2. EL GOLPE FALLIDO

Durante los primeros quince días de 1966, se fraguaron, probablemente, dos golpes de fuerza. La evidencia que respalda aquel que no tuvo efecto es principalmente circunstancial; pero las subsecuentes aserciones de que el golpe del 15 de enero hizo fracasar otro dispuesto para el 17 de enero, resultan verdaderamente plausibles.

El otro golpe planeado hubiera debido comenzar con un breve reinado del terror en el Delta del Níger de la Región Oriental, encabezado por un estudiante de la Universidad de Nsukka, llamado Isaac Boro, el cual recibía fondos para dicho propósito. Dicha situación habría permitido al Primer Ministro Balewa declarar el estado de emergencia en el Este. Simultáneamente, de acuerdo con los cargos que más tarde se denunciaron en el Oeste, unidades capitaneadas por oficiales del Norte deberían llevar a efecto un «cruel ataque relámpago» contra la oposición (es decir, la UPGA) en la persona de los elementos de la misma en la región. La acción doble tendría la misión de quebrantar el partido de la oposición UPGA, reforzar el liderazgo de Akintola en la región, en donde ya era odiado, y dejar al NNA, del sardauna de Sokoto el control supremo de Nigeria.

Se realizaron un cierto número de acciones que parecen sustanciar dicha teoría. El 13 de enero, Sir Ahmadu Bello, que había ido en peregrinación a La Meca, regresó a su capital del Norte, Kaduna. Al día siguiente se celebró una entrevista secreta entre él mismo, Akintola (quien hizo el viaje al Norte, por un día, para dicha reunión) y el comandante en jefe de la Primera Brigada, un oficial occidental pro Akintola, el brigadier Ademolegun. Con anterioridad, el ministro federal de Defensa, un norteño del NPC, había ordenado al comandante del Ejército, general de división Ironsi, que empezara a disfrutar de un período acumulado de vacaciones; el inspector general de Policía, Louis Edet, también del Este, recibió, asimismo, la orden de disfrutar de un permiso; el diputado inspector general, M. Roberts, del Oeste, pasó al retiro prematuramente para ser sustituido por el hausa Alhaji Kam Salem, quien, de ese modo, se encontró en las manos con el control de la Policía federal el 17 de enero. El Presidente, Azikiwe, se hallaba en Inglaterra sometido a una cura de salud. Si se trató de una conspiración, fracasó al ser precedida de otro golpe, planeado asimismo en secreto, por un reducido grupo de oficiales jóvenes, capitaneados principalmente, si bien no de forma exclusiva, por hombres originarios del Este.

En Kaduna, el líder del grupo era el proizquierdista y altamente idealista mayor Chukwuma Nzeogwu, un ibo de la región del Medio Oeste, que había vivido durante toda su vida en el Norte y que hablaba el hausa mejor que el ibo. El día 14 por la noche, este brillante pero errático instructor jefe de la Academia de Defensa Nigeriana de Kaduna, condujo un pequeño destacamento de soldados, principalmente hausas, hasta las afueras de la ciudad, en lo que parecía ser unos ejercicios de rutina. Cuando llegaron a las proximidades de la espléndida residencia de Sir Ahmadu, Nzeogwu dijo a sus soldados que habían acudido allí con el propósito de matar al sardauna y ellos no hicieron la menor objeción. «Tenían balas —declararía más tarde— y podían haberme matado si no hubieran estado de acuerdo conmigo.»[2].

Se abalanzaron por la entrada y dieron muerte a tres de los guardianes del sardauna, mientras uno de sus propios miembros perdía la vida en el intento. Ya en el interior del recinto, machacaron el palacio con morteros y, a continuación, Nzeogwu arrojó una granada de mano contra la entrada principal, acercándose demasiado, por lo que resultó herido en una mano. Una vez en el interior del edificio, dispararon sobre el sardauna, así como sobre dos o tres de sus sirvientes. Al mismo tiempo, en otro lugar de Kaduna, otro grupo penetró en la casa del brigadier Ademolegun y disparó sobre él y su mujer, mientras se hallaban en el lecho. Un tercer comando mató al coronel Shodeinde, el yoruba segundo en el mando en la Academia de Defensa. Con aquel baño de sangre, el Norte quedaba aniquilado.

El 15 de enero por la tarde, Nzeogwu habló por Radio Kaduna, y dijo a sus oyentes que: «Nuestros enemigos son los explotadores políticos, estafadores, aquellos hombres que, tanto si ocupan puestos elevados como de poca importancia, exigen el soborno y el diez por ciento, aquellos que tratan de mantener el país permanentemente dividido para poder seguir ocupando sus puestos de ministros y como figuras importantes, los tribalistas, los nepotistas, aquellos que quieren hacer parecer al país grande a cambio de nada ante los círculos internacionales». Más tarde y en privado, añadió: «Nuestro propósito fue el de cambiar nuestro país y convertirlo en un lugar del que podamos orgullecernos como nuestra Patria, sin tener que pagar el tributo de la guerra… en aquel momento, las consideraciones tribales estaban lejos de nuestras mentes».

