1. EL PASADO

Uno de los principales argumentos contra la política de los biafreños, y en defensa de la política de aplastamiento por parte de Nigeria, señala que la separación de Biafra quiebra la unidad de un Estado armonioso y feliz, el cual trata ahora de recomponer el general Gowon de Nigeria. Lo cierto es que, durante todos aquellos años del período precolonialista, Nigeria no estuvo unida nunca y durante los sesenta años de colonialismo y los sesenta y tres meses de la Primera República, tan sólo un débil vínculo ocultaba la desunión básica.

Al llegar al 30 de mayo de 1967, cuando aconteció la secesión de Biafra, no sólo no era Nigeria un Estado feliz y armonioso, sino que había padecido, durante los cinco años inmediatamente anteriores, una serie de crisis y había estado en tres ocasiones al borde de la desintegración. En todos los casos, si bien la chispa que hizo saltar la mecha fue de origen político, la causa profunda y fundamental residía en la hostilidad tribal subyacente en el seno de la enorme y artificial nación. Porque Nigeria no había dejado nunca de ser otra cosa más que una amalgama de pueblos que únicamente los intereses europeos y el beneficio europeo mantenían unida.

Los primeros europeos que hicieron su aparición en la Nigeria de hoy, eran viajeros y exploradores, cuyos relatos despertaron las ansias de los traficantes de esclavos. Los primeros en llegar fueron los portugueses, en 1450, quienes inmediatamente compraron gran cantidad de jóvenes y saludables esclavos a los reyes de la costa, para su posterior reventa. Al principio eran cambiados por oro de la Costa de Oro, siendo después embarcados rumbo al nuevo mundo, produciendo grandes beneficios. Después de los portugueses, llegaron los franceses, los holandeses, daneses, suecos, alemanes, españoles y británicos.

Mientras los traficantes de esclavos europeos amasaban fortunas particulares, se fundaron varias dinastías africanas y florecieron gracias a los beneficios de su papel de intermediarios, concretamente en la isla de Lagos y en la de Bonny. La penetración de los europeos hacia el interior no era fomentada por los reyes de la costa. Poco a poco, al comercio de esclavos se unió el de ciertos productos de consumo, principalmente aceite de palma, madera y marfil. En el año 1807, las leyes británicas prohibieron la trata de hombres y, durante el resto de la primera mitad del siglo, los capitanes de la Marina británica supervisaban el comercio marítimo para garantizar la efectividad de su cumplimiento.

Enfrentados con la obligación, planteada por Hobson, de concentrarse en la comercialización de tales productos, los traficantes dejaron de considerar necesario continuar pagando fuertes sumas de dinero a los potentados nativos y presionaron a fin de obtener permiso para adentrarse en el interior de las regiones y poder negociar directamente con los productores. Tal reacción fue la causa y el origen de una gran fricción con los reyes de la zona costera. En 1850, una serie de cónsules se habían establecido a lo largo de la costa y la penetración se había iniciado ya al norte de Lagos, en lo que es hoy Nigeria Occidental.

El más notable de dichos traficantes fue Sir George Goldie. Este pintoresco pionero logró, en 1879, agrupar a todos los comerciantes británicos establecidos a lo largo de la costa, para formar un frente unido, pero no contra los africanos, sino contra los franceses, que constituían sus rivales naturales.

Él y el cónsul local, Hewett, deseaban que el Gobierno británico tomara cartas en el asunto y declararan el área de Oil Rivers y del bajo Níger una colonia británica. Sin embargo, el Gobierno liberal británico no se mostraba dispuesto a ello, considerando que unas eventuales colonias en tales emplazamientos resultarían una pérdida de tiempo. A pesar de que este mismo gobierno había rechazado la recomendación de la Royal Commission, sobre África Occidental, formulada en 1875 para el abandono de las colonias ya establecidas, no parecía dispuesto a nuevos establecimientos. Por tanto, durante cinco años, Goldie sostuvo un debate en ambos frentes, por una parte contra los mercaderes franceses, a los cuales sometió finalmente en 1884, y por otra ante la apatía de Whitehall.

Pero el talante europeo cambió en 1884. El canciller de Alemania, Bismarck, si bien inicialmente se había mostrado tan poco entusiasta como Gladstone ante la idea de unas eventuales colonias en África Occidental, convocó la Conferencia de Berlín. Aquel mismo año, Alemania se anexionó el Camerún, situado al este de la actual Biafra. El punto básico de la reunión estribaba en el deseado respaldo de Bismarck a las peticiones de franceses y belgas para que los británicos cesaran en sus actividades en el Congo, actividades éstas, llevadas a cabo por los misioneros baptistas y comerciantes de Manchester y Liverpool. En cuanto a esto, logró su propósito: la Conferencia declaró que los belgas deberían hacerse cargo de la administración del Estado Libre del Congo. En su deseo de no impulsar la colaboración franco-germana, la Conferencia no dudó en permitir a los británicos hacerse cargo de la zona del río Níger. Goldie asistió a la Conferencia como observador.

El resultado de todas estas actividades fue el llamado Acuerdo de Berlín, según el cual, cualquier país europeo que mostrara interés predominante en determinada región de África, podría ser aceptado como potencia administradora de dicha región, siempre que se demostrara que dicha administración era real.

Y, sin embargo, los británicos no se mostraban inclinados a hacerse cargo de ninguna otra colonia. Según esto, la Compañía de Goldie recibió en 1886 la «concesión de la administración». Durante los siguientes diez años, Goldie fue ascendiendo hacia el Norte, estableciendo un monopolio de comercio, flanqueado por los alemanes en el Camerún y los franceses en Dahomey. De éstos, a quienes más temía Goldie eran los franceses, ya que suponía que los galos, conducidos por el enérgico Faidherbe, deseaban cruzar desde Dahomey hasta el lago Chad, para unirse con otros intereses franceses que se movían hacia el Norte desde Gabón. En 1893 y gracias, principalmente, a sus propios esfuerzos, Goldie consiguió persuadir a los alemanes del Camerún para que se extendieran hacia el Norte del lago Chad, dando al traste con la pretendida unión de los franceses y debilitando su flanco este. Pero, para entonces, los franceses, conducidos por Faidherbe, habían conquistado todo el Dahomey y presionaban ahora hacia el Este, hacia la Nigeria actual.

Goldie carecía de los hombres y de los recursos necesarios para mantener su posición y, en consecuencia, despachó a Londres sentidas y repetidas peticiones de ayuda. En 1897, el Gobierno británico envió a Sir Frederick Lugard, soldado y administrador, que había prestado sus servicios en Uganda y Nyasaland. En el término de un año, Lugard había expulsado a los franceses de Nigeria, si bien surgió la amenaza de una guerra contra Francia. La crisis del Níger se resolvió mediante el acuerdo anglo-francés de junio de 1898, el cual establecía las bases de los límites del nuevo país.

Gran Bretaña contaba con una nueva colonia, la cual no había sido conquistada, ni tampoco explorada. Tampoco tenía nombre y, más adelante, Lady Lugard le dio uno: Nigeria.

