Esa noche, Kemal se cortó el pelo con el cuchillo de cocina. Después, en el taller, reunió todas las gaitas —ochenta y siete, contó— y empezó a quemarlas. Una tras otra, las gaitas soltaban su absurdo chirrido. Después Kemal prendió fuego a las pilas de leña, las cajas, las pieles, una tras otra. En el patio, cogió su propia gaita, apretó con el codo y dejó que lanzara ondas iguales de un sonido terrible y penetrante. Miró cómo crecían las llamas, cómo explotaban las chispas, cómo se derrumbaba la cabaña, cómo las silbantes gaitas y punteros estallaban en lluvias de cenizas.
Los perros ladraban por todo el pueblo. Una vez más, Kemal veía sombras en las ventanas poco iluminadas, y de nuevo nadie salía, ni siquiera para maldecirla por el escándalo.
Llenó su jersey de gasas y periódicos viejos, después salió del pueblo, hacia el granero de la cooperativa. Los guardias ya estaban borrachos en su barracón y ni siquiera se despertaron cuando Kemal clavó su nueva nota en la puerta.
Querido Partido: devuélveme a mis padres.
Había dos tractores en la oscuridad y Kemal recordó lo que le había dicho su padre una vez: llegaría un día en que desde el este vendría un carnero blanco, a toda prisa, y desde el oeste un carnero negro. Los dos enormes, con cuernos como nidos de serpientes, como serpientes de hueso que echaran fuego y relámpagos. La tierra temblaría con sus pezuñas y los viejos y los jóvenes se reunirían para verlos. Algunos saltarían sobre el carnero blanco y los llevaría hacia arriba, hasta la Yanna, para que pudieran planear con las águilas. Pero otros, viles y desdichados, subirían al carnero negro. El carnero negro los llevaría hacia abajo, hacia la tierra baja, para que se arrastraran con las larvas.
Kemal se acuclilló junto al carnero negro y apoyó la cara en el parachoques. Le llenó la boca con gasas y papeles. Encendió una cerilla, dejó que la llama creciera bajo sus dedos. Se escondió lejos, junto al granero, y esperó a que sucediera algo. Durante un tiempo no pasó nada.
Después, con fuego y relámpagos, los cuernos se desataron y unas pezuñas pesadas hicieron temblar la tierra. Vio que el carnero negro chocaba con el carnero blanco y que los guardias salían borrachos y soñolientos del barracón. ¿Qué carnero se los llevaría, se preguntó, y cuál se la llevaría a ella?