XVI

LA CONFESIÓN hizo mucho por el alma, pero muy poco para el caso. Este no podía avanzar sin pruebas y no había ninguna. Todo había sido preparado con sumo cuidado. Lo único que Kramer podía ofrecerle a los tribunales hasta ahora era un puñado de palabras. Tenía que haber un eslabón.

—Quiero a Jackson.

Trenshaw sonrió. En el breve intervalo había estado pensando.

—Supongo que sí.

—¿Pero usted no?

Trenshaw miró a sus compañeros. Ferguson aparentemente se había puesto enfermo y los otros dos le estaban aflojando la ropa en un intento de reducir la lividez de su rostro. Estaban totalmente preocupados.

—Hablando esta vez en mi nombre, no.

—¿Por qué? No querrán ser los únicos que se la carguen.

—Ah. ¿Cargarse el qué?

De modo que este era el reverso de Trenshaw, el industrial de la electrónica que había supuesto una tarea tan formidable para las geishas de la compañía. Lo único que necesitaba era una oportunidad para aclarar sus pensamientos.

—Ya sabe.

—¿No ha observado, oficial, que hablar a alguien de tus problemas a menudo es de mucha ayuda? Ahí están, atascados en tu interior, y nada parece ir bien. Entonces los expones y…

—¿De qué tonterías habla, Trenshaw?

—De perspectiva. Eso, junto con la ley que conozco, me dice que está usted en terreno bastante inestable. Verá, todo lo que ha oído por nuestra parte es algo que podríamos olvidar perfectamente mañana. Y además, tomamos todas esas precauciones… esa maravillosa cinta de la lección de música, por ejemplo.

—¿Cinta? Hay otras cintas, y las películas.

—Pero las tiene Jackson. Mientras que hubo una ocasión en que pensé que podrían llegarle en un paquete anónimo, ahora creo que no consideraría prudente un movimiento así en este estado.

—¿Quién se lo diría? ¿Cómo podría saberlo?

—Jackson no está solo en este mundo, oficial. Lo dejó bastante claro.

¿Dónde está?

—No tengo ni la menor idea.

—¿No va a ayudarme?

—Lo siento, es demasiado pedir.

—Entonces está usted cometiendo un grave error, déjeme decírselo.

Trenshaw alzó una ceja, gruesa como una oruga. Le sorprendió la manera en que Kramer hablaba, ligeramente y casi con pesar.

—No veo por qué.

—Bien, el hecho es que ya los tenía a ustedes —dijo Kramer en voz baja—. Ciertas cintas y películas llegaron a nuestro poder esta tarde. Su cara…, su voz con Mangas Verdes sonando de fondo. ¿Qué cree que fue lo que me dio la idea de venir aquí en primer lugar?

—¡Cristo! Pero Jackson…

—No está solo en este mundo, como usted mismo acaba de decir hace sólo un momento.

Trenshaw se vino abajo. Prácticamente se rompió el espinazo en un incontrolado descenso de la silla de teca tallada. El gemido fue un poco teatral.

Y lo mejor de todo era que Kramer estaba más que convencido de que las grabaciones nunca habían existido. Simplemente no habían sido necesarias… igual que una orgía real en Durban tampoco lo había sido. No era la manera de hacer las cosas de Jackson. Siempre reducía sus riesgos al mínimo para conseguir el resultado deseado. Introducir el equipo en la casa de Barnato Street habría sido un problema si se declarara un incendio y los valientes bomberos las hubieran sacado junto a la reluctante pareja… Los vecinos vivían esperando el día en que pudieran llamar a Emergencias. Las películas tenían que ser reveladas, y en este caso no se trataba de algo que se pudiera hacer en el cuarto de baño. Además, una prueba así funcionaría en ambas direcciones, y la muchacha habría necesitado mucha persuasión. Jackson sabía desde el principio que no la necesitaría nunca. Su secreto era conocer a su hombre… desde el avaricioso Shoe Shoe al torpe doctor Matthews. Sin embargo, Jackson se había desviado de su política de cautela en un aspecto: había matado a la muchacha. Esto era completamente innecesario: ella sólo podría poner en peligro su propia libertad con un acto temerario en nombre de la justicia. Algo había salido terriblemente mal en alguna parte. Estaba dispuesto a averiguarlo.

—Mire, Fergy está en muy mal estado… ¡tenemos que llamar a un médico!

Da Silva tiraba a Kramer del codo. El teniente se lo quitó de encima.

—Vamos, Trenshaw. Tenemos a uno de ellos, les tenemos a todos ustedes… ¿dónde está Jackson?

—Él…

—¿Sí?

—Iba a reunirse conmigo.

—¿Dónde?

—Aquí, esta noche. Después de la fiesta.

—Jesús… ¿cuándo?

Trenshaw trató de concentrarse en su reloj. Todo el brazo le temblaba.

—Dentro de unos diez minutos.

—¿Descripción?

—¿Qué?

—¿Alto? ¿Gordo? ¿Ropas?

—Una pajarita. Siempre lleva una pajarita. Con lunares.

Da Silva se dirigía hacia la puerta. Kramer rodeó la mesa y le empujó contra la pared.

—¡Maldito bruto! ¡Ese hombre se está muriendo!

Kramer esquivó el puñetazo y le golpeó. Las precauciones oficiales llevaban su tiempo, así que le golpeó otra vez.

Y entonces dijo una palabra:

—Teléfono.

Fue Ford quien dejó de mirar la protuberante lengua de su amigo Ferguson para señalar el podio junto al asiento del alcalde.

Kramer encontró el aparato oculto bajo la superficie de un estante.

—¿Centralita? Llame a una ambulancia. Hay un caso cardíaco crítico en… espere un momento.

Cubrió el auricular con la mano.

—Quiero que salgan de esta planta antes de que llegue Jackson. ¿Dónde pueden ir?

—¡No puede mover a Fergy en ese estado! —protestó Da Silva, que era mucho más duro de lo que parecía a los nudillos—. Además, pesa demasiado.

—Le he visto en acción en la película, gordito… tiene usted fuerza. ¿Dónde?

Trenshaw se levantó, temblando.

—Diga que en los servicios de hombres detrás de las escaleras. Hay ascensor.

—¿Oiga, operadora? El caso cardíaco es en los lavabos de hombres tras las escaleras. Eso es. Policía. Sí… ¿qué es? ¿Urgente? ¿Está segura? Por favor, pásela a este número.

Da Silva y Ford ya habían levantado a Ferguson entre los dos.

—Será mejor que le cojas los pies —le dijo Ford a Trenshaw.

