ES INDUDABLE que, de todos los cuentos, el primero es el que ofrece más dificultades para el lector casual. No sólo es irritante su vocabulario; hasta su lógica y sus ideas parecen, en una primera lectura, totalmente extrañas. Quizás se deba a que en esta narración y en la siguiente no aparece ningún perro; ni siquiera se lo menciona. Desde el párrafo inicial el lector se ve forzado a aceptar una situación que le es ajena, cuya solución depende de unos personajes igualmente ajenos. Lo mismo habría que decir del cuento, pues, una vez concluida su lectura, el resto de la leyenda parece, por comparación, asunto cotidiano.
El concepto de ciudad envuelve la totalidad del cuento. Aunque no se entiende muy bien qué puede ser una ciudad o cómo pudo existir, se la concibe generalmente como un área de poca extensión donde cierto número de residentes encontraban albergue y medios de subsistencia. Las causas de la aparición de las ciudades están explicadas superficialmente en el texto, pero Bounce, que dedicó toda una vida al estudio de estas narraciones, sostiene que sólo se trata de una ingeniosa improvisación para apoyar un concepto imposible. La mayoría de los que han estudiado los cuentos opinan como Bounce que las razones dadas en la misma narración no están de acuerdo con la lógica, y algunos, Rover entre ellos, han sospechado que quizás se trata de una antigua sátira, hoy ya sin significado.
La mayor parte de las autoridades en economía y sociología juzgan que una organización tal como una ciudad es algo imposible, no sólo desde el punto de vista económico, sino también del sociológico y psicológico. Ninguna criatura de sistema nervioso bastante perfecto como para desarrollar una civilización, señalan, podría sobrevivir dentro de tan restringidos límites. El intento, afirman estas autoridades, conduciría a una neurosis general que en poco tiempo destruiría la misma civilización que había creado la ciudad.
Rover cree que en el primer cuento nos encontramos ante un mito en estado casi puro, y que, por lo tanto, ninguna situación ni afirmación pueden ser aceptadas como reales. En la totalidad del cuento privaría un simbolismo cuya clave se ignora. Asombra, sin embargo, que siendo el cuento de carácter esencialmente mítico, y nada más, los conceptos —piedras fundamentales del mito— no envuelvan toda la narración. Para el lector común poco hay aquí de contenido mítico. La historia es la más angular del grupo (ese montón de huesos pelados), sin ninguno de esos toques de finísimo sentimiento y elevados ideales que hay en el resto de la leyenda.
El lenguaje del cuento es particularmente desconcertante. Expresiones tales como la clásica «maldita sea» han preocupado a los entendidos en semántica durante muchos siglos, y aún hoy se sabe tan poco acerca del significado de ciertas palabras y frases como al iniciarse el estudio de la leyenda.
La terminología que concierne al hombre se ha aclarado, sin embargo, bastante. El plural de esta raza mítica es hombres; racialmente se los designa como seres humanos; las hembras son mujeres o esposas (dos términos entre los que algún día hubo quizá un fino matiz de diferenciación, pero que hoy deben ser entendidos como sinónimos); los cachorros son niños. Un cachorro macho es un niño. Un cachorro hembra, una niña.
Además del concepto de ciudad, hay otro que el lector no podrá conciliar con sus costumbres y que viola las mismas leyes del pensamiento: se trata de las ideas de guerra y asesinato. El asesinato es un proceso, casi siempre de carácter violento, en el que un ser vivo destruye a otro ser vivo. La guerra, parece, es un asesinato en masa ejecutado en una escala inconcebible.
Rover, en el estudio que dedicó a la leyenda, asegura que los cuentos son más antiguos de lo que generalmente se piensa, ya que conceptos como guerra y asesinato no pudieron nacer en una cultura como la nuestra y deben de haberse originado en una era de salvajismo de la que no existe documento alguno.
Tige, que tiene la opinión —casi única— de que los cuentos están basados en la historia real, y que los hombres existían en la época en que apareció el perro, cree que la primera narración describe el colapso de la cultura humana. Afirma además que este cuento, tal como ha llegado hasta nosotros, es sólo un fragmento de una obra mayor, una narración épica gigantesca que debía igualar o superar en tamaño a la totalidad de la leyenda. No parece posible, escribe, que un suceso tan importante como el derrumbamiento de una poderosa civilización mecánica haya sido condensado por los contemporáneos en un relato tan breve. Lo que aquí tenemos, dice Tige, es sólo uno de los muchos cuentos que narraban el suceso, y uno, quizá, de los menos importantes.