Algunos de aquellos jóvenes que han intentado explicar el golpe protagonizado por los jóvenes oficiales del Ejército, originarios del Norte, sugirieron la idea de que había sido motivado por ideas de justa venganza, a causa de la muerte, acaecida en enero, de tres oficiales de alta graduación nacidos en el Norte. Con anterioridad, y antes del segundo golpe, se dejaron oír fuertes voces en el Norte clamando que la ejecución de los amotinados de enero no era una retribución de las de los políticos, cuyo fallecimiento ni siquiera había sido sentido, sino por el fusilamiento del brigadier Maimalari y de los coroneles Pam y Largema.
Este argumento no resulta convincente. Aparte los citados, en enero fueron asesinados dos coroneles yorubas y dos mayores ibos. Parece más plausible que la raíz de los motivos de los oficiales que se amotinaron en julio deba buscarse en la palabra-clave que puso en marcha la operación: ARABA. Se trata de la palabra «secesión» en lengua hausa y si bien en el interior del movimiento y actividades subsiguientes de sus perpetradores había un fondo fuerte de venganza, su objetivo político consistía en satisfacer el deseo del pueblo del Norte, sentido desde tanto tiempo atrás, de separarse de Nigeria de una vez para siempre.
En éste y otros puntos, ambos golpes diferían profundamente. En el primero, había un celo feroz por purgar a Nigeria de una caterva de males innegables. El sentido de la reforma se enraizaba en la motivación; el derramamiento de sangre fue mínimo, cuatro políticos y seis oficiales. Fue de naturaleza extrovertida y de orientación no regionalista.
El golpe de julio tuvo un carácter completamente regional, introvertido, revanchista y separatista, en sus orígenes, y produjo innecesarios derramamientos de sangre.
Unos años antes se había advertido que si bien la gran mayoría de los hombres de Infantería procedían del Norte y casi un ochenta por ciento de esta mayoría eran tivs, al menos el setenta por ciento de los mandos procedían del Este, y que tal cosa no sucedía accidentalmente. Pero puede afirmarse que tampoco fue propósito de los del Este el que tal cosa sucediera de ese modo, tal como se ha afirmado más tarde. En aquellos primeros tiempos, el Ejército nigeriano concedía gran importancia, en el momento de encomendar misiones, a la educación recibida. Según puede comprobarse por la dispersión de las escuelas primarias (mencionado anteriormente) el Norte era crónicamente deficitario de personal con cierto grado de instrucción.
En 1960, el año de la independencia, sólo había seis oficiales con mando en el Ejército, procedentes del Norte. El nuevo ministro de Defensa, Alhaji Ribadu, un hausa, había decretado que los escalafones de mando deberían contar con un cincuenta por ciento de individuos del Norte, pero eso era algo que no podía conseguirse de la noche a la mañana. En 1966, sin embargo, el Ejército contaba con un número de oficiales jóvenes originarios del Norte mucho mayor y si bien el planteamiento del golpe de julio se llevó a cabo, indudablemente, por un pequeño grupo de oficiales de más graduación, la ejecución recayó en dichos tenientes.
En el interior del Ejército, la dispersión de los oficiales reflejaba características regionales, tampoco esta vez de carácter deliberado, pero sobre una base educacional y de tendencias. La gran mayoría de los oficiales del Norte se hallaban en batallones de Infantería, en tanto que las secciones técnicas, radio, ingeniería, intendencia, armamento, transporte, asistencia médica, información, adiestramiento y artillería quedaban reservadas a los del Este. Cuando se produjo el golpe de julio, los amotinados no tuvieron más que tomar posesión de los distintos depósitos de armas de los cuarteles, armar a sus propios hombres y, con ello, tener a su merced al resto del Ejército y, por consiguiente, al país. Eso fue, de hecho, lo que hicieron.
El general Ironsi cenaba el 28 de julio por la noche con el teniente coronel Fajuyi, gobernador militar del Oeste, en la residencia de este último en Ibadán. Ironsi acababa de completar su viaje por todo el país y se hallaba asimismo presente el coronel Hilary Njoku, el comandante ibo del Segundo Batallón con base en Ikeja, en las afueras de Lagos.
