. Al aconsejar de un modo u otro al ministro, puede influir en la política o incluso crearla, en forma indirecta. En un Gobierno de militares, soldados jóvenes y no demasiado brillantes, felices por empuñar un arma, pero desorientados cuando alcanzan el poder después del tiroteo y deben enfrentarse con las complejidades del gobierno, el secretario permanente es todavía más influyente. Cuando el líder del movimiento político que logra el poder resulta ser un hombre de paja, él, el funcionario, es quien lleva la batuta.
Después de las matanzas, los ibos y otros individuos pertenecientes al Este huyeron, dejando sus puestos vacantes y no había suficientes miembros del Norte capaces de ocuparlos y además, un funcionario del Norte, es tan valioso de vuelta a casa, que es muy posible que pueda conseguir un trabajo mejor en su tierra que en Lagos. Los yorubas, del Oeste, prefieren los asuntos puramente regionales. Los hombres que se desplazaron cuando los del Este abandonaron sus puestos en otoño, y a principios de invierno de 1966, pertenecían, en su mayoría, a tribus minoritarias. Tal como se ha dicho anteriormente, tenían sus propias motivaciones para no desear un regreso al sistema de poderosas regiones. Mientras Nigeria se mantuviera unida bajo la forma de un complejo multinacional, con regiones débiles y un centro poderoso, y siempre que ellos detentaran el poder de dicho centro, el Poder estaría en sus manos por primera vez en la Historia. Era una oportunidad digna de no ser despreciada.
A principios del invierno de 1966, el coronel Gowon había adquirido, a los ojos del Este, el aspecto de un individuo sumamente sospechoso, que no haría honor a sus compromisos, ya fuera por incapacidad o por expreso deseo. Esta impresión fue más tarde tan fuertemente sustentada que hoy en día constituye uno de los principales obstáculos para la pacificación de Nigeria. Las bases del equívoco pueden resumirse de la manera siguiente:
El consenso unánime de los representantes de los gobernadores militares del 9 de agosto, se había inclinado por la repatriación de las tropas a sus regiones de origen, lo cual no había sido instrumentado; y por la devolución de las armas y municiones que llevaban consigo y que tampoco fue arbitrado. Gowon había prometido que la matanza de soldados del Este finalizaría, pero no fue así. Aseguró que la investigación acerca de las matanzas de mayo, iniciada por el general Ironsi, seguiría adelante según todo lo previsto. Pero no se volvió a hablar del particular.
A primeros de setiembre, cierto número de tropas del Norte, procedentes de Ibadán, capital del Oeste, había batido Benin City, en el Medio Oeste y arrebatado de la prisión a un cierto número de oficiales detenidos por su participación en el golpe de enero. Los individuos del Norte que figuraban entre los detenidos fueron liberados en el Norte, mientras que los del Este eran asesinados. Gowon prometió inmediatamente que los responsables serían castigados, pero eso tampoco se materializó en hechos.
Finalmente, su cese como participante de la «Ad Hoc Constitutional Conference», en la sesión del 30 de noviembre, en base a la no asistencia de los delegados del Este, desde la convocatoria del 3 de octubre, se estimó en el Este como un acto de fuerza, habida cuenta que la no asistencia era debida, precisamente, al temor de perecer a manos de los soldados del Norte, en Lagos. La declaración respecto al propósito de que un nuevo comité redactara una nueva constitución, para un número de estados entre diez y catorce, fue vista bajo la misma luz. En la misma alocución radiada del 30 de noviembre, Gowon se atrevió a declarar, por primera vez, que utilizaría la fuerza, si se veía «obligado a ello».
Pasaron varias semanas, sin que se produjera ningún ofrecimiento espontáneo por parte del Gobierno central de facilitar ayuda para aliviar los problemas sociales causados por la avalancha de refugiados en el Este y, a principios de diciembre, el coronel Ojukwu declaró a un periodista: «No puedo seguir en Lagos, aguardando indefinidamente, de modo que tendré que concertar otros acuerdo»[10]
Se producía un incremento de presión popular para que los gobernadores militares se reunieran y trataran de los diferentes problemas, punto de vista compartido con calor por el coronel Ojukwu. Pero como no había un solo lugar en Nigeria que ofreciera las suficientes garantías de seguridad para una reunión de ese calibre, se acordó celebrar la reunión en Aburi, Ghana, bajo los auspicios del general Ankrah.
Y fue allí, en la lujosa mansión campestre enclavada en las colinas que dominan Accra, donde se reunió el Consejo Supremo Militar, el 4 y 5 de enero de 1967. Se hallaban presentes: teniente coronel Gowon, los gobernantes militares de las cuatro regiones, coronel Robert Adeyabo (sucesor del fallecido coronel Fajuyi), y los tenientes coroneles Katsina, Ojukwu y Ejoor. Otros cuatro se hallaban asimismo presentes representando a la Marina, el Territorio de Lagos y dos de la Policía federal; pero las conversaciones las condujeron los cinco coroneles.
Intelectualmente, Ojukwu dominaba a los demás y, al parecer, ellos eran conscientes de ello. Para tener la certeza de que no se hubieran producido falsas interpretaciones sobre lo decidido, se instaló un servicio completo de taquigrafía y se recogieron en cinta magnetofónica todas las conversaciones. Más tarde, cuando Gowon renegara de lo pactado, Ojukwu facilitó el texto completo de las discusiones, registrado en seis discos de gramófono.