En Lagos, el golpe estaba en las manos del mayor Emmanuel Ifeajuana, un joven ibo que había gozado de fama personal con anterioridad a causa de sus actuaciones como atleta. Unas horas después del anochecer llegó a Lagos, por carretera, acompañado de varios camiones de soldados, procedentes de los cuarteles de Abeokuta.

Pequeños destacamentos se desparramaron sobre todo Lagos, en busca de sus objetivos respectivos. Tres oficiales de alta graduación del Ejército, de origen norteño, el brigadier Maimalari, al mando de la Segunda Brigada, teniente coronel Pam, y el teniente coronel Largema, al mando del Cuarto Batallón, fueron muertos, los dos primeros en sus domicilios y el tercero en el «Hotel Ikoyi», donde se hospedaba. El mayor Ifeajuana, por su parte, fue tras los políticos. El Primer Ministro Balewa fue detenido en su casa y escondido en la parte posterior de un «Mercedes», en donde fue obligado a echarse al suelo, debidamente atado. El ministro de Finanzas, jefe Festus Okotie Eboh, originario del Medio Oeste, que se había hecho un nombre gracias a su venalidad y corrupción, notables aún en el ambiente político de Nigeria, recibió varios disparos en su domicilio y su cuerpo sin vida fue arrojado al portaequipajes del «Mercedes». Las tropas fueron asimismo tras el doctor Kingley Mbadiwe, el ministro de Comercio, quien escapó corriendo a través de los jardines y se escondió en el Palacio del Estado, vacío en aquellos momentos, y que era el hogar del presidente Azikiwe. Y, en aquel lugar, a los soldados no se les ocurrió buscarle.

La última víctima de aquella noche en Lagos fue otro ibo, mayor Arthur Unegbu. Estaba al frente del depósito de armas de los Cuarteles de Ikeja y fue muerto por negarse a entregar las llaves de la armería a los disidentes.

En Ibadán, capital del Oeste, el inevitable blanco de las iras era el odiado Akintola. Los soldados que rodearon su casa fueron recibidos con una ráfaga de rifles automáticos. El Premier tenía al alcance de la mano su arsenal privado. Tras un fuerte asedio a la casa, en el curso del cual perecieron tres soldados, Akintola fue hallado y sacado al exterior gravemente herido. Luego acabaron con él. En otro lugar de Ibadán, su diputado, primer jefe, fue detenido. Mientras los soldados lo sacaban a rastras, el hombre gritaba: «Sabía que el Ejército vendría, pero no por dónde».

Hasta el momento y a grandes rasgos, el golpe se había producido según estaba planeado. A primeras horas de haberse consolidado su posición, los oficiales insurgentes podrían haber dicho que controlaban las capitales del Norte y Oeste, y Lagos, capital federal. Benin City, la capital de la pequeña región del Medio Oeste, había quedado, al parecer, fuera de sus planes, y ello no sin razón, porque podían ocuparla después.

Incluso las versiones de testigos presenciales y participantes varían extraordinariamente entre sí, acerca de lo que realmente ocurrió, de lo que salió mal; tan sólo recogiendo las distintas impresiones es posible conseguir un relato coherente. El mayor Ifeajuana y sus conspiradores de Lagos se dirigieron, al parecer, a Abeokuta, en el «Mercedes», arrojando por el camino los cuerpos de Balewa y Okotie-Eboh. Es muy probable que Balewa recibiera uno o varios disparos, pero un testigo presencial asegura que falleció de un ataque cardíaco. Los cuerpos fueron hallados una semana más tarde en la carretera de Abeokuta.

Ifeajuana y su colaborador en Lagos, mayor David Okafor, comandante de la Guardia Federal, cometió, al parecer, el error capital de no dejar a nadie de relieve en la capital federal, al abandonarla. Ésta parece ser la causa principal de que fallara la conspiración, juntamente con la rápida actuación del comandante militar, general de división Ironsi.

El resultado fue que cuando el grupo Ibadán llegó a Lagos, poco después del amanecer, portadores del cadáver de Akintola y el moribundo Fani-Kayode en la parte trasera del coche, el mando de la ciudad había cambiado de manos. El grupo Ibadán fue detenido por soldados leales a Ironsi y Fani-Kayode, liberado.

