El Gato de Mar era el nombre de la barca de pesca. También era un nombre que se utilizaba para referirse a los marineros catalanes.
Al acercarme, una mujer de pie en la proa se levantó la falda para mostrarle al mar sus partes pudendas. Uno de los marineros que reparaba una red en el muelle sonrió al ver mi reacción.
—Es la mujer del capitán. Es mala suerte tener a una mujer a bordo en un viaje, pero al mar le encantan las mujeres. Las aguas se calman y se tiene un viaje propicio cuando una mujer le permite al mar una mirada de sus partes íntimas.
—Roguemos que su esposa haya calmado al mar para nosotros —dije.
—No es su esposa, sino su novia en Cádiz. Su esposa en Barcelona calmará al mar para el viaje de regreso.
El patrón parecía ser mi clase de hombre.
Me mantuve fuera del camino mientras el patrón y su tripulación de tres hombres se ocupaban de la partida. El marinero con quien había hablado en el muelle se había quedado en tierra. Yo había ocupado su lugar: camastro, prendas, documentos de identidad, todo. Lo habían escogido porque era el más cercano a mi estatura.
Había momentos en que me preguntaba qué hubiera querido Carlos que hiciese. De haber vivido, habría regresado a España para unirse a un grupo guerrillero. Eso estaba claro. Le debía mi vida, aunque algunas personas hubieran dicho que mi miserable vida no valía gran cosa. Pero no conseguía despertar en mí ninguna pasión por esa guerra. El instinto de supervivencia y la cólera por los insultos y los ataques españoles a mi vida me habían convertido en un lobo solitario.
Pensaba ceñudo en la manera cruel en que me había tratado el mundo cuando oí una voz a mi lado:
—Todos han invadido España antes. —Era el patrón.
—¿Quiénes la han invadido?
—Fenicios, griegos, cartagineses, romanos, bárbaros, árabes y ahora los franceses. La Península ha visto una invasión tras otra durante miles de años. Pero siempre hemos demostrado nuestra resistencia contra las fuerzas oscuras que intentan esclavizamos.
—La historia está plagada de guerras de conquista —señalé.
—Discúlpeme, pero vi en su rostro que pensaba en el destino de nuestra gran nación. En nuestro caso, la historia registrará la derrota del conquistador. No tema, estos franceses son como cualquiera de los demás invasores a los que hemos derrotado porque somos un pueblo fuerte. Ninguna otra nación ha repelido a tantos invasores, a tantos que creían que podían sometemos a su voluntad.
Me describió la situación en Cataluña, desde Barcelona, que los franceses controlaban sólo porque el gobierno español les había permitido ocupar una fortaleza en el corazón de la ciudad, a los guerrilleros que los catalanes llamaban somatenes, que hacían que la vida fuera un infierno para los franceses en el campo. Barcelona tenía unos ciento cincuenta mil habitantes, más o menos la misma población que Ciudad de México.
El patrón me hablaba en catalán, y cuanto más hablaba, más recuperaba yo la lengua.
—Para los luchadores de la libertad como Milans del Bosch —añadió—, los somatenes también son un grito de batalla. No sólo para nuestras guerrillas, que luchan y ganan. Tenemos unidades del ejército que están combatiendo a los franceses. El general francés al mando de Cataluña dejó no hace mucho la ciudad con un ejército, pero fue acosado, derrotado y perseguido hasta que tuvo que refugiarse detrás de los gruesos muros de su fortaleza en Barcelona con el rabo entre las piernas.
Me enteré de que Napoleón continuaba enviando más tropas para acabar con las guerrillas, pero era inútil.
—La mayor parte de Cataluña está en manos de nuestra gente —afirmó.
Al oírlo hablar a él y a otros de la guerra y de la historia de su nación, me sorprendió lo mucho mejor informadas que estaban las gentes de la Península en relación con las de la colonia. Aparte de los instruidos como el padre Hidalgo, Raquel y Marina, la mayor parte tenían la creencia errónea de que toda Europa estaba bajo el dominio español y que el emperador francés era un arribista que desafiaba al gobierno de España. Inglaterra, Francia, Italia, Holanda, Alemania, éstos y otros países de Europa no eran más que Estados sometidos o provincias adonde el rey español mandaba gobernadores para dirigirlos. Sin duda esa forma de pensar se remontaba a los tiempos en que España proyectaba una gigantesca sombra en Europa.
Al anochecer, vi por un momento una vela blanca en el horizonte, pero no tardó en desaparecer de la vista.
—No será francés, ¿verdad? —le pregunté a uno de los marineros.
Él negó con la cabeza.
—No, a mí me ha parecido un galeón español. Algunas veces lo vemos, por lo general en las noches sin luna. Transporta las almas de los muertos que han sido rechazadas en el cielo y el infierno. Han ofendido a Dios con su arrogancia y al diablo con su negativa a temer la condena eterna. Al mando está un capitán que una vez comandó un barco negrero. Algunas veces puedes oírlo haciendo restallar su látigo, y también se oyen los lamentos de las almas.
Justo lo que necesitaba, un relato de retribuciones, almas torturadas y eternos sufrimientos. ¿Era ése mi destino? ¿Encontraría cerradas las puertas del cielo y del infierno porque había ofendido a Dios y al diablo?