El levantamiento se inició con un motín en los cuarteles de Abeokuta, en la Región Occidental, en donde un capitán hausa condujo a un grupo de soldados a la sala de oficiales a las once de la mañana y disparó sobre tres oficiales del Este, un teniente coronel, un mayor y un teniente. A continuación sitiaron los cuarteles, desarmaron a los soldados del Sur entre aquellos que formaban la guardia, se apoderaron de todo el armamento y lo entregaron a los del Norte. A continuación se tocó a generala, lo que hizo ponerse en pie a toda la guarnición que dormía y formar en los terrenos del cuartel. Los soldados del Sur fueron apartados y encerrados en el cuarto de guardia, mientras los del Norte practicaban un registro casa por casa en busca de aquellos que no se hallaban presentes. Al apuntar el día, la mayoría de los oficiales del Sur y los de mayor graduación del NCO habían sido rodeados. Al amanecer fueron conducidos a las afueras de la ciudad y fusilados.
Entretanto, los amotinados, al parecer, habían telefoneado a los adjuntos del Segundo Batallón, ambos del Norte, con base en Ikeja, y al Cuarto Batallón, en Ibadán, para darles las novedades. Pero a las 3.30 de la mañana, uno de los prisioneros, un capitán ibo, retenido en Abeokuta, logró escapar y también telefoneó, pero lo hizo al Cuartel General, en Lagos. Informó de lo que él creía ser un simple motín. En el Cuartel General, el hombre que se hallaba al mando, en sustitución de Ironsi, y que ostentaba la categoría de jefe de Estado Mayor, era el teniente coronel Gowon.
Fue él quien tomó el mando. Si lo hizo para dirigir mejor el golpe, así como las matanzas que él mismo originó, o si intentó evitarlo, todavía hoy es motivo de profunda discordia. Él afirma y sostiene que nada tiene que ver con el levantamiento, pero su subsiguiente conducta hace concebir dudas al respecto, y es posible que él fuera un cómplice no excesivamente dudoso en el curso de los acontecimientos y después del hecho.
Al general Ironsi le llegaron noticias de lo ocurrido. Los tres oficiales se reunieron en conferencia poco después de medianoche y acordaron que Njoku debería regresar a Lagos en un coche particular, y vestido de mufti, para hacerse con el control de la situación y contrarrestar el «motín». Salió en dirección de su chalet para cambiarse de ropa. Una vez en el exterior advirtió la presencia de tropas que descendían de dos «Land Rover» aparcados. En seguida, dispararon sobre él una ráfaga, hiriéndole en el muslo. Más tarde, después de ser curado en un hospital de Ibadán, consiguió regresar al Este al amparo de unas ropas de sacerdote, mientras las patrullas inspeccionaban en dirección Oeste y los controles de carretera recibían órdenes de disparar sobre él en cuanto fuera avistado. Precisamente fue esa tenacidad en la caza de oficiales del Este y la duración del proceso después de que el general Gowon se hubiera hecho con el mando supremo, en nombre de los amotinados, lo que hizo despertar sospechas tanto en el aspecto político del golpe como en la inocencia de Gowon en relación con los acontecimientos.
De hecho, las tropas del Sur que formaban la guardia personal de Ironsi habían sido desarmadas antes de medianoche por sus oponentes del Norte, los cuales habían visto robustecida su fuerza por veinticuatro contingentes de tropas extra, procedentes del Cuarto Batallón, destinado en Ibadán. Este batallón, después de la muerte del coronel Largema, en enero, había estado bajo el mando del coronel J. Akahan, que era un miembro tiv, del Norte. Los recién llegados estaban al mando del mayor Theophilus Danjuma, hausa, que actualmente ostenta el segundo lugar en el mando de la Primera División del Ejército de Nigeria y es comandante en jefe de la guarnición de Enugu.
En el interior de la casa, Ironsi y Fajuyi oyeron la descarga y enviaron al oficial de la Fuerza Aérea de Ironsi, teniente Nwankwo, con la misión de averiguar lo que sucedía. Por cierto que el oficial ayudante del Ejército de Ironsi, teniente Bello, hausa, había desaparecido discretamente, si bien no existe evidencia alguna que le conecte con el golpe. Al pie de las escaleras Nwankwo fue detenido y esposado. Tras esperar casi hasta el amanecer, el coronel Fajuyi descendió a su vez las escaleras y se enteró de lo que le había sucedido a Nwankwo, siendo asimismo detenido. Finalmente, a las nueve de la mañana, el mayor Danjuma subió al piso superior, halló al general Ironsi y lo detuvo, conduciéndolo escaleras abajo.
