XVI

Kemal trabajaba día tras día y, como el silencio las asustaba, dejaban puesta la vieja radio. Escuchaban las noticias del extranjero, una voz que informaba de los niveles del Danubio. «Povishenie edinatsa», decía la voz en ruso. «Onze centimètres», en francés. Kemal nunca había visto el Danubio, nunca lo vería, pero se preguntaba lo grande que era el río y qué significaba que su agua hubiera subido once centímetros. ¿Era algo bueno o malo? ¿A quién le importaba?

Por la noche, escuchaban un programa llamado Horizonte nocturno. La gente podía llamar a ese programa y hablar de las cosas que les hacían sufrir. Un ingeniero de Plovdiv llamaba cada noche para decir que no podía dormir. «Querido Partido —empezaba siempre sus confesiones—: No duermo desde hace quince años». Llevaba la cuenta: «Y tres meses, y cuatro meses, y diez días, nueve horas, veintiún, no, veintidós minutos». Un viejo de Pleven recitaba poemas infantiles a su hija. Después de cada poema le rogaba que lo llamase por la mañana. Su hija nunca lo llamaba por la mañana y él seguía recitando. Pero a Kemal y a su madre les gustaba sobre todo escuchar a una mujer de Vidin. La mayoría de las veces leía cartas que se había escrito a sí misma, pero a veces también a otra gente. «Estoy escandalizada, camaradas —leía la mujer—, porque hoy se vendían pimientos verdes en el mercado de granjeros y nadie me lo había dicho. Todos mis vecinos han comprado pimientos verdes. Tarros llenos para el invierno. Todavía huelo a pimiento asado y nadie me había dicho nada».

La madre de Kemal se rió con eso:

—Pimientos en noviembre —dijo, y le pidió a Kemal que echara más leña al fuego, para que siguiera ardiendo un poco más. Junto a la estufa, Kemal esperaba a que la mujer mencionara el Danubio. ¿La mujer podía verlo por la ventana, se preguntaba Kemal, como ellas podían ver las cumbres de los montes Ródope? ¿Y qué veía su padre por la ventana? Esperaba que tuviese una. Esperaba que le dejaran escuchar Horizonte nocturno.

—Quiero llamar a ese programa —dijo Kemal— y tocar la gaita para mi padre. Quiero que me diga cómo hacerlas mejor. Necesito un nombre de hombre para hacer gaitas, ¿verdad?

—Querida Kemal —dijo su madre—, se me había olvidado lo hermosa que es tu voz.