Un estudio de dichos discos despeja cualquier duda acerca de quién tenía una idea clara del modo de gobernar Nigeria, para preservarla como entidad política, y esa persona era el gobernador militar del Este. La exhibición de Gowon puso de manifiesto que si bien deseaba mantener a Nigeria unida, en forma de Federación, no tenía ideas concretas y prácticas sobre el particular. Los otros tres se vieron pronto forzados a admitir la aplastante lógica de los argumentos presentados por el Este.
Respecto al tema de la repatriación de tropas, Gowon, al verse enfrentado con su propio fracaso en instrumentar lo necesario, explicó mansamente que lo único que había intentado es que los individuos del Este fueran repatriados al Este y que los del Norte, que se encontraran en el Este, fueran devueltos al Norte. A pesar de que los componentes de la Conferencia de Líderes Occidentales del Pensamiento[11] se habían adherido unánimemente a la propuesta del Este acerca de la repatriación del Oeste, en las mismas condiciones, Gowon dijo que era preciso mantener a los del Norte en sus puestos porque no había contingente de tropas yoruba. Adebayo protestó de tales palabras.
Pero la cuestión principal seguía siendo el formato de Nigeria y de su Ejército en el futuro inmediato. Ojukwu argüía lo siguiente:
«Mientras persista la actual situación, a los hombres de Nigeria del Este se les hará extremadamente imposible permanecer en los mismos cuarteles, participar del mismo rancho en el mismo comedor que los hombres del Ejército de Nigeria del Norte… Por estas razones básicas, la separación de la población es, con toda sinceridad, precisa, para evitar más fricción y más matanzas».
Katsina estuvo de acuerdo, al igual que Adebayo y Ejoor.
Respecto de la cuestión de la negativa por parte de Ojukwu de reconocer a Gowon como Comandante Supremo, el líder del Este argüyó que puesto que el destino del general Ironsi era desconocido, no había nadie que pudiera sucederle. Pero que en su ausencia, había al menos seis oficiales de mayor graduación que Gowon y que el siguiente más próximo en el escalafón debería de ponerse al frente de los asuntos del país. Y, en tercer lugar, que el Este no participó en la designación de Gowon para el cargo. Al llegar a este punto, Gowon reveló lo que le había sucedido al general Ironsi, y admitió que le había parecido «pertinente» no anunciarlo antes, a pesar de que él conocía los detalles de lo sucedido, puesto que el teniente Walbe presentó su informe la misma noche del 29 de julio del año anterior.
La cuestión quedó finalmente resuelta mediante la decisión de someter el Ejército al Consejo Supremo Militar, el cual contaría con un presidente que sería, además, Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas y Jefe del Gobierno Federal Militar.
En el aspecto constitucional, la reunión acordó que la «Ad Hoc Conference» debería proseguir sus sesiones tan pronto como fuera posible en la práctica, para continuar desde el mismo punto en que interrumpió sus trabajos.
Por lo que respecta al gran problema, esto es, a los refugiados, los reunidos acordaron que los secretarios permanentes de Finanzas se reunieran al cabo de dos semanas para presentar sus recomendaciones acerca del modo de ayudar a la rehabilitación de los desheredados; que los funcionarios y el equipo de la Public Corporation (incluyendo en el grupo a aquellos que cobraran su salario diariamente) percibieran sus emolumentos completos hasta finales del año financiero, señalando el 31 de marzo, a menos que hubieran hallado otro empleo; y que los comisarios de la Policía regional se reunieran para discutir el problema de la recuperación de las propiedades abandonadas por los refugiados. Tales eran las decisiones que Ojukwu tenía que llevarse a casa consigo, porque eran elementos vitales para calmar los ánimos. Por citar un ejemplo, entre los refugiados del Este figuraban 12 000 empleados de ferrocarriles.
En la reunión se acordó, asimismo, que para sede de los posibles encuentros futuros se designaría de mutuo acuerdo un lugar, en Nigeria, y que las informaciones facilitadas a los medios por parte del Gobierno restringirían declaraciones inflamatorias o comprometedoras, o documentos de igual cariz.
Después de esto, la reunión se disolvió bajo los mejores auspicios y acompañamiento de brindis con champán. A su regreso al Este, Ojukwu convocó una conferencia de Prensa para tranquilizar a los del Este (muchos de los cuales se sentían más inclinados a la secesión que a la conversación) y explicar que la reunión de Aburi había sido un éxito. Declaró que si se instrumentaban los acuerdos, se conseguiría un gran progreso para aliviar la tensión y desvanecer el miedo que dominaba el país.
Aburi era la última oportunidad de Nigeria. Se dijo entonces que no era «justo» que Ojukwu fuera más inteligente que los otros cuatro coroneles, como dando a entender que quizá, de alguna manera, se hubiera beneficiado. También se dijo, concretamente por parte de determinados escritores ingleses, que Ojukwu no había jugado limpio, porque acudió a Aburi con una idea muy clara de los términos del acuerdo que deseaba firmar, un propósito firme ya establecido, en tanto que los demás acudieron bajo la impresión de que la reunión se reducía, pura y simplemente, a un encuentro amistoso entre compañeros de armas.
Carece de consistencia el declarar que los otros cuatro coroneles no supusieran que aquella primera reunión del Consejo Supremo Militar, después del holocausto del verano, fuera poco más que una charla junto al fuego. Para todos tenía que resultar patente que Aburi iba a ser una ocasión histórica. Los otros coroneles hubieran podido acudir preparados de haberlo deseado así y el coronel Ojukwu con toda seguridad contaría con esa preparación suya. También ellos disponían del asesoramiento de funcionarios civiles y consejeros.