Era un país con una tremenda variedad climática, territorial y étnica. La franja costera, tenía una extensión de 640 km de enmarañada zona pantanosa y mangle, quedaba cercada por una faja selvática de lluvias intensas, la cual se adentraba hacia el interior algo así como 160 km o 240 km. Esta parte del país, que más tarde sería la Nigeria meridional, quedaba truncada en dos porciones, al Este y al Oeste, por el río Níger, que discurre hacia el Sur, desde su confluencia con el río Benue, en Lokoja. En la parte sudoccidental, el grupo predominante era el yoruba, pueblo con una larga historia de Reinos que alcanzaron un elevado desarrollo. A causa de la penetración británica a través de Lagos, la cultura occidental llegó primero a los yorubas y a las otras tribus del Oeste.

El sudeste del país estaba habitado por una gran variedad de pueblos, entre los que predominaban los ibos, que vivían en ambas orillas del Níger, pero principalmente al este del mismo. Irónicamente, en 1900 los ibos y los otros restantes pueblos étnicos de Nigeria, en términos de desarrollo al estilo europeo, aunque más tarde, y gracias a un avance más rápido, pudieron dominar a los otros grupos y ostentar la supremacía en el país.

Al norte de la línea que delimitaba la selva, había bosque, que se convertía en sabana y pradera y, finalmente, en región semidesértica llena de matojos. A lo largo de la franja sur de esta enorme área discurre el Middle Belt, habitado por numerosos pueblos no hausas, paganos en su mayoría y de religión animista, los cuales, sin embargo, eran vasallos del Imperio hausa-fulani. El Norte era la tierra de los hausa, los kanuri y los fulani. Los últimos habían llegado originariamente al Sur, procedentes del Sáhara, en plan de conquista, aportando la religión musulmana.

Lugard tardó tres años en someter el Norte, conquistando con su limitada fuerza un emirato después de otro. La oposición más fuerte la presentó el sultanato de Sokoto. A pesar de que los ejércitos fulani eran más numerosos, Lugard contaba con la ventaja de disponer de armas de fuego, según lo expresaba el cuplé de Belloc: «Suceda lo que suceda, nosotros tenemos armas “Maxim”, y ellos, no». Las armas de repetición de Lugard aniquilaron la caballería del Sultán, y se desmoronó el último bastión del Imperio fulani en el país de los hausas.

La acción de Lugard queda inscrita entre el azaroso intento para abrirse paso mercaderes y misioneros y el imperialismo bona fide. Sin embargo, no fue el suyo el primer imperio establecido en Nigeria del Norte. Entre 1804 y 1810, Usman Dan Fodio, un musulmán universitario, que era también reformador religioso, proclamó la jihad o guerra santa contra los Reinos hausa y los sometió a sus jefes fulani. Lo que se inició como una cruzada para la purificación de las prácticas religiosas del Islam, se convirtió en un movimiento encaminado a la adquisición de poder y tierras. El Imperio fulani se desplazó hacia el Sur, por el interior de la tierra de los yorubas. El movimiento de la jihad fue detenido entre 1837 y 1840, a causa de la marcha hacia el Norte de los británicos procedentes de Lagos y alcanzó Ilorin, en donde descansó, a lo largo de la línea Kabba. Todo lo que quedaba tras esta línea, se denominó Nigeria del Norte y ocupaba tres quintos de toda la tierra de Nigeria, con más del cincuenta por ciento de la población total. La enorme preponderancia del Norte se convirtió en uno de los factores que más tarde condenaron la viabilidad de una federación realmente equilibrada.

Durante la guerra de Lugard contra los emires, éstos recibieron muy poco apoyo de sus súbditos hausas, los cuales componían, al igual que hoy en día, la gran mayoría del pueblo del Norte. Sin embargo, después de ganar, Lugard optó por mantener a los emires en sus puestos de mando y gobernar a través suyo, en vez de eliminarlos y gobernar él directamente. Es posible que no tuviera alternativa, sus fuerzas eran escasas, la actitud de Londres indiferente, el área a gobernar vasta y es posible que requiriera la ayuda de cientos de administradores. En cambio los emires contaban con toda una estructura a nivel nacional, tanto administrativa como judicial y fiscal, perfectamente establecida. Lugard decidió que los emires continuaran gobernando como antes (salvo ciertas reformas) conservando para sí únicamente una remota posición jerárquica superior.

El mando indirecto tenía sus ventajas. Era barato en términos de inversión y desembolso británicos y, también, pacífico. Pero, asimismo, fosilizaba la estructura feudal, confirmaba la represión ejercida por los privilegiados emires y sus dignatarios, prolongaba la incapacidad del Norte para graduarse en el mundo moderno y anulaba esfuerzos futuros para introducir la democracia parlamentaria.

La idea de Lugard parece haber sido que el gobierno local debía empezar a nivel de consistorio municipal o de cada pueblo, para pasar al concejo tribal y de allí al regional, para formar, finalmente, un gobierno nacional representativo. Era toda una teoría y falló.

Para empezar, la principal preocupación de los emires y sus cortes respectivas consistía en permanecer en el poder con los menores cambios posibles, que es la aspiración de la mayoría de los potentados feudales. Para ello, se proponen establecerse de forma que resistan cualquier intento que atente a su conservadurismo, es decir, cambio y progreso. La forma obvia de conseguir ambos descansa en una educación de masas. No fue un hecho accidental el que, en el Año de la Independencia de 1960, el Norte, con más de la mitad de la población total de Nigeria, es decir, cincuenta millones de habitantes, contara con 41 escuelas secundarias, mientras el Sur tenía en funcionamiento 842, así como que el primer universitario del Norte que lograra graduarse, lo hiciera tan sólo nueve años antes de la independencia. La educación occidental resultaba peligrosa para los emires e hicieron cuanto pudieron para reprimirla, reservándola para sus hijos o los de la aristocracia.

Por contraste, el Sur, invadido por los misioneros, precursores de la educación de masas, mostraron muy pronto unas ansias ávidas de educación en todas sus formas. En 1967, cuando la región del Este se separó de Nigeria, contaba ella sola con mayor número de doctores, abogados e ingenieros que cualquier otro país del África negra. El trabajo de los misioneros en el Norte, que hubiera servido para acomodar la zona al siglo xx, fue detenido con gran efectividad por Lugard, a petición de los emires, que no alentaron el trabajo apostólico cristiano al norte de la línea Kabba.

Durante los sesenta años que median desde Lugard a la Independencia, las diferencias de valoración y actitudes sociales, históricas, morales y religiosas entre el Norte y el Sur, así como el bache educacional y tecnológico, no se mantienen con regularidad, sino que se ensanchan hasta que la viabilidad de constituir un país unido en el que dominara una u otra área se hizo absolutamente impracticable.