Entretanto, Ifeajuana y Okafor comprendieron que no había ningún oficial disponible para tomar el mando de Enugu, capital del Este y de la última de las cuatro ciudades que constituían el objetivo de su control. Entonces se pusieron en camino en el «Mercedes», seguido de un «Volkswagen» con algunos soldados para recorrer los 400 y pico de kilómetros de campo a través, hasta Enugu.

Uno de los puntales de sustentación de la teoría según la cual el 15 de enero fue un asunto puramente ibo, cuya finalidad consistía en llevar al poder el dominio ibo de Nigeria, ha sido siempre el que no se hubiera producido levantamiento alguno en Enugu. La evidencia no sustenta dicha teoría. Tropas del Primer Batallón, de guarnición en Enugu, se dirigieron hacia la residencia del Premier, donde se instalaron en forma abiertamente hostil a las dos de la mañana, rodeándola, pero sin dar ningún paso más adelante, pues aguardaban órdenes antes de atacar la casa y sus ocupantes. El oficial al mando, teniente coronel Adekunle Fajuyi, un yoruba, se hallaba ausente, participando de una carrera; el segundo en el mando, mayor David Ejoor, procedente del Medio Oeste, se encontraba en Lagos. Las tropas, no predominantemente ibos, tal como se ha sugerido, sino principalmente hombres de infantería de la Región Norte, se mantenían agazapados alrededor de la casa mientras amanecía, aguardando instrucciones. Mientras tanto, Ifeajuana y Okafor cruzaban el país a gran velocidad para dar esas órdenes.

No hubo nadie que trabajara con más ahínco por hacer fracasar el golpe que el general de división Ironsi, comandante del Ejército. Era un ibo, de Umuahia, y se había incorporado al Ejército como soldado, ascendiendo rigurosamente en el escalafón del mando. Era un hombre extraordinariamente corpulento, un profesional extraordinario que conocía su deber y no permitía que se produjeran irregularidades.

Pero, al parecer, también él debía morir aquella noche. A primeras horas había acudido a una fiesta ofrecida por el brigadier Maimalari y luego a otra, que se celebró a bordo del buque correo Aureol, anclado en los muelles de Lagos. Al regresar a su casa, pasada la medianoche, sonaba el teléfono. Era el coronel Pam, para advertirle que se estaba incubando algo. Unos minutos más tarde, Pam había muerto. Ironsi depositó el auricular cuando su chófer, un joven soldado hausa, acudía corriendo a decirle que había tropas por las calles. Ironsi se movió con rapidez.

Se introdujo apresuradamente en su coche y ordenó al conductor que le llevara directamente a los cuarteles de Ikeja, los mayores de la zona y alojamiento del Cuartel General. Un destacamento de Policía de carretera de Ifeajuana le dio el alto, mientras le apuntaban con sus armas. Ironsi salió del coche y en pie, frente a ellos, gritó: «¡APARTAOS DE MI CAMINO!». Los hombres se apartaron.

En Ikeja se dirigió al acuartelamiento del sargento mayor y alertó a la guarnición. Desde Ikeja, canalizó un verdadero torrente de órdenes durante toda la mañana. Tropas leales a él y al Gobierno se hicieron cargo de la situación. El mayor Ejoor se presentó al amanecer para recibir, entre otras, la orden de dirigirse lo más rápidamente posible a Enugu, para tomar el mando. Ejoor eligió el cercano aeropuerto de Ikeja, donde se subió a un aparato ligero con destino al aeropuerto de Enugu. De este modo se adelantó a la marcha del «Mercedes» de Ifeajuana, que circulaba por la carretera, a sus pies.

Ejoor, al llegar el primero a Enugu, se puso al frente de la guarnición y congregó las tropas alrededor del hogar del doctor Okpara. A las diez de la mañana, las mismas tropas montaban guardia de honor, mientras un temeroso Premier despedía, en el aeropuerto, al Presidente de Chipre, Makarios, el cual había dado por finalizada su visita a Nigeria, en Enugu. Más tarde, al doctor Okpara se le permitió abandonar la ciudad para trasladarse a su ciudad natal de Umuahia.

En el Medio Oeste, tropas disidentes se instalaron ante el palacio presidencial a las diez de la mañana, pero se retiraron del lugar al recibir órdenes expresas en este sentido del general Ironsi, a las dos de la tarde. El golpe había fracasado. Ifeajuana y Okador llegaron a Enugu para encontrarse a Ejoor pertrechado. Se ocultaron en casa de un farmacéutico local, en donde fue hallado y detenido Okafor. Ifeajuana escapó en avión a Ghana para regresar y reunirse con los otros conspiradores en prisión.