—Abriré la puerta primero.

—Esa no, Trenshaw. La lateral que da al pasillo. Yo veré a las mujeres. Quédense con él hasta que llegue la ambulancia.

—¿Y entonces qué?

—¡Date prisa, hombre!

Kramer recibió su llamada.

EL ESTILO GENERAL de las conversaciones, llevadas a cabo en las veintiocho líneas que conectaban el Ayuntamiento de Trekkersburg con la central telefónica, no merecía la pena dejar a un lado Women’s Own para pegar el oído. Eran maratones polisílabos sobre el alcantarillado principal que podrían haber sido reducidos de modo considerable usando apropiadamente unas cuantas palabras malsonantes.

Ésta, sin embargo, justificó un par de auriculares extra para Mavis, la esposa del portero, que siempre se encargaba de que el último turno tomara una taza de té.

—Habla Kramer.

—¿Teniente?

—Sea breve, Van Niekerk.

—Demonios, ¿cómo sabía que era yo, señor? ¿Está disfrutando la fiesta?

—¡He dicho que sea breve!

—Espere un segundo, señor… El coronel quiere decir algo. Oh, espera que no esté dando a las damas demasiado…

—Cállese y vaya al grano… me dijeron que era urgente.

—¿Sí, señor? No lo es tanto. Espero no haberle apartado de algo importante.

—Sargento, tiene diez segundos para darme el mensaje o iré y le arrancaré las pelotas de una patada. ¡Ahora hable!

—Sí, señor. Verá, es ese coolie, que está dando otra vez problemas.

—¿Qué coolie?

—El amigo de Zondi… Moosa.

—¿Y bien?

—Llamó tres veces farfullando todo tipo de tonterías sobre unas camisas robadas y el tal Lenny.

—¿Dónde?

—¿La llamada, señor, o las camisas?

—Dos segundos…

—Pensé que le gustaría saberlo, señor. De todas formas, he enviado a Zondi a investigar. Estaba harto.

Se produjo una larga pausa.

—Sargento, ¿he oído bien? ¿Recibe un soplo referente a Lenny y envía a Zondi? ¿Solo?

Ach, era simple charla de churra… tal vez era un soplo. No lo creo.

—¿Habló Zondi con él?

—Yo me encargo de las llamadas, teniente.

Otra pausa.

Las siguientes palabras de Kramer desconectaron dos pares de auriculares y derramaron el té. Pero quienes escuchaban se recuperaron milagrosamente.

—Sí, sargento Van Niekerk, eso es exactamente lo que quiero decir. Y lo haré personalmente.

—¿Pero por qué?

—Porque no solo ha jodido probablemente esta investigación, también ha enviado…

—¿Sí?

Un receptor chasqueó.

—¿Señor?

Qué lástima, la pretendida pudibundez de un momento les había hecho perderse lo que era obviamente lo mejor.

KRAMER CAMINÓ LENTAMENTE alrededor de la mesa hasta las puertas dobles que conducían al Salón de Plenos. Prestó atención al sonido de las voces de las mujeres al otro lado y no oyó nada. Pero las puertas estaban hechas para evitar que se filtraran los secretos cívicos, y, como todo lo demás, funcionaba en dos direcciones.

Giró súbitamente a la derecha y se dirigió a la puerta lateral, que daba al pasillo: al infierno con Jackson. Se dio la vuelta: al infierno con Zondi.

Cuando Kramer salió de la Cámara del Concejo al Salón de Plenos, cerrando inmediatamente la puerta a sus espaldas, se dio cuenta de que las esposas de los concejales lo tenían crudo. Y que estaban muy acostumbradas a que las dejaran solas y sin explicación con nada para beber y sólo los robos de sus criados para hablar.

La reunión de gallinas se dispersó con un gran cacareo de leves reproches.

—¿Qué están haciendo ahí dentro? —reprendió la señora Trenshaw—. ¿Han metido ahí a la buena de Phyllis Van Reenen sin que lo sepamos?

Así que no eran tan estúpidas como creían sus maridos.

—Esta noche no, lo siento, señoras.

El chiste las hizo reír. Ayudó a preparar el terreno.

—Me temo que ha surgido algo muy importante —dijo Kramer—. Ninguno de sus maridos tuvo el valor de pedírselo, y por eso me han enviado a mí: ¿creen que podrían volver solas a casa? Dijeron que se llevaran los coches.

—¡Eso espero! —exclamó una rubia oxigenada de largas uñas que estrangulaba a su zorro plateado. Y sus compañeras se hicieron eco de la falta de consideración.

Kramer sonrió encantadoramente mientras se dirigían a la salida… Le quedaba un minuto.

Entonces la señora Trenshaw se dio la vuelta.

—Oh, puede decirle a mi esposo que vino un hombre preguntando por él hace un minuto. Le dijimos dónde estaban ustedes, pero se asomó por el ojo de la cerradura y dijo que parecía que la reunión iba para largo y que no podía esperar.

—¿Qué hombre?

Kramer dio un paso hacia adelante.

—¿Perdón? Oh, no dijo su nombre. Dijo que no era importante.

—Sigo diciendo que la pajarita le sienta bien a algunos hombres —añadió firmemente la rubia oxigenada, como si tuviera la última palabra en una discusión.

Entonces ella y las otras mujeres abrieron la boca, asombradas, pues nunca habían visto a un hombre moverse tan rápido.

VAN NIEKERK TENÍA RAZÓN. El Albergue Masculino del Ejército de Salvación parecía un lugar improbable para encontrar a Lenny. Era casi suficiente para convencerte de que Moosa se había vuelto loco. Pero cuando Kramer avanzó sobre las tablas del suelo, de repente le pareció que tenía mucho sentido. El tipo de sentido que Jackson había mostrado en otras ocasiones.

Regresando a lo que había dicho el camarero del puesto de comida ambulante, varios hombres se habían llevado a Lenny en un coche con matrícula de Trekkersburg. Punto número dos: no había regresado a su casa desde entonces. Conclusión: Lenny se encontraba en Trekkersburg. Si se hubiera trasladado a una zona de no-blancos, sin embargo, la presencia de un extraño habría sido advertida, y particularmente por los informadores de la policía. La alternativa era una zona blanca, y eso también habría atraído la atención en todas partes menos en el albergue. Ensign Roberts siempre mostraba su falta de interés por saber de dónde venía un hombre o por qué. Ni se levantarían sospechas por un hombre reclamando los derechos de los blancos si se encontraba en la zona limítrofe: un accidente de pigmentación era una razón común para que la gente se echara a los caminos en vez de pasarse la vida mostrando pruebas escritas de su estatus legal.