En 1914, Lord Lugard amalgamó el Norte y el Sur, en un acto de conveniencia administrativa, por lo menos, sobre el papel. «Para causar las menores perturbaciones administrativas posibles» (según sus propias palabras), mantuvo intacto el inmenso Norte y las dos administraciones, separadas. Además, impuso en el Sur la teoría del gobierno indirecto, que tan bien había funcionado en el Norte. Fracasó, sobre todo en la mitad este del Sur, el país de los ibos.

Los británicos estaban tan preocupados con la idea de los jefes regionales, que donde no los había, intentaron imponerlos. Los levantamientos de Aba, en 1929 (Aba es la capital de los ibos) fueron causados, en parte, por el resentimiento hacia los «jefes garantes», designados por los británicos, que el pueblo se negara a aceptar. No resultaba difícil imponer ciertas medidas en el Norte, acostumbrado a una obediencia implícita, pero no funcionó en el Este. Toda la estructura tradicional del Este, lo hace inmune a un mando dictatorial, que es una de las razones de la presente guerra. Los habitantes del Este insisten en ser consultados en todo cuanto les concierne. Esta realidad era difícil de aceptar por los administradores locales y constituye una de las razones por las que los habitantes del Este fueron calificados de «descarados», «altivos». Por contraste, los ingleses estaban encantados con el Norte; el clima es cálido y seco, opuesto al húmedo Sur, propenso a la malaria. La vida es suave y amable, para quien sea inglés o emir. Los campesinos son atractivos y pintorescos; el pueblo, obediente y nada exigente. Incapaces de poner en funcionamiento las fábricas y oficinas recientemente instaladas, los habitantes del Norte se contentaban con importar gran número de oficiales y técnicos ingleses, una de las razones por las cuales existe todavía hoy una vigorosa y vociferante camarilla pro Nigeria, compuesta de empleados civiles excoloniales, soldados y administradores, ahora en Londres y para quienes Nigeria es su amada Región Norte.

Pero las brechas causadas en la sociedad por la apatía de las gentes del Norte, frente a la modernización, no puede quedar satisfecha por los británicos, únicamente. Había puestos de escribientes y contables, jóvenes ejecutivos, telefonistas, ingenieros, conductores de tren, fontaneros, empleados de Banca, obreros para las fábricas y dependientes de comercio, que los habitantes del Norte no podían cubrir. Algunos, pero sólo algunos yorubas de la región occidental del Sur, marcharon al Norte para hacerse cargo de los nuevos empleos. La mayoría de ellos eran ocupados por los procedentes del Este, más emprendedores. En 1966 se estimaba su número en 1.300 000 habitantes del Este, principalmente ibos, establecidos en la Región Norte y unos 500 000 se afincaron en el Oeste. La diferencia en el grado de asimilación de cada grupo era enorme y ofrece una perspectiva de la «unidad» de Nigeria oculta cuidadosamente por el velo de las relaciones públicas.

En el Oeste, la asimilación de los procedentes del Este era total. Vivían en las mismas calles que los yorubas, se mezclaban con ellos en todas las actividades sociales y los niños frecuentaban las mismas escuelas. En el Norte, con la anuencia de los gobernantes locales, a los cuales los británicos no causaban la menor inconveniencia, todos aquellos que procedían del Sur eran confinados en los llamados Sabon Garis, o Barrios de Extranjeros, una especie de ghetto en las afueras de las ciudades, en la zona exterior de sus murallas. En el interior de las Sabon Garis la vida del ghetto era animada y llena de interés, pero los contactos con los compatriotas hausas se mantenían, por expreso deseo de estos últimos, al mínimo. Había segregación en las escuelas y coexistían dos sociedades radicalmente diferentes, sin ningún intento, por parte de los británicos, para estimular una integración gradual.

El período comprendido entre 1914 y 1944 puede examinarse muy aprisa, porque los intereses británicos en esos años no tienen nada que ver con Nigeria. En primer lugar sobrevino la Gran Guerra, a continuación diez años dedicados a la reconstrucción británica, luego el Declive. Nigeria consiguió aquel breve período de prosperidad al vender a buen precio sus materias primas en la carrera de armamento que precedió a la Segunda Guerra Mundial. Durante este período, la política colonial británica se mantuvo dentro de los límites tradicionales y ortodoxos, a saber: mantener la ley y el orden, estimular la producción de materias primas, crear demanda para las exportaciones británicas y aplicar impuestos para cubrir el gasto ocasionado por la administración colonial británica. Únicamente en el período comprendido entre los años 1945 a 1960, y concretamente en los últimos diez años de dicho período, se llevaron a la práctica tentativas serias para hallar una fórmula adecuada para una posterior independencia. Dicho intento tuvo un comienzo desastroso y no se han llegado a paliar jamás las consecuencias del mismo. Ese comienzo nefasto recibió el nombre de Richards Constitution.

En 1944-1945, el gobernador Sir Arthur Richards, más tarde Lord Milverton, un hombre que a pesar de su profundo amor hacia el Norte consiguió hacerse impopular, según descripciones contemporáneas, realizó un viaje por todo el país para pulsar la opinión local acerca de una reforma constitucional. El Norte dejó bien claro, y desde entonces ha mantenido dicha actitud, que no deseaba mezclarse o integrarse con el Sur. El Norte se mostraba conforme en seguir adelante las negociaciones sobre las bases siguientes: 1) mantener el principio de que debería contemplarse en la nueva constitución el desarrollo regional independiente y 2) que el Norte debería retener el cincuenta por ciento, por lo menos, de los escaños en la nueva legislatura (Norte, 9; Oeste, 6; Este, 5).

La oposición del Norte a la integración con el Sur, dio pie a la formulación de numerosas declaraciones de sus líderes, a partir de aquel momento y en 1947 (que fue el año de la inauguración de la Richards Constitution) uno de los miembros del Norte, Mallan Abubakar Tafawa Balewa, que más tarde se convertiría en el Primer Ministro de Nigeria, se expresó en los siguientes términos: «No deseamos, señor, que nuestros vecinos del Sur interfieran en nuestro desarrollo… Es mi deseo hacer patente a usted que en el caso de que los británicos abandonen Nigeria en estos momentos, el pueblo del Norte proseguiría su ininterrumpida marcha hacia el mar».

A partir de un estado unitario, gobernado por una autoridad legislativa central, en 1947 Nigeria se convirtió en un estado federal compuesto por tres regiones. Desde el momento en que estalló la guerra entre Nigeria y Biafra, Lord Milverton, en su actuación en la Cámara de los Lores, se instituyó en abogado de la unidad nigeriana, olvidando, al parecer, que fue su propia constitución la que abonó las semillas del regionalismo, que fue la enfermedad que mató a Nigeria. El Estado trirregional era el peor de los mundos imaginables, una vez verificada la actitud del Norte; fue, ciertamente, el intento de casar lo irreconciliable.

Fue el Norte el que, en cierto modo, se mostró el más realista. Los líderes norteños no ocultaban su deseo separatista. Tras Sir Richards, llegó Sir John MacPherson, quien introdujo una constitución virtualmente nueva. Pero el daño ya estaba hecho. El Norte había comprendido que podía conseguir lo que deseaba mediante amenazas de separarse de Nigeria (lo que provocaba escalofríos en Inglaterra) y la Constitución de MacPherson cedió paso a una nueva en 1954.

