SESENTA Y TRES

—Tengo hambre —dije cuando salíamos de la cuchillería.

—Por mí puedes morir de inanición.

Cuánto sentimentalismo por un hombre que había sido amigo de su amante hermano. Me detuve para enfrentarme a ella.

—Cuando dije que Carlos era como un hermano para mí no mentía. Hubiese dado mi vida por él, y él por mí. No me importa si te caigo bien o no, pero no tienes ningún derecho a enfadarte conmigo.

Me miró durante un largo momento, sin duda valorando si debía apuñalarme.

—Conozco un café que no está mal en una plaza a la vuelta de la esquina —dijo.

Bebimos vi blanc y comimos arròs negre, un plato de arroz con pedazos de rape, gambas, cebolla, ajo, tomates, aceite de oliva, calamares y tinta de calamar. Mientras comíamos, mirábamos a la gente que bailaba sardanas, la danza propia de Cataluña. Los bailarines se sujetaban de las manos y formaban un círculo mientras componían pasos intrincados y un tanto lentos. Era una danza pausada, en contraposición a la salvaje pasión del flamenco.

—El flamenco es para los despreocupados gitanos —comentó Rosa—. La sardana es para la contemplación interior. Los bailarines han de concentrarse en dar los pasos correctos, contando los largos y los cortos, los avances y los saltos.

Más tarde, mientras escuchábamos al guitarrista Fernando Sor, Rosa dijo que era el mejor de España. Algo en la manera en que lo dijo hizo que le preguntase:

—¿Es un guerrillero?

No me contestó, pero su falta de respuesta me dejó con la impresión de que ese famoso intérprete también era miembro de la causa patriótica.

Hasta el momento sólo había tenido una pequeña pista de cuál era mi misión, más allá de la afirmación de que probablemente acabaría muerto. La pista había salido de la boca de Casio. Esas personas me necesitaban porque leía francés, pero qué ero lo que debía leer seguía siendo un misterio. También debía preguntarme si no había otras personas en una ciudad tan cercana a la frontera de Francia que leyeran francés.

Desperdiciaría saliva si se lo preguntaba, así que mantuve la boca cerrada a la espera de que fuese más amable conmigo. Así fue, se ablandó un poco y comenzó a explicarme algunas cosas. Dijo, como había hecho el patrón de la barca pesquera, que luchaba para traer a Femando el Deseado de regreso a España y sentarlo en el trono. Contuve mi lengua y no mencioné la opinión de Carlos de que el príncipe Femando era un tirano ignorante que sería muy mal rey.

Ella me explicó por qué me había llevado a la cuchillería:

—El dueño de la tienda es mi tío.

—¿Hace cuchillos para clavarlos en los corazones de los invasores? —pregunté.

—Tiene mucho cuidado en no fabricar otra cosa que no sean cuchillos de cocina porque su tienda sirve a otros propósitos. Trabajo para él haciendo el reparto a sus clientes por toda la ciudad. Tú vendrás conmigo, para que sepas lo que hago. Las entregas me dan la oportunidad de llevar los mensajes. Las patrullas francesas me conocen bien, así que no cuestionan mi presencia allí donde esté.

—Todavía no he visto a ningún francés.

—Oh, están aquí. Evitan el barrio Gótico a menos que vengan en gran número. Sus calles son estrechas, y es probable que una ama de casa les arroje un adoquín desde alguna ventana o los bañe con el contenido de un orinal. Pero patrullan otras zonas de la ciudad, al menos durante el día. Por la noche se retiran a la Ciutadella.

—El patrón de la barca mencionó que la Ciutadella es una gran fortaleza.

—Es la maldición de Barcelona. Dicen que es inexpugnable, y lo es también para nuestros guerrilleros. Necesitaríamos un gran ejército con artillería y equipo de asedio para tomarla. Es por eso por lo que no hemos expulsado a los franceses de Barcelona; se ocultan detrás de los muros de la ciudadela. Desde allí, con sus cañones, podrían convertir toda la ciudad en un montón de escombros antes de que lográsemos derribar una sola pared. ¿Sabes por qué se construyó?

Confesé mi ignorancia.