El albergue era, en realidad, el sitio ideal para que Lenny esperara la visita de Jackson.

Y esto significaba que Zondi podía encontrarse en un peligro mucho mayor de lo que parecía cuando la llamada de comisaría llegó al ayuntamiento. Aquella zona de la Cámara estaba justo enfrente del ojo de la cerradura. Si el misterioso Jackson era capaz de reconocer a un policía cuando veía a uno, o conocía de vista a Kramer, entonces se habría marchado inmediatamente, dispuesto a destruir todas las pruebas que quedaran. Y esto bien podría incluir a Lenny Francis… y Zondi sin duda trataría de impedir que aquello sucediera.

Al contrario de Jackson, estaría solo en esta ocasión.

El albergue se encontraba en la siguiente esquina a la derecha, acercándose rápidamente.

MOOSA TENÍA TEMBLORES. Y la sospecha de que se había orinado encima, aunque sólo un poco. Pero no tenía miedo.

Nunca había sentido aquella curiosa excitación; le hacía cosquillas de arriba a abajo, incluso en los testículos. Le pesaban los ojos. Para mantener su vigilancia del albergue había tenido que permanecer de pie más de una hora, lo suficiente para provocarle temblores a cualquier hombre maduro de hábitos sedentarios. Singh había sido inflexible sobre echar las verjas protectoras después del anochecer para proteger su propiedad. Le había ofrecido una caja a Moosa, pero era demasiado alta y le dejaba demasiado al descubierto. Así que Moosa no tuvo más remedio que forzar cruelmente sus piernas y su espalda.

A pesar de la incomodidad, había dejado su puesto solamente en cuatro ocasiones, y siempre para hacer breves llamadas telefónicas. Aun así, se perdió la llegada del gran coche negro con la matrícula sucia que ahora estaba aparcado delante de las puertas del albergue.

Al principio Moosa había confundido al hombre blanco sentado en el asiento de pasajeros con el jefe de Zondi. El problema era que le daba la espalda mientras miraba el patio. Pero las luces de los autobuses al pasar le habían revelado que, después de todo, tenía el pelo oscuro. Obviamente, estaba esperando que el conductor regresara de hablar con Ensign Roberts. Bien, tendría que ser paciente. Esta era la hora en que tenía lugar la lectura de la Biblia, y Ensign Roberts no permitía ninguna interrupción… ni permitiría que nadie que cenara en el albergue se marchara hasta que hubiera terminado. Moosa se preguntó si sería significativo el hecho de que no había visto a Lenny Francis salir del dormitorio de rehabilitación cuando sonó el timbre de la cena.

Esto le hizo recordar la cuarta y última llamada que había hecho a la oficina del DIC. Esta había sido sorprendentemente cordial. Le aseguraron amablemente que el sargento detective bantú Zondi ya iba de camino, y que el teniente Kramer en persona se había interesado por su información.

Lo que empezaba a molestar a Moosa era que se había pasado otros veinte minutos en la ventana y todavía ninguno de los dos había dado señales de vida.

A KRAMER LE LLEVÓ MÁS TIEMPO de lo que había supuesto sortear los jardines a la espalda del albergue. Había perros y matojos y duras estatuillas de gnomos con los que lidiar. Sus espinillas estaban hechas una pena, pero afortunadamente nadie le vio o le oyó.

La valla de metal laminado también fue un problema, pues era difícil saltarla sin hacer ruido. No obstante, al final encontró un aguacate con las ramas tan ordenadas como los peldaños de una escalera de mano. Y subió.

Mejor que mejor… delante de él había ahora un andamiaje perteneciente a la capilla que estaban construyendo en el patio del albergue tras la casa de Ensign Roberts. Kramer pasó a él sin problemas.

Los albañiles, presumiblemente del grupo de rehabilitación, habían alcanzado los aleros, y por eso el andamiaje era un buen lugar de observación. Sólo que no había nada que ver. El patio estaba completamente desierto. Todos los dormitorios estaban a oscuras, como requerían las reglas cuando no se los utilizaba. La única luz procedía del comedor… y con ella se oía la voz de alguien leyendo monótonamente las Escrituras.

Kramer se puso lentamente en pie y miró la carretera por encima de los últimos ladrillos. Contuvo la respiración bruscamente.

Había un gran coche negro en la puerta del albergue, con un hombre blanco sentado en el asiento de pasajeros. Las luces del tráfico no eran suficientes para iluminarle la cara, y de todas formas desde esta distancia habría resultado imposible distinguir los rasgos, o incluso el tipo de ropa que llevaba. Excepto que, donde una corbata convencional tendría que haber mostrado una raya vertical, una pajarita producía una sombra oscura bajo la barbilla.

Jackson.

Kramer estaba seguro. Buscaba la forma de bajar al suelo cuando se puso a pensar de nuevo. Según las esposas de los concejales, Jackson se había marchado a toda prisa. Ahora estaba allí sentado como si tuviera todo el tiempo del mundo. Algo tan excéntrico como peligroso. Más que eso: potencialmente letal.

Tenía que haber una razón. Kramer se obligó a reflexionar sobre ella aunque todo su cuerpo pugnaba por echar a correr. La lógica demandaba que comenzara por lo que conocía: Jackson era un hombre cauteloso; Jackson se mantenía apartado de los problemas; Jackson no estaba solo; Jackson había enviado a un hombre a por Lenny Francis.

Kramer empezó a arrastrarse a cuatro patas por el andamio para asomarse de nuevo al patio. Llevaba allí unos dos minutos… tiempo más que suficiente para que un mensajero llevara a Lenny al coche. Jackson no había enviado a ningún mensajero, sino a un asesino.

El patio, a unos cinco metros por debajo y completamente sumido en las sombras, todavía parecía vacío. A su izquierda, flanqueando un lado de la capilla, estaba la valla de metal laminado tras al jardín de Ensign Roberts. Directamente delante, la tierra desnuda se extendía durante veinte metros hasta que se encontraba con el ala de los viejos pensionistas que se extendía en ángulo recto. A su derecha se encontraba el ala de rehabilitación y la sección de los vagabundos a unos pocos metros de la capilla. Casi podía tocarla.

Entonces oyó un sonido. Procedía de dos puertas más abajo.

—Cristo. Oh, demonios. ¿Qué pasa? —la voz era soñolienta.

Click.

—¡Cafre bastardo!

Kramer podría reconocer la risotada de respuesta en cualquier parte.

—¿Cuánto tiempo llevas sentado allí?