A lo largo de las distintas conferencias regionales convocadas por MacPherson en 1949, los delegados del Norte exigían una representación al cincuenta por ciento en el Gobierno Central, y en la Conferencia General de Ibadán, de enero de 1950, los emires de Zaria y Katsina anunciaron que «a menos que la Región Norte cuente con el cincuenta por ciento de los escaños en la Legislatura Central, solicitará la separación del resto de Nigeria en los acuerdos existentes antes de 1914». Consiguieron lo que deseaban y la dominación del Norte sobre el centro se convirtió en una característica interna de la política nigeriana.

Asimismo, el Norte solicitaba la forma de Federación más flexible que cupiera redactar, y no ocultaban su profunda convicción de que la integración del Norte con el Sur en 1914 había sido un error. La expresión de dicha convicción planea sobre todo el pensamiento político nigeriano a partir del final de la Segunda Guerra Mundial, hasta la Independencia. En marzo de 1953, el líder político del Norte, Sir Ahmadu Bello, declaró ante los componentes de la Cámara en Lagos: «El error de 1914 se ha hecho patente y no quisiera prolongarlo por más tiempo».

En su autobiografía titulada Mi vida, Bello cita la existencia de una fuerte agitación prosecesionista en el Norte, añadiendo que le parecía «muy tentadora». Admite haberse opuesto a ella basándose en dos premisas que nada tenían que ver con el ideal de la Unidad de Nigeria defendido por los británicos. Uno de los factores era la dificultad de cobrar aranceles aduaneros a todo lo largo de una línea fronteriza de tierra y el otro la imposibilidad del acceso al mar a través de un país vecino independiente.

En la época de las conferencias de 1953, que formaron la base de la cuarta constitución, el Norte había modificado sus puntos de vista separatistas, transformándolos en «una estructura capaz de otorgar a las regiones la mayor libertad de movimiento y acción; una estructura que redujera los poderes centrales al mínimo absoluto».

Comentando tales ideas, el Times de Londres decía, en su edición del 6 de agosto de 1953: «El Norte ha declarado que desea una simple agencia en el Centro y aparentemente piensa en una organización semejante a la East African High Commission, pero hay que tener en cuenta que incluso dicha High Commission se halla vinculada a la Central Assembly, en tanto que los nigerianos del Norte han declarado que no debe haber un cuerpo central legislativo».

Lo que los habitantes del Norte pedían, y aparentemente respaldados por el poderoso cuerpo de opinión de todo el Norte, era la Confederación de Estados Nigerianos. Eso es lo que el coronel Ojukwu, gobernador militar de la Región Este, solicitó en Aburi, Ghana, en enero de 1967, después de que 30 000 habitantes de la Región Este hubieran sido muertos y 1.800 000 más deportados hacia el Este como refugiados. Incluso entonces se limitó a solicitarlo como medida temporal, mientras se calmaran los ánimos. Si los habitantes del Norte lo hubieran conseguido en 1953 o los del Este en 1967, es posible que las tres regiones vivieran hoy en paz.

Nuevamente los británicos canalizaron las demandas de separatismo del Norte, pero no valoraron en toda su extensión el peligro implícito en la negativa del Norte a la integración. Por tal motivo prevaleció un compromiso británico. Eran los del Sur quienes deseaban un Estado compuesto por varias regiones capaces de proporcionar equilibrio político a la futura federación. El Gobierno británico pretendía la existencia de tres, Norte, Oeste y Este, que, aun siendo la más inestable de todas ellas, era el deseo del Norte. Los dos fenómenos presentes durante la última década de la preindependencia merecen ser analizados, en tanto ponen de relieve la negativa británica a tener en cuenta las advertencias acerca de la inestabilidad futura de Nigeria, y ello a pesar de que tales advertencias procedían de su propio cuerpo administrativo. A todo lo largo de la década, los del Norte, tanto en declaraciones habladas como escritas, daban muestra de un creciente desagrado por tener que convivir con habitantes procedentes del Este. En repetidas ocasiones, los portavoces de la Cámara del Norte dieron a conocer su profunda convicción de que «el Norte era para los del Norte» y de que los sureños debían irse a su casa. La mayoría de tales sureños procedían del Este. Actos de violencia esporádicos contra los habitantes del Este habían ocurrido en el pasado, concretamente durante los sangrientos disturbios de Jos en 1945.

En mayo de 1953, una delegación del Action Group, partido político dirigente yoruba, tenía que rendir visita a Kano, la mayor de las ciudades del Norte. Mallam Inua Wada, secretario de la Rama Kano del Congreso del Pueblo del Norte, llevó a cabo una intensa campaña en desprestigio de la citada visita. En un parlamento pronunciado dos días antes de su llegada, Wada declaró ante los reunidos, jefes de sección de la administración nativa que «después de haber abusado de nosotros en el Sur, estos mismos sureños se permiten llegarse hasta el Norte para proseguir en su intento… Por lo tanto, hemos organizado una fuerza armada de un millar de hombres en el interior de la ciudad, pues estamos dispuestos a hacer frente a la fuerza con la fuerza…». La visita del Action Group fue cancelada, pero el 16 de mayo dio comienzo una serie de matanzas. Incapaces de encontrar yorubas, los hausas castigaron a los habitantes procedentes del Este con lo que, según el informe oficial de un funcionario británico, calificó de «totalmente inesperado grado de violencia».

En su autobiografía, Sir Ahmadu señala que: «Aquí en Kano, las cosas sucedieron de tal modo que la lucha tuvo efecto entre hausas e… ibos. Cosa muy curiosa, los yorubas no hicieron acto de presencia».

El informe oficial constituyó un concienzudo esfuerzo. El informante condenaba la alocución de Wada, calificándola de «muy mal aconsejada y provocadora». Acerca de las cifras de 52 muertos y 245 heridos, consideradas conservadoras, comentaba que «es muy posible que haya habido más muertos de los señalados, ya que se han producido discrepancias entre las cifras dadas por los conductores de camiones y ambulancias, que transportaban indistintamente muertos y heridos». Acerca del aspecto general de la cuestión, observó que «no es posible admitir que ningún tipo de provocación, a corto o largo plazo, justifique en modo alguno la conducta de los hausas». Pero quizá, lo más notable del informe sea la conclusión, que dice: «La semilla de lo ocurrido en Kano, el 16 de mayo de 1953, sigue en la tierra. Puede suceder de nuevo, y tan sólo la percepción y aceptación de las causas subyacentes pueden apartar el peligro de una repetición». No se produjo esa percepción, ni se intentó.