De entre todos aquellos que llegaron a saber lo que sucedió a continuación, tan sólo el teniente Nwankwo llegó a prestar declaración. Por parte del Gobierno Federal se arrojó un púdico velo sobre todo el asunto. Lo que sigue, pues, es expuesto por Nwankwo.
«Los tres hombres fueron desnudados y azotados con látigo. Después de ser introducidos en camionetas distintas, el convoy se puso en marcha, con el mayor Danjuma a la cabeza. En el cruce de carretera de Mokola, punto en el que las vías se separan, una en dirección a la ciudad de Oyó y la otra hacia los cuarteles de Letmauk, sede del Cuarto Batallón, el convoy se dividió. Dajuma regresó a Letmauk, después de comunicar sus instrucciones, en voz semejante a un susurro, al teniente Walbe, comandante de la escolta del general Ironsi. El resto del convoy siguió su marcha. Tras recorrer unos kilómetros, los tres detenidos recibieron orden de descender e iniciaron la marcha a lo largo de un estrecho sendero que discurría entre la maleza. Fueron detenidos, golpeados y torturados de nuevo, con tanta dureza, que apenas podían caminar. A empujones fueron llevados hasta una corriente de agua, que no pudieron franquear a causa de la extrema debilidad en que se encontraban. Los levantaron sobre la corriente de agua, la cruzaron y unos metros aguas abajo fueron nuevamente apaleados mientras se hallaban de bruces sobre el suelo. Al llegar a este punto, Nwankwo, quien había logrado desatarse las manos, las cuales llevaba atadas con alambre, hizo un intento de fuga, cosa que logró. Los otros dos hombres, medio muertos a causa de los daños recibidos, fueron rematados, con la ayuda de un arma “Sten”. Más adelante, la Policía hallaría los cadáveres, dándoles sepultura en el cementerio de Ibadán, desde donde fueron trasladados seis meses después para recibir sepultura en sus respectivas ciudades de origen».
Al amanecer del 29 de julio, la matanza de oficiales y hombres procedentes del Este se extendió por todo Nigeria con una celeridad, precisión y uniformidad de método tan patente que eliminaba cualquier subsecuente excusa de espontaneidad. En los cuarteles de Letmauk, en Ibadán, el jefe al mando, coronel Akahan, declaró, cuando ya era de día, carecer de la menor noticia acerca de los movimientos de medianoche contra el general Ironsi. Sin embargo, no parece probable que tanto las tropas como el transporte, armas y municiones utilizadas para sitiar la casa presidencial pudieran circular sin conocimiento del comandante en jefe. A las diez de la mañana, el coronel Akahan convocó una reunión de oficiales a la cual él mismo no concurrió. A medida que iban presentándose los oficiales, los originarios del Este eran acompañados al cuarto de guardia, y de allí, al taller de sastrería. A medianoche de ese mismo día, fueron arrojadas al interior, a través de la ventana, treinta y seis granadas de mano. Los supervivientes fueron acribillados a tiros. A continuación, se obligó a soldados del Este a que lavaran la sangre derramada, antes de ser detenidos y fusilados. Los individuos pertenecientes al Este que formaban parte del séquito de Ironsi, fueron también muertos. Durante la tarde del día 30, el coronel Akahan reunió a los soldados del Norte y los felicitó, asegurando que ya no se producirían más muertes, ya que «se habían equilibrado los acontecimientos».
En base a tales declaraciones, los soldados del Este, que se mantenían escondidos, hicieron su aparición, pero aquella misma noche se les dio caza y los capturados fueron muertos. La matanza se prolongó varios días, acompañada de violaciones de las esposas de los hombres del Este y la expansión del reino del terror por toda la ciudad de Ibadán. Más adelante, el coronel Akahan se convirtió en el jefe de Estado Mayor del Ejército de Gowon.