—¡Shhh! DIC.

El talante de Zondi era juguetón.

Pero no era momento de juegos. Sólo podría conducir a su prisionero unos diez metros antes de que se les pudiera ver desde la puerta. Jackson saldría de estampida. O dispararía primero y huiría después.

Kramer tenía que impedir que se abriera aquella puerta, y no tenía tiempo de buscar una escalera para bajar. Calculó que colgándose del borde del andamio se encontraría a un par de metros del suelo. Podría conseguirlo.

Pero antes de que pudiera moverse, alguien más lo hizo. La figura salió de la puerta que tenía más cerca y empezó a acercarse a la siguiente… la puerta por la que saldría Zondi de un momento a otro.

Kramer tenía la Smith & Wesson del 38 preparada en la mano cuando se dio cuenta de que Jackson reaccionaría ante un disparo como un corredor olímpico con el pistoletazo de salida.

La figura dejó de moverse. Como Jackson, estaba esperando.

Un tornillo golpeó a Kramer en la pantorrilla izquierda. Se giró sobre sus talones, estirando la mano libre para agarrarse. Tocó algo duro y frío: el mango de un palustre afilado. Lo asió con fuerza.

La puerta se abrió, demasiado pronto.

Lenny Francis salió a la noche con una pistola en la espalda y Zondi detrás. Dieron tres pasos. La sombra saltó. Hubo un destello. Zondi emitió un gemido. Cayó, derribando a Lenny.

Entonces, cuando la sombra volvía a alzar el cuchillo, Kramer saltó de cabeza, con el palustre por delante.

No hubo nada calculado por su parte. La pura suerte proporcionó la trayectoria perfecta que abrió la garganta del asesino a sueldo. La gravedad hizo el resto del daño.

Kramer aterrizó mal y el cráneo de Zondi, duro contra el suelo, le cortó la respiración. Se encogió, jadeando, dando arcadas, indefenso.

Lenny, intacto, recuperó la automática de Zondi y los apuntó con ella.

EL MOTOR DEL COCHE estaba en marcha. El hombre lo había arrancado un minuto antes. Ahora, giraba lentamente.

Moosa había perdido la paciencia. Si así era cómo el DIC respondía a una buena información, no merecían su tiempo y su preocupación. Atendería su cuenta y vendería coles.

Entonces el motor del coche se paró de nuevo. El hombre blanco de la pajarita salió y se quedó de pie sobre el asfalto, con la mano derecha cerrada sobre algo en el bolsillo de su pantalón.

Un momento, después de todo podía ser un detective. Moosa decidió seguir vigilando un minuto más.

VAN NIEKERK COLGÓ EL AURICULAR y se volvió al coronel Du Plessis.

—Era ese churra bastardo para decir que no pasa nada en el albergue.

—¿Moosa?

—Quería regresar a casa.

—¿Por qué le ha dicho entonces que se quede?

—¿Por qué no, señor?

Al coronel le encantaban los chistes ácidos. Su relación mejoró.

—Tardó mucho tiempo en decir sólo eso, sargento.

—Oh, también dijo un montón de tonterías sobre un tipo que hemos enviado allí.

—¿Y eso?

—No dije nada. Dos segundos después cambió de opinión y dijo que creía que era alguien haciendo una visita.

—¿Estaba seguro de que no era el teniente?

—Seguro.

—¿Pero entonces dónde está? ¿Y Zondi?

Van Niekerk se encogió de hombros. La suegra de Don Quijote no podría haber hecho un movimiento más expresivo.

Ach, puede esperar, Van. Le daremos hasta las ocho y después nos haremos cargo del caso, mientras tanto ponga por escrito su queja sobre su conducta al teléfono. No puedo permitir que mis oficiales hablen así. ¿Papel?

Van Niekerk tuvo una idea mientras sacaba el papel de escribir de su sitio.

—Supongo que no estará metido en problemas, señor.

—Seguro que no —murmuró el coronel.

KRAMER SE RIÓ y lo encontró personalmente confortante.

Pero desconcertó a Lenny.

—¿Qué es tan gracioso? —demandó con un ronco susurro, empujándole con la automática.

Para empezar, Lenny lo era. Sus acciones eran absurdas. Sólo un loco manejaría un arma de fuego cargada como si fuera un micrófono. Sólo un loco se quedaría perdiendo el tiempo en vez de poner pies en polvorosa mientras tuviera la oportunidad.

Y luego estaban los susurros que Zondi murmuraba en el suelo: todas las oscuras obscenidades zulúes eran una delicia en sí mismas, aunque el chiste se refería en realidad a Jackson.

—Estaba pensando en Jackson —dijo Kramer.

—No se preocupe, le he visto.

Así que eso era. Lenny tendría que haber retrocedido un par de pasos y divisado al hombre junto a la valla. Sin embargo, esto no debería de haberlo acobardado. Podría haber huido por atrás. Aún mejor, podría haber disparado de cerca entre las sombras y largarse con viento fresco en el coche negro. Había habido tiempo más que suficiente para hacer todo esto.

Kramer ya había recuperado el sentido y la respiración y revisó rápidamente los procedimientos. Había una sutil ironía en el hecho de que Jackson se hubiera revelado finalmente como un hombre cauteloso en exceso. Si hubiera corrido el riesgo y contratado a un aficionado para tratar con Lenny, las cosas podrían haber sido diferentes. El asunto era que todos los asesinos tenían sus escrúpulos. Los novatos sufrían más en este aspecto, ya que se sentían inclinados a sobreactuar por su inseguridad. Pero lo que había sucedido no era ningún accidente y Jackson se habría asegurado de contratar a un auténtico profesional. En esto, había pasado por alto que mientras un experto virtualmente aseguraba que el trabajo se haría, también se sentía lo suficientemente confiado para emplear una de sus habilidades menores cuando era asaltado por algunas dudas interiores. El tsotsi, enfriándose ahora lentamente junto a ellos, había claramente tropezado con algo… con toda probabilidad el temor humano de adquirir mala reputación. Y, desde luego, no había mejor manera de asegurarse una que matar innecesariamente a un policía: aquello sacaba inevitablemente lo peor de las fuerzas de la ley y el orden, quienes romperían entonces toda la fraternidad en penumbras, implicada o no, con un proceso de eliminación que a menudo era sólo eso. Si al final los colegas del agente muerto no conseguían encontrar a su hombre, lo haría el sector privado. Era suficiente para dar a cualquier psicópata consciencia social… y hacerle cambiar sobre la marcha la descarga de un cuchillo y golpear sólo con el mango.

