3. UN HOMBRE LLAMADO IRONSIDE

Johnson Thomas Umunak we Aguiyi-Ironsi nació cerca de Umuahia, linda población emplazada en una colina, en el centro de la Región Este, en marzo de 1924. Cursó sus estudios en Umuahia y en Kano, en el Norte, alistándose en el Ejército como soldado a la edad de dieciocho años. Pasó el resto de la Segunda Guerra Mundial en la costa occidental africana y regresó en 1946, a los veintidós años, con la graduación de sargento mayor. Dos años después, cursó estudios de oficial en el Camberly Staff College y regresó en 1949, como subteniente, al Cuartel General del Mando en África, en Accra, y de allí a la Maestranza de Artillería en Lagos. De allí fue transferido a un regimiento de Infantería. En el empleo de teniente, desempeñó la función de ayudante del gobernador, Sir MacPherson, y recién promovido al empleo de capitán asistió a los actos de la Coronación en Londres, en 1953. Convertido en mayor en 1955, actuó como caballerizo mayor de la reina durante su visita a Nigeria en 1956. En setiembre de 1960 fue ascendido a teniente coronel y le fue asignado el primer cargo, al quedar al mando del Quinto Batallón de Kano. Ese mismo año ostentó el mando del contingente nigeriano de las fuerzas de las Naciones Unidas en el Congo, frente a los katangueños, dando muestras de que era algo más que un oficial de Estado Mayor. Cuando el equipo de médicos austríacos y las tropas nigerianas de socorro quedaron rodeados por los rebeldes, él se desplazó solo, en un avión de tipo ligero, y consiguió su liberación. El Gobierno austríaco le concedió la Ritter Kreutz de primera clase.

En 1961 y 1962 actuó como consejero militar del Alto Comisario de Nigeria en Londres y, en ese lapso de tiempo, fue ascendido al grado de brigadier. Realizó entonces un curso de estudios complementarios en el Imperial Defence College. En 1964 regresó al Congo en calidad de comandante de las Fuerzas de las Naciones Unidas para la Defensa de la Paz, con el empleo de general de división, siendo el primer oficial africano en ostentar dicho cargo. En el curso de aquellas operaciones, se vio obligado a enfrentarse a solas, y sin defensa alguna, con una enfurecida multitud, en Leopoldville, y logró persuadirlos para que se dispersaran. Este y otros hechos similares le ganaron el afectuoso apodo de Johnny Ironside.

A su regreso a Nigeria volvió al empleo de brigadier y tomó el mando de la Primera Brigada, pero muy pronto sucedió al general de división Welby-Everard, que fue el último jefe supremo británico del Ejército nigeriano, y se convirtió, a su vez, en general de división. En palabras de un funcionario de la administración civil británica, «era un hombre muy altivo».

El nuevo régimen se inició bien y estaba respaldado por un considerable consenso popular. Todo Nigeria se regocijó ante el fin del mando de los corruptos políticos y confiaban en un cambio. Los últimos componentes del complot de enero fueron desalojados de sus escondites y detenidos en sus diferentes regiones de origen. La lealtad al nuevo régimen estaba respaldada en el Norte por el NPC, el Action Group en el Oeste y el NCNC en el Este y Medio Oeste, incluso a pesar de que los políticos de estos partidos no estaban en el poder y algunos sufrieron detenciones. Recibieron, asimismo, apoyo de los sindicatos, los estudiantes y los emires del Norte. Algunos corresponsales extranjeros destacaron la popularidad. Un columnista del African World decía en marzo: «La favorable acogida concedida a estos cambios constitucionales por los diferentes sectores de la población de Nigeria, revela claramente que el movimiento militar fue, de hecho, un levantamiento popular de las masas.»[3]». Un mes antes, el corresponsal para Nigeria del Economist de Londres había visitado Sokoto, la ciudad situada al extremo más alejado del Norte, de la que había tomado el nombre Sir Ahmadu Bello e informó: «Sokoto era el botín más preciado del régimen del sardauna de Sokoto, pero, incluso aquí, el cambio ha sido aceptado con tranquilidad. Si quedaban dudas o temores acerca de lo sucedido, la muerte del sardauna ha acabado con la intención de cualquiera que quisiera expresarlas.»[4]». Más tarde se revelaría un nuevo aspecto sangriento.