En 1958, los británicos, mientras consideraban la cuestión de las tribus minoritarias, aquellas gentes que no pertenecen a los «Tres Grandes», los hausas, los ibos y los yorubas, solicitaron de Sir Henry Willinck que se llevara a efecto una inspección y aportaran sus recomendaciones. En la Región Este, ahora dividida en tres por la decisión unilateral de Lagos, en 1967, Sir Henry estudió la cuestión con el resultado de estimar que las diferencias entre los ibos y las minorías no ibos eran tan pequeñas que podían quedar absorbidas por el creciente nacionalismo. Casualmente, habían quedado, en efecto, muy reducidas, pero no a causa del nacionalismo nigeriano, sino a manos de los nigerianos y por el nacionalismo biafreño.

Otra de las observaciones de Sir Henry concernía a Port Harcourt, la ciudad más importante de la región, y que era una ciudad ibo. En el período precolonial había sido una pequeña población habitada por los pueblos de la ribera, pero en aquellos años se había convertido en una floreciente ciudad y puerto, principalmente gracias a la fuerza de la capacidad comercial de los ibos, así como a su iniciativa. En el interior de la ciudad, ibos y no ibos convivían pacíficamente. En mayo de 1967, cuando el gobierno del general Gowon, en Lagos, decidió unilateralmente dividir Nigeria en doce nuevos Estados, tres de ellos se constituyeron a partir del Este, y Port Harcourt fue designada capital del Rivers State, lo que causó una sensación de ultraje todavía mayor al este del Níger.

Después de la constitución de 1954, siguieron cinco años más de negociaciones acerca de la futura forma de Nigeria y una quinta constitución. El 1° de octubre de 1960, Nigeria accedió a la independencia, y mientras se presentaba como un modelo para toda África, era en realidad tan poco estable como un castillo de naipes.

No se había eliminado ninguna de las diferencias básicas entre el Norte y el Sur, así como tampoco las dudas o los temores, ni se habían dominado las tendencias centrífugas. Las esperanzas, aspiraciones y ambiciones de las tres regiones eran ampliamente divergentes y la estructura que había sido planeada para estimular un sentido de unidad trasnochado era incapaz de soportar las tensiones que más tarde se abatieron sobre ella.

Walter Schwarz, en su libro Nigeria comentaba: «El producto que brotó de una década de negociaciones entre el Gobierno y los gobernados distaba mucho de ser satisfactorio. Nigeria se independizó con una estructura federal que, al cabo de dos años, recibió la sacudida de una emergencia y al cabo de cinco se había roto, en medio del desorden, para ser finalmente abolida mediante dos levantamientos militares y una guerra civil[1]».

La nueva constitución era un conjunto muy intrincado de comprobaciones y equilibrios, derechos y garantías, demasiado utópicos para soportar la durísima pugna por el poder que se inició en Nigeria en cuanto se estableció la independencia.

En África, como en cualquier otro sitio, el poder político lleva aparejado el éxito y la prosperidad, no sólo para el hombre que lo detenta, sino también para su familia, su lugar de nacimiento e incluso la región de la que procede. Como consecuencia, había muchos hombres dispuestos a conseguirlo como fuese y, habiéndolo logrado, se excederían todavía más para conservarlo. La elección de preindependencia de 1959, apuntó lo que se avecinaba, al verse intimidados los candidatos sureños en el Norte, al intentar promover sus campañas electorales. Esta elección fue la última en la cual las autoridades electorales eran británicas en su mayoría, las cuales hicieron lo que pudieron para garantizarla. En las subsiguientes elecciones se produjeron todo tipo de irregularidades electorales que estuvieron más o menos al orden del día. A pesar de ello, la elección de 1959 proporcionó un gobierno a Nigeria. El patrón de lucha por el poder que se iba a mantener, quedaba ya establecido y seguiría muy de cerca las líneas del regionalismo, señaladas por la desgraciada Richards Constitution, de doce años antes. El Este estaba dominado por el Consejo de Ciudadanos de Nigeria, constituidos en partido (el NCNC), a cuyo frente se hallaba el doctor Nnamdi Azikiwe, pionero del nacionalismo de África Occidental y un luchador desde mucho tiempo atrás, si bien hay que admitir que se trataba de un luchador pacifista, proindependencia de Nigeria. En sus principios, el NCNC había poseído las marcas de un verdadero partido nacional, pero la aparición de otros partidos con una imagen totalmente regional, más que política, tras la promulgación de la Richards Constitution, lo había empujado cada vez más hacia el Este. A pesar de todo, el mismo Azikiwe seguía prefiriendo la atmósfera de Lagos, más pannigeriana, si bien, a causa de la independencia, llevaba cinco años de Primer Ministro del Este.

El Oeste se hallaba dominado por el Action Group del jefe Awolowo, partido éste cuya imagen era fuerte y casi exclusivamente yoruba. Llevaba cinco años como Premier del Oeste.

El Norte era el territorio del Northern People’s Congress (NPC), cuyo líder era el sardauna de Sokoto, Sir Ahmadu Bello. Este equilibrio triangular del poder, ya existía desde hacía cinco años, a partir de las elecciones de 1954, en las cuales, el NPC y el NCNC, en una coalición, habían conseguido 140 de los 184 escaños, colocando a la Awolowo’s Action Group en la oposición.

Las elecciones de 1959 repitieron el proceso: en una cámara más numerosa, el NPC representaba al Norte con 148 escaños, el NCNC salió por el Este y una porción del Oeste (principalmente aquellas secciones yorubas que ahora se denominan el Medio Oeste) consiguieron 89 escaños, en tanto que el Action Group consiguió la mayoría de los pertenecientes al grupo yoruba-parlante, aunque sólo 75 escaños. A pesar de que ninguno de los partidos poseía una clara mayoría, cualquier eventual coalición de dos de ellos, colocaba al tercero en la oposición. Tras algunas maniobras y manejos tras bastidores, el NPC cerró el trato con el NCNC y prosiguió como antes, debiendo enfrentarse Awolowo a otros cinco años de oposición sin esperanza.

Alrededor de 1957, tras las últimas conferencias constitucionales, se designó un Primer Ministro Federal. El mismo fue Alhaji Sir Abubakar Tafawa Balewa, un hausa, diputado líder del NPC y hasta el momento Ministro de Transportes. No sorprendió a nadie que Sir Ahmadu, líder de la mayoría NPC, que hubiera podido quedarse en el puesto, se negara a desplazarse al Sur y cabeza del país. Como él mismo dijo, se sentía satisfecho de enviar a su «lugarteniente» para que hiciera el trabajo. La fraseología señala la futura relación entre el Primer Ministro Federal y el Premier del Norte, y asimismo cuál era, en verdad, la sede del poder.

De esta forma Nigeria entró en una temblorosa independencia. Muy pronto el doctor Azikiwe fue designado Primer Gobernador General nigeriano, y el número dos, doctor Michael Okpara, pasó a ocupar el cargo vacante de Primer Ministro. En el Oeste, el jefe Akintola ya había vencido a Awolowo como Premier, en tanto que el último encabezaba la oposición en la Cámara Federal. El sardauna mantenía su posición de señor del Norte.