Zondi se sentó, sacudió la cabeza y se palpó detrás de la oreja en busca de sangre. No la había.

—¿Y ahora qué, jefe? —dijo.

Kramer se encogió de hombros y luego miró a Lenny, expectante. Vio a un hombre cambiado.

—Levántense despacio —ordenó Lenny, como si hubiera estado esperando este momento para hacerse valer—. Pónganse las manos en la cabeza y vayan a la cocina.

Kramer y Zondi se pusieron en marcha inmediatamente. Cuando un joven hampón hipersensible tenía tu vida en el dedo con el que apretaba el gatillo, lo mejor era llevarle la corriente hasta que apareciera una alternativa más realista. Aunque no supieras exactamente la localización exacta de la cocina.

—La puerta siguiente —les corrigió Lenny.

La puerta de la cocina estaba ligeramente entornada. Kramer la empujó con el pie y entró.

Sólo un idiota los acompañaría a una habitación a oscuras y por eso, tras tener una nueva impresión del carácter de Lenny, no se sorprendió al verla relativamente bien iluminada. No obstante, le pilló desprevenido advertir que la luz que entraba por la gran ventana procedía de la calle y que podía ver a Jackson apoyándose en la puerta de entrada. Desde luego, su plano mental del albergue estaba un poco confundido.

—Por aquí —señaló Lenny.

De nuevo obedecieron sin poner ninguna objeción y se encontraron acorralados en el otro rincón con la ventana a la derecha, otra pared tras ellos, una cocina Aga a la izquierda y el final de un fregadero doble ante ellos. Este último estaba hecho de acero inoxidable, así que cuando Lenny se aupó en un extremo, pudieron sentir las vibraciones en el otro.

Normalmente el fregadero habría parecido un lugar bastante raro donde sentarse, pero dadas las circunstancias no era más que un movimiento estratégico: aquello permitía a Lenny mantener un ojo sobre Jackson y el otro sobre ellos: estaban demasiado lejos para poder sorprenderle de un salto y demasiado cerca para que una bala fallara el blanco.

Pero todo esto no explicaba qué tenía Lenny en mente para traerlos aquí… ni por qué sentía necesario prolongar la asociación. Kramer se dio cuenta ahora de que tenía que haber sido afectado más seriamente por su caída de lo que había reconocido hasta ahora. Sus pensamientos se habían entretenido en todo tipo de frivolidades y, como el prisionero condenado a muerte debatiendo su último menú en la celda, habían estado evitando el tema real. Aquello tenía que acabarse.

—Se te está mojando el culo —advirtió amablemente.

Lenny frunció el ceño.

—Esas manchas de agua del fregadero… te están mojando los pantalones.

—No me diga.

—Pensé que deberías saberlo.

—Gracias.

—¿Podemos hablar entonces? ¿No te importa?

—Si quiere, señor detective… Pero baje la voz.

—¿Por qué?

—No quiero asustarlo.

—¿Jackson viene para acá?

—Lo hará, dentro de poco.

—¿Para ver qué le ha pasado al tsotsi?

—Esa es la idea.

—Ajá. ¿Entonces qué?

—Lo mataré.

La pura estupidez implícita en esta declaración produjo indigestión mental a Kramer. Simplemente no había ningún lugar para ella aparte del hecho obvio de que Jackson podría haber sido asesinado en la puerta con el mínimo esfuerzo. No podía soportarlo más.

Así que le tocaba a Zondi rematar la faena.

—¿También nos vas a matar a nosotros? —preguntó.

—¿A dos policías? No me haga reír.

Pero Lenny tendría que haberlo dicho con más convicción. Una falta de sinceridad tan patente actuaba con más rapidez que una doble ración de sal de frutas. La sangre de Kramer hirvió y su cerebro eructó. De repente volvió a pensar con claridad.

Por supuesto, el pequeño bastardo lo había preparado todo desde el principio. Y lo que más daño hacía era que había utilizado parte de la propia lógica de Kramer para perfeccionarlo; un disparo sonando en el patio habría hecho correr a Jackson hacia la frontera; dos le habrían hecho saltar el puesto de Aduanas, pero tres seguidos acabarían con todo muy bien… los tres disparos que haría cuando Jackson viniera a la cocina en busca de su empleado perdido. Por qué quería matarlos también a ellos, era académico en este momento.

Y estaba el inevitable fallo: Lenny recababa su cooperación pretendiendo que no iba a hacerles daño.

Zondi tuvo que llegar a la misma conclusión, porque preguntó:

—¿Y si empezamos a hacer ruido ahora? ¿Entonces qué?

La boca de la pistola se alzó para mirarle a los ojos.

—No hablemos de lo que no sucederá —dijo Lenny.

No era un fallo tan grande después de todo: dos de tres no estaba tan mal.

Así que la única esperanza estaba en la distracción. Había una pequeña probabilidad en la dirección de la puerta que conducía al comedor, pero no mientras el sonido de un acordeón continuara al otro lado. Ensign Roberts, introduciendo la buena vida a sus errantes cantantes con la aplicación de un anestésico capaz de resucitar a un muerto, era un hombre versátil: una buena prueba de ello se encontraba en el escurridor: una anticuada tostadora eléctrica con las tapas laterales levantadas y algunos nuevos elementos incorporados.

Lenny advirtió la secuencia del movimiento de los ojos de Kramer.

—Roberts nunca termina sus canciones antes de las ocho —dijo—. Eso nos da veinte minutos, y nadie se moverá hasta entonces.

—¿Crees que Jackson no esperará tanto?

—También conoce los hábitos de Roberts. Vendrá antes.

Kramer se encogió de hombros y cogió un destornillador.

—Cuidado —advirtió Lenny.

—¡Cristo, no creerás que voy a intentar nada con esto! Pero de todas formas…

—¿Sí?

—No tenemos ninguna prueba contra Jackson, así que puede que nos estés haciendo un favor.

Eso sorprendió a Lenny… igual que el siguiente movimiento.

—¿Qué demonios cree que está haciendo? —demandó.

—Arreglando una tostadora.

—¿Cómo?

—Eh, chico, dame unos alicates.

—Sí, mi jeeefe.

Lenny sólo pudo contemplar aturdido cómo Kramer y Zondi repetían ridículamente su vieja rutina de electricista y ayudante, una actuación perfeccionada en docenas de casas sospechosas. En cuestión de segundos la ilusión fue completa, igual que la sensación de que el negro, respondiendo obsequiosamente a las secas peticiones de herramientas de fácil alcance, podría haber hecho el trabajo mucho mejor por su cuenta.