En Ikeja las cosas sucedían de modo parecido. Aproximadamente a la hora del desayuno del día 29, el coronel Gowon llegó a Lagos, situado a unos 24 kilómetros de distancia. A partir de las cinco de la mañana, los números de tropa originarios del Norte, que formaban parte de la guarnición, habían estado rodeando a los del Este, entre los que se contaban numerosísimos civiles, policías y oficiales de Aduanas originarios del Este, que trabajaban en el cercano aeropuerto. A mediodía del 29 de julio, estaban retenidos en el cuarto de guardia unos 200. Por la noche, el teniente Walbe llegó e informó al coronel Gowon de la captura y muerte del general Ironsi. Al día siguiente, los civiles retenidos en el cuarto de guardia fueron puestos en libertad, mientras se tomaba nota de los nombres de los soldados. A partir de dicha lista, el pelotón de ejecución iba llamando a los hombres, por orden de graduación. Fueron asesinados ocho oficiales, cuyos empleos iban de mayor a subteniente, y cincuenta y dos suboficiales desde oficial garante hasta la escala inferior. La matanza fue acompañada del apaleamiento habitual, pero después de que un cabo ibo lograra escapar (y viviera para contarlo) los demás fueron esposados y conducidos lejos del terreno de las ejecuciones, situado detrás del cuarto de guardia. Cuando se sintieron cansados y aburridos, los soldados del Norte tomaron sus cuchillos y se entregaron a la tarea de cortarles el cuello a los restantes. Antes de darles muerte, muchos de los prisioneros eran azotados y obligados a acostarse sobre charcos de orina y defecaciones, así como a consumir aquella mezcla.
El capitán P.C. Okoye fue capturado en el aeropuerto de Ikeja, cuando se disponía a tomar el avión con destino a Estados Unidos para incorporarse a un curso de especialización, siendo conducido a los cuarteles. Atado a una cruz de hierro, fue azotado casi hasta la muerte y arrojado a una celda, todavía atado a la cruz. Allí murió. La evidencia de los incidentes acaecidos en los acuartelamientos de Ibadán e Ikeja se halla en los Archivos Militares, Cuartel General de Defensa Nacional, Umuahia, Biafra.
Todo esto tenía efecto a menos de 200 metros de la oficina en donde el general Gowon había instalado su Cuartel General y donde fue investido con el título de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Fue desde ese mismo lugar desde donde anunció al mundo que intentaba mantener al país unido en un tiempo de crisis.
A pesar de las subsiguientes manifestaciones, según las cuales se trató de un asunto rápido y breve, lo cierto es que existen testimonios de que se alargó, en forma esporádica, por espacio de cuatro semanas. El 22 de agosto, un joven oficial del Norte condujo desde la prisión de Benin a los detenidos que habían organizado el complot de enero y que ostensiblemente constituía la razón del levantamiento de julio. Los cinco fueron muertos. El mismo día, llegaron noticias de que el coronel del Este, Ojukwu, había pedido la repatriación de todos los oficiales del Este, así como sus hombres. El teniente Nuhu dio órdenes de que los restantes veintidós prisioneros del Este, todos ellos suboficiales, fueran ejecutados, como así se hizo.
Mucho antes de esa fecha el coronel Gowon había notificado al mundo el cese de las matanzas y que «la situación había vuelto a la normalidad».
El coronel Akahan y el mayor Danjuma no eran los únicos en lograr una promoción tras unos actos que, en una situación normal, debieran ser castigados con la horca. Entre el 11 y el 14 de agosto llegó a Majurdi, situado en el corazón del territorio tiv, un destacamento del Cuarto Batallón, con base en Ibadán. Quince soldados originarios del Este fueron detenidos y encarcelados. El 16, el comandante del destacamento, mayor Daramola, les dijo que serían conducidos a Kaduna y posteriormente enviados de nuevo al Este, por vía aérea. El convoy se puso en marcha; a un extremo marchaba el mayor Daramola. Tras recorrer 80 kilómetros, la expedición se detuvo y se internó de nuevo en la maleza, donde aguardaba un pelotón de ejecución. Los hombres fueron llamados uno a uno para su ejecución y tres de ellos lograron escapar arrojándose del camión para esconderse entre la hierba. Más tarde, regresarían a sus hogares a pie y relatarían la odisea. El teniente coronel Daramola está hoy al mando de la Octava Brigada de la Segunda División del Ejército de Nigeria, la cual opera sobre toda la zona de la carretera de Enugu a Onitsha, desde la pequeña población de Abagana hasta Udi.