A los pocos días del regreso de Gowon a Lagos, los acuerdos de Aburi quedaron en agua de borrajas. Los funcionarios civiles tribales minoritarios, previamente mencionados, al analizar los acuerdos, comprobaron que su necio jefe había ido demasiado lejos, en todo caso, más allá de lo que ellos hubieran deseado. La separación del Ejército y el pueblo durante un período de enfriamiento y distensión, concedía a las regiones una excesiva autonomía, con el consiguiente debilitamiento de la propia autoridad. Los secretarios permanentes se pusieron a trabajar para conseguir que Gowon volviera sobre sus pasos.
A los diez días, el Gobierno Federal había publicado un folleto titulado Nigeria 1966, el cual ofrecía la versión federal, es decir, del Norte, de todo cuanto había acontecido desde el golpe de enero, y que continúa siendo en nuestros días un notable ejemplo de distorsión. En aquel entonces causó furor en el Este. Cuando el coronel Ojukwu protestó telefónicamente, alegando que se había acordado no publicar más versiones oficiales de los hechos, tras algunos titubeos, el coronel Gowon afirmó que se había producido alguna filtración. Más tarde, Ojukwu sabría que, lejos de tratarse de una filtración, el folleto se había publicado simultáneamente en Londres, Nueva York y otras diversas capitales, con la consabida difusión a cargo de los editores, que incluía recepciones en Altos Comisariados y Embajadas. Al ser nuevamente interpelado al teléfono, Gowon reaccionó primero con titubeos, hasta que al verse acosado, perdió el dominio de sus nervios y cortó la comunicación. Tales conversaciones fueron grabadas desde Enugu. El coronel Ojukwu también dejó el aparato, pero con helado talante, pues sabía muy bien que su propia posición en el seno del Este le impediría para siempre regresar a Aburi.
El día 26 de enero, Gowon celebró una conferencia de Prensa en Lagos, en el curso de la cual se esperaba que daría a conocer el contenido de los acuerdos de Aburi. El texto entregado en el curso de la conferencia de Prensa no se basa, al parecer, en los minutos que duró la conferencia de Aburi y el acuerdo final, sino en la crítica de tales documentos, redactada por los secretarios permanentes. Al comparar ambos textos, el de la conferencia de Prensa y el recogido acerca de los minutos de Aburi, se llega a dudar de la presencia de Gowon en la citada conferencia.
En primer lugar disintió del sometimiento del Ejército al Consejo Supremo Militar, basándose en la objeción de que el control del Ejército se le escapaba para pasar a manos del organismo corporativo. Añadió aún que los Mandos Militares de Zona (que cubrían las distintas regiones) se hallarían bajo el mando del Cuartel General, «el cual quedará bajo mi autoridad directa, en mi condición de Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas[12]». Lo cierto es que en la conferencia de Aburi no se había acordado nada parecido a lo citado anteriormente.
Acerca del problema de las personas desplazadas, dijo que cuando los secretarios de Finanzas se reunieran, «no debería tratarse del tema de las subvenciones locales», y ello a pesar de que las dotaciones locales, concretamente bajo la forma de cierta moratoria fiscal era vital para permitir al Este hacer frente al problema planteado por 1.800 000 refugiados.
Acerca del pago de salarios, declaró: «La decisión de proseguir abonando los salarios hasta finales de marzo no tiene en cuenta los factores económicos, relacionados y anejos… por otra parte, no tiene sentido incluir a aquellos trabajadores que cobran diariamente, entre aquellos que han de seguir percibiendo sus salarios. Por lo tanto, la decisión tiene que ser reconsiderada». Como buena medida, advirtió a las Corporaciones Federales que hallarían «extremadamente difícil» continuar pagando a sus empleados desplazados.
Luego arrojó otra bomba contra la constitución. Los secretarios permanentes le habían aconsejado mantener la adhesión a lo recomendado y comentado, es decir, que la «Ad Hoc Constitutional Conference» debería ser aplazada indefinidamente y que el programa político inmediato, anunciado a la nación el 30 de noviembre (esto es, el proyecto de constituir una Nigeria de diez a catorce Estados) por parte del Comandante supremo, debería ser instrumentado de inmediato y el país informado al respecto.
Al concluir la letra menuda, quedaba ya poco de lo pactado en Aburi. Hubiera dado igual negar lo firmado, quizás, incluso, ello hubiera podido llevar a una reconsideración de lo firmado en Aburi, pero es innegable el hecho de que tanto él como sus camaradas coroneles habían firmado por su propia voluntad el documento, después de dos días de conversaciones, sin haber sido objeto de coacción alguna, y que la exclusión unilateral de tantos párrafos importantes, particularmente aquéllos por los cuales los del Este mostraban más interés, propinó un golpe efectivo sobre Nigeria, del cual no se ha recuperado nunca totalmente.
En Enugu, el coronel Ojukwu se frotó los ojos tras leer la transcripción de la conferencia de Prensa. Muchos autores han comentado que el coronel Ojukwu dijo tal cosa o tal otra en aquel momento, o bien que hizo esto o lo otro, pero lo que no se ha intentado nunca comprender es qué clase de presiones actuaban sobre él. Desde las matanzas del otoño precedente, las voces para separarse de Nigeria habían ido creciendo en intensidad, llegando a ser clamorosas. Cada vez se les incorporaban nuevos sectores de la población. El problema de los refugiados, piadosamente olvidado o relegado en Lagos, seguía siendo una realidad viva. La cuestión del pago de salarios, que a nivel individual, representaba para muchos empleados el que sus propias familias pudieran o no comer, seguía siendo un tópico candente. Él combatió el clamor separatista con toda la energía que pudo.