—Están ustedes locos —murmuró Lenny.

—Dame el destornillador.

—Tenga, mi jeeefe.

—¿Dónde está la herramienta, estúpido cafre?

—Junto a su mano, jeeefe.

—No jodas, ¿cómo se supone que voy a poder verla ahí? ¿Eh?

También tenía toques de comedia, pero Lenny no podía distraerse del todo de la ventana. Era una lástima, porque significaba que Jackson tenía poca oportunidad de tomar la iniciativa y salvar más vidas que la suya sola.

—¿Mi jeeefe, está seguro de que el cable va aquí al fondo?

—¿Sabes una forma mejor de hacerlo?

—No, mi jeeefe.

—Entonces cierra el puñetero pico y usa el cerebro, si tienes uno.

Zondi miró a Kramer con sorpresa, como si la línea de diálogo no estuviera en el guión que conocía. Entonces se rascó la cabeza, pensó con intensidad y sonrió mansamente.

—Hau, lo siento, mi jeeefe.

—Vale, cállense, ya es suficiente —dijo Lenny.

—Demonios, acabamos de terminar el trabajo —protestó Kramer, cerrando las tapas laterales—. ¿Podemos ver al menos si funciona?

Y extendió la mano casualmente hacia el enchufe de la pared, conectándola antes de que Lenny pudiera hacer ninguna objeción. No sucedió nada. Kramer agarró el tirador de plástico de la tostadora y abrió la tapa lateral para inspeccionar los elementos. Permanecieron en silencio.

Lenny no pudo evitar una sonrisita que mostró los hoyuelos de sus mejillas.

—¿Cuál es su siguiente truco?

Buena cuestión… especialmente ahora que Kramer había cambiado en silencio el resultado del marcador y estaba en ese momento armado con un arma más rápida y certera que una Walther PPK. Y una cuestión de decisión: sabiendo que no había posibilidad de escapar de la habitación sin matar a Le Roux, tenía que decidirse entre hacerlo inmediatamente, mientras el bastardo no sospechaba aún nada, o correr el riesgo y hacer que primero se aclararan unas cuantas cosas. Optó por lo segundo, aunque la velocidad de sus reacciones a cualquier movimiento súbito era un factor crítico.

Todo preparado, lo único que tenía que hacer era molestar a Lenny y ver cuánto podía sonsacarle en el tiempo que quedaba.

—¿No estás asustado, hijo? —preguntó.

—¿Yo? ¿Por qué debería estarlo?

—Porque tu plan no va a funcionar, ya sabes. Es una auténtica cagada.

—Oh, ¿de veras?

—Sí. Tendrías que haberte deshecho de nosotros cuando pudiste en el patio.

—Ya se lo he dicho, no quiero hacerles daño.

—¡Venga, hombre! Estabas demasiado asustado para acercarte con un cuchillo. No sabías en qué estado nos hallábamos y has oído hablar de las llaves de judo.

—Como quiera.

—Admítelo. Vas a dispararnos cuando te hayas cargado a Jackson.

—Mierda.

—Incluso esperaste que el pequeño Zondi se recuperara para no tener problemas trayéndolo a esta habitación.

—Sólo fue un minuto. De todas maneras, deme un buen motivo.

—Simple. Tal como están las cosas ahora, seremos testigos de un asesinato… el de Jackson. Estoy seguro de que no quieres eso.

—Cierto.

—Lo que digo es que tu primer disparo hará que todos los que están ahí dentro salgan corriendo por la puerta. No tienes ninguna posibilidad de escapar.

—También es cierto… si no fueran a venir ustedes conmigo cuando me marche. Por eso esperé a que el cafre se levantara.

—Bien, bien. ¿Has oído eso, Zondi? El muchachito ha leído periódicos y quiere tenernos como rehenes. ¿Qué posibilidades tiene?

—Creo que malas, jefe.

Lenny empezó a parecer muy agitado, y era lógico. El tiempo se le acababa y Jackson seguía sin acercarse. Cierto, le quedaban unos diez minutos antes de que el Padrenuestro diera por concluida la reunión, pero ahora un atisbo de motín empezaba a fraguarse en el rincón. Sus dos prisioneros encontraban los fallos en sus rápidas explicaciones improvisadas para seguir viviendo y pronto no habría motivos para sus acciones. La sugerencia de que los mantenía como rehenes era obviamente una invención… podría dispararles rápidamente y luego escapar manteniendo a raya con la pistola al grupo de rescate hasta llegar a la puerta. Su dilema era muy similar al de Kramer y le llevaría a la misma conclusión: de alguna manera tenía que conseguir que continuaran charlando hasta que pudiera conseguir su objetivo. Sería una interminable sucesión de tópicos.

Kramer le dio un codazo a Zondi.

—Bien, que me zurzan si voy a quedarme aquí toda la noche —dijo—. Este chico ha tenido demasiada suerte hasta el momento y es hora de que se dé cuenta. ¿Qué te parece si empezamos a gritar pidiendo ayuda a los chicos del otro lado de la puerta?

Zondi abrió la boca.

—¿Quieren saber quién lo hizo? —estalló Lenny desesperadamente.

—¿Matar a tu hermana? Como si no lo supiéramos… Vamos, cafre, los dos juntos ahora.

—No fue Jackson.

—Lo sabemos. Contrató a un asesino de radio, pero es igualmente culpable, desde el punto de vista legal.

—¡No, no fue él!

—Alguien lo hizo.

—Claro. ¿Pero cómo ustedes…?

—Todos cometemos errores.

—¿Eh?

—Supongo que tienes que saberlo o Jackson no trataría de acabar contigo. Odia dejar pruebas sueltas.

—¿Entonces qué es lo que cree?

Zondi resopló.

—Está tratando de perder el tiempo, jefe —añadió.

—Tienes razón, hombre.

Lenny comprobó rápidamente la posición de Jackson.

—¡Por el amor de Dios, yo lo hice!

Y Kramer suspiró. Sinceramente, su sentido del tiempo era inspirado.

—¡Yo lo hice, carajo, y lo sabe!

—Oh, venga ya. No trates de hacerte el duro, es demasiado tarde.

—¿No me cree?

—¿Cómo trajiste al asesino del radio… de contrabando en una bicicleta?

—Consiguió un trabajo para el fin de semana en una camioneta de traslado de muebles.

—No me digas, qué buena idea.

—Un traslado a larga distancia, toda una casa. De Pretoria a Trekkersburg y de regreso el lunes por la mañana. La empresa les dio los pases.

—¿Nombre?

—No lo sé. Los nativos con los que hablé no lo dijeron.

