[…] un voluminoso aparato editorial dirigido a encumbrar la ya indisputable e inigualable figura del más efervescente de los historiadores contemporáneos.
NICHOLAS RICHARDSON[104]
Una de las razones por las que [The Proper Study of mankind] refleja el carácter algo ilegítimo de los ensayos [de Berlin] se debe a que Henry Hardy ha hecho todo lo posible por equiparlos con un vasto conjunto de notas a pie de página.
Esto, sin duda, es provechoso para todo aquel que desee rastrear alguna de ls referencias de Berlin, pero conlleva el peligro de domestivar su característico estilo personal convirtiéndolo en algo meramente convencional y laborioso.
STEFAN COLLINI[105]
No sería imposible para un especialista con grandes responsabilidades académicas dedicarse en sus horas de ocio a la edición y exégesis de una única obra clásica griega. Puesto que […] me inclino a pensar que un trabajo a medias listo para hoy es más provechoso para los estudiantes de literatura griega que la mera promesa de un trabajo terminado para mañana, he decidido darle término a la edición de Las nubes, aun sabiendo que un año más de trabajo sería beneficioso para perfeccionarlo.
KENNETH DOVER[106]
Este voluminoso aparato epigráfico sirve de contexto para introducir algunas observaciones que deseo hacer acerca de las notas bibliográficas que incluyo a continuación.
Indudablemente, Stefan Collini tiene razón cuando señala que agregarle a un texto referencias como notas a pie de página altera su tono. Sin embargo, constituye un tipo de modificación que Berlin claramente aprobaba. Si no hubiera sido así, yo no habría emprendido tal tarea. Cuando esta acusación de Collini llegó a oídos del propio Berlin durante su enfermedad terminal, la rechazó abiertamente destacando que la provisión de referencias «es lo que ha convertido las meras belles-lettres en serios trabajos de erudición»[107]. Este comentario no sólo pone de manifiesto la acostumbrada y excesiva modestia y generosidad de Berlin, sino que sirve de respuesta suficiente tanto para Collini como para Richardson; sobre todo si agregamos que Berlin mismo, cuando le era posible contar con la información necesaria, incluía prodigiosas notas a pie de página en sus escritos, notablemente en sus trabajos «La originalidad de Maquiavelo» y Vico y Herder[108]. Sin embargo, en este caso, en el de la transcripción de conferencias basadas en apuntes, imprimir notas a pie de página causaría probablemente un choque de atmósferas diferentes. Por esta razón, he reunido, esta vez, las notas al final del texto, identificando los párrafos a los que se refieren por número de página y primeras palabras, evitando así desfigurar el texto central con números de cita o algún otro símbolo[109].
La mayoría de las notas hacen referencia a citas o a semicitas (véanse las aclaraciones al respecto en el Prefacio), pero, algunas veces, cuando he tenido la referencia bibliográfica de alguna paráfrasis a mi disposición, la he incluido. Idealmente, debería haber incluido las referencias de todas las atribuciones de opinión hechas por Berlin. Es lo que él mismo intentó hacer en las primeras páginas de «La originalidad de Maquiavelo», donde, de forma análoga a este caso, se incluyó también una plétora de posiciones contrapuestas a las del propio Berlin, como preludio a las sugerencias del autor. Llevar esta tarea a buen término, incluso valiéndome de todos los apuntes disponibles de Berlin, me habría llevado por lo menos unos cuantos meses y consideré más apropiado —y aquí entra en juego el epígrafe de Dover— poner a disposición de todos sus conferencias ahora, aunque carezcan de un exhaustivo y, tal vez, desproporcionado aparato erudito, en lugar de dejarlo para más adelante. Después de todo, hace ya treinta años que Berlin las pronunció. Por esta misma razón no me sentí obligado a rastrear hasta el final los orígenes de todas las semicitas, como hice para sus libros de ensayo publicados durante su vida. Aquí, en los pocos casos en los que no logré encontrar la supuesta cita, incluso con la ayuda de especialistas en el campo, retiré las comillas y traté el pasaje como una paráfrasis, corriendo el peligro de ser acusado de plagio (procedimiento, cabe decir, que Berlin apoyaba). Para evitar perder excesivo tiempo en búsquedas que, en su mayoría, terminarían probablemente siendo infructuosas, las dejé registradas como citas aún no localizadas. Le agradeceré a aquel que complete estas lagunas, e incorporaré la información en las futuras reediciones de este libro. Cuento con que los expertos me hagan notar las imperfecciones.
Las referencias que aparecen a continuación dependen en muchos casos de la generosidad de otros expertos, a quienes les estoy profundamente agradecido. Una vez más, Andrew Fairbairn me ha concedido su incansable apoyo y ha dado con soluciones que se me habrían escapado de contar solamente con mis propios medios. Las siguientes personas me han ayudado también en casos individuales: G. N. Anderson, Gunnar Beck, Prudence Bliss, Elfrieda Dubois, el ya desparecido Patrick Gardiner, a Gwen Griffith Dickson, Ian Harris, Roger Hausheer, Michael Inwood, Francis Lamport, James C O’Flaherty, richard Littlejohns, Bryan Magee, Alan Menhennet, T. J. Reed, David Walford, Robert Wolker y otros, a quienes les pido disculpas por no haber mantenido mejor registro de su ayuda.