«Nos mantenemos en Aburi», se convirtió en el eslogan del Este. El coronel Ojukwu se negó a participar en posteriores reuniones del Consejo Supremo Militar, hasta que los acuerdos de Aburi hubieran sido debidamente instrumentados, en parte porque la reunión debería celebrarse en Benin City, llena de tropas del Norte y parcialmente porque sabía que no podría ir más lejos. En una emisión radiada a finales de febrero, dijo: «Si los acuerdos de Aburi no han sido instrumentados para su puesta en práctica antes del 31 de marzo, no quedará otra alternativa más que hacer uso de una plena libertad para adoptar las medidas necesarias al objeto de que tales acuerdos se conviertan en una realidad en esta Región».
Aquel día se confiaba en conseguir la separación de Nigeria del Este. A los periodistas que llegaron a Enugu para una conferencia de Prensa se les entregó un resumen sobre el particular. Pero, por querer seguir jugando con la posibilidad de una Nigeria, el coronel Ojukwu les informó que estaba en curso de elaboración un Revenue Edict, para la apropiación de todos los fondos recaudados en el Este, para financiar un programa de rehabilitación. El decreto no afectaba a los beneficios obtenidos por el petróleo, ya que éstos se percibían en Lagos. Los periodistas estaban sorprendidos. En lugar del fuego de mortero que esperaban encontrar, se hallaban frente a una dialéctica fiscal. Con toda suavidad, Ojukwu declaró a los periodistas que el Este se separaría de Nigeria, únicamente en el caso de verse atacado o bloqueado.
El Gobierno Federal repuso con el Decreto Ocho, un documento que a primera vista parecía sustentar los principales puntos de los acuerdos constitucionales de Aburi, investir de poderes legislativos y ejecutivos al Consejo Supremo Militar, y que las decisiones sobre asuntos vitales pudieran tomarse únicamente con el consentimiento de todos los gobernadores militares. Dentro de sus propias regiones, los gobernadores gozarían de virtual autonomía.
Aquello sonaba muy bien, y por bueno fue acogido con entusiasmo, pero la cosa no pasó de ahí. Salvo por lo que respecta a la letra menuda, la cual estaba tan cuidadosamente redactada que parecía completamente inofensiva, hasta que se leía por segunda vez, para comprobar que las disposiciones extraordinarias reducían los principales párrafos prácticamente a nada.
Una de las cláusulas extraordinarias hacía referencia a que los gobernadores regionales no podrían ejercitar su poder en forma tal «que impidiera o perjudicara el ejercicio de la autoridad de la Federación, o que pusiera en peligro la continuidad del Gobierno Federal». Si bien parece una frase inocua, resulta que era de la competencia del Gobierno Federal, léase Gowon, decidir precisamente, qué cosa podría «impedir o perjudicar el ejercicio de la autoridad…». Otro apartado facultaba al Gobierno Federal para el ejercicio total de la autoridad de un gobierno regional que «pusiera en peligro la continuidad del Gobierno Federal» y nuevamente, el criterio quedaba en manos de Lagos.
Lo más amenazador, a los ojos del Este, era un párrafo según el cual podía declararse el estado de emergencia en cualquier región con el acuerdo únicamente de tres gobernadores militares. Como la declaración de un estado de emergencia usualmente implica el envío de tropas, y como las otras tres Regiones estaban ocupadas por norteños o bien era el Norte, el coronel Ojukwu estimó que dicho párrafo era específicamente anti Este. Y rechazó el decreto.
La creciente impopularidad del régimen de Gowon se acusaba en todos los puntos del Sur. En el Oeste se había experimentado un fuerte resentimiento a causa de la no repatriación de las tropas del Norte, medida restablecida en Aburi. El jefe Awolowo dirigía la revuelta. Sus seguidores formaban parte, tradicionalmente, del sector proletario y radical, en el Oeste y éstos eran quienes mostraban mayor disconformidad a causa de la ocupación de los soldados del Norte. En una reunión celebrada por los miembros de la Asociación denominada «Líderes Occidentales del Pensamiento», que tuvo lugar en Ibadán a últimos de abril, él había dimitido de su cargo de delegado del Oeste en la «Ad Hoc Conference», la cual presumiblemente debería reunirse muy pronto, y decía textualmente en su carta: «Considero, bajo mi punto de vista, que si bien algunas de las demandas del Este son excesivas, en el contexto de una unión nigeriana la mayor parte de tales elementos no sólo están bien fundamentados, sino que pueden servir para crear una relación provechosa y libre de disturbios, entre las distintas nacionalidades que componen Nigeria[13]»
El jefe Awolowo acababa de regresar de una visita efectuada al coronel Ojukwu en Enugu y había podido ser testigo presencial (en tanto que otros, escrupulosos, se negaron a ello) de lo profundo de los sentimientos del Este. Según el coronel Ojukwu, Awolowo había preguntado si el Este estaría dispuesto a separarse y que la respuesta había sido negativa, a menos que no quedara otra alternativa.