—¿Descripción?

—Nunca llegué a verle. Escribí la dirección de mi hermana en una cabina de teléfonos junto al ayuntamiento.

—¿Shoe Shoe te vio hacerlo?

Lenny vaciló.

—No, lo mataron antes.

—¿Por qué?

—Trató de sacarle dinero a Trenshaw… chantaje. No sabía de lo que hablaba, pero era un riesgo. Nos pusimos en contacto con Gershwin y…

—Lo sé, pero continúa, me interesa. ¿Cómo es que un hermano asesina a su propia hermana? Incluso para un gamaat es bastante rastrero.

—No soy un maldito…

Kramer se detuvo en seco y en ese momento supo que iba ganando: el pobre bastardo iba a seguir adelante con el asunto hasta que apareciera Jackson.

—Era una puta, una puta apestosa que creía tener derecho a marcharse de este jodido país y dejarnos.

—¿A tu madre y a ti?

—Sí. Oh, estaría bien en cualquier parte con su maldita música y su basura. Era lo único que le importaba.

—Pero parece que tú la estabas ayudando, hijito. ¿Eras su chulo?

Lenny se echó a reír.

—Era su chulo, sí. Sabía que Jackson quería una muñeca para el asunto del poblado y se la presenté. Pero nunca dije quién era.

—¿Pero cómo la encontraste?

—Ella me encontró a mí, hombre. Se puso en contacto conmigo a través de un viejo compañero de colegio…

Lenny hizo una pausa.

—¿Del Instituto Durban? —preguntó Kramer suavemente.

—No le importa. De todas formas, dijo que necesitaba mi ayuda para conseguir un pasaporte.

—¿Falsificado?

—Claro…, pero no le dije que eso estaba fuera de mi alcance.

—¿Y por eso lo hizo? ¿No sólo por el dinero?

—Sí, se abría de piernas mientras pensaba en la hermosa y alegre Inglaterra.

Dijera lo que dijera la Junta de Razas, Lenny no hablaba como un hombre de color, ni tampoco pensaba como tal.

—¿Las lentillas eran entonces para el pasaporte?

—Una tontería que le permití para mantenerla feliz. Lo hacía más auténtico.

—¿Por qué matarla entonces? Jackson tenía que estar bastante satisfecho con el asunto. Y contigo.

—Eso diría yo.

Entonces Lenny se envaró.

—El bastardo se ha sacado algo del bolsillo —susurró.

—¡Jefe! —urgió Zondi.

—No, hombre, ahora no. Quiero oír…

—Pero jefe…

—No ha echado a andar todavía —dijo Lenny en voz muy baja—. Todo salió mal, ¿sabes? Lo que esos horribles tipos del ayuntamiento le arreglaron por sus diez rands no sirvió para nada, así que, cuando me hice cargo, fui a Barnato Street una noche con todo el papeleo y dije que nada de pasaporte. Demonios, salió mal. Ella se volvió loca: empezó a llorar y a gritar y a decir que iría a contárselo todo a la policía y nos meterían a todos en la cárcel con ella. Empecé a hacer promesas, y le dije que conseguiría un pasaporte para el domingo por la noche… entonces contraté al hombre del radio. Tenía que hacer algo. ¡Cristo, tenía que hacerlo!

—Creí que todo fue idea de Jackson. Una bonificación del contrato era eliminarla.

—¡Ja! Eso es un chiste. ¿Quién lo ha dicho?

—Trenshaw.

—No, hombre, Jackson simplemente trataba de hacerlos felices. Se llevó la sorpresa de su vida cuando vio en el periódico que había muerto. Planeaba tenerla alrededor durante años para presionarlos. Y entonces, cuando vio el artículo, se volvió realmente loco. Dedujo que tenía que ver conmigo, ya que era el contacto, y envió a sus muchachos a Durban. Me dieron una paliza pero al final me salvé. Le dije que era mi hermana.

—Pero tendría que haberlo sabido ya por los papeles que les mostró a los concejales.

—No puedo falsificar pasaportes… esas cosas, sí. El apellido que aparecía en ellos era Le Roux.

—¿Entonces Jackson no creyó que hubieras mandado matar a tu propia hermana?

—Dijo que no lo creía, pero no estaba seguro. Me dijo que me quedara por aquí y me envió a este sitio. Tuve que hacerlo o habría parecido sospechoso. Tiene que haber pasado algo para que cambie de idea.

—Te diré qué: Tenemos a Trenshaw… y a los otros.

Pero Lenny ya no estaba escuchando. Apuntaba a través de la ventana.

—Lenny, ¿es Jackson el pez gordo en todo esto? —preguntó Kramer en voz baja.

El aludido sacudió la cabeza casi imperceptiblemente.

—¿Entonces quién es el maldito Cerdo de Vapor?

Demasiado tarde. El dedo de Lenny se tensaba ya sobre el gatillo en el fuerte apretón que le habían enseñado de cadete en el batallón de fusileros del Instituto Durban.

En cualquier momento…

Así que Kramer soltó el tirador de plástico que permitió que el lado de la tostadora cayera e hiciera contacto con el fregadero de acero inoxidable.

La chispa fue insospechadamente pequeña. Pero el efecto de la descarga de doscientos veinte voltios sobre Lenny fue la esperada: abrió la boca poderosamente, su cuerpo se arqueó hacia atrás y sus dedos —gracias a Dios— se distendieron. Durante un instante más largo la corriente pasó del cable a la tostadora, aupada en sus patitas aisladas, a través de la burda conexión preparada en la tapa, pasó al escurridor y corrió por el altamente conductor pantalón mojado. Entonces el fusible de la cocina estalló en el contador situado sobre la puerta del comedor.

Kramer oyó el reventón y abandonó toda cautela mientras corría para coger a Lenny antes de que se desplomara contra una pila de platos. Lo consiguió justo a tiempo.

Un momento más tarde Zondi estaba a su lado. Juntos pusieron de lado gentilmente la mitad superior de Lenny para que su cabeza se zambullera bajo el agua del fregadero y sus curiosos ruiditos se convirtieron en un borboteo inocuo.

Tras hacerlo, miraron por la ventana.

Fue bastante sorprendente ver a Jackson cruzar el patio como si nada hubiera sucedido. Estaba de espaldas y se había inclinado para examinar al tsotsi. Pero verían su cara muy pronto.

Kramer y Zondi dieron la vuelta y se dirigieron a la puerta, dispuestos a salir corriendo y sorprenderle por la espalda.