La breve historia de Nigeria bajo mandato parlamentario, cuenta ya con suficiente documentación. Lo que parece deducirse de todo ello, y a pesar de que se expresa así en muy raras ocasiones, es que la forma tradicional de democracia parlamentaria válida en Whitehall, se demuestra inadecuada para la estructura del grupo étnico existente, incomprensible incluso para sus practicantes locales, opuesta a la civilización africana e impracticable en una nación creada artificialmente, en la que las rivalidades de grupo, lejos de haber quedado extinguidas por el poder colonial, habían sido exacerbadas como consecuencia del gobierno indirecto, que constituyó un sistema muy efectivo.

Al cabo de doce meses de independencia, se abrió una brecha en el Action Group, tal como puede únicamente esperarse de un partido que ya llevaba seis años en la oposición y debía seguir en la misma otros cuatro años más. Parte del grupo apoyaba a Awolowo y los otros a Akintola. En febrero de 1962, la convención del partido apoyó a Awolowo y el partido parlamentario declaró a Akintola culpable de mala administración, solicitando que fuera apartado del cargo de Primer Ministro.

En respuesta a esta solicitud, el gobernador del Oeste cesó a Akintola y designó a un seguidor de Awolowo, llamado Adegbenro, para formar un nuevo gobierno para la Región Oeste. Akintola replicó recurriendo al Premier Federal, aunque no en forma directa, sino dando un rodeo. En la Western House of Assembly, él y sus seguidores iniciaron un motín que la Policía tuvo que disolver con gases lacrimógenos. El Premier Balewa, de Lagos, sustentado por su mayoría, presentó una moción declarando el estado de excepción en el Oeste, a pesar de las protestas de Awolowo. Balewa, entonces, nombró un administrador para el Oeste, con poderes para detener personas y suspender al gobernador. Concurría la afortunada circunstancia de que el administrador era amigo de Balewa. Se promulgaron órdenes restrictivas sobre Awolowo, Adegbenro y Akintola, quien prontamente formó un nuevo partido, el United People's Party (UPP).

El siguiente paso de los oponentes de Awolowo consistió en abrir una investigación sobre la corrupción en el Oeste. Constituía un arma eficaz, y nada difícil de sustentar, ni en el Oeste ni en parte alguna.

La corrupción en la vida pública no es cosa nueva; estuvo presente durante la dominación británica y floreció en forma alarmante después de la independencia. El «diez por ciento» que los ministros requerían habitualmente de las firmas extranjeras para la obtención por parte de éstas de lucrativos contratos, la acumulación de stocks en negocios que subsecuentemente se veían beneficiados de un trato fiscal preferencial, hasta el soborno descarado de las autoridades judiciales nativas y los policías, era cosa corriente. Pocos ministros dejaban de amasar considerables fortunas, parcialmente por simple codicia y parcialmente, también, por la necesidad experimentada por cualquier hombre en el poder de mantener perpetuamente un séquito impresionante, prever los gastos de futuras reelecciones y derramar beneficios sobre su ciudad natal. Junto con la pura corrupción financiera, aparecieron el nepotismo, el fraude electoral y las demás formas de descomposición.

No le resultó difícil a la Coker Commission demostrar la malversación de caudales públicos en gran escala, canalizada principalmente a través del Marketing Board, controlado por el Gobierno, así como la «National Investment and Properties Company» con destino a los partidos políticos y de ahí a los bolsillos particulares. El jefe Awolowo y uno de sus lugartenientes, el jefe Anthony Enahoro adquirieron notoriedad durante la investigación, la cual proporcionó una indicación de su actitud hacia las responsabilidades de la vida pública. Los dos ocupan altos cargos en el actual Gobierno nigeriano.

En el período comprendido entre la fecha del autogobierno regional de 1956 y la investigación de 1962, la Coker Commission descubrió que diez millones de libras habían ido a parar a los cofres del Action Group, montante que equivalía al 30% de la renta sobre dicho período. Curiosamente, el jefe Akintola, que había sido Primer Ministro desde 1959, cuando Awolowo pasó a ocupar su puesto en la Cámara Federal de Lagos, no tuvo parte en tales desfalcos.

Se especula hoy con la posibilidad de que en los inicios de la actuación de la facción Awolowo se hubiera podido incoar procedimiento alguno en contra suya, pero lo cierto es que el asunto quedó ahogado por los propios acontecimientos al ser acusados, entre otros, Awolowo y Enahoro de delitos de traición.

El juicio resultó tortuoso y prolongado, alargándose por espacio de ocho meses. Según la acusación, Awolowo y Enahoro importaron armas y adiestraron voluntarios para un golpe que tendría efecto el 23 de setiembre de 1962, cuando el gobernador general, el Primer Ministro y otras relevantes figuras sufrieran arresto, mientras Awolowo se hacía cargo del poder y se proclamaba a sí mismo Primer Ministro de Nigeria. La defensa puso de relieve que la atmósfera de violencia y miedo que prevalecía en el Oeste desde la independencia hacía que tales precauciones resultaran aconsejables. Awolowo fue sentenciado a diez años de prisión, reducidos, tras la correspondiente apelación, a siete, y Enahoro, tras ser repatriado desde Gran Bretaña y someterse a juicio individual, a quince años, reducidos en la apelación a diez. El Juez de Apelación que redujo la sentencia de Enahoro fue Sir Louis Mbanefo, más tarde Juez Supremo de Biafra. Juzgador y juzgado se encontraron de nuevo al enfrentarse en las conversaciones de paz en Kampala, de mayo de 1968, cuando cada uno de ellos encabezaba la delegación de su país.

El asunto permitió a Akintola consolidar su dominio del Oeste a pesar de que el Privy Council decretó desde Londres, en mayo de 1963, que su separación del cargo de Primer Ministro ordenada por el gobernador, había sido válida. El protector de Akintola, el Premier federal Balewa, calificó todo cuanto el comité sindical del Privy Council había descubierto, como «insano y alejado de la realidad». Ese mismo año, las apelaciones al Privy Council quedaron abolidas y otra salvaguarda pasó a la Historia.

El juicio Awolowo, en sus últimos tiempos, tuvo que celebrarse en un clima de escándalo, con el consenso nacional. El censo previo, de 1953/54 había sido en cierto modo estigmatizado por la presunción de hallarse relacionado con la política de impuestos y, por tal motivo, muchas personas evitaron ser censadas, especialmente en el Este, en donde la cifra global dada entonces, de 30,4 millones para la Federación, debía considerarse del orden de un diez por ciento inferior. El censo de 1962 se estimaba como relacionado con la representación a nivel político y las cifras, en consecuencia, quedaron aumentadas en todas las regiones, concretamente en el Este. El censo de 1962 costó un millón y medio de libras y los datos obtenidos no se publicaron nunca. En realidad, demostraron que la población del Norte había aumentado el treinta y tres por ciento en ocho años, llegando a alcanzar los 22,5 millones, en tanto que el Sur se había incrementado en un setenta por ciento, llegando a los 23 millones. De ello resultaba que Nigeria poseía una población de 45,5 millones de habitantes. J.J. Warren, el líder británico de los 45 000 contadores que llevaron a cabo el recuento principal, rechazó las cifras del Sur, calficándolas de «falsas e infladas». Tal decisión no disgustó al sardauna de Sokoto, a quien divirtió el descubrimiento de que la población del Sur dominaba, al parecer por un cincuenta por ciento, a la del Norte. Se asegura que rompió los papeles en los que constaban las cifras cuando le fueron mostrados y que ordenó a Balewa que repitiera el proceso. En 1963 se practicó un nuevo censo, aquella vez sin la colaboración del escéptico Warren.