Tras ver la situación por sí mismo, Awolowo simpatizó con los sufrimientos del pueblo del Este y solicitó que si el Este estaba dispuesto a separarse, se le concedieran veinticuatro horas de plazo y él haría lo propio en el Oeste. Así se le prometió y se le concedió dicho plazo, pero, en el ínterin, su interés sufrió varios vaivenes y no cumplió lo propuesto. Desde el punto de vista de los yorubas, aquello fue una lástima, porque si Awolowo hubiera cumplido su palabra, el Gobierno Federal, incapaz de hacer frente a dos desafecciones simultáneas, se hubiera visto forzado a dar cumplimiento exacto a lo acordado en Aburi.
De haberse hecho así, es muy posible que Nigeria se hallara hoy en paz, no como un Estado unitario dividido en doce departamentos, sino como una Confederación de Estados casi autónomos que vivirían en armonía. Posiblemente los funcionarios civiles del centro habrían perdido mucho de su poder, pero un número mucho mayor de personas seguiría vivo, incluidos muchos yorubas, porque, hoy en día, el Oeste sigue ocupado, como siempre, por tropas del Norte, mientras que los yorubas reclutados a toda prisa son utilizados como carne de cañón para hacer frente a las armas automáticas biafreñas. Los biafreños ignoran cuál puede ser la cifra de bajas que sus enemigos han sufrido en esta guerra y el Gobierno Federal se niega a informar sobre el particular, pero la Inteligencia Militar biafreña está convencida de que, de todos los grupos étnicos pertenecientes al Ejército federal, los yorubas han sufrido mayor número de bajas.
Así, en Ibadán, a últimos de abril de 1967, Awolowo añadió a su dimisión unas palabras según las cuales declaraba que si el Este se separaba, el Oeste se vería en libertad de seguir sus pasos. Le siguió el coronel Ejoor, del Medio Oeste, una región que contaba con más de un millón de residentes ibos, y que deseaba evitar verse atrapado en una futura guerra. Por eso solicitaba que su Región fuera declarada zona desmilitarizada.
Al llegar a este punto, el Norte arremetió de nuevo. Los emires norteños, que habían sido por espacio de muchas décadas virulentos exponentes de su propia dominación de Nigeria, repentinamente hicieron un llamamiento para que «el Norte se vea irrevocablemente impelido a la creación de Estados —tanto si se crearon ya en otro lugar— como las bases de estabilidad en el Norte y también en la entera Federación». Y urgieron al Gobierno Federal «para que tome medidas inmediatas a fin de llegar a la creación de dichos Estados[14]».
Al igual que la volte-face de la «Ad Hoc Conference», la decisión estaba tan fuera de carácter que uno extrae la conclusión que, o bien las tribus minoritarias de infantería habían dejado oír su voz o que los emires habían decidido que podían utilizar la creación de nuevos Estados para quebrar la creciente solidaridad del Sur, mientras que ellos mismos permanecían unidos tras una fachada y más allá de los límites del Estado.
La decisión minó en forma efectiva el régimen de Gowon y rompió la solidaridad de las tres Regiones del Sur. Awolowo, que llevaba largo tiempo abogando por la creación de más Estados como medio de «hacer saltar» al Norte, no dejó escapar la oportunidad que se le brindaba. Su cambio de criterio coincidió con su nombramiento de diputado de Finanzas y presidente del Consejo Supremo, en un nuevo Gobierno de coalición, de militares y civiles. El jefe Enahoro, de una tribu minoritaria del Medio Oeste, y Joseph Tarka, paladín de los tivs, lograron asimismo designaciones ministeriales. Ejoor cedió.
Con las filas nuevamente prietas, Gowon se sintió lo bastante fuerte para llevar a cabo una demostración en beneficio del Este. Parece ser que entonces recibió seguridades en el sentido de que no se producirían luchas, que todo se desenvolvería con rapidez, a su favor y es muy posible que, de haber previsto la larga y cruenta guerra que se iba a desencadenar, habría detenido su mano. Pero se alzaban voces persuasivas, según las cuales, de producirse un levantamiento militar, se impondría una solución simple y ello podría haber atraído a sus mentes castrenses.
A primeros de mayo impuso un bloqueo parcial al Este. Se refería a los servicios postales, pero afectaba también a los teléfonos, cables, télex y otras formas de comunicación, que se canalizaban a través de Lagos. El efecto consistió en aislar al Este del exterior, tanto más cuanto que las líneas aéreas nigerianas fueron suprimidas.
En Enugu, el coronel Ojukwu confió a la agencia «Reuter»:
«Creo que descendemos cuesta abajo y costará gran esfuerzo detener el impulso. Estamos muy próximos a estrellarnos, muy próximos, mucho».
Se produjo un último movimiento hacia la paz. Un grupo que se denominaba a sí mismo Comité de Conciliación Nacional, encabezado por el nuevo Juez Supremo, Sir Adetokunboh Ademóla, yoruba, y que incluía al jefe Awolowo, rindió visita al coronel Ojukwu el 7 de mayo. Atendieron a sus palabras, aceptaron todas sus peticiones y recurrieron al Gobierno Federal para que las instrumentara. Aquellas demandas casi no se referían a otra cosa más que la puesta en práctica del acuerdo del 9 de agosto para enviar a las tropas de vuelta a sus puntos de origen y pedir sanciones económicas.
El 20 de mayo, Gowon aceptó todas las recomendaciones, pero aquello fue otro espejismo, otra esperanza ilusoria. Anunció que la prohibición de efectuar vuelos hacia el Este que pesaba sobre la «Nigeria Airways», había sido levantada, así como otras medidas de sanción. Pero el director de la compañía aérea admitió en privado no haber recibido instrucciones para la reanudación de vuelos. En cuanto a las tropas, el coronel Katsina voló desde Kaduna a Ibadán para informar a la tropa que iban a ser transportados, pero únicamente hasta la ciudad de Ilorin, situada a un tiro de piedra de la línea fronteriza entre el Oeste y el Norte y sobre la carretera principal a Lagos. Devolverlos a su lugar de origen hubiera sido tarea de un momento.