Pero ya hemos hablado lo suficiente de las matanzas de julio. En otros lugares han recibido amplios comentarios, muy detallados. Basta para dejar claro que en todos los acuartelamientos y guarniciones, en Lagos y otros lugares de todo el Norte y el Nordeste, el cuadro era muy parecido. Los soldados del Norte se apoderaron de los depósitos de armas y se pertrecharon; detuvieron y encarcelaron a sus colegas originarios del Este; subsecuentemente, condujeron a muchos de ellos a la ejecución. Algunos lograron escapar para regresar al Este, donde formaron las bases de lo que, un año más tarde, sería el Ejército de Biafra. Entre los oficiales de mayor graduación, la mayoría de los pertenecientes a la Infantería fueron muertos. La mayoría de los supervivientes pertenecían a cuadros de mandos técnicos y ése es el motivo por el cual los jefes supremos del presente Ejército biafreño que ostentaban el rango de mayor, o quizá grados superiores, en el Ejército nigeriano, pertenecían en su mayoría a unidades técnicas y no de combate. Cuando todo quedó casi concluido, se daban por muertos o desaparecidos a casi 300 hombres. El Ejército fue desmantelado en forma irreversible, como unidad coherente, como institución verdaderamente nigeriana, capaz de reunir a todos los hombres de todas las tribus, culturas y credos, de forma que los tales pudieran convivir codo con codo y sentirse camaradas. Y el Ejército era la última institución que restaba. A pesar de todo cuanto sucedió antes y después, a pesar de todos los esfuerzos (que podían haberse visto coronados por el éxito) para conservar a Nigeria unida en una u otra forma, si hay que señalar algún momento preciso en el que se consumó la muerte de la unidad de Nigeria, ese momento fue aquél en que el general, conocido como Johnny Ironside, cayó abatido sobre el polvo de las afueras de Ibadán.
La finalidad del levantamiento era, en parte, la venganza ibo por lo que había sido un golpe mancomunado de todos los partidos, en enero, y en parte a causa de la secesión del Norte. Tan pronto como el teniente coronel Gowon se instaló en el acuertamiento de Ikeja, se vio ondear una bandera desconocida en la parte superior de la entrada principal y allí siguió por espacio de dieciocho días. Tenía unas franjas laterales en los colores rojo, amarillo, negro, verde y caqui, y era la bandera de la República de Nigeria del Norte. Por espacio de tres días, autobuses, camiones, turismos, trenes y aviones fueron requisados en Lagos y en la Región Norte para transportar a sus respectivos hogares al enorme flujo de familias del Norte.
Las guarniciones de Lagos, Oeste y Norte se hallaban bajo control de oficiales del Norte. Mientras la matanza de soldados del Este proseguía, el teniente coronel Hassan Katsina, gobernador militar del Norte, se incorporaba a la causa rebelde, dando pie a la sospecha de que si él no era uno de los instigadores, por lo menos estaba al corriente de lo que iba a suceder. El Oeste carecía de portavoz, ya que el coronel Fajuyi había muerto y Lagos tampoco contaba con un interlocutor válido.
En el Medio Oeste, sin embargo, no se había producido el levantamiento, pero tampoco contaba con guarniciones de soldados. Como de costumbre, era demasiado pequeño para preocuparse. El Este se hallaba bajo el mando de un férreo gobernador, contaba con una guarnición leal y no se produjo ni asomo de amotinamiento, con el resultado consiguiente de que el antiguo régimen se mantenía intocable en dicha región.