Entonces sucedió. Lenny murió. Y la corriente de su cuerpo se descargó por completo, volando su mente y causando un espasmo que disparó un tiro.

El disparo no tuvo eco, pero todo el mundo pareció escucharlo durante mucho tiempo.

Al menos eso fue lo que sucedió hasta que la puerta del comedor se abrió de golpe. Ensign Roberts, que tenía la ventaja de tener la luz a sus espaldas, echó una ojeada a la forma derribada del fregadero. La lucha fue espectacular.

Pero Jackson no se quedó a verla.

EL CODO DERECHO LE DOLÍA una enormidad, más que la ingle. Kramer dio un respingo.

—¿Así que cree que esto es malo? —murmuró Strydom, sacando otro fragmento del cristal de las gafas.

Kramer no respondió. No había dicho nada sobre sus heridas excepto para usarlas como excusa que le permitiera entrar en el hospital sin atraer atención indebida. Pero el médico siempre trataba de alegrar a sus pacientes comparando sus sufrimientos favorablemente con los de los demás.

—Cristo, debería de echarle un vistazo a Ensign Roberts en el Ala D —dijo—. Tiene el ojo derecho como una guayaba aplastada.

—Estúpido bastardo.

Ach, no, teniente, esa no es la actitud. Estaba tratando de ayudar. Pensó…

—Ahora nunca cogeremos a Jackson.

—El coronel no parece pensar lo mismo.

—Claro. Van Niekerk y él no hacen más que bailar por la comisaría, organizando sus bloqueos de carreteras y dándose palmaditas en el culo. No tienen ninguna oportunidad.

—¿Por qué no?

—Porque no saben qué aspecto tiene.

—¿Qué hay de su coche?

—Moosa le tiró un ladrillazo a la ventanilla trasera… lo habrá cambiado de todas formas.

—¿Quién?

—Un churra que conocemos.

—Lástima que no fuera el parabrisas. Pero eso es lo que les pasa a los coolies… no tienen agallas.

—Ajá.

—De todas formas, no tendría que preocuparse. Cogió al hermano… y a otros cuantos más, según he oído.

—¿Ah, sí?

—No, no estoy tratando de sonsacarle nada. El coronel dijo que era secreto, pero estaba muy satisfecho.

—Magnífico. No tendremos ni una sola prueba cuando esos tipos a los que está interrogando consulten con sus abogados y pierdan la memoria.

—Mire, ¿qué más puede hacer?

—Coger al bastardo que está detrás.

—Oh, ¿entonces no es sólo Jackson?

La hermana a cargo del departamento de urgencias se acercó y se aclaró la garganta en Do menor.

—Discúlpeme, doctor —dijo—, pero hay un chico ahí fuera que quiere ver a este paciente.

—¿Zondi? —preguntó Kramer.

—Dice que es del DIC.

—Bien, hágale pasar, hermana. Casi he terminado.

—Gracias, doctor.

Zondi entró con los ojos respetuosamente gachos y le tendió a Kramer un trozo de papel donde había garabateado: «El coronel le ha dicho a Van Niekerk que Ferguson puede morir pronto. 21:00 horas».

Kramer guiñó su gratitud a un buen y fiel sirviente y luego lo despidió.

Los siguientes cinco minutos fueron una agonía aún mayor que nada que los torpes dedos de Strydom pudieran infringir. De hecho, pareció que había pasado una hora entera antes de que Kramer entrara en la sala y empezara a convencer a la enfermera que cuidaba de Ferguson para que los dejara a solas. Como hijo único, reclamaba ese derecho.

Ella se conmovió y se marchó. Era la única cama de la habitación.

—Me estoy muriendo —dijo Ferguson, parecía asustado, luego dejó escapar un resoplido.

Kramer pudo entender sus palabras inclinándose junto a él. La verdad era que Ferguson no parecía tan mal, pero tenía la idea de que iba a ser de alguna ayuda.

—¿Me recuerda? —preguntó Kramer.

—¿Hmmmmm?

—¿Alguna idea?

—¿Especialista?

—Pruebe otra vez.

—¿Hermano… Jack?

—¿Se lo digo?

Ferguson asintió con la impaciencia de un niño que anticipa el regalo de un tío.

—Soy del Cerdo de Vapor. ¿Recuerda?

Esto produjo una extraña sonrisa en los labios de cera que se amplió a una mueca alegre.

—Déselo. Mi amor.

—¿A quién?

—A ella. Al cerdito.

—He dicho Cerdo de Vapor.

Ferguson sonrió.

—Ella está muerta —observó con satisfacción.

—¿Quién? ¿Se llama Peggy[2]?

—Es usted un poco burdo —se mofó Ferguson, súbitamente lúcido—. Todos la llamamos el Cerdo después de que Derek la bautizara. ¡Qué risa! Un cerdo sucio, desde luego… Las cosas que te dejaba hacer.

—Santo Dios.

—Nadie sabía quién era el Cerdo, ya ve. Podíamos hablar de ella en el club y nadie lo sabía.

—¿Pero el vapor?

—Muy listo. Yo le puse Cerdo de Vapor. Chuff, chuff, chuff. Era como un motor de vapor. Chuff-chuff-chuff, iba al ritmo de la música. Le añadimos Vapor sólo por diversión. Como un código.

Y Ferguson empezó a tararear Mangas Verdes con un claro ritmo de locomotora que Kramer reconoció al instante.

—Maldito cabrón —dijo.

—¡El Cerdito de Vapor pensaba que era un gran chiste!

—Apuesto a que sí.

Kramer se marchó bruscamente.

—Santo Dios —repitió de nuevo, en el pasillo. La enfermera, que regresaba con su taza de té, le miró compasivamente. Parecía enfermo.

Le revolvía el estómago pensar que, de todos los tipos de nombres que había considerado, nunca se le había ocurrido la posibilidad de un apodo. No le extrañaba que nadie se hubiera detenido a explicarlo antes… el tópico siempre había sido la muchacha y debían de haber sospechado que comprendía lo que significaba una cosa tan trivial. Nunca había sido importante.

Excepto para Shoe Shoe, y él tampoco lo había comprendido. Mira dónde le había llevado. Dios, las consecuencias podrían ser casi tan devastadoras como si esto llegaba alguna vez al libro de chistes para después de la cena del coronel.

Oh, al diablo. Nunca atraparía a Jackson, así que nunca lo sabría. El cabrito.

Kramer salió a la noche, dirigiéndose rápidamente a la Taberna Tudor de Trekkersburg. Después de todo, habían sido demasiadas molestias por una puta, una puta de color de Durban, pero eran los gajes del oficio.

— FIN —