El general Ironsi era un hombre honrado y trató de sacar adelante un régimen honesto. A pesar de ser él mismo un ibo, se abstuvo de favoritismos hacia su propio pueblo o su región de origen, y llegó a veces a ejercer la crítica contra su propio pueblo, los del Este. Uno de sus primeros actos de gobierno fue designar gobernadores militares para las cuatro regiones; para el Norte, al teniente coronel (exmayor) Hassan Katsina, quien lo cierto es que ya había sido designado para ese cargo por el ahora encarcelado Nzeogwu; para el Oeste, al teniente coronel Fajuyi, adscrito con anterioridad a la guarnición de Enugu; para el Medio Oeste al teniente coronel (exmayor) Ejoor, también de la guarnición de Enugu; y para el Este, al teniente coronel Chukwuemeka Odumegwu Ojukwu, anterior comandante del Quinto Batallón en Kano, un convencido federalista que no tuvo parte alguna en el levantamiento de enero, a no ser el unirse a las autoridades hausas locales para mantener la paz y el orden en Kano, consiguiendo que la ciudad se mantuviera leal a la autoridad constituida.

El advenimiento al poder de Ironsi puso punto final al sistema de «garantes» en la Región Occidental, a la violencia en tierra tiv y a la insurrección de Isaac Boro, en el Delta del Níger. Este último fue encarcelado. Todos los partidos demostraron la suficiente confianza en el general, otorgando una oportunidad a su régimen.

A pesar de su honestidad, el general Ironsi no era un político; estaba totalmente desprovisto de astucia y mostró poca aptitud para el juego diplomático necesario en el interior de una sociedad extremadamente compleja. Y, además, estaba a veces mal aconsejado, lo cual suele ser una característica común del destino de los militares que participan en el gobierno. A pesar de eso, no se hizo acreedor de lo que le sucedió.

En el Sur, ordenó la detención de anteriores políticos, los cuales pudieran causar malestar y fomentar dificultades. Pero a los políticos del Norte se les dejó en libertad de actuar y en breve plazo dieron pruebas de haber hecho uso de dicha libertad. Ironsi formó un Consejo Supremo Militar y un Consejo ejecutivo federal para que le asistieran en la tarea de gobierno. A la vista de posteriores sugerencias de que este régimen era pro Este, resulta interesante estudiar la composición de dichos dos organismos. Aparte él mismo, en el Consejo Supremo Militar, formado por nueve miembros, había otro ibo, el coronel Ojukwu, el cual pertenecía ex officio, por ser uno de los cuatro gobernadores militares regionales, y otro elemento del Este, no ibo, el teniente coronel Kurubo, jefe supremo de las Fuerzas Aéreas y un hombre de la zona Rivers. El Consejo ejecutivo comprendía el Consejo Militar y otros seis más, de los cuales tan sólo dos procedían del Este, el procurador general, un ibo llamado Onyiuke y el inspector general de Policía, Edet, de origen efik. Ambos ocupaban ya dichos cargos con anterioridad al golpe del mes de enero. A la hora de designar a los secretarios permanentes del Servicio Público Federal (dichos cargos, las secretarías permanentes, son poderosos), Ironsi distribuyó los veintitrés puestos en la forma siguiente: del Norte, ocho; del Medio Oeste, siete; del Oeste, cinco; del Este, tres.

Quienes ostentaban cargos políticos, fueron destituidos de los mismos y se constituyeron Tribunales de Investigación para examinar las actividades de aquellos que, aun estando cesados, seguían en sus puestos. Los tres primeros tribunales, que tenían, respectivamente, la misión de examinar la Corporación de los Ferrocarriles Nigerianos, la Corporación Eléctrica de Nigeria y el Municipio de Lagos, estaban presididos por un miembro del Norte, uno del Oeste y un inglés. Más adelante, los veinticinco directores generales, presidentes y secretarios de las corporaciones federales, fueron nombrados así: del Oeste, doce; del Norte, seis; del Este, tres; del Medio Oeste, uno; extranjeros, tres.

El general Ironsi hizo otros nombramientos que pueden dar la clave de su actitud ante el concepto de la unidad de Nigeria. Nombró al teniente coronel Yakubu Gowon, un sho-sho, del Norte, jefe del Alto Estado Mayor, convirtiéndolo en hombre de confianza; Mallam Hamsad Amadu, que era un joven pariente del sardauna de Sokoto, se convirtió en su secretario particular; su escolta personal estuvo compuesta, principalmente, por soldados hausas, al mando de otro joven hausa, el teniente W.G. Walbe, lo cual le costaría, más tarde, la vida al general.

Su decidida actitud frente a la corrupción en puestos elevados y públicos, tuvo efecto, y en poco tiempo se restableció la confianza internacional en Nigeria. El plan de desarrollo de seis años estaba en marcha.