Cuando se hizo patente que los oficiales del Norte estaban dispuestos a la secesión, un aire helado barrió distintos sectores de la vida de la región, incluido al Alto Comisariado Británico. El coronel Ojukwu percibió los síntomas desde el Este y telefoneó al brigadier Ogundipe, yoruba, que era el oficial de mayor graduación del Ejército, y legalmente el sucesor del general Ironsi, urgiéndole para que tomara el mando y se declarara a sí mismo comandante supremo. Ojukwu le prometió que si así lo hacía, él, Ojukwu, reconocería a Ogundipe como tal. El yoruba no estimó que sus posibilidades fueran demasiado altas, y después de pronunciar unas palabras por Radio, recomendando la calma a todo el mundo, desapareció de Dahomey y de allí marchó a Londres, en donde algunos meses más tarde aceptó el nombramiento de Alto Comisario para Nigeria. Entretanto, los frenéticos esfuerzos del Alto Comisariado Británico y otros habían proseguido para tratar de disuadir a los del Norte de su propósito de secesión. Pero los oficiales del Norte no estaban solos al plantear sus demandas; independencia, el mensaje de los amotinados de mayo y el contenido del memorándum presentado por los emires, continuaba representando el deseo de la mayoría del Norte. Tan sólo había un modo de mantenerlos en el interior de Nigeria: poniendo en práctica la vieja alternativa: «O gobernamos a la totalidad del país, o nos separamos». Según declaraciones posteriores de altos empleados de la Administración civil británica que entonces estaban destinados en Lagos, el Alto Comisario Británico Sir Francis Cummings-Bruce mantuvo una sesión privada de seis horas de duración, con Gowon, durante la mañana del 1° de agosto. Gowon informó a continuación a sus correligionarios del Norte. Después de mediodía, el coronel Ojukwu telefoneó desde Enugu para inquirir de Gowon qué es lo que pensaba hacer y recibió como respuesta que el grupo pensaba permanecer en Lagos y hacerse con el mando del país. Ante las protestas de Ojukwu, Gowon replicó: «Bueno, eso es lo que mis muchachos quieren, y lo van a tener». Y así fue. El primer mensaje radiado de Gowon a la nación, ya estaba preparado y grabado con anterioridad y tuvo que emitirse con prisas, si bien no con demasiada perfección. Decía lo siguiente:
«Ahora quiero llegar a la parte más importante y más difícil de mi declaración y lo hago consciente del dolor y el descontento que puede ocasionar a todos los sinceros y auténticos amantes de Nigeria, de la unidad de Nigeria, tanto en el suelo patrio como en el extranjero, especialmente nuestros hermanos de la Commonwealth. Como resultado de los recientes acontecimientos y de los similares acaecidos con anterioridad, he llegado al íntimo convencimiento de que, honestamente, sinceramente, no podemos prolongar esta situación ya que las bases de confianza y credibilidad en nuestro sistema de gobierno unitario no han resistido la prueba del paso del tiempo. Ya he hecho mención de dicho tema. Baste con señalar que sometiendo a dicha prueba todas las consideraciones, tanto políticas como económicas, y sociales, no descubrimos las bases de la unidad o bien las hallamos maltrechas y contorsionadas, no sólo en una ocasión, sino muchas veces. Por lo tanto, estimo que se debe revisar el tema de nuestra posición nacional y ver si podemos evitar que el país se precipite a una destrucción absoluta[5]».
La penúltima frase no queda completa. Después de decir que «las bases de esa unidad estaban maltrechas, no sólo en una ocasión, sino muchas veces», cabe esperar que se añada una declaración acerca del motivo que lo ha provocado. Por otra parte, resulta carente de sentido el sugerir que todos los amantes de Nigeria y su unidad puedan sentirse desolados por el intento de «evitar que el país se precipite a una destrucción absoluta». En realidad, antes de emitir la alocución, tenía que haberse anunciado la secesión del Norte.
De haberse hecho así, parece haber pocas dudas de que el Oeste, el Medio Oeste y el Este habrían alcanzado un modus vivendi conveniente, y muy poco tiempo después, el Norte y el Sur podrían haber entrado a formar parte de una Confederación de Estados Autónomos o, al menos, de una Organización de Servicios Comunes, para que todos los beneficios económicos quedaran al alcance y a la disposición de todas las partes, esquivando el peligro en potencia que representa la incompatibilidad racial entre el Norte y el Sur.
En aquellos momentos, Gowon ya era, bien sea por designación propia o elección de los demás, Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas y Jefe Supremo del Gobierno Militar Nacional de Nigeria. En el Este, el coronel Ojukwu no dudó un instante en refutar el derecho de Gowon a ostentar dichos títulos. Resulta de vital importancia, para comprender por qué existe hoy Biafra, recordar que el 1° de agosto de 1966 Nigeria no contaba con un Gobierno legítimo y un régimen rebelde, sino dos gobiernos de facto que dominaban diferentes partes del país.
El golpe de julio fue radicalmente distinto del de enero en otro aspecto, tal como se hizo patente en agosto. Tras el primer golpe, los amotinados no accedieron al poder, sino que fueron a parar a la prisión. En el segundo, se hicieron con el control del Gobierno Federal, y además, en dos Regiones. La tercera Región organizó el régimen con posterioridad. La cuarta Región no lo hizo nunca, ni tampoco fue obligada por la ley.