No se trató de una insurrección sin derramamiento de sangre. Los Premiers del Norte, del Oeste y de la Federación habían muerto, al igual que un ministro federal. Entre los oficiales del Ejército de mayor graduación, murieron dos pertenecientes a la Región Oeste, tres del Norte y dos del Este. Otro mayor ibo fue muerto por error, a manos de las fuerzas leales, por creerlo equivocadamente implicado con los conspiradores. Aparte los citados, perecieron unos cuantos ciudadanos civiles, entre los que se encontraba la mujer de uno de los oficiales y algunos muchachos adscritos al servicio de la casa de Sir Ahmadu Bello, juntamente con una docena de soldados. Nzeogwu sostuvo más tarde la teoría de que no hubiera debido haber muerte alguna, pero que algunos de sus colegas se excedieron en su entusiasmo.

En Lagos, el general Ironsi había tomado el mando del Ejército y había restablecido el orden, pero no fue eso lo que le llevaría al poder más adelante. Fue la reacción de la población, tanto o más que nada, lo que demostró a todo el mundo que el reinado de los políticos había llegado a su fin. Esta reacción pública, que a veces se olvida hoy en día, encierra la clave de la idea de que el golpe de enero fue un asunto de facción.

En Kaduna, un tropel de hausas enardecidos saquearon el palacio del autócrata muerto. Un sonriente mayor Hassan Usman Katsina, hijo del fulani emir de Katsina, tomó asiento junto a Nzeogwu, en la conferencia de Prensa, momentos antes de la cual este último había nombrado a Hassan gobernador militar del Norte. Alhaji Ali Akilu, jefe supremo del Servicio Civil del Norte, ofreció su apoyo a Nzeogwu, pero la estrella del mayor ibo declinaba.

En Lagos y en el resto del Sur, Ironsi mantenía fuertemente las riendas y no quiso hacer trato alguno con los conspiradores, pero tuvo el buen sentido de comprender que si bien lo que los conspiradores habían llevado a cabo estaba en contra de su propia formación e inclinaciones, habían practicado un señalado servicio al pueblo y que contaban con el apoyo de un importante sector de la población. El 15 de enero, que era sábado, por la tarde, solicitó del Presidente en funciones la designación de un diputado Premier, de quien, y según lo ordenado en la Constitución, Ironsi podría recibir órdenes válidas. Pero los políticos demoraron su actuación hasta el domingo por la mañana y cuando el Gabinete se reunió, él tuvo que decirles que ya no podía garantizar la lealtad de sus oficiales y prevenir la guerra civil, a menos que fuera él mismo quien tomara el mando. En esto se hallaba en lo cierto, tal como numerosos oficiales lo han atestiguado desde entonces, porque incluso aquellos que no habían participado en la conspiración no habrían aceptado de nuevo el régimen impuesto por los políticos, completamente desacreditados.

Asimismo, la situación se había deteriorado. Nzeogwu, al comprender que sus colegas del Sur habían camuflado el resultado de su actuación, tomó una columna de tropas motorizadas y se dirigió por carretera hacia el Sur, llegando hasta Jebba, junto al río Níger. Si las guarniciones del Sur se habían fraccionado en bandos rivales, unos a favor y otros en contra de Nzeogwu, la guerra civil sería el único camino viable. Quince minutos antes de la medianoche, Ironsi se dirigió por la Radio a la nación para declarar que, puesto que el Gobierno había dejado de funcionar, las Fuerzas Armadas le habían pedido que formara un gobierno militar y que él, general Ironsi, había sido investido de la autoridad de Jefe Supremo del Gobierno Federal Militar.

La crisis se resolvió a favor suyo. El Ejército obedeció sus órdenes. Nzeogwu se retiró a los cuarteles de Kaduna, de donde saldría más tarde para quedar bajo custodia.

Es posible que el Gobierno nigeriano, reunido bajo la presidencia de Alhaji Dipcharima, ministro de Transportes, un hausa y el ministro del NPC, el más antiguo después de Balewa, no tuvieron opción y se viera obligado a aceptar la solicitud del general Ironsi para hacerse con el poder. Pero es igualmente cierto que Ironsi no tenía otra alternativa más que hacer dicha demanda, si es que deseaba evitar la guerra civil entre unidades rivales del Ejército.

Aquello era importante por tres razones: explica por qué la acusación de que todo el asunto, en su totalidad, era una conspiración ibo para derrocar el mando constitucional e instalar la dominación ibo en Nigeria, fue una invención nacida después del complot y se hallaba en franca discrepancia con los hechos. Se ha dicho que las posteriores matanzas de habituales del Este que vivían en el Norte eran forzosamente excusables y, en cualquier caso, al menos justificables, basándose en que «ellos lo empezaron todo» y arroja una luz sobre la convicción que perdura hasta hoy en día, del teniente coronel Ojukwu, en el sentido de que la ascensión al poder de Ironsi fue constitucional y legal, mientras que la del teniente coronel Gowon, que aconteció seis meses después, tras el asesinato de Ironsi, fue ilegal y, por tanto, no válida.