El clamor en el Este por la separación de Nigeria se hizo tan fuerte que ni siquiera el coronel Ojukwu era capaz de soportarlo. El 26 de mayo, los 335 miembros de la Asamblea Consultiva de Jefes y Ancianos, le presentaron un mandato unánime, obtenido al final de una ruidosa sesión para sacar al Este de lo que ahora se consideraba como la difunta Federación de Nigeria «en una fecha próxima posible», declarando a la Región del Este como «Estado libre, soberano e independiente bajo la denominación de República de Biafra».
Uno de los errores cardinales del Gobierno Federal consistió en intentar la utilización de la fuerza. La más caritativa interpretación es la de que en Lagos estaban completamente ciegos acerca de la profundidad de lo sentido en el Este. Para los del Este, conocedores de que el Ejército federal estaba formado principalmente por aquellos mismos individuos del Norte que ocho meses antes habían llevado a cabo las matanzas sobre sus compatriotas, el envío de esos contingentes causó la impresión (que persiste hoy en día) de que se trataba de una amenaza, una posibilidad para que los odiados norteños pudieran completar la tarea que dejaran a medias el año anterior.
El mandato no significaba secesión, pero Gowon activó los planes al día siguiente. Declaró el estado de emergencia y publicó en forma simultánea un decreto de división de Nigeria en doce nuevos Estados, aboliendo las existentes Regiones. Era imposible haber actuado más provocativamente. Ya de entrada no había habido consulta, lo cual en sí mismo era contrario a la Constitución. No hacía honor a todas las promesas acerca de que cada Región tendría la oportunidad de manifestarse cualquiera que fuese el formato de asociación. Lo más importante era la división del Este en tres diminutos Estados, cada uno de ellos impotentes y la separación de la ciudad de Port Harcourt del cuerpo del Estado ibo para convertirse en la capital del Rivers State. Aquello se calificó de «maniobra abierta de provocación a la sedición». En el curso de la misma emisión radiada, Gowon anunció la reanudación del bloqueo, la abolición del Decreto Ocho y se concedió a sí mismo amplios poderes «durante el corto período de tiempo necesario para llevar adelante las medidas que se requieren con urgencia».
En la madrugada del 30 de mayo fueron llamados a la mansión estatal diplomáticos y periodistas. El edificio antes conocido bajo el nombre de State House pasó a ser conocido por el de Biafra Lodge. Allí el coronel Ojukwu pasó a leer la Declaración de Independencia, cuyo texto dice así:
Compatriotas, hombres y mujeres, pueblo del Este de Nigeria:
Consciente de la suprema autoridad de Dios Altísimo sobre toda la Humanidad, así como de vuestro deber para con vosotros mismos y la posteridad;
Consciente de que ni vuestras vidas, ni vuestras propiedades pueden seguir gozando de protección bajo un Gobierno establecido fuera de Nigeria del Este;
En la certeza de que habéis nacido libres y tenéis ciertos derechos inalienables, los cuales vosotros mismos podéis conservar mejor;
No deseando participar en ninguna asociación como miembros faltos de libertad, ya sea dicha asociación de naturaleza política o económica;
Rechazando la autoridad de cualquier persona o personas aparte las que forman el Gobierno Militar del Este de Nigeria, que pretendieran imponer cualquier imposición de la naturaleza que sea sobre vosotros;
Resueltos a terminar con cualquier lazo político o de otro tipo entre vosotros y la antigua República Federal de Nigeria;
Dispuestos a entrar a formar parte de cualquier asociación, tratado o alianza con cualquier Estado soberano perteneciente a la antigua República Federal de Nigeria, o de otro lugar, en los términos y condiciones que sean los mejores para vuestro común beneficio;
Afirmando vuestra confianza y fe en mí;
Habiendo recibido vuestro mandato para que yo proclame en vuestro nombre que el Este de Nigeria es una República soberana e independiente,
YO, TENIENTE CORONEL CHUKWUEMEKA ODUMEGWU OJUKWU, GOBERNADOR MILITAR DE NIGERIA DEL ESTE, EN VIRTUD DE LA AUTORIDAD Y PARA DAR CUMPLIMIENTO AL PRINCIPIO ESTABLECIDO ANTERIORMENTE, PROCLAMO SOLEMNEMENTE QUE EL TERRITORIO Y REGIÓN CONOCIDOS Y LLAMADOS NIGERIA DEL ESTE, TANTO EL CUERPO CONTINENTAL COMO SUS AGUAS JURISDICCIONALES, CONSTITUIRÁN DE AHORA EN ADELANTE UN ESTADO INDEPENDIENTE Y SOBERANO CON EL NOMBRE Y TÍTULO DE REPÚBLICA DE BIAFRA.
Con estas palabras, la Región Este de Nigeria iniciaba una independencia autoestablecida y la palabra «Biafra» penetraba en el vocabulario político contemporáneo, a ojos de la mayoría de los observadores políticos del momento, sólo temporalmente.
