—Buenas noticias —me dijo Casio, entusiasmado—. Al fin podrás ser un héroe por tu país.
El trato con los españoles me había enseñado que, en su léxico, muerto y héroe a menudo eran sinónimos.
—Estoy preparado para servir a la causa de la libertad —mentí.
—Mientes, por supuesto. Rosa ya me ha informado de que eres un patán inútil. En circunstancias normales te arrancaría el hígado y se lo daría a mi perro, pero… —hizo una pausa y sonrió— tienes una gran capacidad para engañar a los demás y sobrevivir. Has conseguido eludir a los verdugos de la colonia y también a los de Cádiz y, de momento, incluso a los de Barcelona. Ser un ladrón, un asesino y un timador puede ser valiosísimo en esta pequeña guerra que libramos contra un adversario abrumador. Tendremos todo el tiempo del mundo para ocupamos de tus crímenes después de haber mandado a los franceses al otro lado de los Pirineos.
Me dijo que la mayoría de los planos de batalla que Napoleón enviaba a los generales al mando de los ejércitos en España llegaban a través de los Pirineos y pasaban por Barcelona.
—El emperador mantiene las manos bien apretadas alrededor de la garganta de España —añadió Casio—. Permite a sus comandantes poco margen de maniobra, porque han sufrido numerosas derrotas a manos de nuestros regulares y las guerrillas. Tenemos información de una fuente en el cuartel general francés dentro de la Ciutadella de que comenzará dentro de poco una importante campaña para barrer a la resistencia de nuestra provincia. Un general traerá las órdenes de Napoleón para sus comandantes de Barcelona. Asistirá a un baile en su honor. A la mañana siguiente se reunirá con un grupo de oficiales del estado mayor y les entregará sus órdenes.
»El general, Habert, no va a ninguna parte sin su maletín, que contiene las órdenes del emperador. Necesitamos obtener una copia de dichas órdenes. El método más sencillo sería emboscarlo a él y a su escolta, pero entonces los franceses sabrían que tenemos sus planes.
—Es decir, quieres copiarlos sin que él se entere —dije.
—Así es. Necesitamos sacarlos de su maletín, copiarlos y devolver el original. Como es natural, tendrán que ser copiados por alguien que hable bien francés.
—Muchas personas en Barcelona hablan…
—Es verdad, pero pedimos a Cádiz que nos enviasen a alguien puesto que nuestra propia gente sería reconocida. Además, si bien aquí hay muchas personas que hablan francés, son pocos los que pueden leerlo.
Entonces comprendí por qué el coronel Ramírez había escogido a «Carlos» para la misión. Mi amigo tenía talento para sacar planos de un maletín, copiarlos y guardarlos de nuevo. Debido a que era conocido por sus simpatías francesas, no sospecharían de él. Si los planos incluían dibujos de fortificaciones, Carlos también podía duplicarlos. El dibujo no se contaba entre una de mis habilidades, y tampoco leía el francés tan bien como lo hablaba. Pero ésas no eran cosas que debiera decir a un hombre cuando mi vida pendía de un hilo y él empuñaba una daga. Negarse a llevar a cabo la misión sería un suicidio.
—¿Cómo me hago con el plano?
—Una aristócrata que los franceses creen que es partidaria de su causa ofrecerá un baile en honor al general. Se trata de una mujer… —su sonrisa se tornó insinuante— de un carismático encanto y una irresistible belleza. Ella se ocupará de sacar y guardar el plano una vez que lo hayas copiado.
No me gustaba ni una coma de su plan. Allí donde fuese el general con su maletín, los pelotones de dragones franceses lo seguirían de cerca. También sospechaba que Casio tenía otras cartas guardadas en la manga, y mi supervivencia no era parte del plan. Mi propia naturaleza suspicaz y mi falta de confianza en la bondad innata del hombre me llevaban a sospechar de amigos y enemigos. Entre otras cosas, si la guerrilla de verdad quería que los franceses no supieran que había copiado los planos, acabarían con esa posibilidad matándome. Me sentía un poco como cuando el cacique maya había ordenado que le sirviesen mi corazón poco hecho como plato principal.