Ése es el motivo por el que fracasó el golpe. Sus objetivos consistían en vengarse (cosa que lograron) y en separarse, tras la sedición, cosa que no consiguieron. Al haber optado por cambiar el segundo objetivo por un dominio completo de todo el poder, los líderes del golpe se vieron obligados a dar por supuesta la aquiescencia de las dos Regiones no afectadas. Al no conseguirlo de la mayor de las dos, Nigeria quedó, efectivamente, dividida en dos partes.
Pero la Oficina de la Commonwealth británica había conseguido su propósito y se procedió al reconocimiento. En octubre, al solicitar de los del Norte que cesaran en sus matanzas de elementos del Este que se hallaban en su territorio, Gowon pudo utilizar como argumento que: «Todos vosotros sabéis que, desde finales de julio, Dios, en su Poder, ha confiado la responsabilidad de este gran país nuestro, Nigeria, a otro norteño…».
LA CUESTIÓN DE LA LEGITIMIDAD
Una de las principales bases del caso del Gobierno británico y nigeriano contra Biafra es la de que su Gobierno es ilegítimo, en tanto que el del general Gowon es el único Gobierno legítimo en el país. Pero hay expertos legales, todos biafreños, que mantienen la tesis de que, según la ley, ambos regímenes cuentan con un marco de principio.
El del actual Gobierno militar nigeriano se basa en su control efectivo de la capital y tres de las antiguas Regiones, un poder que se extiende sobre el setenta por ciento de la población. El mundo diplomático tiene la obsesión de las capitales y dominar la ciudad que ostenta la capitalidad pesa mucho. De haber pertenecido Lagos a la Región Este y si Gowon se hubiera apoderado de las tres Regiones, mientras el coronel Ojukwu dominara la Región Este y la capital, posiblemente la ventaja diplomática se hubiera decantado del otro lado.
La declaración del coronel Ojukwu en el sentido de que es el Gobierno de Gowon el que se halla en rebeldía y no él mismo, y que, por lo tanto el de Gowon es el ilegítimo, se basa en la continuidad según la ley, en la Región Este, después de julio de 1966. Con anterioridad, el general Ironsi había sido designado para el cargo de Comandante Supremo y máxima autoridad del Consejo Supremo Militar, casi por la totalidad del existente gabinete ministerial. Si dicho gabinete se hubiera reunido tras la muerte del Premier Balewa (por aquellas fechas se creía que se trataba de secuestro), bajo la presidencia de un ministro ibo, se habría dicho más tarde que el nombramiento había sido preestablecido. Pero la presidencia recayó en Alhaji Dipcharima, hausa, el más antiguo de los ministros del partido denominado Congreso del Pueblo del Norte.
Las palabras que el general Ironsi dirigió a los políticos no constituían una presión sin fundamento. Les dijo, muy realistamente, según se demostró, que no podía garantizar la lealtad del Ejército a la ley establecida, a menos que fuera el Ejército mismo quien se hiciera cargo del mando. Aquello no era exageración por su parte, si se tiene en cuenta que Nzeogwu avanzaba hacia el Sur y que muchas guarniciones daban muestras de desasosiego. Por lo tanto, la designación del general Ironsi podía ser calificada como legítima según la ley. Fue él quien designó al coronel Ojukwu para el gobierno de la Región Este, lo cual representaba un nombramiento legítimo.
Para el coronel Ojukwu, el único hombre que estaba calificado para el puesto de sucesor del general Ironsi era el oficial que le seguía en graduación, el brigadier Ogundipe. De no haber sido nombrado Ogundipe, una asamblea plenaria del Consejo Supremo Militar debería haber nombrado sucesor. No fue así. El coronel Gowon se nombró a sí mismo para el cargo, o fue designado por los amotinados, durante los tres primeros días después del 29 de julio. Entre estos tres, sólo uno era miembro del Consejo, el coronel Hassan Usman Katsina, gobernador del Norte. Incluso la posterior reunión del Consejo que confirmó a Gowon en el cargo, no fue plenaria, porque era imposible que el coronel Ojukwu asistiera sin correr un grave riesgo de perder la vida.
Únicamente en el Este, el control gubernamental prosiguió una forma ininterrumpida y sin disturbios causados por los sucesos del mes de julio de 1966. La línea de legitimidad de los nombramientos siguió sin interrupciones. Para los biafreños, su separación de Nigeria en mayo de 1967 fue, a la vista del tratamiento concedido a la Región y a sus ciudadanos, legítima en derecho internacional y dicha teoría no carece de valedores internacionales.