Tres sentimientos dominaron el espectro del pueblo de Biafra. En primer lugar, un profundo sentido de no rebelión, sino de rechazo, sentimiento que pervive hoy en día. Porque no se trata de que los biafreños dejaran Nigeria, sino que fueron arrojados de ella. Ellos creen firmemente que el impulso separatista nació en Nigeria. Para muchos de ellos fue la mayor desilusión de sus vidas y el que después de haber sido siempre los paladines de «Una Nigeria», como pensadores y actores, fueron precisamente ellos los no deseados. El subsecuente intento por parte de Nigeria de reintroducirlos en el país a la fuerza, ha parecido siempre, entre otros calificativos, ilógico. Están convencidos de que no hay lugar para ellos en el interior de Nigeria en un plano de igualdad, como ciudadanos, con los nigerianos; que estos últimos no quieren al pueblo, sino que lo que desean es apoderarse de las tierras, por el petróleo que contienen y los bienes que producen. Están convencidos de que fueron los nigerianos, y no ellos, quienes quebrantaron el vínculo de la sociedad contractual y por el cual los ciudadanos tienen un deber de lealtad hacia el Gobierno, que el Gobierno paga con una garantía de protección de sus vidas, libertades y propiedades. Están convencidos todavía de que el único papel que hubieran podido desempeñar en Nigeria era el de víctima en primera instancia y el de esclavos, después; irónicamente, y a pesar de las protestas en sentido contrario por parte del general Gowon (quien, en el ínterin, se había ascendido a sí mismo al empleo de general), el comportamiento del Ejército nigeriano, numerosas declaraciones de oficiales de alta graduación, de Lagos, y la propaganda de Kaduna, lejos de apaciguar sus temores, los confirmaron por completo.
En segundo lugar, los biafreños experimentaban y sienten todavía una profunda desconfianza por lo que el Gobierno de Lagos pueda decir o prometer. Aquí, de nuevo, el precedente presta concurso a su creencia, porque el general Gowon ha demostrado a lo largo de los últimos dieciocho meses que es incapaz de imponer su voluntad ni en el Ejército ni en las Fuerzas Aéreas, así como tampoco los jefes al mando de estos dos cuerpos pueden decir que detentan el mando de los mismos. Las repetidas promesas de Gowon en el sentido de que los soldados se comportarían decentemente y de que las Fuerzas Aéreas dejarían de bombardear los núcleos de población civil, han quedado en agua de borrajas. En consecuencia, todas las propuestas de paz basadas en la condición de la entrega previa de todas las armas a cambio de una promesa de buena voluntad, hallan el eco de un total descrédito. En cuanto a futuras garantías constitucionales de seguridad en el interior de Nigeria, últimamente ofrecidas por Gowon con el respaldo de los británicos, los biafreños se han limitado a replicar que ya contaban anteriormente con tales garantías y no sirvieron de nada durante el año 1966. Dicha desconfianza hace inviable cualquier fórmula de paz propuesta por el presente régimen nigeriano.
En tercer lugar, los biafreños se sentían poseídos de la profunda convicción de que la llegada del Ejército nigeriano comportaría la realización de un nuevo programa de eliminación masiva de personas, que llegaría a constituir un auténtico genocidio y de que el plan de los mandatarios del Norte (léase, Gobierno de Lagos) consistía en la extinción de una vez y para siempre, de todos los biafreños y de que el Norte, ávido de los beneficios del petróleo de la costa, proseguiría la prometida «ininterrumpida marcha hacia el mar», en palabras de Balewa, pasando sobre sus cadáveres. En el exterior, el citado plan fue rechazado en forma ostensible, tildándolo de «propaganda de Ojukwu», particularmente en círculos gubernamentales británicos. En el curso de los siguientes meses y sin que fuera preciso que el coronel Ojukwu pronunciara una sola palabra, sus temores quedaron confirmados, en lugar de desvanecerse.
Inmediatamente se postularon un determinado número de explicaciones, para aclarar la separación de Biafra de Nigeria, y fueron presentadas a todo el mundo, por Lagos, Londres y los corresponsales de los que se dio en llamar «la Prensa gubernamental». Una de ellas consistía en calificar a Biafra como «la revolución de Ojukwu», considerándola el intento de un solo hombre, respaldado por un pequeño grupo de oficiales y funcionarios, para crear un Estado rebelde mediante motivaciones de ambición y codicia personal. Los hechos invalidaron bien pronto dicha afirmación, la cual permanece, no obstante, en pie en determinados sectores. Por lo menos, los líderes de Biafra, en contraste con el pueblo, comprendieron la magnitud del empeño, los peligros que la misma llevaba consigo, y la mayoría de ellos habían renunciado a posiciones de privilegio para regresar a sus hogares y constreñirse a una forma de vida mucho más limitada, dedicada al servicio de Biafra. Para ellos estaba muy claro que el ancho camino del lujo, el poder y el prestigio quedaba reservado para aquellos que mantenían una cooperación con el poder establecido, es decir, Lagos. El coronel Ojukwu, de haber decidido cooperar con Gowon, frente a los deseos de las tribus del Este, hubiera podido conservar su fortuna, disfrutando de una prominente posición en Nigeria y, muy probablemente, su puesto de gobierno en el Este, no en calidad de líder popular, sino como un odiado hombre de paja respaldado por el Ejército federal. Alternativamente, de haber sido el ansia de poder su motivación, hubiera podido dar largas al asunto para intrigar con los otros líderes del Sur, entre los cuales gozaba de considerable prestigio, alimentar la idea de la creación de un nuevo Ejército del Sur y llevar adelante su propio golpe de Estado, en fecha posterior. Con su capacidad, habría podido tener más éxito como líder de un golpe militar que quienes capitanearon las dos insurrecciones precedentes.
