CUARENTA Y DOS

El carruaje nos llevó a través de una plantación de maguey de camino a la pirámide. Con el maguey se elaboraba la cerveza azteca: el pulque.

—Una leyenda india dice que Cholula y Teotihuacán fueron erigidos por una raza de gigantes hijos de la Vía Láctea —explicó Carlos—. Los gigantes esclavizaron a la nación olmeca, la primera gran nación india, pero guiados por su inteligente jefe, los olmecas ofrecieron un banquete a los gigantes y los emborracharon con pulque. Cuando se desplomaron borrachos, los olmecas los mataron.

Le sonreí.

—Por ser un hombre dotado de razón y no dominado por la superstición y los cuentos de viejas, no creo en los gigantes.

—Pues es una pena —manifestó Carlos—. Nuestro mejor testigo de ese período, Bernal Díaz del Castillo, sí creía. Fue soldado de Cortés y escribió una historia de la conquista. Aseguraba que los aztecas le mostraron los huesos de los gigantes y lo convencieron de que la historia era verdadera. —Se echó a reír al ver la expresión en mi rostro—. Pero no te preocupes, amigo, no sabemos qué clase de viejos huesos le mostraron los indios a Díaz.

Señalé la iglesia de tejas amarillas y verdes en lo alto de la pirámide.

—¿Esa iglesia la construyeron en el mismo lugar donde realizaban los sacrificios humanos?

—Sorprendente —dijo Carlos—. Ya te estás convirtiendo en un pensador, un buscador de la verdad.

Me di unos golpecitos en la sien.

—¿Cómo no podría utilizar mi cerebro cuando no dejas de llenarlo? ¿Cómo eran en realidad las personas que tú llamas «mis antepasados»? He oído hablar mucho de su salvajismo. ¿Tales historias no son ciertas?

—Muchas de ellas son verdaderas, probablemente la mayoría. Hemos hablado de la razón para los sacrificios humanos, el acuerdo con los dioses…

—Sangre a cambio de la lluvia y el sol para que crezca el maíz y las judías.

—El sacrificio humano no es algo de lo que enorgullecerse, como tampoco es motivo de orgullo en la cristiandad. Pero no puedes juzgar a una civilización sólo por sus errores. De lo contrario, condenaríamos a los europeos desde el tiempo de los griegos y los romanos por sus salvajes masacres y olvidaríamos sus contribuciones a la civilización. Ya que hablamos de masacres, ¿sabes que una de ellas tuvo lugar aquí en Cholula? Ocurrió cuando Cortés se dirigió por primera vez hacia Tenochtitlán, la capital azteca, después de desembarcar en la costa. Los hechos son controvertidos porque las versiones españolas e indias difieren radicalmente.

Escuché el relato de asesinatos y sangre mientras nos acercábamos a la pirámide más grande sobre la faz de la tierra.

El nombre de Cholula significa «lugar de las fuentes» en náhuatl, y la ciudad era famosa antes de la llegada de Cortés por la artística belleza de su cerámica. Moctezuma y los otros reyes indios sólo comían y bebían en platos y vasos de Cholula. La ciudad estaba en la ruta que el conquistador siguió después de ir desde la costa cruzando las montañas hacia la ciudad de Moctezuma. Cortés se detuvo para visitar Cholula antes de ir a enfrentarse a Moctezuma en Tenochtitlán. Había hecho aliados indios en la costa, y pensó que podría convencer a los habitantes de que uniesen fuerzas con él, dado que eran viejos enemigos de Moctezuma.

Cholula embelesó con su belleza a Cortés, que afirmó que la ciudad era «mucho más hermosa que todas las de España…, bien fortificada y el suelo muy llano». Desde lo alto de la gran pirámide, Cortés dijo que había visto «cuatrocientas torres, todas de mezquitas», en referencia a los templos y las pirámides indias.

Pero Hernán Cortés se equivocó al pensar que podría alistar a los habitantes de Cholula en su propósito de conquistar a los aztecas, pues creían que los invasores despertarían la cólera de los dioses indios. Sus sacerdotes les dijeron que los dioses los protegerían de aquellos hombres extraños, que si los intrusos profanaban sus templos, el dios de las aguas mandaría una gran inundación y los ahogaría.

La historia cholulense dice que los españoles mataron a miles de personas en un ataque por sorpresa. Primero los españoles invitaron a los personajes de la ciudad a la plaza mayor, pero los hicieron entrar desarmados. A continuación, los hombres de Cortés cerraron todas las salidas y comenzó la matanza, con miles de muertos antes de que acabasen.

Más tarde Cortés manifestó que cuando él y sus hombres estaban en la ciudad, se había enterado de que los habitantes —para complacer a Moctezuma— planeaban atacar y matar a los invasores, y dejar sólo algunos vivos para el sacrificio. Cortés añadió que una vieja había informado de la conspiración a su traductora, doña Marina.

Los indios habían buscado a la vieja para que se hiciera amiga de doña Marina y le sonsacara información de los extranjeros. Como doña Marina era una mujer bella y rica por los regalos y los pagos de Cortés, la vieja le había hablado del complot, con la ilusión de que doña Marina escaparía de la muerte y se casaría con uno de sus hijos. Pero en lugar de sumarse a la traición, doña Marina se lo dijo a Cortés, que preparó la trampa para los indios.

—Bartolomé de Las Casas —dijo Carlos—, un monje dominico y uno de los grandes historiadores de la época, escribió que la masacre fue un asesinato a sangre fría, destinado a inspirar miedo y terror en las naciones indias. Señaló que Cortés había cometido la masacre para que los aztecas estuvieran demasiado asustados para atacarlos cuando se enteraran de lo ocurrido.

—¿Y cuál es la verdad? —pregunté—. ¿Mis antepasados planearon asesinar a mis ancestros españoles, o Cortés asesinó a miles de indios inocentes a sangre fría para someter a los aztecas por el terror?

Carlos sonrió.

—Encontrarás, amigo, que todas las palabras de los hombres muertos hace mucho merecen respeto.