Pero todavía quedaba por resolver el principal problema. Se refería a la futura constitución de Nigeria, que era sinónimo de su unidad. Otra vez se hizo patente la inherente desunión de Nigeria. A pesar del enorme apoyo prestado por el Sur y por el Ejército en favor de la abolición del regionalismo y la inauguración de un Estado unitario, la mera mención de un amalgamiento con el Sur, que no comportaba la seguridad de que el gobierno total sería ejercido por el Norte, llevaba a éste al camino de la guerra, que es lo que precisamente sucedió.

En el curso de las primeras horas de hallarse en el poder, el general Ironsi había prometido que se restauraría el poder civil tras una serie de estudios de los problemas más acuciantes, el establecimiento de una Asamblea Constituyente y la celebración de un referéndum sobre la nueva constitución. El jefe Rotimi Williams y el anterior procurador general, doctor T. O. Elias, ambos de la Región Oeste, fueron requeridos para que redactaran un anteproyecto de dicha futura constitución. Otra comisión, presidida por Francis Nwokedi, del grupo ibo, recibió la misión de investigar acerca de la posibilidad de una unificación de los servicios públicos. Se suscitaron, entonces, sonoras protestas por el hecho de que un cometido de tanta importancia recayera en un solo hombre, el cual además era ibo (protestas nacidas en el Norte en donde se veneraba el principio de la separación de servicios civiles como salvaguarda frente a la dominación del Sur), y se adscribió un elemento del Medio Oeste a la Comisión Nwokedi. Otra comisión estaría encargada de explorar las posibilidades de aportar un sentido unitario a la judicatura. Una tercera, encargada del planteamiento económico, quedó bajo la presidencia del jefe Simeón Adebo, yoruba, y del doctor Pius Okigbo, ibo. Las comisiones presentaron sus informes, todos los cuales coincidían en un punto: la unificación.

El tema de la unificación se había debatido desde los primeros días del régimen de Ironsi. A finales de enero, el coronel Ejoor, del Medio Oeste, pidió «una forma de Gobierno unitario». En el curso de una conferencia de Prensa celebrada en febrero, el general Ironsi declaró: «Se ha hecho patente a todos los nigerianos que una rígida adhesión al “regionalismo” fue la causa de la ruina del régimen anterior y uno de los factores principales que contribuyeron a su abolición. No hay duda de que el país recibirá con satisfacción una ruptura limpia con las deficiencias del sistema».

El general se excedía en su optimismo. Cierto que el Sur habría recibido bien dicha ruptura y, de hecho, así fue. Pero el Norte constituía una entidad enteramente distinta. Eran sus mismos representantes —el Parlamento del Norte y los emires— quienes, años antes, habían visto en el regionalismo amparado por la Richards Constitution una innegable protección para su propia sociedad, con todo su letargo e inercia, de las incursiones de los miembros del Sur, más vigorosos y educados.

La unificación era particularmente popular entre los ibos, en el Este. Constituían el grupo étnico más cualificado y con mayor experiencia exterior y poseían amplia confianza en su habilidad para competir en términos de igualdad con cualquiera. Para ellos, regionalismo había significado siempre un tratamiento de ciudadanos de segunda clase, en el Norte, y un doble sistema en la consecución de nombramientos públicos fuera de la Región Este.

Por tanto, lo que para el Sur se presentaba como una oportunidad gloriosa, era para el Norte una amenaza de muerte. Casi dos años más tarde, el cónsul norteamericano en Enugu, James Barnard, resumió en pocas palabras el innato conflicto de intereses que dividió a Nigeria durante aquellos años, diciendo: «De nada sirve tratar de soslayar la inmutable y única realidad política de este país y que consiste en que si se estableciera una carrera en busca de los beneficios de la vida, partiendo del mismo punto y con una igualdad manifiesta de oportunidades, el Este se declararía vencedor por una clara diferencia, lo que resulta intolerable al Norte. El único modo de prevenir que tal cosa ocurra consiste en la imposición de trabas artificiales al progreso en el Este, lo que resulta intolerable en el Este». Así se expresó el interesado, durante una conversación con el autor, en Enugu, en julio de 1967.

El descontento del Norte comenzó a revelarse muy pronto, siendo hostigadas las comisiones que realizaban sus trabajos sobre los distintos aspectos de la unificación. Posteriormente se intentó explicar dicho descontento como un movimiento por completo espontáneo y que estaba íntimamente ligado a la muerte del muy amado sardauna de Sokoto, a manos de un ibo, en enero. Pero tal imagen es falsa.