Por otra parte, la unanimidad entre los notables de origen del Este, al respaldar la causa de Biafra indicó, muy pronto, que creían en la justicia de la causa. Centenares de miembros de las tribus del Este que eran cabezas de serie en sus respectivas profesiones, tanto en su patria como en el extranjero, le ofrecieron sus servicios, cosa que no habrían hecho de tratarse de un ambicioso coronel, dispuesto a correr el riesgo de arruinar a su propio pueblo en aras de su lucimiento personal. Más adelante, cuando Gowon preparaba el nombramiento de gobernadores para los nuevos Estados que había creado en las antiguas Regiones, no pudo hallar a un solo hombre de valía y prestigio para ocupar dichos cargos. Para el Estado Central ibo, tuvo que recurrir a los servicios de un oscuro profesor de ciencias sociales de la Universidad de Ibadán, llamado Ukpabi Asika, que había sido repudiado por toda su familia, hecho que constituye el mayor deshonor en África. Para el Rivers State, Gowon tuvo que optar por un oficial de Marina de veinticinco años, Alfred Spiff, el cual fue promocionado al empleo de capitán de corbeta. También él fue repudiado por los Spiff de Port Harcourt. Para el Estado del Sudeste, Gowon nombró a Essuene, un joven oficial de Lagos, perteneciente a una de las últimas promociones, totalmente desconocido y que no había pisado su región natal desde hacía años.
Y, por último, la defensa que de su suelo patrio hicieron los biafreños, elogiada incluso por sus peores enemigos, indica que ellos tenían fe en lo que hacían. Un oficial por su cuenta o un grupo de oficiales que intentaran promover una rebelión en el seno de una comunidad de tribus no plenamente convencidos de sus actos, no hubieran logrado nunca hacerse con el mando y mantenerlo, cuando todos los niveles de sufrimiento conocidos en África habían sido rebasados, por aquel pueblo doliente. Tal individuo o individuos se hubieran visto expulsados pronto del mando y su dominio arrollado por el Ejército federal, ante el abandono de las armas y la deserción de sus hombres. Con toda probabilidad incluso, el dictador en potencia habría caído víctima de un levantamiento popular, basado en el resentimiento de la gente al verse arrastradas a tan penosa situación. Y no fue eso lo que sucedió; los biafreños defendieron con uñas y dientes, palmo a palmo, su territorio, mientras que en la retaguardia no se había producido ni un solo acto de rebeldía antigubernamental, algo imposible de prever, si las gentes no hubieran estado unidas y de acuerdo. Porque, según propia experiencia de los británicos en los años veinte, cuando los biafreños se disgustan, no ocultan sus sentimientos.
Otra de las explicaciones dadas para justificar la obstinación biafreña en la lucha consiste en que se debía a la «propaganda de Ojukwu». En algunos sectores todavía se sostiene, pero si bien hubiera podido resultar factible, mediante una hábil manipulación de los medios de información, provocar determinada reacción de grandes masas de población (durante cierto espacio de tiempo), cuesta trabajo imaginar a aquella gran cantidad de cerebros destacados que se entregaron al servicio de Biafra abandonando puestos de privilegio que ostentaran antes, confundidos por simple propaganda. Entre tales personas se cuentan el anterior Presidente, doctor Nnamdi Azikiwe; anterior Premier, Michael Okpara; antiguo gobernador civil del Este, doctor Franis Ibiam; antiguo Juez del Tribunal Mundial, Sir Louis Mbanefo; anterior vicecanciller de la Universidad de Ibadán, profesor Kenneth Dike, y hombres como el profesor Eni Njoku, que es probablemente una de las mentes académicas más preclaras que haya producido África. A éstos hay que añadir una verdadera multitud de universitarios, abogados, maestros, doctores, cirujanos, administradores, hombres de negocios, ingenieros y funcionarios. Al general Gowon le hubiera encantado poder mostrar al mundo un solo disidente entre todos ellos.
Al cabo de unos pocos meses de haberse declarado la independencia, se había agrupado un verdadero ejército para aplastar el nuevo país. El general Gowon lanzó al Ejército federal con el eslogan de: «Mantener Nigeria unida es una tarea que hay que cumplir». Frases como «Una Nigeria», «preservar la integridad del territorio» y «aplastar la rebelión», eran repetidas por todas partes, si bien, por lo que parece, aparte los eslóganes, fue muy poco lo que se hizo. Se dejaron oír oscuras amenazas acerca de la inmediata balcanización de Africa, al parecer sin mencionar la secesión de la República de Irlanda de Inglaterra, lo cual estuvo a punto de provocar la balcanización de Europa. La «Secesión» era ampliamente condenada, si bien nadie se preocupaba en mencionar que la partición había sido una fórmula política aceptada por espacio de varios años, a la vista de la incompatibilidad de dos núcleos de población tan distintos que habían demostrado ser incompatibles.
Nigeria recibió el respaldo inmediato de cierto número de países, concretamente de la «socialista» Inglaterra, la fascista España y la comunista Rusia. Estos tres países siguen facilitando los recursos militares necesarios para la realización del mayor baño de sangre de la historia de África.
Pero, el 30 de mayo de 1967, todo esto formaba parte de un futuro todavía no revelado y al ver que la guerra era inminente, ambos bandos se entregaron a febriles preparativos, los biafreños con ánimo de defenderse a sí mismos y los nigerianos para concluir rápidamente lo que consideraban un juego de niños. Las primeras bombas fueron arrojadas sobre la frontera norte de Biafra al amanecer del día 6 de julio.