Quizá su ausencia fue una circunstancia feliz, pues hubiera podido causarle un ataque cardíaco el presenciar la preparación del siguiente juego de cifras, bajo la supervisión de Balewa. Cierta mañana de febrero de 1964, los nigerianos comprobaron, al despertar, que eran 55,6 millones, de los cuales una fracción, por debajo de los 30 millones, pertenecía a la región del Norte.

Warren se había negado a aceptar las cifras aplicadas al Sur, el año anterior, por distintas razones, y entre ellas porque señalaban, en aquel momento, entre tres y cuatro veces más varones adultos de los que figuraban en el registro de los impuestos, y mayor número de niños de menos de cinco años del que todas las mujeres en edad de concebir hubieran podido tener, aun hallándose permanentemente embarazadas por espacio de cinco años. En cambio, había aceptado las cifras dadas para el Norte porque parecían razonables y mostraban un crecimiento anual del dos por ciento sobre el censo anterior.

Si el Norte se hallaba adormilado en 1962, en 1963 estaba completamente despierto. El Sur, cuyas cifras le habían parecido a Warren increíbles en 1962, había crecido de nuevo en forma insospechada, pasando de los 23 millones a los 25,8 millones. Los expatriados se preguntaron entonces si dichas cifras incluían los corderos y las cabras, en tanto que los políticos nigerianos se acusaban mutuamente con gran acritud, negándose a aceptar cada mitad del país, las cifras de la otra mitad. La población llegó a la conclusión de que se trataba de un nuevo fraude, y probablemente se hallaba en lo cierto. Unos cálculos más sobrios y realistas calcularon la población total de Nigeria, a finales de mayo de 1967, en 47 millones, de los cuales Biafra (incluyendo el importante flujo de refugiados) separó 13,5 millones al concluir el mes, al proclamar la propia independencia.

El escándalo del censo condujo gradualmente a la huelga general de 1964. Durante todo ese tiempo y hasta el primer golpe militar de enero de 1966, los levantamientos tivs se fueron produciendo en aquella área del Middle Belt que constituía la patria tradicional de los tivs. Este pueblo está formado por tribus recias y de carácter independiente, si bien atrasadas, que llevaban tiempo reclamando la creación de un Middle Best State y se hallaban representados mediante el United Middle Belt Congress. Pero si bien los líderes del NPC no pusieron objeciones a la segregación de la región del Medio Oeste de la zona occidental, en 1963, para acoger a las minorías no yorubas, estimaron que no tenían por qué prestar el mismo servicio a los tivs, al comprobar que los mismos podían ser considerados, a efectos políticos, como ciudadanos del Norte. En consecuencia, se envió al Ejército para cumplir la misión de aplastar los levantamientos tivs, que ocurrieron inmediatamente después de la independencia y se sucedieron hasta el golpe militar de 1966. La mayoría de estas unidades militares procedían de la Primera Brigada, la cual estaba a su vez formada, principalmente, con elementos reclutados en el Norte. Algunos militares se opusieron a la utilización del Ejército para solucionar desórdenes de tipo civil, pero, en cambio, otros intentaron atraerse el favor de los políticos del Norte, mostrándose más intransigentes que nadie en el aplastamiento de los disidentes. Sin embargo, cuanto más duramente eran tratados los tivs más duramente respondían y, en 1966, los observadores independientes calcularon que habrían perdido la vida unas 3000 personas durante tales disturbios, sobre los cuales se cubrió un tupido velo para ocultarlos al resto del mundo.

Casi a continuación de la huelga general, se produjeron en 1964 las elecciones generales. La coalición del NPC y el NCNC, que databa ya de diez años atrás, fue quebrantada por Sir Ahmadu Bello, quien anunció de mala manera que «los ibos no fueron nunca verdaderos amigos del Norte y no lo serían nunca». A tales palabras siguió el anuncio de una alianza con Akintola, ya firmemente uncido al carro del Oeste. Parece lo más probable que, sabedor de que sería precisa una nueva alianza con uno de los partidos del Sur, para mantener a su lugarteniente en el poder en Lagos, Bello considerara a Akintola, fuertemente endeudado, un aliado más acomodaticio que Okpara. Así, Akintola fusionó su partido con el NPC del sardauna, para formar la Nigerian National Alliance (NNA), dejando al NCNC con la única opción de hacer causa común con la cola del Action Group, aquellos del partido que habían permanecido leales al encarcelado Awolowo. Entre ellos se creó la United Progressive Grand Alliance (UPGA).

La campaña fue tan deshonesta como fue posible (o eso es, al menos, lo que se creyó por entonces, hasta que Akintola se superó a sí mismo al siguiente año, durante las elecciones de la Región Occidental). En el Oeste, la característica electoral del NNA era fuertemente racista, clamaba contra la pretendida «dominación ibo» y parte de la literatura de la campaña recordaba las exhortaciones antisemíticas de la Alemania de preguerra. El doctor Azikiwe, Presidente de la Federación desde que Nigeria se convirtió en una República en 1963, solicitaba en vano la celebración de unas elecciones libres y advertía de los peligros de la discriminación tribal. En el Norte, los candidatos UPGA eran hostigados y golpeados por los esbirros del partido NPC cuando intentaban llevar adelante su campaña. Tanto en el Norte como en el Oeste, los candidatos UPGA se lamentaban de que se les impidiera registrarse o que, incluso después de haber cumplimentado los requisitos para ello, sus oponentes del NNA fueran presentados como candidatos únicos. Hasta el último momento se dudó, incluso, de que pudiera llevarse a efecto la elección. Al final, se procedió a su celebración, pero el UPGA la boicoteó. Como es natural, el NNA resultó vencedor.

El presidente Azikiwe, inquieto por la posición constitucional, solicitó de Balewa la formación de un Gobierno de coalición nacional y se esquivó una crisis que pudo romper la Federación en 1964. Eventualmente, en lebrero de 1965, con considerable retraso, se efectuaron las elecciones en el Este y en el Medio Oeste, en donde se produjo una votación masiva favorable al UPGA. Los resultados finales fueron de 197 para la National Alliance y de 108 para el UPGA.