En primer lugar, a juzgar por la reacción inmediata de sus súbditos después de su muerte, el sardauna no era considerado como un padre benévolo, sino, más bien, como un viejo y desaprensivo déspota, que es precisamente lo que era. En segundo lugar, la violencia desatada en el Norte en mayo de 1966 no fue espontánea y costó mucho promoverla.

La caída de los políticos no arrastró, únicamente, a un puñado de hombres. Muchos miles de personas perdieron sus situaciones de favor, al verse apartados los políticos del acceso a fondos públicos. Numerosas familias se vieron privadas de su sustento y la falta de trabajo, y otras veían planear la miseria sobre sus cabezas: organizaciones de fiestas, comisionistas, agentes electorales, contratistas, gorristas, que habían conseguido pingües beneficios gracias a sus contactos en las altas esferas, administradores que no habrían podido mantenerse en sus puestos si no fuera por el apoyo político, se encontraron al borde de la miseria. Cuando unas pocas personas comenzaron a agitarse en contra del régimen de Ironsi, la leva resultó fácil: un gran número de voces se mostró dispuesto a difundir rumores, inflamar pasiones y prender la mecha de los corazones; el espectro de los dominantes ibos; la aparente desposesión del Norte de su protección tradicional, el aislacionismo. La carta de la venganza podía jugarse y se jugó. De este modo, el asesinado sardauna renació de nuevo bajo la forma de un santo, y los oficiales encarcelados que llevaron a efecto el golpe de enero, tenidos como demonios.

El coronel Fajuyi, hombre capaz y enérgico, llevó a cabo una rigurosa purga de la vida pública, liberándola de los antiguos parásitos. Cesó de sus cargos a todos los oficiales del gobierno local, nombrados por el odiado régimen de Akintola, así como a once ministros de su partido. En el Medio Oeste y en el Este, se tomaron medidas parecidas. Sin embargo, éstas fueron menos draconianas porque el NCNC, que controlaba ambas regiones con anterioridad al mes de enero de 1966, había sido votado para el gobierno, más tarde bajo el nombre de UPGA, por la gran mayoría del electorado, sin necesidad de recurrir al clásico «pucherazo».

En el Norte las cosas marchaban en distinta forma.

Allí y desde tiempo inmemorial, poder político y emirato aristocrático eran sinónimos. El coronel Hassan, nuevo gobernador militar, era hijo del emir de Katsina. No había una amplia disponibilidad de hombres competentes a quienes encomendar la Administración nativa y así, quienes ocupaban cargos, habían sido, a menudo, designados por los emires. De esta forma, la aristocracia y el sistema administrativo se mantenían en el Gobierno. Los políticos, si bien no ostentaban posiciones significativas, tampoco se hallaban detenidos y no quedaban por mucho tiempo apartados del favor público. A partir de ellos nació y se extendió la campaña de rumores, la cual muy pronto floreció en suelo fértil.

Nwokedi fue toda una excepción. Este político realizó una investigación acerca de la posibilidad de llevar a cabo la unificación del servicio civil, tarea que le llevó a completar un viaje por todo el Norte. Y si bien escuchó a todo el mundo, el informe que más tarde presentaría al general Ironsi contenía unas conclusiones que no coincidían en absoluto con aquellos puntos de vista.

En Lagos presionaban al general Ironsi en ambos sentidos. Estaba al tanto del descontento del Norte por la unificación, pero la misma contaba con abogados poderosos en su propio círculo. El 24 de mayo dio el gran salto. En un programa radiado anunció el Decreto de la Constitución (Suspensión y Modificación). Las disposiciones incluían la abolición de las regiones y su conversión en grupos de provincias, si bien conservando los mismos límites, gobernadores y administradores. Nigeria dejaría de ser una Federación, para convertirse, simplemente, en la República de Nigeria. Los servicios públicos quedarían agrupados bajo la denominación única de Comisión de Servicios Públicos, si bien comisiones regionales (o, más bien, provinciales) seguirían en su táctica de hacer recaer los nombramientos únicamente en los más veteranos del equipo. Se dijo entonces que aquellas medidas eran enteramente transitorias y como tal deberían ser tenidas, y que se habían tomado sin prejuzgar lo que pudiera descubrir la Rotimi Williams Commission. Desgraciadamente, dicha comisión trabajaba precisamente en el problema de las ventajas relativas de los sistemas federal y unitario.

Es muy posible que el general Ironsi intentara aquietar los ánimos de las facciones radicales del Sur, quienes deseaban reformar rápidamente, sin provocar al Norte, por ir demasiado lejos. Un examen del Decreto de Unificación (que fue el nombre por el que se le conocía), muestra que, de hecho, no se cambió nada, salvo los nombres. En realidad, dicho decreto no hizo más que formalizar la forma de gobierno que había existido desde el momento en que el Ejército se hizo cargo del poder y gobernó por medio del Consejo Supremo Militar, que era un organismo unitario.