—Fue levantada hace alrededor de un siglo para servir de cuartel al ejército ocupante español después de que la ciudad estuvo en el bando perdedor de la guerra de Sucesión española. La guerra trajo a Felipe V, el primero de los monarcas borbones de España, al trono, y él detestaba a Barcelona por oponérsele. Consideraba a los catalanes radicales y problemáticos. Para castigamos y controlar a la región rebelde, Felipe mandó construir la enorme ciudadela con la forma de una estrella de cinco puntas. ¿Ves cómo su maldición ha vuelto para acosamos? Los invasores extranjeros se ocultan ahora detrás de los muros de la fortaleza, y no podemos expulsarlos. En Barcelona escupimos su nombre. Cuando la gente va a hacer sus necesidades, algunas veces los oyes decir que van a «visitar a Felipe».

—¿Así que controlan la fortaleza pero no la ciudad?

—Es un punto muerto. Nuestra gente evita las confrontaciones violentas con los franceses porque no queremos que bombardeen el palacio, la catedral o cualquier otro de nuestros hermosos edificios. Pero cuando salen de la metrópoli, son presas de nuestras unidades de somatenes. También tenemos unidades de ejército regular e irregular que operan en Cataluña. ¿Te habló el patrón de la victoria en el Bruc?

—No.

Rosa me dedicó una gran sonrisa.

—Hizo que los invasores fuesen el hazmerreír de todos. Una pequeña unidad catalana, menos de dos mil combatientes, atacó a un ejército francés mucho más numeroso. Como siempre, las tropas francesas disponían del mejor equipo y estaban muy bien preparadas. Nuestra gente tenía la ventaja de haber organizado la emboscada desde un punto elevado en el paso. Tenían la intención de atacar, matar a unos cuantos franceses y después retirarse entre las rocas cuando los galos los persiguiesen. Pero teníamos a un pequeño tamborilero demasiado entusiasta. Batió la piel del tambor con tanta fuerza que el sonido retumbó como un trueno por los riscos y los franceses creyeron que estaban rodeados. A medida que nuestra gente avanzaba, las tropas francesas se dejaron dominar por el pánico y escaparon.

Compartí sus risas con la historia del tamborilero y ofrecí un brindis a los valientes somatenes como ella misma que luchaban contra los franceses. Vi que comenzaba a verme con mejores ojos…, y yo también a ella; habían pasado semanas desde que había estado con una mujer, y mi miembro masculino me estaba diciendo que necesitaba el calor de una hembra.

A medida que el vino y la conversación la relajaban, me contó más cosas acerca de la ciudad. Fingí la más absoluta ignorancia pese a que ya sabía una parte por boca del patrón del Gato de Mar. De acuerdo con la tradición, Barcelona había sido fundada por los fenicios o sus descendientes, los cartagineses, que habían establecido puestos comerciales a lo largo de la costa catalana. La ciudad se llamaba Barcino durante la época romana, y durante los tres siglos de ocupación visigótica se la conoció como Barcinona. Los árabes llegaron en el año 717. Los francos, alrededor de un siglo más tarde. Los condes de Barcelona consolidaron su influencia sobre Cataluña durante los siglos X y XI.

—El héroe de la ciudad es Wifredo el Velloso. Él comenzó la dinastía de los condes de Barcelona, que reinaron durante quinientos años. Murió heroicamente en la lucha contra los árabes. Antes de eso había combatido contra los dragones y había tenido otras aventuras. Has visto la bandera catalana: cuatro barras rojas en un campo dorado. La bandera conmemora a Wifredo. Cuando combatía para Ludovico Pío en el sitio de Barcelona, los sarracenos lo hirieron de gravedad. Mientras yacía en su tienda después de la victoria, el rey fue a verlo y se fijó en el escudo de Wifredo, cubierto con pan de oro pero sin un blasón. Ludovico mojó los dedos en la sangre de Wifredo y los pasó por encima del escudo.

Había oído la historia en la barca pero no le dije que muchos dudaban de su autenticidad, porque Ludovico había muerto antes de que naciera Wifredo.

De pronto Rosa dejó de hablar y me miró, furiosa.

—¿Qué pasa? ¿Qué he hecho ahora? —pregunté.

—Deja de mirarme como si fuese el receptáculo de tu asquerosa lujuria. Si me pones la mano encima, te cortaré el cipote y te lo haré tragar.

¡Ay!, me pregunté cuánto cobrarían las putas de la ciudad.