Apenas se habían extinguido los ecos de este escándalo, cuando se pusieron en marcha los preparativos para las elecciones de noviembre de 1965 en la Región Occidental. Akintola defendía su liderazgo y un apabullante récord de gobierno. No parece improbable el que la impopularidad general de Akintola hubiera podido dar la victoria a la oposición representada por la UPGA, si las elecciones hubieran sido honestas. Esto habría otorgado a la UPGA el control del Este, el Medio Oeste (con el cual ya contaba), el Oeste y Lagos, un hecho que equivaldría a la superioridad del UPGA en el Senado, incluso a pesar de que la alianza Norte/Oeste hubiera seguido controlando la Cámara baja.

Seguramente, Akintola estaba al corriente de tal eventualidad, al igual que lo estaba del inequívoco apoyo del poderoso y cruel Ahmadu Bello en el Norte y de Balewa en el liderazgo de la Federación. Confiado en su impunidad, siguió adelante con un procedimiento de elección que denotaba una gran ingenuidad al no dejar de aprovechar ni siquiera una sola oportunidad de comportarse groseramente.

La UPGA, aleccionada por las elecciones federales, consiguió que todas las nominaciones de candidatos le fueran aceptadas con mucho tiempo de ventaja y respaldadas por declaraciones juradas de los noventa y cuatro candidatos, comprometiéndose a presentarse a las elecciones. Sin embargo, dieciséis hombres de Akintola, incluyendo al mismo Premier, fueron declarados no aptos. Desaparecieron algunos oficiales electorales, se desvanecieron muchas papeletas de voto que se hallaban bajo la custodia de la Policía, ciertos candidatos fueron detenidos, agentes especiales encargados de la vigilancia electoral fueron asesinados, y se introdujeron nuevas disposiciones reguladoras de última hora, las cuales sólo se comunicaron a los candidatos de Akintola. Mientras se llevaba a efecto el recuento, los agentes de UPGA y otros candidatos eran mantenidos lejos de las oficinas electorales, por distintos medios, el más suave de los cuales consistía en un toque de queda selectivo, aplicado por la Policía gubernamental. Casi milagrosamente, un cierto número de candidatos UPGA fueron declarados electos por los oficiales de estadística que seguían en sus puestos. Se dieron instrucciones para que todas las estadísticas se encauzaran vía la oficina de Akintola y los radioescuchas podían oír, divertidos, que mientras la Radio Occidental, bajo control de Akintola, daba a conocer ciertas cifras, la Radio del Este comunicaba otras distintas a sus oyentes, estas últimas procedentes del cuartel general del UPGA, que las había obtenido de los funcionarios de estadística.

De acuerdo con el Gobierno del Oeste, el resultado fue de sesenta y siete escaños para Akintola y diecisiete para la UPGA y, así, Akintola fue requerido para formar Gobierno. La UPGA dejó oír su voz de protesta, diciendo que había conseguido sesenta y ocho escaños y que la elección había sido un fraude, cosa que los observadores estimaron creíble. Adegbenro, líder de la UPGA en el Oeste, dijo que proseguiría la lucha y formaría su propio gobierno. Tanto él como sus seguidores fueron detenidos.

Aquello fue la señal para un quebrantamiento total de la ley y el orden, si bien no podía decirse en todo rigor que ambos hubieran existido antes. Los levantamientos se sucedieron a lo largo y a lo ancho de la Región Occidental. Los asesinatos, los saqueos, los incendios, las mutilaciones eran cosa corriente. En las carreteras, bandas rivales de rufianes se dedicaban a derribar árboles al objeto de detener a conductores y motoristas, a quienes les solicitaban su filiación política. Respuestas inadecuadas provocaban robos y muertes. En unas semanas, las muertes ocasionadas alcanzaban una cifra entre 1000 y 2000.

Ante estos hechos, Balewa, que no había vacilado en declarar con toda celeridad el estado de emergencia en 1962, como consecuencia de una ruidosa petición del Parlamento del Oeste, permaneció inmutable. A pesar de las repetidas peticiones que se le formularon para declarar la emergencia, disolver el gobierno de Akintola y anunciar nuevas elecciones, declaró que «carecía de fuerza».

La poderosa Federación de Nigeria se derrumbaba, descomponiéndose en la ruina a los ojos de observadores extranjeros que tan sólo unos años antes habían proclamado a Nigeria como la gran esperanza de África. Sin embargo, apenas algunas palabras de todo esto llegaron al mundo exterior. Incluso, y ansioso como se sentía de mantener las apariencias, el gobierno de Balewa convocó una Conferencia de Primeros Ministros de la Commonwealth, a celebrarse en Lagos durante la primera semana de enero de 1966, para discutir el tema de la rebelión de Rodesia. Harold Wilson asistió complacido y mientras los altos dignatarios se estrechaban las manos saludándose mutuamente en el pabellón del Aeropuerto Internacional de Ikeja, unos kilómetros más lejos los nigerianos morían a docenas, al actuar el Ejército contra los defensores de la UPGA.

El Ejército se mostró incapaz de restablecer el orden y ante la insistencia del comandante militar, general de división Johnson Ironsi, las tropas se retiraron. La mayoría de los hombres de Infantería que en aquel momento servían en el Ejército federal, procedían del Middle Belt, es decir, de las tribus minoritarias del Norte. Dichas tropas, particularmente los tivs, que constituían el principal porcentaje entre ellas, no podían ser utilizadas para someter los levantamientos tivs que seguían con fuerza, porque no era probable que estuvieran dispuestos a disparar sobre sus hermanos. Por tanto, la mayor parte de las unidades militares disponibles fuera del territorio tiv, contaban con gran número de elementos tivs.

La misma razón que impedía su empleo en territorio tiv las hacía poco útiles en el Oeste. Sus simpatías no se dirigían hacia el régimen de Akintola, porque ese mismo Akintola era vasallo y aliado del sardauna de Sokoto, enemigo de su pueblo. Por ello tendían a simpatizar con los sublevados, los cuales se hallaban en posición mucho más parecida que la suya, vis-à-vis del grupo de presión Sokoto/Akintola.

Durante la segunda semana de enero de 1966, se había hecho patente que algo tenía que suceder. El actual régimen militar nigeriano presentó lo sucedido a continuación como un asunto puramente ibo, pero falló al no tener en cuenta que se hacía inevitable un desenlace: un golpe militar o la anarquía.

Durante la noche del 14 de enero, en el Norte, en el Oeste y en la capital federal, Lagos, un grupo de jóvenes oficiales se sublevó en forma simultánea. Al cabo de unas horas Sokoto, Akintola y Balewa habían muerto, y con ellos, la Primera República.

Mientras se mantuvo la independencia de Nigeria, Gran Bretaña se complacía en alardear del éxito de un experimento tan avanzado. Gran Bretaña no puede eludir hoy la responsabilidad del fracaso, porque Nigeria fue, en esencia, un experimento británico y no nigeriano. Durante muchos años, la política de Whitehall sobre Nigeria se había basado en negarse resueltamente a enfrentarse con la realidad, con la obstinada convicción de que, a base de estirar y encoger los hechos, se puede conseguir que se adapten a la teoría, así como la decisión de esconder debajo de la alfombra el resultado de barrer todas las manifestaciones tendientes a desacreditar el sueño. Esa misma actitud persiste hoy en día.