El Decreto de Unificación fue entonces utilizado como excusa para una serie de matanzas violentas en las personas de individuos del Este, en toda la Región Norte. Se inició con una manifestación estudiantil en Kano y, al cabo de unas horas, se había convertido en un baño de sangre. Y de nuevo y a pesar de que los yorubas de la Región Oeste habían abogado por la unificación con tanta insistencia como los ibos del Este, fueron éstos, los ibos, quienes sufrieron persecución por parte de las muchedumbres del Norte. Al poco tiempo de la manifestación de Kano, centenares de elementos armados se desplegaron por el espacio comprendido entre las murallas de la ciudad y los Sabon Garis, en los que habitaban los individuos procedentes del Este, irrumpieron en el ghetto y llevaron a cabo una batida de aniquilación, incendios, saqueos, raptos y asesinatos de cuantos hombres, mujeres y niños del Este eran capaces de atrapar.

Cualquier intento de espontaneidad se disipaba ante la presión de los levantamientos y algaradas. En camiones y autobuses, proporcionados por donantes previsores, verdaderas oleadas de antiguos componentes de partidas de bandidos se diseminaron a través del Norte, hacia Zaria, Kaduna y otros puntos. Cuando todo hubo concluido, Nigeria se hallaba al borde de la desintegración. Si bien no se publicaron nunca las cifras procedentes de fuentes Federales o del gobierno del Norte, los habitantes del Este calcularon el número de muertos sufridos, durante las matanzas, en tres mil.

Es muy posible que haya quien piense que se limitaban a demostrar sus sentimientos, cosa a la que tenían legítimo derecho. Pero la carnicería que siguió, el grado de organización y la eficacia y facilidad con que se llevó a cabo, hubiera debido representar una seria advertencia del peligro subyacente y que entenebrecía seriamente el futuro. Pero de nuevo se desoyó la advertencia.

Es muy posible que los habitantes del Norte, tras haber sido mansamente adoctrinados durante varios meses, creyeran que los ibos intentaban dominar Nigeria para colonizar el atrasado Norte y utilizar sus innegables talentos para gobernar el país de un extremo a otro. Y, de nuevo, las exigencias secesionistas del Norte se convirtieron en tema abierto. Funcionarios civiles llevaron a cabo una manifestación en Kaduna, portando pancartas en las que podía leerse: «Que se permita la secesión». En la misma ciudad, el coronel Hassan convocó una reunión de todos los emires del Norte y muchos acudieron con las pretensiones de sus súbditos, claramente formuladas, para solicitar la secesión del Norte. En Zaria, la multitud acorraló al emir, con sus demandas de secesión.

Al término de dicha reunión, los emires enviaron a Ironsi un memorándum secreto en el que le pedían que dejara sin efecto el Derecho de Unificación, ya que, en caso contrario, provocarían la sedición. El general Ironsi replicó con una larga explicación de que el decreto no comportaba alteración alguna en los límites y que, además apenas cambiaba el status quo. Señaló que se trataba de una medida temporal para capacitar al Ejército, habituado a un mando único, a la tarea de gobierno. Y que no se producirían cambios permanentes sin que mediara el prometido referéndum. Con ello, los emires se declararon satisfechos.

En junio, el coronel Ojukwu, al recibir al emir de Kano (compañero y amigo suyo, con cuya ayuda había podido mantener a Kano libre del baño de sangre que inundó el país en enero), en su condición de nuevo Rector de la Universidad de Nsukka, pidió públicamente a su pueblo que regresara a sus hogares y puestos de trabajo en el Norte. Muchos de estos individuos del Este habían huido tras las matanzas de mayo en busca de la seguridad del Este. El coronel Ojukwu les pidió que creyeran que tales muertes habían sido «parte del precio que hemos tenido que pagar» por conseguir el ideal de Una Nigeria.

Durante todo el mes de junio, el gobierno de Ironsi luchó por conseguir un remedio a la creciente tensión creada en Nigeria. A nadie se le ocurrió, y menos que a nadie al coronel Ojukwu, que los del Norte pudieran ver cumplidos sus dorados sueños de crear su propio Estado. Eventualmente, el general Ironsi inició un viaje por el país para pulsar la opinión local, en las más amplias bases posibles, por lo que respecta a la estructura futura que el pueblo deseaba para Nigeria. Pero no regresó a Lagos nunca más.